CÉSAR AUGUSTO ZAMBRANO

Un grupo de adolescentes corretea por los alrededores de la tumba del maestro Alberto Castilla, previo el inicio de un concierto. De pronto, uno de ellos se vuelve hacia los arbustos y se encuentra con los ojos negros y nerviosos de una chiquilla que se queda mirándolo fijamente. A partir de ese instante, César Augusto Zambrano, aquel niño nacido en Ibagué el 18 de marzo de 1949, se encontraría no sólo con el amor de Amparo Aguiar sino con la guía tutelar de su vida, puesto que en su compañía recorrerá los caminos del pentagrama y la encontrará siempre en la mitad del concierto coral dándole toda la fuerza positiva de su mirada o siguiendo amorosamente sus indicaciones.

En su hogar había encontrado el ambiente propicio para deleitarse con las melodías que ejecutaba Aura Stella, su hermana mayor, quien interpretaba el tiple y la bandola. Un día su profesora observó el interés y la concentración de su pequeño hermano y encontró en sus ojos un destello que quiso aprovechar, le entregó un tiple y lo inició en los ritos de la música cuyo cultivo abrazó con una vehemencia cercana a la obsesión.

Más tarde abandonará su segundo año de bachillerato que cursaba en el Colegio San Simón para devolverse a primero en el Conservatorio, todo por estar cerca al templo donde se oficiaba continuamente la liturgia de las notas, los compases y las armonías. Cuando lo estaban examinando para determinar el instrumento que debía tocar, por poco le asignan la flauta pero la suerte quiso que observaran sus fuertes manos y lo dejaran con el violonchelo, sonido que estaba adherido a las fibras de su intimidad desde los nueve años cuando escuchó El canto del cisne de Camille Saint Sáenz y entendió que este instrumento era el más cercano a la voz humana.

En el Conservatorio conoció al maestro Quarto Testa con quien estableció una profunda amistad. De él aprendería no sólo la teoría y la práctica del instrumento sino a valorar las capacidades de los músicos colombianos y a interiorizar que esa profesión requería de una disciplina inquebrantable y un esfuerzo supremo para llegar a ser un auténtico músico.

Como estudiante César Augusto siempre obtuvo los máximos honores. El primer año en el Conservatorio se dio el lujo de interpretar Barcarola y convertirse en el más aventajado estudiante de chelo de la institución. Igual cosa sucedió cuando, y sin que el maestro se diera cuenta, se presentó a la Filarmónica de Bogotá, donde fue aceptado. Regresó a Ibagué y le contó a su maestro, quien en un acto de nobleza aceptó el hecho y juntos iniciaron la preparación para presentar un examen en la Sinfónica de Colombia dirigida por el maestro Olav Rotos, donde también fue aceptado cuando sólo contaba con dieciocho años. Se trasladó a Bogotá a continuar estudios en el Conservatorio de la Universidad Nacional y simultáneamente hizo parte de la Orquesta de Cámara y la Sinfónica Experimental.

Durante las vacaciones, César Augusto seguía intensamente los cursos con el maestro Testa, inclusive llamándolo desde Bogotá cuando tenía alguna inquietud para que se la aclarara.

En Bogotá estuvo por más de seis años y recibió clases magistrales de Susana McIntosh, Rohini Comara y David Aks y en música de Cámara con Ernesto Díaz. Luego de esa constante actividad en la que se incluía un concierto semanal en el Teatro Colón, César Augusto solicitó que lo enviaran a estudiar a Ibagué para concluir sus estudios con el maestro Testa y presentar los exámenes respectivos, pero irónicamente le dijeron que se fuera mejor a Rusia con una beca donde podría realmente aprender. César, que estaba seguro de las calidades de su maestro, renunció a la Sinfónica y a las becas al exterior para retornar a Ibagué.

El maestro Quarto Testa estaba enfermo y, como si sintiera próximo su final, una tarde le entregó el único certificado que podía darle: su violonchelo.

El regreso a Ibagué, luego de experiencias vitales en la capital de la república, le sirvieron para reafirmar su cometido. Se dedicaría a tratar de hacer realidad los sueños de tres personajes que admiraba: su padre, el maestro Castilla y Quarto Testa, su profesor.

Don Antonio Zambrano había contribuido a la formación de su sensibilidad gracias a los conocimientos que poseía de la música universal y colombiana y el amor por las artes. El anhelo de su padre había sido el de alcanzar la paz a través de la música y por eso, en su casa, se hicieron muchas reuniones para lograr un alto en el conflicto fraticida de la guerra civil no declarada y en medio de interminables charlas surgió la idea de realizar un festival folclórico.

A su regreso a Ibagué estaba lleno de buenos propósitos, así el medio le fuera adverso. Inició su lucha vinculándose a la Universidad del Tolima donde ha sido el gestor y responsable de las actividades musicales, entre las que se incluyen la formación de la Orquesta Sinfónica, un Doble Cuarteto de Cámara, el Coro de la Universidad del Tolima y el grupo básico de vientos como una contribución efectiva al desarrollo cultural de la región.

Otra tarea que inició fue la reconstrucción de las bandas no desde el punto de vista material, sino fundamentalmente de la concepción de las responsabilidades, su sentido ético y la profesionalización del músico. Para él la banda es sinónimo de bandera musical de las regiones y por eso deben cumplir con un papel trascendental en la formación artística y cultural de los colombianos.

Cuando como director de la Banda Sinfónica del Tolima se encontró con un reglamento que parecía dirigido a un grupo de alcohólicos anónimos, hizo tomar conciencia a los participantes de que al faltar a un ensayo, por ejemplo, más que un problema de legalidad lo era de responsabilidad frente al grupo, pues su presencia era necesaria para el montaje colectivo de la obra. Así hizo de la Sinfónica un grupo humano respetable, vinculó sus familias a los conciertos y exigió que la agrupación fuera respetada, pues ella no estaba para animar cumpleaños y demás actos sociales. El status y la dignidad del músico debía ganarse y se ganó.

La Junta Regional de Cultura del Tolima le encomendó el trabajo de rescatar las bandas de música de los pueblos. Inició esta tarea con entusiasmo ya que era la posibilidad de materializar sus conceptos y desarrollar, como en efecto lo hizo, una serie de talleres y seminarios que pusieran a reflexionar a los integrantes de las bandas sobre su papel real como artistas.

El diagnóstico de las bandas fue similar en todas partes. Las propuestas de mejoramiento también fueron las mismas: una actitud más profesional de sus integrantes, investigación constante, el compromiso permanente de estar montando diferentes obras y la vinculación de arreglistas y compositores.

Para Quarto Testa, su profesor, la investigación folclórica conjugada con el conocimiento universal debía dar el perfil del músico nuestro y ese fue el trabajo que Zambrano realizó con el Banco de la República.

El maestro César Augusto Zambrano siguió estudios corales y se graduó Magnun Cum Laude en el primer curso latinoamericano de dirección coral con el maestro rumano Marín Constantin, lo que le ha permitido adelantar una fructífera labor en Ibagué y Espinal. Ha creado y dirigido agrupaciones como el ya mencionado Doble Cuarteto de Cámara de la Universidad del Tolima, Coro de Cámara Ciudad de Ibagué, Coro Polifónico del Espinal, localidad donde fue declarado hijo adoptivo por parte del Concejo en virtud a los logros obtenidos en varias partes del país con su agrupación. Igualmente dirigió el Grupo Vocal Piloto Empresarial de la Electrificadora del Tolima, Electrolima.

El trabajo del maestro Zambrano como compositor ha sido muy exitoso y prolífico. Su primera composición fue un pasillo-danza, Ojos negros, dedicado a su esposa. Posteriormente compuso una Sonata para violonchelo y piano, estrenada en Berlín por el violonchelista Holger Best e interpretada en uno de sus recitales el día que derrumbaron el muro. También ha compuesto una Suite para violonchelo basada en aires tradicionales que fue estrenada en España, lo mismo que Puente de luna, basada en un poema de García Lorca.

Fue el autor de la música original de la conocida serie de televisión Los Victorinos, basada en la novela Cuando quiero llorar no lloro del venezolano Miguel Otero Silva, la cual tuvo gran aceptación en nuestro medio y fue vendida a siete países, entre ellos Italia donde recibió un gran reconocimiento por su trabajo instrumental.

Es autor de la música para doce cantatas que ha interpretado con los grupos musicales de la Universidad del Tolima. Entre ellas figuran Tierra, canto, camino de la patria, Quimérico jinete, Canto del hombre americano, Guerrita, Rapsodia canto al país de la nieve, Tolima, canto de vida y Maqroll. Sus obras han sido presentadas en distintos escenarios del país como la Biblioteca Luis Ángel Arango, el auditorio León de Greiff, los teatros Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá y Amira de la Rosa de Barranquilla, Auditorio Skandia de Bogotá, Teatro Tolima de Ibagué y muchos más.

Dos cantatas han tenido especial significación para el maestro. El camino de la patria, poema de Carlos Castro Saavedra que conoció de niño cuando asistía de la mano de su padre al edificio de la gobernación en una de cuyas paredes se encuentra grabado en una placa y al leerlo repetía las estrofas tratando de darles vida, hasta que tuvo la oportunidad de montar la pieza que lo llenó de entusiasmo y que le han hecho repetir en varias ocasiones.

Maqroll fue la segunda y con ella le rindió homenaje al escritor Álvaro Mutis. Al acometerla lo asaltaron muchos temores pero al final logró traducir felizmente en notas la atmósfera que se respira con la lectura de la novela, al punto que obtuvo un afectuoso reconocimiento del propio Mutis por su espléndido trabajo.

Luego de Maqroll, tres nuevas cantatas hicieron aparición bajo su batuta creadora. La Cantata 14, Maestro, homenaje a Darío Echandía y estrenada en los teatros Tolima y Colón de Bogotá, la cantata 15, Borges, para el centenario del nacimiento del escritor argentino y Lluvia Tripartita sobre textos de León Felipe y Mario Benedetti.

El maestro Zambrano considera que entre la música culta y la popular folclórica hay un breve espacio que no se ha aprovechado. Las obras llamadas clásicas han sido extraídas precisamente de la música tradicional y en nuestro medio se rinde culto a lo original sin desarrollar como corresponde esa originalidad.

Para llegar a la música electrónica se debe pasar por un proceso que implica estudiar detenidamente lo raizal. Por eso considera que los arreglos deben hacerse con sumo cuidado, pues no se trata de desnaturalizar la obra de la que se parte sino de captar la esencia de la misma. Se debe conocer a fondo el compositor del cual el arreglo es un acercamiento respetuoso a la obra original y todo intento de modificarla es válido si se respeta la integridad de la pieza.

Ha realizado más de cuarenta arreglos de música popular colombiana para coros de cámara, solistas y orquesta. Uno de sus mejores es la Ibaguereña, de Leonor Buenaventura de Valencia, la cual fue incluida en la grabación realizada para la Federación de Cafeteros. Allí también figura otro suyo, El contrabandista de Cantalicio Rojas y Canción de cuna, composición cuya letra recogió de un damnificado de Armero y a la que concede honda y conmovedora sensibilidad.

Zambrano ha sido jurado en varios concursos regionales y nacionales. Colcultura lo ha escogido como uno de los jurados para sus concursos anuales y es director artístico del concurso Garzón y Collazos que se celebra anualmente en Ibagué como un estímulo a la música tradicional andina.

Varios son los reconocimientos recibidos. Ha sido distinguido por la Alcaldía de Ibagué, los Concejos de Ibagué y el Espinal, amén de otras condecoraciones que acepta con humildad, pues considera que la tarea propuesta tiene todavía mucho camino por delante.

Los gustos musicales del maestro Zambrano van desde los bambucos y pasillos nuestros hasta la música rock, dependiendo del estado de ánimo y pasando por la música selecta o clásica. Considera que la música es una sola y universal, siempre y cuando esté bien escrita y ejecutada. Su familia es partícipe de esta concepción. Por eso se siente realizado con ella, además de que Amparo, su esposa y César Augusto y Daniel Mauricio, sus hijos, disfrutan por igual sus gustos y escuchan diversa música como si se tratara de un solo concierto donde se resumen todas las melodías del mundo.

El maestro Zambrano vive para la música no sólo como director y compositor sino también como impulsor de distintos proyectos. A él se debe la existencia de una sala de Música en la Universidad del Tolima, conocida primero con el nombre de Guillermo Uribe Holguín y más tarde, en la nueva construcción, como Pedro J. Ramos. Allí se encuentra el centro de operación de sus múltiples actividades.

Podría afirmarse que con cerca de cincuenta conciertos anuales por parte de los grupos de la universidad, varias composiciones, multitud de arreglos musicales, dirección de una orquesta de cámara y múltiples coros, César Augusto Zambrano Rodríguez podría sentirse satisfecho. Pero no. Piensa que es mucho lo que le falta por hacer.

En 1999, en el Encuentro Coral Compositores Colombianos, celebrado en Buga, se le rindió un homenaje nacional que finalizó en una ceremonia donde dirigió a todos los coros participantes que interpretaron un arreglo suyo.

Para este hombre, que dirigiera el IV y V Concurso Nacional de Duetos y fuera jurado calificador al Premio Proyectos Artísticos de la alcaldía mayor de Bogotá, además de ser representante del Ministerio de Cultura ante el Consejo Departamental de Cultura, la divulgación académica es vital. Por ello seleccionó, revisó y publicó el III Álbum de Partituras de Compositores tolimenses en homenaje a Leonor Buenaventura de Valencia y Manuel Antonio Bonilla.

Amable contertulio, caballeroso maestro que siempre tiene ademanes y frases refinadas para atender a sus interlocutores, ha logrado hacer una simbiosis de los sueños de su padre, del maestro Castilla y de su profesor de violonchelo para crear su propio estandarte.



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