ALFONSO VIÑA CALDERÓN

En el momento de la entrevista, dos años antes de su muerte acaecida el 21 de marzo de 2001 cuando la memoria parecía haber recorrido todos los rincones de la vida, Alfonso Viña Calderón recordaba claramente la tarde en que se estrenó como cantante, a dúo, con Roberto Martínez, interpretando una melodía que aún se paseaba por los vericuetos de su alma, sellando en medio de la explosión de aplausos, un pacto con la música.

Para Alfonso Viña Calderón la vida trazó tres grandes tópicos: la música, la docencia y la investigación del folclor colombiano. Nació en Ibagué el 7 de enero de 1918 en la hacienda El Danubio, situada en la margen derecha del río Combeima, en lo que hoy es el barrio Ricaurte, en el hogar de don Narciso Viña Munard y doña Alicia Calderón Salazar.

Pasaba con sus hermanos Eduardo, Carmen Alicia, integrante de los coros del Tolima, Adolfo, miembro del grupo Chispazo, Alberto, Guillermo, Ligia, Teresa y el famoso Jorge Viña Calderón, Jorvica, maestro y dirigente deportivo, sus primeros años de infancia rodeado de un ambiente enmarcado por la vocación, la pedagogía y la música.

Su primer año de estudio lo adelantó en la Anexa de la Normal de Varones ubicada entonces en lo que es hoy el Conservatorio de Música del Tolima. La música parecía la trampa infalible que le había tejido el destino. En el salón donde recibió la enseñanza de las primeras palabras, se dan clases de piano y solfeo. De la Anexa pasó al instituto Jorge Isaacs, fundado por su padre y que funcionó hasta 1963. Allí aprendió los primeros ritmos musicales escuchando cómo su padre interpretaba el tiple y la guitarra con la maestría de quien ha dedicado toda la vida al cultivo de dicha ejecución. En el mismo lugar y junto a doña María Guzmán de Montealegre aprendió a leer y cantar los ritmos que se imponían entonces. Su paso del Jorge Isaacs al colegio San Simón, donde culminó su bachillerato, estuvo marcado por el encuentro con el guitarrista Pedro Abel Luna y el tiplista Servio Tulio Meneses, quienes, con Viña en la bandola, se reunían después de clases en la plazuela del barrio La Pola para interpretar melodías como Cachipay, Chaflán y Rondinella, entre otras.

Aquellos días transcurrieron entre las clases de física o de química y entre las puntuales reuniones en aquel lugar para arrancarle uno que otro acorde a los inseparables instrumentos. Pero sería Darío Garzón quien como profesor del claustro alimentara y perfeccionara el trabajo musical que se hacía al interior del mismo y formara grupos musicales sin perder de vista a quienes ya tenían algunas nociones en instrumento y canto. El resultado de la labor junto al también profesor Gómez Ardila, fue la de presentar después de intensas horas de trabajo uno de los mejores grupos musicales estudiantiles de la ciudad.

Pero la tarea perseguía objetivos igual de importantes al cultivo de la música: escoger entre los estudiantes a los más destacados por sus virtudes en el canto o el manejo de algún instrumento para llevarlos al Conservatorio de Música o a las masas corales dirigidas para entonces por el inolvidable maestro Alfredo Squarcetta. Viña Calderón ingresó después de varias pruebas como tenor segundo. Faltaba poco para su graduación como bachiller y ya la vida haría evidente ese otro tópico que atravesó su existencia. Ya no era la música su única compañera porque la docencia lo estaba acechando y en ese largo, valioso y memorable recorrido, alcanzó, como pocos, el honroso título de Maestro. Secretario profesor del colegio oficial de Falan, profesor del Colegio Nacional Santander y Santa Teresita de Honda, primer secretario fundador de la Universidad del Tolima, rector del colegio Tolimense durante ocho meses, profesor fundador del bachillerato musical en el Conservatorio, profesor del colegio San Simón durante 21 años en tres etapas, vice-rector del mismo en dos ocasiones y uno de los creadores de la facultad de educación de la Universidad del Tolima, su brillante carrera docente ha sido reconocida en todo el departamento.

Paralelamente a su labor cotidiana, fue miembro activo del conjunto Tolima Grande que dirigió el maestro Francisco de Paula Rojas. Al grupo pertenecían 20 personas entre voces e intérpretes de la bandola, el tiple y la guitarra. Los viajes por todo el país no fueron en vano. El conjunto obtuvo en el folclor tolimense El tiple de oro que otorgaba el diario El Tiempo y en Barranquilla El Momo de oro, además de presentaciones en radio, televisión y festivales a los que después fueron invitados. En la composición, el camino también fue fructífero. Melodías como La campesina, dedicado a Cajamarca; Cada día, pasodoble grabado por los hermanos Moncada en Armenia; el Bambuco simoniano; el himno al Instituto Técnico Industrial del Líbano; el tema Claro río, entre otros, en su mayoría boleros, van dándonos de manera integral el perfil de Alfonso Viña Calderón que desde cargos como la dirección artística del Folclor Nacional del Tolima durante doce años y miembro honorario de la fundación Garzón y Collazos, adelantó por la ciudad y el departamento una labor invaluable, crítica y sensata, con la autoridad de quien conocía, como la palma de su mano, el pasado y presente del folclor en la región.

Por todas estas razones, Viña Calderón se hizo merecedor a distinciones tan importantes como la Cruz Manuel Antonio Bonilla, la Orden Educativa del departamento, la medalla Camilo Torres en primera categoría concedida por la presidencia de la república, al igual que la medalla General Santander, la Cruz del Folclor Colombiano en su décima y decimoprimera presentación, la Orden Pacandé concedida en Natagaima en las fiestas de San Juan y la Orden de la Democracia por el parlamento colombiano.

Entre la música, la docencia y la investigación del folclor transcurrió la vida de este hijo del Tolima poseedor de una extensa y única colección de instrumentos que dan fe de su devoción y entrega a la música. Así, para quien la música al igual que las matemáticas era una ciencia exacta -un dedo en la cuerda equivocada o en el traste no indicado puede ser una catástrofe-, dejó inédito un libro sobre el folclor en el país y en especial sobre esta región, perpetuando de esta manera el pacto sellado aquella tarde cuando se estrenara como cantante en medio de una explosión de aplausos.