EL EQUILIBRISTA

 

Mi familia

tiene un circo.


Yo soy el equilibrista.


No confieso con agrado

que este oficio

muy pocas satisfacciones me da.


He logrado, sin embargo, diversos estilos,

magníficas tensiones, perfecto recreo.

“Infinita gracia y propiedad”

dicen los diarios.


Es un ejercicio

cuya naturaleza no consiste en avanzar

hasta el final

Pero sí en dar el primer paso

como cualquier profesión de la vida.


Mis padres administran el circo.

Iniciaron a mis hermanos en el arte empresarial,

El único artista soy yo.


Hay un león triste,

un caballo que fuma tabaco

y una muchacha bonita con un tamborcillo oriental.


Payaso, no pude ser.

El carácter, astrológicamente mustio

no me tenía reservada esa dicha.

Safarse de los trapecios produce terror.


Fuí fonomímico, lanzallamas,

encantador, contorcionista, domador de bestias y hombre bala.


Nada emotivo.


Aprendí el arte de cruzar la cuerda

con los brazos abiertos y la mirada perdida...


Qué entristecedor el culminar.


No hallaba más que un aguacero de aplausos inciertos,

escépticos, solidarios...


Nadie imaginaba este juego mortal.

Nadie daba fé de mi aventura...


Por eso he tomado una peligrosa determinación:

He decidido perder el equilibrio.