El COMPLEMENTARIO

 

Le gustaba bañarse todos los días. A él. La razón era muy simple: así lo habían educado desde antes de llamarse niño, cuando le decían el bebé; él: un bebito. Sin falta. Bañarse. ¿Y ahora? Antifaltación de baño. Pensaba. Se decía gustaba bañarse diariamente. Que era un asunto de higiene personal, exclusivamente. Que había también algo de costumbre, como le enseñan a uno chiquitico, casi esperma, casi desde antes. Palomito que se es, y mediobrutico: acaso qué niño no, decía. Pero aquí en París aprendió que obviamente allí, acá, era una costumbre no bañarse. Por lo menos cada día como el pan. Digamos que una como costumbre acostumbrada. La de sus gentes, itas. Y le tocó: viniendo del sí, al no. Enderechado. Derechito, como una flecha. Sin falta, cada ocho días, y eso cuando se podía. Son kostumbres Nacionales, kostumbres, re-pensaba. Esta vez era como todas sus veces, las veces que eran. Lo más de fácil. Abrió como siempre el cuarto de baño. Se desvistió, es decir, se quitó la bata, colocó a su juntación el reloj de pulsera encima del asiento. Se miró en el espejo de pies a cabeza y de allí a los pies, él mismo: el mismo. Un poco gordo, pero nada importante, aún músculo. Se recostó en la bañera brillante, tan limpia, y dejó que el agua empezara a crecer por su cuerpo. La dejó venir, sabiéndola subiéndose, consciente. Porque eso de no bañarse todos los días no deja de tener sus inconvenientes. Acumulaciones, grasas en la nariz, por ejemplo, y en el pó y el pí, y en el sudor amén, nada parecido a una lechería. En París bien vale más además de una misa vale más un baño. No había ventanas, sólo las ranuras de la puerta, sólo el replandor de un bombillo, un bombillito, él, lucecito casi blanco, pero no tan blanco, cuasi-opaco, no-tanto-no. Mezcló los dos chorros de agua y el agua una sola agua rodeando el cuerpo. Suyo. Esa piel morena. Además en invierno, con la nieve y sin calefacción, era duro. Tieso y teso. Y con la esa desacostumbrada, el hábito. Hoy, a diferencia de algunas otras ocasiones, estaba en el apartamento de un amigo que le había dicho: te lo presto por vacaciones. Con esa noticia tenía a su disposición un cuarto de baño para él solito, con tina y tiempo por delante el que quisiera. Se olvidaría entonces de las duchas públicas donde a los veinte minutos te echan porque alguien dominical espera en la puerta con su tiquete, y el maletin de aseo personal. Social Aseo. Se diría expresando ciudadano tan respetuoso de las con-vivencias. Se jabonó primero el pelo que estaba enredado y como acababa de conocer a una chica, lo más aconsejable era perfumarlo. Con los dedos limpió cuidadosamente las orejas y se refregó el cuello hasta ponérselo tirante al rojo. Del cuello a la cintura es lo mismo que acariciar un queso y del ombligo en adelante tuvo necesidad de levantarse y cuando llegó abajo, volvió a sentarse. Con la mano derecha se rascó la cabeza y la izquierda la dejó quietica. La cabeza desaparecía por momentos bajo los vaivenes de la espuma del jabón y la mano seguía acariciándola. Puso la regadera manual y la cara de su cabeza enfrente: ¡tan contenta! La llovizna de agua, potente, envolvía la cabeza, hasta que surgió, sin espuma, decente y aliviada. Se recostó, casi se acostó: si parecía una canoa. Podría considerarse un ciudadano meritorio. Les enseñaría a los franceses: la limpieza acuática, diaria, es salud y bienestar, por un lado; por el otro lado les diría: la Phatria, como quien dice el Eskudo, la Vandera y el Imno, se sentían felices de saberse tan comprendidos por sus hijos, qué chicos reverentes!, y mandaría una carta al fabricante de bañeras diciéndole: su empresa es una garantía nacional; se entre-durmió pensando en Ella pero no sin cierto acentuado nerviosismo en consideración al episodio de los diecinueve años, hacía de ello casi un siglo, así le parecía; es que el tiempo. Vuela. Cómo pasa. Volandero el temporal. Viento y ventisca. Vuela. El vapor del agua caliente subió por las paredes y en la pintura comenzaron a fijarse algunas notas ya más frías. Re-soñó el poema que escribía. “Eterno”, y se dijo: el próximo será mejor-Cito; Algo de poeta, tal vez. No se dio cuenta cuando el agua se escurría por el piso, salía del cuarto, abandonaba el apartamento mojando las piezas, antes, humedecía el tapete de la entrada y cogía rumbo por la puerta principal hacia la calle dando pequeños tumbos por las escaleras. Medio se percató cuando la tos golpeó: respiración entre-Cortada, suspirante. Quiso, tal vez sí quiso, tal vez no supo si quería, levantarse, pero los huesos no le funcionaron. ¿La garganta le dolía?, tal vez sentía eso. ¿Se le brotaron los ojos?, la mirada tomó rumbos distintos y hasta opuestos, y el pecho ¿le comenzó a caminar en reverso?, como caminan los que se maman. ¿Creyó escuchar que le gritaban? los Patriotas, Señor, no dejan que el agua salga de los apartamentos y ensucie las calles de la ciudad. No lo olvide, por favor, si es Usted Tan Amable.

2

El cuarto, al fin y al cabo, era suyo. Aunque pagando arriendo, era suyo. Cuarenta dólares por algunos centímetros cuadrados de derecho democrático. Francia era magnífica. Debía seis meses de alquiler, lo que no era mucho si lo comparamos con la vida que suma varias, docenas de meses, si contamos optimistamente nuestro tiempo uvárico y entérico, o si la comparación la hacemos con un elefante verde. Unas paredes húmedas del color de los canarios hembras de tres plumas en el cuello. La ventanita, que daba al patio del primer piso, mirando desde el último en el que estaba, era una ventanita muy nita. De la tal podía observar al frente otra parecida. Que correspondía a un profesor. A veces se abrían al mismo tiempo las dos ventanitas dejando circular por ese espacio dos melancólicos y ausentes “buenos días”. Por la puerta de su cuarto, que era la más extrema del corredor subiendo a la izquierda, y al salir, se tropezaba, oblicuamente, con otra donde vivían tres Muchachas. De su pieza, torciendo a la derecha, quedaba el baño. De Ellas. Así, una pared separaba el cuarto de dormir de él y el cuarto del aseo patriótico de sus vecinas. El sol le había dado muchas vueltas a la tierra mucho antes de que él las conociera y tampoco con el profesor había tenido la oportunidad de trasmitirse detallitos. Probablemente al final de alguna de esas semanas tediosas del invierno las pudo conocer. No eran tan bellas como dicen en Bogotá que son todas las francesas. Una era típica a lo mucho, untada quizás de pasable, y olía a vino de un frasco con treinta y cinco, y tenía la nariz afilada, fría, pero no era perrita sino vendedora de perfumes; la segunda, un cero a la izquierda, que en aritmética elemental, y aún en la existencia, no vale; la tercera era más comible que las otras dos, pero no era la de Bardot. Aparecía en jet: no dejando de ser del tipo disponible, se le podía ubicar, sin mayor esfuerzo que digamos, dentro del tipo de comestibles para la exportación. Se inventó la disculpa de que por no tener dinero suficiente no podía formalizar sus relaciones femeninas. Su timidez tan acentuada, el color cereza de sus gestos, el pálido súbito en los labios, el tic de las orejas, el muchacho, en fin qué estudiante!, qué breñitas lo envolvían, telarañas en sus manos, en el ombligo una glándula de telarañas y las uñas salpicadas de aguacate cocinado con carbón de telaraña. Tenía el oficio de dibujar monitos en el suelo de las esquinas frecuentadas por los turistas-moscas-del-pantano. Así cuadraba algo de dinero extra y adquiría libros y revistas, compraba “Le Monde”. O iba al cine, del que se consideraba un técnico-conocedor-racionalista. La noche en la cual hizo el descubrimiento fue la culminación de todo un día de mala-leche: había llovido y por esa circunstancia acuosa no había podido dibujar sus acostumbrados monitos con tiza de diversos colores, en el piso. Llegó a su casa y en un tarro de picadura que no tenía picadura pero que habia tenido días anteriores extrajo monedas dichas de ahorro y suficientes y bajó a comprar leche y jamón y pan y huevos. Hizo café más tarde y prendió la pipa, fumándola sobre su cama, lo que no dejaba de ser una desatención con el Honorable Cuerpo de Bomberos que dice que fumar en la cama puede ser causa de incendio. Fumándola tendido sobre ella su cama. Comió antes, despacio, lo que no era tradición suya. Ya empipado, encamado sin piyama, miraba el techo sucio, ennegrecido del humo de su cocineta colocada cerca de la ventana que sabemos. ¿Mañana? Sí, buscaría otra avenida, o de pronto una esquina de ángulo recto: los domingos salen a pasiar, las gentes. Además lo necesitaba con urgencia al dinero, a ál, para conseguirse aquel librito. Pensó en su mamá y en lo que estaría haciendo. Su mamá lo quería mucho y él, su hijito, natural apenas. Vasos comunicantes de origen y final. Pero las ansias de mundos diferentes lo habían expulsado del primer útero dentro del cual se forjaron primerizos horizontes. La mamá tendría unos cincuenta y nueve años, acerquémosla a los sesenta para redondiarla, pero parecía de cuarenta y seis, tan joven, tan pollita todavía, tiraba. La familia decía que se párecían como una gota de agua a otra de agua, similares. Tenía que ser. La prueba, a la vista del Universo. ¿Y su padre?, ah! del viejo inmundo: apenas supo que dejaba sus estudios universitarios de matemáticas que con tanto éxito llevaba -ya había logrado cuadricular el ojal de una camisa-, le cortó la mensualidad adjuntándole tremenda prohibición: que se olvidara de que tenía papá y de que le quedaba suprimido el derecho a quererlo, que lo recibiría pero con título. Mandó para el rincón del acueducto, y con la benevolente y comprensiva mirada de mamy, se voló, como tildaron los suyos el viaje al extranjero, a la ciudad de la perdición y del vicio donde, según el Reverendo Rodríguez, las niñas nacen defloradas. Ya llevaba un añito viviendo de la karidad y de algunos envíos secretos de mamá, la pobre, tan sufrida con el genio de su papy, el desgraciado ese, ojalá se rompiera. Su novia, nacida en el mismo país, donde las mujeres, a diferencia de las de Francia, continúan floradas despues del parto, le había escrito para comunicarle que en vista de la distancia consideraba tonto continuar amores. El le encontró razón suficiente, y hasta pura, empírica y dialéctica, y suspendieron este drama de pasión sostenido por cincuenta cartas llenas de promesas maravillosas para el Futuro, con varios, variados y variables niños bonitos y sus posteriores y consecuentes nietecitos. Ahora, entonces, estaba lo que se dice, solo. Solito. Le agradaba compararse a las arenas de las playas que aún estando acompañadas unas por otras, cada una vive alejada por aquello de no poderse trasmitir sus inquietudes, falta de un lenguaje singular. Amaba bastante el fumar, sobre todo pipa y picadura aromática holandesa no obstante el peligro de cáncer en los labios y la lengua como autorizadamente lo publicaban algunas revistas financiadas por el mundo de Malboro. “Fenómeno industrial”, le explicó un amigo estudiante de sociología. Y él se repitió: “Fenómeno industrial, sí, será eso”. Esa noche estaba de mal aspecto, con rabia, disgustado. Sus córneas recorrieron, cornetiaron, metrallaron el techo punto por punto, bajaron por las paredes poco a poco, iban despejando esos ojos manchas oscuras, rayados de estilógrafo, carteles llamando a la Revolución por la Unica Vía Verdadera; reproducciones de Picasso, fume Gitanos, su vida será más libre. De pronto, lo descubrió. Miró con mayor atención: era un huequito en lo alto, medio-tapado con papel. Se levantó despacio, arrimó el asiento y se subió. Como los dedos no podían desprender los papelitos allí metidos, utilizó la punta del cortauñas. Sacó lo que pudo pero se dio cuenta que el hueco era más grande. Buscó entonces un pedazo de alambre del pedazo más grande que sostenía una de las patas del escritorio y con el alambre terminó de ahuecar el túnel que tendría la circulez de un botón de la camisa, o menos si se quiere. Pero la pared parecía más ancha. Arrimó el miramiento izquierdo y no captó nada más. Allá. Decidió acostarse, y apagó la luz. A las diez y media llegó una de ellas, entró a su cuarto de ella, y al rato salió y pasó al cuarto de baño y se oyó cuando cogía papel y bajaba el agua. Entonces por el hueco que había destapado surgió la luz del baño y atravesó el pequeño túnel y llegó hasta él, aunque demasiado ténuemente pero con suficiente poder. Rápidamente, y sin hacer ruido se encaramó al asiento y escudriñó el hueco pero no veía nada diferente a un rayito muy chiquito. La muchacha salió, apagó, cerró, se encerró, se acostó y probablemente durmió y soñó. El conectó la lámpara y se le ocurrio la diversión. pero el problema estaba en la altura del hueco: demasiado arriba. Esculcó aún más la pared y ante su asombro fue descubriendo que ciertos puntos que antes le habían parecido solo una especie de deterioro de la pintura, eran huecos labrados por alguien con el expreso deseo de mirar al baño ¿O para mirar del baño al cuarto? Destapó cinco de ellos pero no todos iban en dirección exacta. Los días siguientes los empleó en estudiar las medidas adecuadas y para ello varias veces en distintas horas en ausencia de ellas penetró al cuartico de baño salió del cuartico de baño tomando anotando calculando dimensiones altas bajas anchas necesarias y cuando todo estuvo precisado inició el trabajo. A los ocho días había avanzado bastante. Mientras tanto, cada vez que una de ellas entraba por la noche, él apagaba su bombillo y por los cinco huecos la luz del baño penetraba delgadamente apareciendo con la misma tentación que produce el ombligo asado de un carnero; pero por ninguno de los túneles su ojo se posesionaba de los cuerpos femeninos. El hueco que estaba puliendo, su querido hueco, debería llegar a la altura de diez centímetros arriba del Monte del Vaivén, máximo. Así podría entonces contemplarlas a su antojo y ya no estaría tan soledad como antes. Los monitos fueron suspendidos y en carta apresurada a su mamá le solicitó dinero urgente para ir al médico por dolencia surgida en esos días. Trabajaba bastantemente, sobre todo en las horas de laboreo público cuando ellas iban a sus empleos y nadie lo molestaba. Una tarde se le apareció el dueño cobrándole el arriendo. Esto lo sobresaltó pues no había aún finalizado el hueco. Prometió pagarle, sin falta, la semana entrante, cuando, el giro y todo lo concerniente. Una mañana salió al otro lado. Con un no disimulado nerviosismo limpió el último polvillo que al otro lado estaba sobre el piso y se alistó para la faena primera de la noche. Durante el día se dedicó a lamer con su lengua enrojecida el vino de la pared: sacaba el artefacto y lo restregaba lentamente contra el muro haciendo figuras de formas extrañas y respirando como cansado. La saliva fue ablandando un tanto los alrededores del hueco y un sabor a cal envejecida se le metió por la garganta. al anochecer como un toro salió al ruedo, escuchó unas cornetas invisibles en lo alto, vio sin verles grandes multitudes que pedían su sangre, comprendiendo la fortaleza del espectáculo que ofrecía un deseo situado a un lado de su nuca que lo quería torcer. Se compró otra de vino y más picadura y esperó impaciente echado sobre la cama revuelta, demolida por horas de infatigable persecución. Los minutos pasaban llevándose sus perímetros, que eran sus secuencias de vida, sus moléculas rumbáticas sin sol ni luna ni luceritos. Una de ellas, del tipo comestible para la exportación, apareció y entró a su cuarto femenino. Pero no salía. La coronación aguardaba su instante. Pensó que, si en realidad era lo que él en su interior de él creía sobre él, lo mejor sería pasar al cuarto de ella y proponerle, por ejemplo, ¿quiere usted acompañarme un rato? lo peor que podía sucederle era una negativa. Pero ni a eso se arriesgaba, él mismo que vivía pregonando a los cinco vientos: sólo los arriesgados triunfan. Antes del instante, recordó sus días pero no encontraba justificación a sus pretensiones revolucionarias, a sus enmascaradas luchas por la patria mejor, y más digna, como solía mentirse, era una máscara que olía muy feo. Las palabras eran para él no una guía para la acción sino un camino para las entregas y claudicaciones. ¡Pedazo de mierda!, se reprochó en un intento de sinceridad; y desde cuánto tiempo hacia? todo el pasado suyo, cañerías!; y ella, al rato, salió y entró al baño y prendió, luminante; el sub-mundo lleno de nervios, se acercó, en silencio de tigre: miró, cañerías! y se encontró con las piernas y los pantalones que eran verdes; ella salió, Sub-mundo y Superficie!, y de nuevo pasó a su cuarto y regresó al momento. ¡Respiraba duro! en bata: adentro, se desvistió y su ojo, ahora sí, encontró los bordes de la piel; el éxito, enmascarado! consistiría en que ella se sentara y quedara enfrente, exactamente como lo había previso. La oyó moverse. Se lavaba los dientes. Luego alimentó un cigarrillo, Temblador! y él, acurrucado. Arrodillado, esperaba; cuando las piernas de ella se doblaron, divisó muy bien las curvas de su vientre, y las rodillas formaron un ángulo al fondo del cual la mujer mostraba sus líneas de siempre, Cára Pálida Agachada!, y ahora: que? contempló los movimientos naturales, vio una vez más el homo-ser trajeando moda ambientación climática a cuero liso desnudado, y ahora: que?, la muchacha se levantó y él todavía pudo con los perfiles de su cuerpo, alumbrado por una noche más sobre sí misma: se puso la bata y pasó a su cuarto cerrando el baño, se desarrodilló, cansado, y se recostó en la cama; sorbió un vaso de vino, apretó los dientes, de las manos le colgaban cuatro sombras, los dedos tropezados contra la faz, ¿la derrota midiendo a su víctima? no era aún muy tarde. Abrió su puerta en un impulso súbito, el Rebelde!, cruzo el corredor oblicuamente y golpeó; desde el otro lado preguntaron quién es?, y él soy yo el vecino ¿me permite una palabra, señorita?, ella sonriente. Qué tal, bien gracias, mire le digo: ¿podría acompañarla un rato?, es que mi mamá está muy grave en mi país y me siento un poco solo y quisiera conversar un rato con alguien. Ella dijo: espérese un momento me visto, ya iba a dormir y luego te invitaron a entrar y a la media hora regresaste a tu cuarto, Polvoriento!, Residual! por la botella y por tu pipa de picadura de aromática holandesa y venías, desde cuando!, renqueando, agotado de tí, tanto! y vergüenza te daría, Reevolucionario, o ¿alegria?, y pasaste así con ella algunas horas hablando de las cosas que desde que existen las palabras los seres, a diferencia de las arenas de la playas, comunican a sus parecidos. Al otro día la invitaste al parque y ella aceptó y estuvieron de lo más contentos y fueron a la esquina de Saint Michel, ladeando el río, y allí le compraste un helado de tres sabores y ella te dio un mordisco de helado triplicado y un beso en tu oreja que nunca olvidarías y la segunda noche la pasaron juntos y tú tapaste el hueco con papeles como lo había hecho alguien, tu antecesor, quizás, y le escribiste una carta a tu mamá donde reconsiderabas la opinión que te habías formado del país y al final le decías que lo querías mucho, muchísimo, a pesar de que se había casado con el individuo ese a quien en alguna época tú llamabas papacito.

 

3

La película había sido excelente, a mi entender; sin embargo Patricia decía que no, que había sido una porquería; claro que yo no me atrevo a contradecirla, ella es una experta en crítica cinematográfica y yo solo soy un pobre estudiante de matemáticas que asiste al cine por lo menos tres veces en el día: la costumbre la adquirí desde más o menos los diez y nueve años, meses después de aquello. Ahora, el hecho es que yo no la contradiga no es por que me falten argumentos, no; lo que pasa es que no quisiera que Patricia se fuera de pronto de mi lado por alguna discusión sobre las aromáticas colóricas. o aún sobre las desarmonías, o sobre la técnica empleada a los niveles diversos, los planos como utilizan decir. Bueno un disgusto por tales pendejadas se me haría el colmo y, a lo mejor, quien sabe! los huesos de mi compostura, barras firmes que sostienen mi delgada humanidad, te necesitan, Patricia necesitante: yo soy tu persona, en mí estás estándome. la tal persona que, puesta frente a un espejo, diría de sí que: sus ojos son negros, pequeños, escondidos, extraños del resto de su cara; la piel del rostro sombreada por espesa barba, apretada la barbucha, amontonada como alambres sin dueño; la nariz con dos orificios que se abren y se cierran como las agallas de un pez; estatura mediana tirando a bajita pero sin llegar a bajita quedándose en mediana, manos delgadas, como de artista italiano, delgadura negativa en los músculos, templados eso sí, de cuando adolecente practicaba deportes; labios finos, pegados, como las cejas, como si estuviera pensando: una cicatriz redonda en la rodilla en una de sus piernas: ¿qué más? yo creo que a un tipo como uno se le pueden agregar muchas circunstancias al delineamiento de su aspecto, pero agregarlas ahora, ¿acaso impota? de todas maneras aquello sí importaba. Meses después: el cine se convirtió en parte integrante de mi Existencia, si se me permite emplear este vocavulario tan abstracto hoy en día y en desuso, casi me asusto. Si a usted le ofrecen un helado de yuca en un parque y otro de frambuesa pero pintado por la televisión ¿qué prefiere? ¿Usted cree que la felicidad esté a la vuelta de la casa? Con el cine supe que era ciudadano; era como poseer una tajeta de crédito en la vida, un pasaporte de viajero, forrado en terciopelo, con mi nombre gravado en oro y diamante, como por no joder, acaso. Sigamos: que al comienzo iba una vez, solamente, por falta de dinero; con el tiempo me amoldé a hacer economías hasta que por fin logré reservar lo suficiente para ir a todas las funciones. Desde aquello hasta que conocí a Patricia transcurrieron ocho años. Una de las primeras cosas que manifesté fue mi afición por la cinematografía. A ella le encantó la noticia, y cuando supo que asistía a todas la películas, le encantó mucho más a sus amigos. Les contó que luego de haber viajado por tantos países mares cielos y todo eso había encontrado al hombre que buscaba, un hombre Muy, Diferente a los Demás, y que por ese hallazgo viajero de su vida estaba muy contenta y enamorada como jamás lo había estado de nadie. Cada vez que te veo, la boca del Monte del Vaivén se me hace agua, gustaba susurrarme. A mí, para ser franco, no dejó de extrañarme un poquito harto, sobretodo por lo de Muy y Diferente, situaciones en las cuales no había tenido ocasión de meditar. Patricia venía de salir de algunas semanas de soledad y angustia, como me dijo en el bar la noche del último día de otoño, allá en la Rue de Vaugirard, donde Martín, el tuerto; que jodido era lo mínimo, que los hombres eran unas mierdas, que todo lo prometen y no lo cumplen, y que ojalá se le partiera el aro del culo al pizco ese con el que acababa de terminar, sí, y que si hacia el favor de regalarle una moneda de cincuenta para poner un disco porque estaba triste, claro, le dije, y le dí dos monedas para que pusiera dos discos no para recordar dos tristezas sino para ver si el dos anulaba el uno y entonces me barnizó desde sus pestañas como no me habían vuelto a barnizar hacía unos ocho años y con sonrisa medio-atardecer de playa azulada soplándome mi pechadura pechablanca pechuguita y me dijo espérate un ratico y nos tomamos unos vinos. En vista de que la película que iban a presentar precisamente a esa hora ya la había visto nueve veces nueve, me dije: bueno, por una vez que sea quedémonos. Yo ¿cómo estaba yo?, y ella ¿feliz? llegando al otro trampolín de sus deseos, monedita cuadrada búsqueda rampante serpiente que se desenrosca y pica, después de ocho años: saltarín hacia el espacio sin fondo. Mesa de café sobre la avenida. Dos copas de vino rosado. La radiola-música, el humo de los cigarrillos atravesando las luces, mis uñas mordidas dientes afilados, sus labios hirientes, tomatudos, como una cosecha de tomates prendida de su boca, de esa succión espasmódica rumbo cierto de la desesperación, la aventura y el gozo. Me llevó casi a la fuerza a mi propio apartamento. Me hizo comprar una botella de rojo gaznate reventado. Me dijo que Tranquilo, así con T. Caimábamos: el caiman y la cocodrila de senos maduritos en la orilla de una ciénaga enorme, ancha y calurosa. Ibamos haciéndonos los locos como desentendidos pero sabiendo que era paja, que ella soñaba las dimensiones de las partes de mi cuerpo, mientras que yo no recordaba sino aquello doloroso de tantos años antes. Cruzamos el puente del río, navégase también. Las bellas iluminaciones bellas de la ciudad y los faroles de los mosqueteros recostando sus sombras sobre el espejo húmedo, sus aguas viejas espejadas, crepúsculos amargos, jugo de limón, canto de buitre desde su lejanía, cayendo la ceniza de la noche a golpecitos de polvo sobre el hombre-cito, Cavilante! Adelante!, Sin embargo y sin-fin! joyero de su propia circunferencia, entregado en silencio sus palpitaciones, con el solo ruido de su cara secreta, esculpiendo su horma, hundido por detrás de la última curva del hígado. Rocas-piedras columnas-puentes, transeúntes en rumbados hacia, perro-abandonado: lluvia inclemenciada, la algarabía quejumbrosa del humano sin rostro bajo el techo de una estrecha estrella que no tiene marco, pero que recoge sin diálogo ni testigo a esta lágrima que se le escurre mejilla sucia caída de pabajo. Tranquilo, hermano; t-r-a-n-q-u-i-l-i-t-o: llegamos y subimos despacio, dos gaticos. Un piso antes del mío me obligó a dejarme besar y su lengua tuvo que untar con su saliva la sequedad de la mía: me apreto entonces ambas manos, tranquilo, hermanito, mierma, mi h-e-r-m-a-n-o-l-o: si peor será la guerra o el veneno; me hizo abrir la puerta y me arrastró adentro y yo arrastrado: esculcó con sus ojos mis pertenencias, las miró, le brillaban como miel de la selva que se unta, fierecilla selvática: mientras jugaba con los zapatos, puso un disco y luego se estiró sobre el tapete, boca arriba, esparramado sus cabellos sobre le piso: cuqui semejaba, muñequita; me senté sobre la cama y envolví mis manos con mis propios dedos, derretido de vapor como cuando.

Salimos del liceo y alguien propuso y todos aceptaron y yo dije que bueno era la edad en que tus ojos miran el mundo como recien nacido fresco manantial de agua transparente de transparencias frescas como teta de vaca echando leche espuma y sabor de pasto y de madrugada salimos del liceo y les reiteré que bueno que también que sí que que carajos verano inmenso muchos sudores en las axilas inmensas es decir muy grande muy hervido gran sancocho un bus nos dejó horas después en el pueblo un mar brillaba por cualquiera de los siete lados en que por obra de la geografía se dividen los mares del planeta éramos cuatro misma edad mismos centros la muchacha tendría unos veintiseis años pero parecía de cuarenta lo propusieron por sorteo y me tocó de último benjamín en el jardín y no lo olvidéis los últimos serán los primeros en los gobiernos de las fabricas cuando llegó la hora yo dije que otro día todos rieron desempaca desempaca desempaca decían le faltan los cojones y gritaron hasta será marica ovejita de granito atrás consentido de las tias? vamos a enseñarle cómo son los hombres y pegaron duros-violentos-tiesos fuertemente encima patadas puños coscorrones y yo que otro día y ellos que ya me rompieron las ropas me escupieron la cara me orinaron mis amigos? mis camaradas? mis hermanos? y ordenaron desempaca y ella muerta de la pena pero aplaudía hasta que instalaron sobre la creciente repugnancia la ley del más la orden del mandón nos encerraron en el cuarto y ella se puso contra mí como una garrapata hasta que la madrugada nos cogió contando espigas allá en la pieza con ese techo en reverso doblando de patrás donde afuerita roncaba lento el mar sobre el lado de su orilla y amarilla los cocos? rodarían contra ella? y en el horizonte el viento iniciando recorridos sub-marinos y envientado pasó cerca para llevarse la estaca atragantada en el gemido del asombro que como un manto había tapado para siempre mis Ganas.

Las golondrinas de Marte contaron con sus alas ocho años durante los cuales me convertí, gracias a los Números y al Cine, en un gran técnico de sonido. Hasta que llegaste tú con tus monedas de cincuenta y tus canciones de amor sin recompensa. Puso un disco y luego se estiró sobre el tapete, boca arriba esparramado sus cabellos sobre le piso: cuqui semejaba, muñequita; me senté sobre la cama y me emvolví mis manos con mis propios dedos, derretido el vapor como cuando. Te sientas entonces junto a mí y me dices qué te sucede mientras acaricias como una madre el borde posterior de mis cabellos negros. Venías de tu soledad y caíste en el sin-fondo de la mía: alargaste tu deseo hacia el mío propio pero no hallaste sino el seco gorgoriteo de alguien que se está yendo. Solamente a los trece días, algunos meses después de cumplir sus veintisiete años, supo, por primera vez, lo que tantas ocaciones había visto en las películas, lo que siempre soñaba, lo que todo Papá que se respete considera sucio: hizo el amor. Aprendiste a quererme Tal Cual Heme Aquí contigo. Solo que la Kostumbre del cine estaba ya fijada como un puente de seguridad por si algo nos fallaba. Y me enseñaste a Querer, sin Asco. Como en el cine donde los amantes aman al compás del ritmo propio de sus cuerpos, al compás de alguna orquesta que acompaña las modulaciones de sus cabalgaduras. Del calor de sus arterias aprendió que el trigo se pone amarilloso en su tiempo y que las brisas despeinan los trigales amarillos para voltearlos contra los ojos que los inspeccionen. Un-año-doce-meses-tantos-días. Habíamos emergido de dos orígenes descompaginados, uniéndonos en la esquina de la circunstancia. ¿fue temprano? ¿tarde? ¿en la vida? cada interrogante tiene el temblor de lo incierto, como si de un tajo tú abrieras otro mirar enrededor. Temblor que se iba perfilando hasta cuando estalló en breves tonalidades, botando a los aires chispas y quemando: estaba equivocada, contigo ha sido maravilloso pero tengo que seguir. Saliste un día de su apartamento, probablemente una mañana, bajaste sus eslaleras y lo dejaste así nomás. Aquello fue el retorno: la ausencia de tu cuerpo en sus cobijas fue como quitarle la teta a los mamadores. ¿Qué hacer, entonces, cuando de tí no quedaron sino los olores de sus zapatos arrugados, los provenientes de tus rodillas coloradas y uno que otro de las otras partes que huelen? Todo lo pasó por la mitad, lo traspasó, traspapeló sus órganos, desencuaderno su encuadre, cortó sus kilovatios, consiguió el desplazamiento de su eje, e hizo reventar de abajo para arriba la gran columna de su marcha: el cine. Te salvaré, compañerito le dijo el cine. Bueno, le respondí, está bien. Ven conmigo, mi cosito; pero la gente sí sabía sí se daba cuenta de que las mentiras enmascaradas de palomas grises se me pusieron blancas las mejillas me dolían como un dolor de muelas buenas me decía mi dentista que vivía a la vuelta de mi casa se convirtió en apartamento fúnebre estampas descoloridas se pusieron tus imágenes caídas van por entre los músculos trastocados sus orígenes rozaban los senderos de la vista enrojecida se ponía los telones que bajaban y subían eran el descanso sólo con el cine allá enfrente con sus curvas tècnicas planos diferentes lentes que se recambian y se renuevan los trigos pelos de los canarios en cada aniversario me recuerdo corazón de caucho sombra de lo que pudo haber sido y no fue espigas blancas el blanco de los párpados rosados incendio de tomates tranquilo mierma me dijieron los demás es paja parecía de cuerenta no te asustes que es peor la guerra a el veneno por ejemplo tres veces al día tres películas no es mucho si consideramos que estás con las mañanas libres y parte de la noche es increibles las butacas que te aguantan comparación con tus almuadas konfrontación indefinida indigerida machaquera y retrechera sin miedo al ombligo para eso jovencito con diez y nueve años hasta ahora rómpete los huevos que para eso se fabrican toda historia todo cuento pónme un disco sé buenito con tu chica chicuelilla te invito a un vino apuesto apolo gorilita de otro mundo campeón de los amores y de los múculos pluscuanperfecto macho porqué carajo te fuiste díme Patricia por qué lo abandonaste ven conmigo, mi cosito; Arriesgarse? agriparse mejor. Clarinetes bananeros: el agua tibia, revolviéndome la piel: muevo un ojo solamente, levanto solamente una oreja: ruidos extraños en el cuarto principal, en la cocina, junto a la escalera, más allá del ascensor, dentro de la biblioteca, en el libro aquel, allá en la porcelana esa, los rincones hablan de sus rinconeras. Y después un solo silencio dentro de mi cabeza, húmeda y helada. Pellizcar la otra oreja, decirse sigo vivo, viviente continuado. Mirar las llaves y el baño evaporado. Mirarlo mirar así apenas divisar su cuerpo en el mío el suyo entre la bañera del otro prestada tan atento. el amigo que viajaba. Blanco es gallina lo pone pasé entonces la tarde ojeando los libros en las vitrinas de las librerias sin poder comprarlos acordándome de tí Patricia de cuando me palpabas la punta del mentón con tu lengua las siluetas de mis dedos con los tuyos garras de lorita película de tantos rollos dime por qué atortolante idea me tiraste a la calle y el agua se me sube lentamente atrapándose en mi tos semejado círculos agrandándose a minutos sobre mis ignorancias y que el gallo sea fino piden roncamente compradores porque la fiesta será como ninguna la fiesta que es la gritería y es el desmonte de los cuerpos y sus huesos y mis huesos fríos mis huesos tristes mis huesos tiesos duros ya que sin flujo ni reflujo extremando extremando extenuados de sí y los helajes de las hueverías aumentando los mejores huevos del mundo son los colorados porque tienen gallo y calidad como los musgos suaves tranquilo compañero que de ahí no pasa siempre va pidiendo monedas de cincuenta para ponerse tangos y rancheras y a pedrito infante la tos me conahoga-y-muerde la tos se lo comió y los pulmones se le inflaron no se dio cuenta cuando el agua se le escurría por el piso, salía del cuarto, abandonaba el apartamento mojando las piezas antes, humedecía el tapete de la entrada y cogía rumbo a la puerta principal hacia la calle dando pequeños tumbos por las escaleras. Sucede desde hace tanto el cuerpo se zambulló cambiando de color del rosado de la piel al blanco encerados huevitos agallados agachados le salieron por la oreja y el poema por atrás de lo acostumbrado y el alambre se fue inyectado por la boca como un desfile de lombrices hacia dentro que el último pensamiento que se tuvo y se estiló el inrespirado donde su memoria fue para tí Patricia la muchachita de cincuenta céntimos el rato a punta de limonada y cocacola díme carajita por qué lo sumergiste.