SOBRE LAS NOVELAS DE GERMÁN URIBE LONDOÑO

 

Por: Carlos Orlando Pardo

 

Nació en Armenia en 1943, pero desde muy niño se vinculó al departamento del Tolima en donde hizo sus estudios de bachillerato y alentó numerosas empresas periodísticas.

Son tres las novelas publicadas hasta julio del año 2000 por Germán Uribe, anunciándose desde hace algún tiempo Frida Santos, con la que completa la trilogía iniciada con El semental y Bruna de otoño, historias de una saga familiar que dan su visión de un mundo en ocasiones esperpéntico, con juego permanente de la parodia, la ironía y la hipérbole, con una imaginación que a veces se emparenta con el realismo mágico y un desarrollo con vecindad al existencialismo, pero a través de un lenguaje eficaz y un trabajo de técnica narrativa cuidadoso.

El ajusticiamiento (1986) es una novela breve de 57 páginas, dividida en tres partes y cuya temática gira alrededor de los movimientos armados urbanos, pero particularmente aquellos que se dieron hacia los años sesenta, cuyas características han cambiado frente a lo que sucede con los grupos guerrilleros que realizan su presencia hacia comienzos del siglo XXI.

Aquí está panoramizado un tema social que muestra el desplazamiento de la ciudad al campo de estudiantes que creen sólo en la lucha armada como camino de encontrar la realización de sus sueños libertarios. Sus personajes se debaten entre la angustia de la lucha y las contradicciones que éstas determinan dentro del seno de la organización. Frente a un nuevo tipo de violencia que ha llenado buena cantidad de literatura latinoamericana, se encuentra este primer trabajo novelístico de Germán Uribe, que va hasta los antagonismos políticos y personales de quienes defienden un ideal o sostienen un error.

Habrá siempre un hombre dispuesto a morir por una meta o por sus compañeros de viaje. Esta historia fabula y recrea muchos de los aconteceres que agobian actualmente al país y presenta una visión del mundo existencialista a veces dura y directa, otros, que concluyen con una metáfora que sólo el lector puede determinar dentro de su contexto político e ideológico. El ajusticiamiento revela el comienzo de un oficio novelístico que más adelante se dará con mayor acierto.

El semental, su segunda novela de ciento setenta y una páginas y que divide en doce capítulos, fue editada por vez primera por la editorial Oveja Negra en 1988, con una segunda edición en 1989. Es la historia de una saga familiar que vive la simulación como una ética. Es decir, se trata de una familia ambiciosa y arribista puesto que para parecer cambian hasta de apellido con miras a obtener un mejor nivel social.

Ana del Corral, en una nota aparecida en el diario El Tiempo en septiembre diez y siete de 1988, señala que El semental hereda de su padre, Pedro María de la Cosa Zapata, su deseo de verse perpetuado en una numerosa estirpe de hijos naturales y legítimos. Sus relaciones más cercanas las tiene con prostitutas y procrea hijos que no tienen ningún aspecto loable. Encartado con una serie de apellidos sospechosamente sugestivos para una familia numerosa, como Cava Torrentes y de la Cosa, decide que el camino más expedito hacia el honor es tener por apellido uno inventado: Kuppel.

La historia de la familia empieza en Facatativá, se traslada temporalmente a Pereira y luego a Cali, donde finalmente los Kuppel ejercen su ambición e idiosincracia sin escrúpulos. Los traslados corresponden a la lucha de su progenitor por ingresar a los más altos círculos de la sociedad, en este caso la caleña.

Contada desde un tercer punto de vista bastante distante, ésta es más bien la historia de una ausencia de valores. Los personajes tienen el distintivo de sus excentricidades, pero carecen de la fuerza polifacética sin conflicto interno que los haría más reales. La novela agarra, pero deja un vacío. Personajes que se llaman Zoilo Parrado, Frida Santos, Patricia Vivaldi, Pluvio Abondano, Trinidad Cava Torrentes, Anunciata Lancheros, ¿somos nosotros?

Redondea su nota Ana del Corral puntualizando que si bien es cierto el libro está bien escrito, es esencialmente una especie de cuadro de costumbres que cuestiona valores a través de la hipérbole, no sin antes haber señalado que la historia nos es entregada en un estilo garciamarquiano en el sentido de que las frases vienen cargadas de detalles que les da color a los personajes y su entorno y que la presentación cronológica de los hechos o los saltos en el tiempo, enriquecen una estructura bien lograda.

Alexis Márquez, por su parte, advierte que El semental está situada en la línea de lo real maravilloso y que no obstante su brevedad, nos da una rica panorámica de la vida social imperante en muchos pueblos de Colombia durante las últimas cuatro o cinco décadas, ya que la base anecdótica de la trama es de por sí atractiva, puesto que narra la existencia de una familia típicamente provinciana a partir del momento en que el padre decide cambiarse el apellido y emigrar a otro pueblo distinto del de su origen, convencido de que su mala estrella, hasta entonces, ha estado muy relacionada con el hecho de carecer de pasado, simbolizado éste por un apellido de abolengo, que le sirviese de llave con qué abrir puertas vitales para su éxito, acuciado como estaba para dejar a sus cuatro hijos -Anténor, Adriana, Francisco (más conocido como Pacho) y Samuel, no sólo una tradición de familia, no importa que fuese inventada, y tal vez por ello más meritoria, sino también una fortuna sólida y variada.

Quien se había venido llamando hasta entonces Pedro María de la Cosa Zapata, de origen desconocido hasta por él mismo, casado con Trinidad Cava Torrentes. Ella, a su vez, descendiente también casi anónima, de un mulato buhonero y contrabandista de Santa Marta, pasa a apellidarse Kuppel, justo al instalarse definitivamente en Cali.

Al amparo de las tracalerías y gestiones inescrupulosas del padre, aquella familia deviene en poderosa, en lo económico primero, y luego en todo, sin que escape la política, aunque ésta se percibe en la novela como telón de fondo. Lo que caracteriza a los hijos del nuevo Kuppel es la erotomanía. El tercero en edad, Pacho, es el primero en tales menesteres, hasta el punto de haber merecido los apodos de Pacho-Padre y el doctor Semental, en una curiosa mezcla de burla, desprecio y temor. Como sus hermanos, mantiene numerosas concubinas y va regando hijos ilegítimos a diestra y siniestra. En compensación, sólo tiene una hija legítima, de vida asombrosamente impúdica, cuyas aventuras dan origen a otra novela de la trilogía, Bruna de otoño. A su lado crece, además, una legión de primas y primos enfrascados en una activa competencia en villanía e inescrupulosidad.

Al márgen de la rica materia anecdótica, El semental se inscribe aún dentro del esquema de la novela de lenguaje que tuvo mucho auge en la década de los setenta. Uribe maneja la ironía, el sarcasmo y la sátira con gran destreza y toda la novela, cuyo trasfondo trágico y en cierto modo miserable, es indisimulable, resulta no obstante humorística, entremezclando lo festivo con el humor negro, todo dentro de un clima de denuncia social, de señalamiento de lacras que en su contexto asoman con un valor eminentemente simbólico, poniendo al desnudo, a través de la ficción, como el viejo pero válido modelo balzaciano, la dramática realidad de un pueblo que hoy se debate en una profunda y peligrosa crisis moral que, por desfortuna pero inevitablemente, ha sembrado metástasis en todo el organismo de un país que en el pasado lució como uno de los más prestigiosos y maduros de todo el continente.

José Luis Díaz Granados subraya cómo la violencia de los años cincuenta, sobre todo la que asoló pueblos y veredas del Valle del Cauca, el Tolima y el Quindío, sirve de telón de fondo a esta maravillosa narración de Germán Uribe y cómo a través de un lenguaje directo, crudo y lleno de áspera poesía, testimonia el demonio interior de aquellos años borrascosos. Finalmente, señala que a lo largo de los doce capítulos nos vamos familiarizando como en una película que no nos suelta de la mano con Frida Santos, la mujer del semental, la tía Genoveva, una especie de Mamá Grande, al igual que los personajes menores del libro como Pluvio Abondano, Zafiro Escamilla, Pedro María de la Cosa, Bruna Kuppel y otros que serán después los protagonistas de Frida Santos y Bruna de Otoño, los eslabones de la saga uribiana.

Bruna de otoño, como bien la define Sonia Truque, escrita en primera persona del singular, tiene a Bruna Kuppel como protagonista quien regresa a Europa cada otoño. Esta huída anual le brinda a la joven de clase prominente la posibilidad de realización de su yo, adoptando posturas altruístas con los que se encuentra. Pero detrás de ese altruísmo se esconde un grave desasosiego que no la abandona. Un pasado familiar traumático -el divorcio de sus padres, el oscuro origen de la fortuna familiar-, sumado a cierta amargura provocada por una práctica afectiva irresponsable, hacen que Bruna, pese a tener a su favor posición social, dinero, viajes, viva inmersa en un pasado del todo incomprensible.

Entonces aparece la simulación, sigue Sonia Truque. En el otoño al que hace referencia la novela, Bruna llega a París para encontrarse con Franz, el amante del otoño anterior, al que promete obsequiarle un auto -actitud ostentosa con la que cree afirmar su poder-. Estando en París, Franz le presenta a su mejor amigo, Marcel, con el que Bruna no duda en iniciar una rápida seducción y deciden hacer juntos un viaje a Londres, a casa de unos amigos de la familia de Bruna. La tensión se centra en Londres. Nuevos amigos y nuevas experiencias que la desenfadada Bruna Kuppel asume como todos los riesgos que han sido su vida: orgías, regalos costosos -casi siempre producto de robos a grandes almacenes-, simulada ostentación que culmina en ira al descubrir que una preciosa joya, regalo de su padre, le ha sido sustraida, todo esto en el marco de su más reciente enamoramiento con Marcel y que parece ser de los más importantes de su vida.

Con una anécdota aparentemente trivial, el argumento va cobrando intensidad al servir de reflexión sobre estados sicológicos introspectados por la protagonista que sin ambages cuenta su vida. El recurso de la primera persona del singular yuxtapuesto a una larga carta al padre, hace al texto audaz en su estructura: la linealidad queda superada. Es más, en la carta al padre es donde nos enteramos de los motivos del desasosiego. Como se ha señalado antes, el peso del pasado no resuelto hacen de la personalidad de Bruna Kuppel algo ambivalente, heterogéneo y voluble. Por un lado, está su afán de explicación de su origen y por otro el intento de ajuste de cuentas con todos los hechos que se le aparecen como bochornosos. La carta al padre, escrita en el más desenfadado lenguaje y minucia de hechos, obra en Bruna Kuppel como catalizador de su vergüenza. La escribe como catarsis -recuérdese la carta al padre de Kafka-, como una forma de cura. La carta no la envía, la joya extraviada aparece: estos son los elementos de simulación. Para Bruna Kuppel se hace necesario ausentarse de su ciudad natal, de su entorno familiar para esgrimir como argumento a su favor su origen de clase y su alienación. La puesta en claro de estos elementos -en la ausencia, en el viaje-, justifican la fuga como autoanálisis, como cura. El enamoramiento con Marcel es otra forma de simulación: está claro que él no representa sus aspiraciones, pero el encuentro es vivido con intensidad, tanto que la desgarradura final, el desenlace, se precipita cuando aparece la joya y Marcel descubre, con temor, que todo ha sido simulado. Para Bruna el encuentro es un paréntesis para emprender otra etapa de su vida: es el encuentro consigo misma y la reconcilación con su pasado. Para terminar diremos que es una novela del viaje como tabla de salvación.

El mismo autor definía en un reportaje que Bruna de otoño, segundo peldaño en la escalera que ya se esboza al final de El semental, es la historia de una muchacha de vida asombrosamente impúdica, apegada al dinero y a la deslealtad, intentando ocultar sus temores y sus secretas debilidades, en una desenfrenada búsqueda de su verdadera libertad, pero la ve como una obra existencialista y erótica en los términos de Sartre, es decir, el ser vuelto sobre sí mismo e insiste que el verdadero protagonista de la obra es el existencialismo.