SIEMPRE ELVIERNES

 

Sueñas con estar alguna vez en tu vida en cualquier lugar del mundo que muestra la televisión a diario en tu programa favorito. Te gustaría vestir un traje elegante como el que usa la presentadora del canal X para cenar con hombres que sólo tú y tus amigas han visto en revistas sin fecha y descuadernadas en cualquier consultorio odontológico del centro de la ciudad. Pero cambias de opinión tan rápido como de canal. Ahora prefieres el que sacó tu modelo el jueves pasado en el programa de la noche. Y después el que Sandra estrenó en la fiesta del sábado anterior donde no tuvo éxito ni tu baile ni tu forma de mirar a los muchachos. Ahora todos te hacen a un lado. Por eso ya ni sales de casa, de tu cuarto, pasas el tiempo oprimiendo este canal o el otro y finalmente no ves nada, a nadie. Tampoco te explicas por qué todos cambian de acera cuando te ven ahora ocasionalmente por la calle, sobre todo cuando sales al supermercado los jueves o el viernes sin falta como desde hace ya dos meses cuando descubriste que ir al cine sola era mejor sin nadie que hiciera comentarios inútiles en medio de la película o estuviera atragantándose con palomitas de maíz cuando sale el aviso diciendo que “los esperamos gustosos en nuestra dulcería”. Luego saldrás con tu habitual nudo en la garganta queriendo tomar otros rumbos. Pareciera que con un ímpetu nuevo, inútil. Finalmente regresarás por el mismo camino pensando sólo en la película, en por qué tenían que haber dejado morir al protagonista. Eso era injusto, él merecía otro destino como tú, tal vez, que ahora pasas como si nada frente a la fuente de soda que hay en la otra esquina del teatro desde donde yo te veo pasar así, como el primer viernes en que advertí tu presencia entre la gente, distinta, dueña de tí misma, sola. Recuerdo que como hoy, salía hasta la mitad de la acera para verte avanzar lenta entre la multitud. Luego volví como ayer hasta la barra, apuré mi cerveza y elaboré diálogos contigo acerca de los dos y la película.

En los días siguientes traté infructuosamente de buscarte por la ciudad. Recorría una y otra vez todos los teatros deseando encontrar tu rostro en la fila de la taquilla, aunque sé que sólo vendrás el viernes, siempre el viernes y al mismo teatro.

En casa, al regreso, todo se repetirá con agobiante exactitud mientras preparas algo ligero para la cena. La película rodará nuevamente por tu cabeza, a veces nítida, otras confusa y sin sentido como en éstos últimos días. Cenarás en tu cuarto, sola, levantarás de vez en cuando tu cabeza y dirigirás la mirada a través de la ventana. No verás que quiero ser parte de la película de tu vida y que quisiera siempre que vieras una en mí pero a tu lado. Por ahora sigo deseando encontrar tu rostro en la fila de la taquilla, aunque sé que sólo vendrás el viernes, siempre el viernes y al mismo teatro.