LUIS ANTONIO SUÁREZ

En la década de los años cincuenta, en la ciudad de Ibagué, un joven delgado y tímido se convirtió en el personaje anónimo que estimulaba el dolor producido por los desengaños amorosos de cientos de hombres y mujeres a través de unas canciones que exacerbaban las penas. Quienes las escuchaban tratando de encontrar en ellas el antídoto para alcanzar el olvido y conciliarse con sus emociones, terminaban naufragando en mares etílicos sin posibilidades de redención.

Luis Antonio Suárez era el autor de esos pasillos y valses con sabor ecuatoriano que se escuchaban no sólo en la sordidez de bares citadinos sino en las fondas veredales o en las fincas donde una enorme pila alimentaba un radio que no terminaba de repetir melodías como Soledad, Vendaval, Divina ilusión.

Luis nació en Icononzo el 26 de febrero de 1927 y desde niño sintió que estaba llamado para improvisar música, pues pasaba grandes jornadas inventando temas. Una vez alguien lo escuchó en una fonda y le pidió que repitiera esa canción y le diera información sobre el autor. El se quedó callado y jamás le dijo que era un ejercicio suyo de los tantos que realizaba para sentirse acompañado.

Estudió la primaria en Villarrica y emigró hacia Ibagué donde adelantó estudios de contabilidad en una academia. Fue empleado de Rentas del Tolima y salió de allí el mismo día que declararon insubsistente a Emeterio, el del dueto de Los Tolimenses y a una centena de empleados por razones estrictamente políticas.

Luis no lee ni escribe música y a pesar de ello son varias las composiciones que obtuvieron el favor del público en décadas anteriores. Su empirismo lo lleva a componer primero la letra, luego a tararear la canción y finalmente buscar quién ejecute la idea.

Inició un recorrido por distintas casas disqueras para que le grabaran sus temas. Envió grabaciones a Medellín y Bogotá. Fue personalmente a Girardot donde don Celestino Fuentes, quien tenía una empresa fonográfica, se negó a recibirlo. Herido en su amor propio comprendió que para alcanzar alguna notoriedad en el mundo de la canción debía hacerlo con sus propios recursos económicos.

Reunió un pequeño capital y contrató un dueto callejero, lo hizo ensayar una semana y se los llevó en tren para Girardot. Una vez instalados y mientras por la ventanilla se deslizaba lentamente el paisaje de la meseta de Ibagué, le dio por tararear una de las tantas melodías que hacían parte de sus improvisaciones. Los músicos al escucharlo le sugirieron que las grabara y así lo hicieron, luego de ensayar en las calles de Girardot. De esta manera nació Aves locas, el que después de un año de haber sido distribuidas unas quinientas copias en varios departamentos, comenzó a sonar con fuerza y llegó a vender un promedio de seiscientos discos semanales, fuera de recibir el reconocimiento de don Celestino Fuentes quien ahora sí lo recibía con entusiasmo y lo invitaba a almorzar.

En Luis Antonio Suárez, además de la música, cohabitaba tímidamente un espíritu empresarial. Por eso, cuando tuvo suficientes ahorros, decidió adquirir una prensa de discos que importó de los Estados Unidos por dieciocho mil pesos y se convirtió así en el propietario del sello discográfico Lusar, el primero que se montó en Ibagué.

La empresa un poco artesanal, ubicada en la calle 25 con carrera 5, tenía cinco empleados y llegó a prensar mil discos diarios. El mecanismo era sencillo. Grababan una cinta que enviaban a los Estados Unidos, allí la pasaban a un acetato, luego recubrían un disco de níquel y lo prensaban durante veinticuatro horas. Después desprendían el acetato y quedaba la matriz que le retornaban. Con esa matriz la prensaban junto con la pasta y la sometían al calor para en 45 segundos obtener el disco.

En el sello Lusar grabaron entre otros artistas Tito Cortés, El Caballero Gaucho, Olimpo Cárdenas y Bovea y sus Vallenatos. Su dueño aprovechaba para hacer que incluyeran sus propias canciones. Una vez armó un trío improvisado con Tito Ávila, Bovea y Fonani y grabó Soledad, un bolero que desplazó de los primeros lugares de sintonía a artistas consagrados como Los Embajadores, Pedro Infante y otros, según lo testimoniaron las encuestas realizadas por los diarios El Tiempo y El Espectador.

Soledad, un sencillo de setenta y ocho revoluciones cuyo valor comercial era un peso con sesenta centavos, se conoció en todo el país y Luis afirma que llegó a vender quinientas ochenta mil copias, un éxito sin precedentes por aquella época. Fue tan impresionante la acogida que, como en Venezuela se escuchaba esa canción cuando fue a cobrar el valor de cinco mil discos que había enviado, se encontró con la sorpresa de que el famoso Trío La Rosa estaba ensayando para grabarlo en el sello Discomoda. El se opuso porque no le cancelaban derechos de autor y hoy se arrepiente por no haberlo permitido.

Un bolero que igualmente fue bien recibido se llama Vendaval en versión de Tito Cortés. Se vendieron muchos ejemplares sobre todo en el Valle del Cauca y el Viejo Caldas, composición que trató de ser usurpada por el intérprete, pero Luis demostró que la tenía registrada y aunque no recibía regalías por ella, le queda la íntima satisfacción que hace parte de sus grandes logros musicales.

El compositor e intérprete Arnulfo Moreno recuerda que, en su niñez, las primeras canciones aprendidas fueron las de Luis A. Suárez que se escuchaban en emisoras como La Voz de la Víctor o Radio Santafé y llegaban hasta la vereda, gracias a un enorme radio Philips que tenía en la finca.

En el año 1962 el infortunio tocó a las puertas de su fábrica de discos y ésta se quemó completamente. Allí también se incineraron los proyectos e ilusiones de su vida. Se perdieron más de mil quinientas matrices de diversos artistas incluyendo todas sus composiciones. Dolorido ante esta pérdida, decidió retirarse de las actividades musicales aunque esporádicamente siguió componiendo, pero los ímpetus juveniles habían desaparecido y no quiso comenzar de nuevo.

Con el tiempo ha venido recibiendo algunas regalías pero no precisamente de aquellas canciones que se quedaron en la memoria de mucha gente y que fueron tarareadas como un credo de sus vidas. El reconocimiento económico le llegó por composiciones como el vals Divina ilusión, el corrido Mequetrefe, Vidita mía y otras. Todavía guarda en los archivos el disco de Olimpo Cárdenas con doce de sus canciones y del cual sólo alcanzó a sacar dos mil copias que se esfumaron. Aspira a sacar una nueva reimpresión de este disco, pues considera que la voz y el sentimiento del artista ecuatoriano siguen gustando en todo el país.

Luis Suárez reconoce que su música es muy triste y pertenece a ese género que ha sido llamado del despecho, pero que para él tiene un profundo significado, extraído de la filosofía popular, cantera de donde siempre ha bebido. Aunque en cada letra se refleje el abandono y la desilusión, considera que no ha sido un hombre infeliz, antes, por el contrario, se considera alegre y realizado. La música popular le ha dado lo suficiente para vivir modestamente y aún para gozar la vida en tiempos de bohemia. Sus composiciones le dieron una fama que él no quiso disfrutar plenamente, pero su fábrica de discos le abrió varias perspectivas económicas.

En abril de 1989 publicó su libro Poemas de mi vida, donde incluyó las letras de sus principales canciones, pero también otros textos que muestran en forma sencilla y sin aspavientos una concepción y una filosofía elemental que a veces logra cierto vuelo lírico. Su temática se inscribe siempre en las mismas obsesiones del amor frustrado, los desengaños, lo efímero de la vida y el dolor constante de la partida. Sus versos parecen estar siempre cuestionando el por qué de la existencia sin darse más que respuestas inmediatas.

Luis cree que si hubiera podido vencer la timidez que lo acompañó en el pasado hubiera alcanzado mayores reconocimientos, pero siempre sentía una oleada de calor en su cara cuando lo presentaban como compositor y prefería un título distinto pues un rubor inexplicable lo llevaba a actuar así.

En marzo del 2000, Luis Antonio Suárez sorprendió al mundo musical colombiano al lanzar su trabajo discográfico Olimpo Cárdenas canta a Luis A Suárez, que reune 13 composiciones suyas.

Seis años después de la muerte del intérprete ecuatoriano, temas como Toma tus cartas, Aquella noche y Esclavo de amor, grabadas en 1973, ven la luz pública bajo el sello Lusar, que siempre publicó el trabajo de Luis A. Suárez, un hombre que entrega su alma, hecha melodía, desde hace 45 años.



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