SOBRE LAS NOVELAS DE ROSALBA SUÁREZ

 

Por: Carlos Orlando Pardo

 

La autora nace en el Guamo en 1952 y publica Oscilando entre el grito y el silencio en 1990, novela donde relata una atípica historia a lo largo de doscientas sesenta y ocho páginas y veinte capítulos que ofrecen el manejo de un mundo esperpéntico, grotesco en ocasiones, insólito en otras, encarnado por unos personajes donde el egoísmo, la insolidaridad, el amor al dinero y al placer, son los evangelios particulares de esa familia y unos protagonistas cercanos a ella, todos como arrancados de una novela de Kafka, de unos capítulos de Pier Paolo Passolini, de algunas escenas de Bergman y lo absurdo en las películas de Fellini en su segunda etapa.

Mábel es la joven, hermosa y extraña protagonista principal a través de cuya existencia se va develando la historia donde la angustia crece al ver que el día de la fiesta de su cumpleaños la descubren debajo de la escalera completamente sin piel. Al averiguarle quién pudo haber hecho algo así, las suposiciones señalan a Genaro quien estuvo la noche anterior acompañándola, de quien se sospecha que es su amante, a lo mejor celoso, pero sin que nadie sepa aún que es homosexual.

Mábel es una profesora universitaria que se quita toda la piel dejándola sobre una mesa antigua. Luego procede a colocarse un vestido rosado que la ciñe viscosamente sin causarle dolor. Por el contrario, llega al extremo del placer como si esa actitud fuera en el fondo su identificación. Ante el espectáculo de la que es una Gregorio Samsa femenina, los asistentes a la fiesta dirigen su mirada de espanto y sin embargo se quedan, pero Genaro, el homosexual, sí huye de la fiesta.

Paola, la mejor amiga de Mábel, Tina y Rafael, compañeros de trabajo pero poco relevantes en toda la acción, se circunscriben a señalarla por una supuesta prostitución, a cuestionarla como mujer sin tener ninguna consideración de género, pero las causas provienen de los celos de Paola por Mábel ya que no ha logrado, como ella, acostarse con Andrés, antiguo novio de Paola ni con Alberto, su actual compañero. Ella seduce naturalmente, tiene el encanto de atraer como un abismo y en su casa grande, con jardinero incluido, los secretos abundan.

Gentil, primo de Mábel, comparte como todos los personajes la misma casa. Es un neurótico frustrado que sostiene una relación extraña y sexual con tres turpiales, lanza improperios contra Mábel por incumplirle la promesa de su sexo que anhela inocultablemente. La escupe varias veces mientras aparecen insectos en la casa, en tanto la protagonista ofrece el espectáculo de su agonía.

La autora nos lleva por un camino grotesco a veces, otras absurdo, al ofrecernos imágenes de un mundo con personajes estrambóticos. Ahí están la abuela Tanira, impulsiva y de avanzada edad que toma válium y vodka en forma diaria, que le ha ofrecido a su nieta, desde niña, el ejemplo de compartir con diversos hombres las horas y los secretos. Aparece Gentil, el primo desempleado, neurótico y que juega entre el deseo por poseer a Mábel y el odio por no lograrlo. Surge Catalina, madre de Gentil y tía de Mabel poseída por la envidia y la rabia contra la protagonista por su hermosura, a quien acusa de prostituta y de haber dormido con su padre, Damián, el jardinero; Gustavo Augusto el galeno que la atiende; Alberto y Andrés, compañeros de universidad, a su vez novios de su mejor amiga, Paola. En fin, se ofrece la impiedad de los personajes frente a la situación de Mábel porque además de acusarla de libertinaje, ninguno _durante los dos días y casi una noche que ella permanece así-, llama a un médico, sino hasta el final, dejándola morir sin contemplaciones.

Las mujeres, incluyendo a su madre Edelmira, prostituta refinada que la abandona adolescente donde la abuela, son nada, absolutamente nada solidarias en su interrelación. Inclusive su única sombra, Joseph Heiner de los Ríos, el padre de Mábel, un arquitecto prestigioso que muere prematuramente, víctima también de su esposa. Ésta aparece dibujada débilmente como si estuviera por todos lados condenada al fracaso.

La madre vive en Estados Unidos y regresa ante la llamada de Gentil quien le ha referido por teléfono lo mal que se encuentra Mábel, y llega a visitarla acompañada de Robert, su nuevo compañero pero también su guardaespalda, a la vez contacto para transportar droga a Estados Unidos.

Mábel considera que una de las dos causas de su tragedia es la de compartir secretos con su abuela frente a su gusto sexual por los hombres y el de haberse entregado en tantos lechos. Gentil, por su parte, preso de su deseo de venganza, invita a los reporteros quienes ante lo insólito de la noticia la sacan en la primera página de los diarios. Frente a las gráficas de los periódicos no sólo muere de infarto Adela, la empleada del servicio, sino que logra despertar en Gentil sentimientos antes ocultos, reconociendo, ya tarde, las virtudes de Mábel.

Ella, finalmente, no tiene ya el encanto del placer ante su falta de piel sino que empieza a sentir diversos y múltiples dolores que acrecientan la angustia de su vida, con un sentimiento profundo de derrota que la lleva a concluir que es un animal. Andrés, su alumno, que muere en apariencia en un accidente automovilístico pero que es en realidad un suicidio por la tragedia de su amante, dan la medida de la huída para no compartir la escena de quien se confiesa cargando demasiados amoríos.

El tono de la obra decae cuando llega de Estados Unidos Edelmira, su madre, y el temor la asalta porque es posible que Robert, su esposo actual, pueda enamorarse de su hija, ya que hasta entonces sólo sabe que hubo un intento de suicidio. El médico ha iniciado las curaciones a la espera de un especialista que va a llegar pero nunca aparece, mientras inician diálogos sobre amores entre ellos por los días de la adolescencia.

Los capítulos finales definen la vida de cada uno de los personajes mientras se narra el entierro de Mábel y las naturales evocaciones con los atributos que tenía por dentro y por fuera de acuerdo a como pasan las páginas de los álbumes de fotografías. Todo retornan a la normalidad. Catalina se retira con su esposo Fernando a quererse, su madre, Edelmira, regresa con el paquete de droga a los Estados Unidos y el silencio grita tras las escenas descritas.

Debe señalarse la preocupación por el lenguaje literario que en efecto recorre la novela, con el agravante de estacionarse en la retórica, la frase hecha, pero con una estructura que refleja cómo elaboró cuidadosamente el texto. Buena parte de los diálogos que abundan en la obra suenan falsos para sus personajes y tienden más a la búsqueda de la perfección de un ritmo, de una música, pero caen en la cursilería y en el tono de la grandilocuencia de las antiguas radionovelas, sin que se escape el logro de atrapar por ocasiones la lírica que logra equilibrar, en parte, algunas fallas.

Con un narrador omnisciente, la novela no tiene ruptura con el tiempo porque se manejan los hechos linealmente con naturales flach back y se gasta en un espacio urbano no tanto porque las calles, los semáforos o los automóviles crucen de pronto, sino por el clima de la interioridad de los protagonistas. Encerrados ahora en una casa grande desde la que se evocan o el Madrid de su padre muerto o los Estados Unidos donde habita su madre, el viaje es esencialmente introspectivo.

Salvo la abuela cómplice y Gentil, los demás personajes son añadidos puesto que no alcanzan a encarnar una dimensión como si fueran las rosas siempre marchitas que aparecen en la alcoba de Mábel o las mariposas en su trance de oruga a tener alas.

La pérdida de su piel es esencialmente una metáfora ya que se la quita como una manera de cambiar su vida, de rechazar su pasado, de ser ella sin los lastres que la cubrieron hasta entonces.

El vómito, las moscas, los escupitajos, los pulmones llenándose de aire, la sangre que va por todo el cuerpo, el recuerdo de sus primeros escarceos amorosos con Damián, el jardinero y de Tanira, la abuela, con Helner, un joven amante que se acostaba con ella todos los domingos mientras el resto de la casa estaba en el club, son la aparente escatología que se profundiza al compartir con la abuela sus secretos.

La novela, de todos modos, logra crear el ambiente de angustia y zozobra que padece y refleja Mábel y ofrece la seguridad de entrever futuras obras con una madurez que le permita salvar tanto escollo como el que inapropiadamente deja puestos en sus páginas.

Este gran fresco sobre la descomposición de la sociedad cuando pierde de vista sus verdaderos valores de solidaridad, logra, por el tipo de situaciones que plantea, causar rechazo de parte del lector, enfrentado a un paisaje nada amable sobre la existencia.