JORGE N. SOTO

Ser General de la república, cónsul en Ciudad Bolívar y combatiente en la guerra de los mil días junto a Ramón Marín Toro, más conocido como el negro Marín, le dan a la figura de Jorge N. Soto una máscara que sólo quitamos cuando escuchamos los bambucos que en realidad inmortalizaron su nombre.

Nace en Honda el 16 de diciembre de 1875. Entregado durante casi toda su vida a los asuntos militares, que también eran los de la patria, Soto alternó el servicio a la misma con un oficio que para 1920 aún era importante: la navegación. Gerente de la compañía que operaba en el alto y bajo Magdalena, no sólo conoció a fondo la geografía que engalanaba dicho río, sino también recogió el más vasto inventario de imágenes que seguramente, en noches de soledades al borde de la Magdalena u otros ríos en los llanos orientales, donde ocupó el mismo cargo, se convirtieron, por la magia de la palabra y la explosión del verde, en canciones.

El general Soto nunca pudo, a pesar de su amor por la composición, abandonar el deber que desde temprano también le acompañó: la milicia. Primero fue la guerra de los mil días, al lado del “Negro” Marín y Tulio Varón. Extenuantes jornadas militares por el llano de Doima y los alrededores de Honda que muchas noches, en compañía de las abnegadas “Juanas”, terminaban al son de vernáculos aires musicales con acompañamiento de guitarra, tiple y bandola para sacudir la rudeza de la guerra. No es aventurado afirmar que desde esa su primera juventud su espíritu almacenó toda la dulzura de la música regional para abrir paso después a sus inolvidables composiciones, no por contadas menos significativas y trascendentales. La vida lo llevó a los Llanos Orientales primero y después a Leticia donde además de ocuparse del tráfico fluvial en todas las regiones del sur, participó en el conflicto del mismo nombre. Es, pues, otra vez la guerra, ahora contra el invasor extranjero, pero de igual forma que en su peregrinar por el conflicto fratricida de finales del siglo pasado y comienzos del que terminó, el general Soto se embrujó con el paisaje del Tolima, el discurrir del río grande de La Magdalena por entre valles poblados de palmeras, matarratones, acacias y manadas de ganado, por la hospitalidad de los hogares humildes y la algarabía de los pescadores con sus atarrayas y chinchollos, los grandes ríos de la Amazonia, la vastedad de la selva infinita impactaron también su sensibilidad y abrieron de nuevo las compuertas de la música que siempre anidó en su pecho.

Sería allí el nacimiento de la que es tal vez su obra más reconocida, Canoita, un bambuco que lleva la música del maestro Emilio Murillo, antiguo discípulo de Pedro Morales Pino, y que se escuchó por primera vez en las voces de Sarita Herrera Ripoll y Matilde Díaz. Estrenada en la emisora HJN, aquellas magníficas voces fueron acompañadas por el dueto Carranza y Forero. Su primera grabación, según los catálogos, fue el 12 de diciembre de 1928, en disco del sello Brunswick, marca norteamericana con sede en Bogotá, que contrataba permanentemente obras de autores colombianos. Además de Canoita, Soto también escribió entre otras composiciones el bambuco Desengaños y Las campanas del olvido, con música del compositor espinaluno Emiliano Lucena.

Soto, quien además de poeta y compositor interpretaba el tiple y la guitarra, ejerció como secretario auxiliar del Senado de la república, hasta su muerte en 1953.