SILVA Y VILLALBA

 

Alcanzar en su brillante carrera artística diez discos de oro, cinco de platino y lograr ser consagrados como Mariscales de la Hispanidad en Nueva York, en 1990, a más de los muchos premios, condecoraciones y homenajes recibidos de varios lugares de Colombia y otros países, es parte del gran resumen de una vida dedicada a difundir nuestra música vernácula durante tres largas y fructíferas décadas.

Si bien es cierto han alcanzado homenajes y distinciones importantes como La orden del Bunde, la Pacandé, las máximas distinciones de la alcaldía de Ibagué, varias de la gobernación, entre ellas la Cacique Calarcá, el título de Mariscales de la Hispanidad es el más grande de los honores en su carrera artística.

Cada año, en Nueva York, miles y miles de hispanoamericanos celebran un día especial que se inicia con un deslumbrante y fantasioso desfile por la quinta avenida donde, marchando en contravía, cada país, por riguroso orden alfabético, despliega su bandera, hace gala de sus carrozas, conjuntos y delegaciones, mientras el designado mariscal de la canción encabeza el cortejo. Con una cinta tricolor en el pecho, Silva y Villalba experimentaron aquella mañana de 1992 la mayor emoción de sus vidas. Cuando llegaron a la catedral de San Patricio, de pie sobre un colosal tapete que iba desde el atrio a la famosa quinta avenida, el cardenal O´Connnor los esperaba. Varias cadenas radiales y de televisión, transmitiendo en vivo y en directo llevaban los detalles del acto a millones de ciudadanos norteamericanos y latinoamericanos que pudieron así escuchar al dueto colombiano en su ingreso triunfal a la galería de la fama con iguales derechos que sus antecesores: Cantinflas, Julio Iglesias, Plácido Domingo, Toña la negra y Pedro Vargas. Tan importante evento no ha apagado, sin embargo, los emocionados tributos brindados por pequeñas poblaciones tolimenses en que se les considera como verdaderos ídolos tales como las condecoraciones Garzón y Collazos, El tiple de oro en el Espinal, y otras en Natagaima y Chaparral.

Con doce temas nuevos para el primer larga duración, tuvo el dueto la fortuna de ingresar pisando duro al salón del prestigio, particularmente en un tiempo difícil porque en aquellos días estaban en su máximo apogeo los Hermanos Martínez, Garzón y Collazos, Espinosa y Bedoya, Obdulio y Julián, el Dueto de Antaño y Los Tolimenses, por ejemplo, grupos que provocaban por su calidad la convicción generalizada de que “ahí no cabe nadie”. Y además nadie se atrevía. Silva y Villalba demostraron al mundo de los músicos que nada era imposible y es a partir de ese momento, si se examina la cronología de los duetos en Colombia, cuando renacen buena parte de los que hoy tienen vigencia.

Han realizado giras al lado de María Dolores Pradera, Javier Solís, Carlos Julio Ramírez, Berenice Chávez, Daniel Santos, Yaco Monti, Los Visconti, Los Cuyos, Hervé Vilard y Alicia Juárez, entre una gran constelación de artistas. La primera gira la hicieron a Venezuela empezando por poblaciones como San Cristóbal. Luego irían a Ecuador, Brasil y los Estados Unidos, convirtiéndose en ritual presentarse cada año en Nueva York, Miami, Boston, Washington, Chicago y unas treinta ciudades más, llegando hasta el Canadá y dejando en todos los sitios un grato recuerdo de su música.

Para Rodrigo Silva tocar unos treinta instrumentos, tener hasta ahora 90 canciones grabadas, 21 discos, diez CD, organizar con Álvaro Villalba su dueto, darse a conocer al país desde los 27 veintisiete años cuando la firma Phillips les lanza el primer larga duración con éxito en mayúsculas, es el resultado de un esfuerzo sin tregua tras una lucha que empieza bien temprano. De madre chaparraluna y padre ibaguereño, Carmen Ramos Manrique y Luis Silva Gamboa, el consagrado compositor nació en Neiva el 14 de noviembre de 1944. Fue el último de diez hijos y quedó huérfano de padre a los dos años. Su madre se vio obligada por las circunstancias económicas - era empleada del Capitolio Nacional-, a repartir los hijos con sus familiares, correspondiéndole a Rodrigo permanecer al lado de su tío Rafael, médico chaparraluno, pariente de Darío Echandía, con quien pasó los años de su niñez en la apacible población de Garzón. Era de tal dinamismo que lo apodaban “el diablo”, pero a pesar de su constante indisciplina era buen estudiante. De todos modos tuvo que pasar por varios colegios hasta que en las vacaciones de sexto de bachillerato, al ir a cumplirle una diligencia a su familia en la cálida Espinal, termina perdidamente enamorado y marcha a la iglesia. Sus años en el colegio San Luis, de Facacativá - cursaba cuarto de primaria-, contaron con la grata complicidad del rector del colegio, un anciano amante de la música cuyo tesoro estaba en la tenencia de muchos acordeones vallenatos. La natural curiosidad de los alumnos hizo que los tomaran para dar un concierto escandaloso que sin embargo dejó entrever al director, Ceferino Rey, que el niño Rodrigo sobresalía por sus virtudes musicales y lo dejó ensayar en el despacho de la rectoría. Montado ya un amplio repertorio, decidió fundar su primer conjunto con los ritmos de la carrasca, la tambora, el acordeón y las maracas -él hacía también de cantante- y el grupo resultó indispensable para todas las fiestas del colegio. Fue tal el impacto logrado por los menores que un acucioso padre de familia los llevó a Radio Santa Fé donde actuaron desde entonces todos los domingos. Allí entendió Rodrigo Silva, de una manera clara, que se colmaba plenamente con la música. Los otros instrumentos no tuvieron espera. El piano, la guitarra, el saxo, el banyo, el clarinete, por todos pasaría con su entusiasmo.

Recién casado se dedica al cultivo de arroz y ajonjolí, aprovechando que su hermano era gerente de un molino y su cuñado el dueño. Las tierras, la asistencia técnica a tiempo y los consejos debidamente aprovechados, empezaron a darle el rostro de la prosperidad y de siete hectáreas fue pasando a veintidós, a cuarenta y cinco, a ser dueño de tractores, carros y, al final, de una quiebra porque no llovió durante muchos meses. Compuso su primera canción a los doce años llamada Tiple viejo y para la época de la violencia, en una finca de su tío ubicada entre el Huila y el Tolima donde pasó varios años, presenció los atropellos de que eran víctimas los campesinos. Escribió entonces su canción Viejo Tolima, que plantea el desgarramiento de los seres que terminan expoliados y se quejan de ello con las palabras Me quitaron el rancho con las vaquitas/y aunque eran tan poquitas/ eran de mí.

En 1998 Polygram les otorga el disco de oro por las ventas de su trabajo Los años maravillosos, lo que ratifica la vigencia de un dueto que sigue paseándose por los diferentes auditorios del país con el mismo éxito de siempre.

Desde hace varios años, Rodrigo Silva trabaja en el estudio de grabación y en la disquera que creó con la convicción de que seguirá rodeado de música toda la vida. Por sus estudios han pasado los más nóveles y los más consagrados artistas del departamento.

Álvaro Villalba, por su parte, procede de un hogar campesino del Espinal y de niño se iba a Suárez, tierra de su madre, un municipio situado al otro lado del río Magdalena donde su abuela era dueña de amplios territorios. El notable intérprete nació el 21 de octubre de 1931 en el Espinal y desde niño aprendió a montar a caballo, cuidar el ganado y realizar labores del campo. Hace sus primeros años de estudio en el colegio San Isidoro de los hermanos cristianos y luego, en Ibagué, ingresa al colegio San Simón donde termina su bachillerato en 1955, ejerciendo como soldado- bachiller durante un año para instalarse en Bogotá. Matriculado en la Universidad Nacional, cursó tres semestres de medicina veterinaria pero no pudo continuar por la muerte de su padre y otros problemas familiares que le obligaron a responsabilizarse de su casa y atender a su tía Anita, quien lo había protegido desde niño, acompañándola a su última morada poco tiempo después. Deshecho el patrimonio por las vueltas de la sucesión, comenzó a examinar su futuro hasta que conoció a quien sería su compañero de fórmula en el trabajo permanente de difundir la música folclórica. Corría 1967 cuando en una reunión de su familia, para unas fiestas de San Pedro, se dio el encuentro feliz de Silva y Villalba, el primero entusiasmado con la interpretación de música ranchera y el segundo amante del joropo y las tonadas del llano. Un amigo común les dijo, de manera oportuna al escucharlos por separado, que así lo hacían bien pero que juntos el asunto sería mejor.

No era nuevo para ninguno participar en duetos porque Rodrigo Silva había tenido uno en Neiva y Villalba otro en Ibagué, lo que vino a facilitarles cuadrar las voces y, ya unidos, presentarse en 1968 en La Voz del Centro, del Espinal, impulsados por su director, don Luis H. Rivas, quien también los postuló para el concurso Orquídea de plata Phillips, en noviembre de ese mismo año. La calidad de sus voces y compases, así como la selección de las canciones, pronto los llevaría a ir eliminando competidores, pero en forma desafortunada, debido a las roscas, perdieron el concurso. Sin embargo, al ver que los ganadores no vendían ni un disco, los llamaron para el primer contrato que ellos, renuentes, no aceptaron, argumentando que la WK de Miami, donde Villalba tenía un buen amigo, los iba a contratar. Jorge Villamil fue el abogado y al localizarlos en Florida, donde en efecto estaban, arreglaron en 1970 la salida del larga duración inicial.

A Villalba la música le vino bien temprano, al escuchar de niño a su padre tocar guitarra una vez terminaban las labores del campo. Aquellas veladas, antes del furor del transistor, fueron dejándole el grato sabor de ese camino, hasta cuando el mismo Jorge Villamil después de la grabación con la Phillips, les dijo que estaban hechos para eso y no fueran a cometer la torpeza de dedicarse a otras cosas. Entregándoles un catálogo de música con variadas obras, fueron realizando los arreglos hasta llegar hoy a los 21 volúmenes, mientras la gente sigue pidiéndoles nuevas apariciones por lo que están dispuestos a hacerlo por su cuenta.

Álvaro Villalba ha sido autodidacta y tras escuchar con mucha atención a su padre, tuvo el premio, a los doce años, de un tiple chiquinquireño que comenzó a rasgar emocionado. Luego tomó un método de guitarra incompleto y se dio a la tarea de sacar introducciones en un instrumento que compró con ahorros, entrenando hasta sacarse sangre de los dedos. Las primeras melodías fueron aquellos boleros de Los Panchos que de vez en cuando entona mientras siente la satisfacción de ver realizados a sus hijos de sus dos matrimonios, el primero en 1958 del cual tiene una joven comunicadora social que vive en Nueva York desde hace unos años, un arquitecto, Luis Fernando, y Cristina, siendo la mayor la única inclinada por la música. Con Cecilia, su actual mujer, están Heydi, que terminó ya su bachillerato, y un niño de 15 años que cursa el noveno de secundaria.

Estudió en San Simón con el “Chinche” Héctor Ulloa quien ofreció al dueto su canción Cinco centavitos de felicidad y que no aceptaron porque no se adaptaba a su estilo. Con 30 años de carrera profesional, escucha a diario música como un alimento espiritual y sueña con poder continuar su labor junto a Rodrigo Silva y ser un ejemplo para las generaciones venideras.

En el año 2008, Silva y Villalba celebran 40 años de carrera artística con una gira nacional apoteósica, salas llenas y titulares de los más importantes medios de comunicación del país. Rodrigo Silva lanza un libro con la historia del dueto y graban un cd conmemorativo.

Hoy, luchando desde hace varios años contra un cáncer de paladar, Rodrigo Silva sigue llenando plazas con su amigo Villalba y haciendo de la música la mejor disculpa para amar más a su tierra.



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