LA DIARIA COMILONA
Ese hombre que duerme en el callejón a las tres de la mañana
entre un desorden de periódicos húmedos y un
perro con el pellejo pegado a las costillas,
arranca pedacitos de papel de alguna página
de esos mismos periódicos leídos
y los devora hambriento, pero en silencio para no
despertar al perro.
Desayuna huevos revueltos con tocino, jugo de naranja,
café negro y un pan de trigo que encontró por azar
en la sección de avisos clasificados
y vuelve a dormir.
A ese hombre lo despierta el hambre y el calor de medio día
y se ordena los harapos mientras va a la biblioteca pública.
Escoge un libro de recetas culinarias y se traga la página
diez y ocho, que es lo mismo que decir un pavo al horno
relleno de aceitunas y una prudente copa de vino francés.
Camina luego por las mismas calles sin tener a dónde ir
eructando el mismo tufo de papel impreso
y regresa al callejón justo a la hora de la cena
para disputarse con el perro somnoliento
el pernil de cerdo en salsa agridulce de la página central
del diario de la tarde
que abandonó adrede un transeúnte
al doblar la esquina