UNA MUJER PARA LASEGUNDA MADRUGADA

 

Ya soy mujer ida de la cama. Allá por los otros y por los otros días de más atrás. Esos días en que en realidad las chunchas, como siempre nos han dicho, valíamos más que las propias mujeres llamadas bien. Cuando estaba con un hombre y mientras oía su respiración repugnante en mi oído, veía entrar a chorros la música que se deslizaba y que estaba ahí entrando toda la noche y él qué ruidito para joder tanto. Esto cuando uno se emborracha temprano, o a veces medio copetona, y se iba con cualquiera y si era casi siempre hediondo el olor de su boca y de sus sobacos, al menos se descansaba de las jaladas de mechas y de las mentadas de madre que estaban toda la noche para lado y lado. Pero cuando no... Y no se puede decir del todo que no, porque casi siempre a la madrugada siempre se iba uno. Aunque fuera más barato pero se iba. Seguro. Pero cuando no, como le venía diciendo, era toda la noche ahí bailando sobre piso húmedo de la creolina que echaban en el día y que todavía no se había secado y entonces se revolvía con la cerveza y a veces con los mismos escupitajos. Ese estar bailando toda la noche era como estar uno muriéndose a todo momento, y venga mamita acércate más y apriétame por este lado pero con suavidad que me estoy quebrando y mire chiquita cómo me estoy poniendo. Esas manos ásperas que uno iba sintiendo deslizar por la espalda y ese murmullito de palabras siempre haciendo cosquillas en el oído, chinita que estás más buena que una gallina pero arrímate más porque esto no es así. No siempre así claro. Los había también decenticos y bien peinados que se tomaban con uno las cervezas toda la noche con decencia de caballeros y llegaban, imagínese, a invitarnos con mismísimas palabras de cortesía. Y si a uno le gustaban, pues piense que le dolía que no se arrimaran y manosearan como los otros perros. En estos casos se sentían deseos de que fueran bien querendones y amoriqueros para uno sentirse bien mujer de hombre de plante de caballero y de pesos en el bolsillo. Pero esto no es lo que quería yo contar, sino que soy una mujer retirada de la cama. Son los años, verá usted, años de ser aquí la tuerta Rosa, más adelante la Casparrucia y luego la Angelita y por ahí también la Marilyn Monroe. Este no es el orden en el tiempo ni tampoco todos los que me han puesto. Son los que uno más recuerda con cariño porque le traen recuerdos de días que pesan mucho. ¿La Marilyn Monroe? ¡Ah! le interesa lo de Marilyn Monroe. Yo tampoco sabía ese nombre y tenga la seguridad de que no es muy mentado por cualquier lado que usted vaya. Pero para mí no es solamente decir Marilyn Monroe y se acabó. No, de eso tenga la seguridad usted. De ese sencillo o trabajoso nombre para usted, dependen muchas cosa para mí. ¿Nunca le hablé yo del chofer Lancheros? Bueno, pues cuando lo conocí no era propiamente chofer y mucho que me hubiera gustado pues estaba en la época en que a uno le gustan más los motorizados que cualesquiera otros, mejor dicho, como decía la Mariposa, en los tiempos de la gasolina. No, no fue que hubiera pitado, frenado el carro al lado y súbase mamita la llevo. Fue en otra cosa muy distinta y para más gracia cosa que a mí no me gustaba ni pizca.

Siempre tuve la sensación de que eran unos ladrones cochinos y que ni las mujeres les gustaban y además ese sudor que les escurre por el pescuezo cuando llevan una o dos horas de estar hablando. Pensaba que nunca tendría uno de ésos, pero quien sabe si antes de él tuvo muchos pues nunca les pregunté cómo se llamaban y qué hacían. Fue un domingo de feria y usted ha de saber que yo me inicié en esto fue precisamente en las ferias.

Eran tiempos aquellos en que se llegaba a tal o cual pueblo y al momento gurriaba la cerveza y muchas eran las manos que nos buscaban y buenos eran los pesos que se dejaban venir acá. Con decirle que hasta se terminaba tomando manzanilla en un remedo de plaza de toros y uno de esos días uno que estaba conmigo se tiró todo borracho a la arena y eso sí al momento llegó el animal y con el montón de gente yo nunca más volví a verlo. Fue mucho lo que lloré y con una cerveza en una mano y un pañuelito blanco en la otra me la pasé toda esa noche de domingo y mandé para el carajo a todos los que me llegaban porque estaba muy triste y no era porque el que estaba conmigo seguramente se había muerto sino porque me tocó quedarme el resto de la tarde solita sentada en una tabla dura mientras todos tome que tome y olé a cada momento. Eso es duro, usted ya comprenderá. Le estaba contando era de cuando conocí a Ramón. Sí, así se llamaba. ¿No se lo había dicho antes? Ramón Sánchez Lancheros, hombre de gran musculación, de empuje en el trabajo y de furia en la cama. Cualquiera que le quisiera salir de vivo tenía antes que nacer con un depósito en el estómago para guardarle por unos segundos su filoso cuchillo que yo en muchas ocasiones le guardé en la cartera y hasta en el seno cuando las cosas se ponían bien duras.

Ya va, ya va cómo fue que lo conocí y qué tiene de relación con lo de Marilyn Monroe. Ahora páseme un cigarrillo y sigo y sabrá usted cómo fue que lo conocí y qué tiene de relación con lo de Marilyn Monroe. Ahora páseme un cigarrillo y sigo y sabrá usted cómo terminaron diciéndome Marilyn.

Ya dije que fue un domingo de feria. Sí, feria de pueblo.

Mucho calor y ya la tarde que se va. No quedan más sino los que están haciendo corrillo a las mesas de juego y a las telas de colorines que tapan una camioneta y el hombre en la puerta de atrás que las tira para arriba, que las ensancha y hasta chilla como un loro. Era un poquito más allá donde estaba él: no era más que una cajita de cartón entre el polvero, una cinta negra que rodea la caja, abra cadabra pata de cabra, arisca trisca chusca tranca say, guasapa perelenque trenque, guarichón guandey, un trapo verde amarrado a la cabeza y unos cueros amarrados a las muñecas, caballeros, he recorrido toda la Orinoquia y el Amazonas, todas las selvas vírgenes, me he entretenido con el indio Juan y su esposa Ñiritanga y les traigo los talismanes conjurados, ah, y una camisa transparente que se le pegó al cuerpo con el sudor y entonces se le notaban unas tetillas negras que por mi palabra eran como unos pezones de mujer, mire caballero, tiene usted, caballero, un vecino que le atormenta la vida y que no le deja vivir tranquilo, pues vaya al solar de su casa, arrímese al palo de limón, corte medio limón y una espalda gruesa que se movía cuando hablaba mucho.

Yo estuve un rato mirándolo desde lejos y apenas veía mover su boca pero no oía lo que decía porque el loro de la camioneta también hablaba muy duro, deje medio pegado al palo, coja el talismán, métalo en medio del limón que quedaba en el palo, el otro medio que le quede en la mano bótelo al solar de su vecino, y si a los ocho días su vecino no se ha ido, aquí me encuentra y me puede pegar en la cara y claro que también sirve para, así que apenas lo vi mover las manos y la gente que llegaba y al rato se iban y entonces a mí me han entrado ganas de ir a ver, cuando vaya a la casa de su novia y me fui acercando y en un momento ya estaba mirando como todos los demás y era que en verdad se le iban a uno las babas mirándolo decir tantas cosas y entonces me coge de un brazo y me lleva al centro de la gente, venga belleza que vamos a trabajar con el animal, la culebra cascabel que en la cola trae la suerte y en la cabeza la muerte, a la voz de una, a la voz de dos, a la voz de tres este animalito saltará hacia arriba y las personas que sufran del corazón ya se pueden ir retirando, quieta, Margarita, quieta animal feroz que todavía no he ordenado nada, y ni siquiera me di cuenta y me encontré parada en medio de la gente y él se agacha y saca de dentro de la cajita de cartón otra de madera y dentro de ella nada menos que la culebra cascabel, a los que tengan fe les voy a entregar un cascabelito y un talismán envueltos en un trapito rojo, ¿que para qué sirve?, pues vea, señor, si va usted por el camino y siente un calorcito, pues qué, pues que va a perder hasta las medias, que está jugando a los dados, las cartas, el dominó, fierro, ruleta, media vuelta, y siente un calorcito en el pecho, pues qué, pues que no le haga más porque va a perder hasta la cédula. Eso duró el resto de la tarde, usted comprenderá. Terminó hablando solo porque toda la gente se fue yendo y de pronto nos encontramos los que están haciendo corrillo a las mesas de juego y a la cajita y él todo lavado de sudor y yo toda cansada con la cajita en la mano. No me dijo nada de palabra. Solamente me hablo con los ojos. Me arrebató la caja de la mano, metió la caja de madera en la de cartón, se limpió el sudor con el pañuelo floriado y camine nos tomamos una. No fue una sino muchas. Y tampoco, como con los demás, fue una noche que me acosté con él, sino muchas. Después de que bebimos cerveza hasta más delante de las doce nos fuimos para la pieza de su hotel y todo fue tan rápido que al otro día cuando lo vi peinándose pensé decirle cuánto me va a dar pero me dejó con los billetes en la boca cuando me dijo alístese rápido que nos vamos para Puri. Y lo mismo se siguió repitiendo todos los días. A veces durábamos varios en uno solo. Pero tiempo no nos quedaba para nada, se lo aseguro; la mañana y tarde trabajando, luego bebíamos trago hasta la media noche y luego sentíamos las sábanas que se nos pegaban a los cueros. Y mire, créame usted, no le olía la boca mal y murmuraba suavemente y apenas jadeaba como el viento y luego se iba quedando quietecito y me daba besitos en las orejas. Andábamos casi siempre por tierra caliente y por eso era que se nos pegaban las sábanas. Usted no entiende nada. Bueno, entonces le voy a contar lo de Marilyn Monroe. ¿Usted sí, no? No deja contar nada. Pero le digo una cosa, después de lo de Marilyn Monroe, entonces si lo de Ambalema. Esto le puede servir a usted ahora que está pollita y precisamente ahora que estamos a principios de agosto. Fue en Bogotá. Era que él leía la prensa y cargábamos un transistor y eso le servía para aprender todo lo que decía al pie de la culebra y que la gente escuchaba como embobada. Mija, mire que hoy presentan una con Marilyn. En el Paseo, aliste y nos vamos. ¿Con la Marilyn? ¿Quién es esa? Mira qué naranjas de senos y qué pelito tan monecito. No debe ser muy bonita, no me parece bien que las mujeres muestren los senos. Es mejor que ustedes los busquen. Como sea, está buena y arréglate porque nos vamos. Y después de eso duró una semana con el cuento de “Los inadaptados” y que la Marilyn. Lo bueno fue que cuando salimos de la función nos tomamos unas cervecitas y entonces a la madrugada me coge de la cintura y vamos mija para la casa y lloviendo por la calle me lleva bien abrazada y es que no quiero que se me vaya a mojar ni un pedacito, pero qué demonio, cuando llegamos a la pieza iba yo toda lavada y entonces cierra rápido la puerta y dice: Desnúdate Marilyn. ¿Marilyn yo? Vaya con su mona pa’ la mierda. Desnúdate Marilyn. No me joda porque me largo. Aprenda a respetar y a dejar de estarlo humillando a uno todos los días. Desnúdate Marilyn. Me largo y le dice a su Marilyn que le lave y que le ayude a hacer cosas sucias para conseguir plata para trago y todo por sus cochinadas y que venga a uno a humillarlo ahora con esa puta mona. Pero no le pude quitar eso de la boca y cójame por aquí y sóbeme por este otro lado, mamita, tú eres la Monroe y yo soy Pedro Armendáriz, mamita, no sea así de mala, no vio la monita en la película con Pedro Infante, perdone mamita fue con Pedro Armendáriz, chinita, pedacito de monita, no seas así, mira que estás en la orilla de un río y entonces llega Pedro Armendáriz, si no tan buen cantarín y simpático como Pedro Infante. Y ante eso qué hacía yo, ¿ah? Al otro día me sale con el cuento de que Marilyn vamos a ver “La Mancornadora de hombres” que me huelo es con la monita y no con esa feona Maria Félix, y seguro que es con ella, y si no lo dicen aquí es para darle a uno su buena sorpresa. Así seguimos yendo a cine todas las noches, después de que hacíamos el trabajo en cualquier calle y mal que nos fue pues eran muchos los que andaban en las mismas que nosotros. En lo de talismanes y cascabelitos, claro está, no en lo del cine. Y no la volvimos a ver. ¿Qué a quien? Pues a Marilyn ¿a quién más podría ser? Y digo volvimos porque yo también tuve deseos de volverla a ver. Un montón fueron las puertas de teatros que pasamos y nada que nos apareció. Mira que no sale, ¿no ves que no está aquí su nombre? Es que nos quieren dar una sorpresa. Es cuestión de publicidad, tú no entiendes, Marilyn. Como le decía, fueron muchas las boletas que entregamos a los porteros y luego salíamos aburridos pues no aparecía. Claro que en realidad aparecían otras lindas monas pero ni pensar que fueran a ser iguales a ella. Esta que vimos hoy se llama Lana Turner. ¿Bonita, no? No tiene el pelo muy enroscado. Era la tal Marilyn la que él quería ver y yo también. Y fue la Marilyn la que nos hizo arrancar para Ambalema. ¿Qué por qué? Pues espérese y verá. Páseme un cigarrillo primero y entonces sí seguimos y se dará cuenta. Me acuerdo claramente que fue en el cine Río y en los avisos había una negra grande tocando trompeta y detrás de ella unos tipos que se acercaban con revólveres en las manos y la negra parecía que iba a estallar de hacerle fuerza a la trompeta y un vestido angostico de flores que le dejaba ver unas caderas grandísimas y ese escote que deja ver la mitad de unos senos negrotes y redondísimos. Mira, Marilyn, por fin la pillamos. No sea pendejo, Ramón ¿Es que está loco? ¿No se acuerda de que era mona como la espuma? Más bruta usted Marilyn. Esto lo hacen por vacilar. No ve que aquí en este aviso aparece toda negra y se llama Toña La Negra y luego uno entra y resulta que es monísimo y se llama Marilyn Monroe. Mija, usted no sabe, es que éstos son asuntos de publicidad que usted no entiende. Y de ahí no lo pude sacar y nos metimos media hora antes de empezar la película y paletas, vaya compre, espere un momento traigo papitas, ya verá mija lo linda que va a salir, de seguro que habrá cambiado mucho desde Los Inadaptados. Mi monita va a aparecer en un momento lo más de bonita. Pero no apareció su ambicionada o nuestra ambicionada Marilyn sino que se inició la película con una fiesta, una gran orquesta tocando y una negra grandota cantando y meneándose a lo loco y mucha gente de buen aspecto sentados en mesas alrededor fumando y bebiendo mucho. ¿Ves que es una negra? Tú no entiendes, bruta, cuando se acabe la canción van a enfocar a mi monita que está sentada en una mesa con un buen tipo y con un escote bravísimo. Pero se acabó la canción y todos los que estaban sentados estallaron en un duro aplauso y la negra saluda, se ríe, se tongonea, vuelve y se ríe, vuelve y saluda y la gente sigue aplaudiendo con fuerza, y entonces la negra tongoneándose va y se sienta en una de las mesas donde un viejo gordo de gafas le da un beso en la mejilla y la gente vuelve a aplaudir. Aparece en seguida un automóvil que corre rápido por una carretera. ¡Pa’ la mierda esa puta mona!, fue lo único que dijo cuando vio que no apareció la Marilyn y la cosa fue que nos salimos habiendo visto no más un pedacito de película y yo muerta de las ganas de saber qué iba a pasar entre el gordo de las gafas y la negra pencuda. Seguro que toda la gente se nos quedó mirando cuando salimos casi a la carrera, y el Ramón echando madres pasito a la Marilyn Monroe y a la negra caderona que se quedaba ahí en el teatro. Pasamos volandito por enfrente y yo hola so bruto que me va a arrancar el brazo.

Con eso adiós ciudad y adiós cine. Adiós Marilyn, no. Era como si yo en realidad fuera Marilyn. El borró de su memoria la imagen de la grosera mona de la película, robó su nombre y me lo entregó sinceramente a mí.

Olvidando las películas e ignorando la mona del cine, abandonamos a Bogotá. El queriendo dejar el talismán y los cascabelitos, yo queriendo pegármele más, llegamos a Ambalema. Allí era un buen lugar para la venta, se lo aseguré. Pero había dejado para siempre el asunto. Qué talismanes ni qué mierda. Ahora vamos a coger algodón.

Hubiéramos cogido harto de verdad si hubiéramos trabajado correctamente. Es que vamos a robar correctamente. ¡no ves que si hay un pescado bien refugado al que nadie ha podido coger y llega uno con un anzuelo fino y una buena carnada, pues seguro que pica el vergajo! ¡Por refugado que sea, Marilyn! Lo malo era que yo era la carnada y el anzuelo a la vez. Ellos seguramente eran la piola y jalan y zas, ahí está la ganancia. ¿Cuáles ellos? No eran muchos, de verdad. Enrique, con la cabeza torcida y el pelo bien pegado al cuero de la cabeza, De andado amariconadito y pantalón más debajo de la verijas. Duré tres años en el hospital y me hicieron tres operaciones, verraco yo, ¿no? Decía, y yo le descubrí rápido que no era hombre de buenos dientes. ¿El otro? Pues el Edgar, era medio negro y tenía los dientes por fuera como un verdadero mico. Yo soy de plata, o mejor, yo no, sino mi familia, decía, claro que me dan lo que quiera, ¿no? Como el tal Enrique no buen amigo, de seguro, la oportunidad que les salía al camino y ellos que le enterraban el cuchillo a cualquiera. Esto lo hago por experiencia, ¿no? Nunca por necesidad, seguía diciendo el muy mentiroso. Más o menos así: éstos son los precisos, Marilyn, me dijo Ramón el día que llegó con ellos casi a la madrugada. Todos borrachos y alborotados, los sentí desde que venían a las dos cuadras. Atiéndalos bien, mija, que ya son mis socios. Yo todavía no estaba brava pues no sabía que yo era la mismísima carnada. Trago mija, trago, ahí dejé una botella de taparoja sobre la mesa. Ah, y prepárenos por ahí cualquier cosita. Los malditos socios. Degenerados de por ahí seguramente. Buenas personas no eran, se lo juro. Se iniciaron las conversaciones, las charlas no fueron muchas, claro está, a lo sumo tres días. Yo en la cocina soplando el fogón, pelando los plátanos, la lejía está que se derrama, voy a rajar un palito de leña, y ellos hablando todo el día y sus palabrotas me iban llegando al oído cada rato. No es que yo sea una santa ni mucho menos. Yo era, he sido y soy chucha pero no ladrona. Eso sí no.

Ganar el pan con el sudor de una parte del cuerpo es más honrado que andar por ahí metiendo las uñas a las candeladas. Y a las candeladas fue que ellos las metieron. Y se quemaron para no joder más. No se repitió la vaina, de seguro. Entra Ramón y me dice a los días: te voy a decir cual es tu trabajito. ¿Trabajito? ¿En qué? Pues en lo del pescado, lo de la carnada y el anzuelo de que me habló. En seguida saca por fuera ese palabrerío y así y asá me va explicando todo, tranquila mija, que la cosa es botada, no hay ningún peligro, Marilyn, la cosa es mamey, monita mía, verá qué vaina suave y plata al bolsillo, Marylincita mía, verá qué fácil. Sin darme un pite de cuenta me encuentro de un momento a otro metida en el asunto.

¿Nunca? Si no se puede negar, ¡quién no ha robado en la vida!, ya le dije que en Bogotá le ayudé por ahí a hacer sus negocios sucios, esto le sobró a mi esposo en el último contrato y se lo damos barato, pero cosas de menor cuantía, cárcel corta, afirmaba mi Ramón y yo en realidad le ayudaba con cariño. Como le dije de pronto estoy metida en el asunto. Fue el otro domingo, pues claro, a los ocho días de haber llegado. Estoy segura de que no fue idea de él. Eso se lo imaginó el cabecivoltiado del Enrique o el gorilón del Edgar. Sí, te había dicho que él había planeado algo parecido, pero estoy segura de que era cosa mejor, de menos peligro y más prontitud en el llegar dinero. Entonces sigamos: domingo por la mañana, todo el gentío que se arremolina en la calle de los enganches, ese sol que pica como ají sobado, los pantalones y camisas blancas que se pegan al cuero y que se transparentan. Vinieron tempranito Enrique y Edgar. También vestidos de blanco con driles de botamangas angostas y camisas de primavera. Lo encontraron todavía en el toldillo en puritos cueros y espérenme mientras me pongo alguna cosa y Marilyn prepárenos algo para todos. No vi o no quise ver cuando estaba desayunando en el corredor pues ya me fastidiaban sus caras y sus risas de no decir nada bueno. No los sentí salir sino solamente el besito en la mejilla y el ya vuelvo Marilyn, brindemos por nuevos tiempos, porque muchos pesos nos van llegando fácilmente y otra vez, imagínate pollita, a emborracharme con aguardientico como en los tiempos en que andaba de feria en feria. Nos emborrachábamos mucho en la capital, pero con cerveza, nunca con aguardiente que pica como candela vuelta agua.

Toda la tarde fue mañana para Las Palmas, que allí sí encontramos el montón, nada más que pocos días de trabajo y luego mover el muerto y después la mosca, compañero, brindamos por la plata que nos llegará tan suavemente, sin mucho esfuerzo pero, eso sí, con mucha oportunidad. Ya llega la tarde y estábamos todos borrachos y con ganas de armar la bronca y el Enrique, muy vivo pero de malas tripas, no compadritos, no vamos a mangoniar ahora, ya que mañana nos vamos para Las Palmas, no nos pongamos a joder cuando apenas empiezan la vainas, pucha, pero no seamos tan güevones. Se aplancan los ánimos y ellos dicen que nos caen tempranito y eso fue en cierto porque no más las cinco de la mañana y ellos afuera a tierra don Ramón y señora Marilyn que ya llegó el camión y va llegando en momentos la hora de salida. No era camión sino zorra grande arrastrada por un tractor que puja con arranques ruidosos y apenas la zorra medio se voltea con el peso de nosotros y de muchos otros encima. Llegamos todavía el sol saliendo y el calor duro sin verse por cualquier lado, ya habían llegado y siguieron llegando más zorras y más camiones con más gente de los otros pueblos y hartos fueron sobre todo los que llegaron de Lérida y Venadillo.

Hay detalles que no le interesan a usted de verdad. De cómo se forman para que le den las lonas, antes del desayuno, claro está, y salir en fila como buena hormiga y darle duro. No fue voluntad mía, ya le dije. Le tocó al mugroso sacar todo el repertorio de calle para que yo fuera capaz de ir a meter la mano en esas mantas de algodón que le zampan al momento los chuzos y que es sangre de verdad la que se bota. No necesitamos de ganar plata en la cogida, no. Si puedes, pues aun cuando sea para la lata. No ve o es que no entiende que usted es el anzuelo, mamita, le juro, no es más la cosa, aparecer como peona por entre la cogida para cuando veas el pescado pues le tiras el anzuelo. Ves, mamita, es fácil Marilyncita. Pero el primer día no se dejó ver. No me cogí más de una arroba pero el Edgar me llenó a dos veces la lona para que en la pesada no se vayan a cabriar.

Y al otro día no hubo trabajo. Un solo chorro de agua cayendo todo el santo día y nosotros como ochocientos viendo llover, desde dentro de los corredores, viendo esa tela sin fin de agua que no quiere parar nunca. Esto es lo más interesante, de verdad. No te lo imaginas, todo el mundo haciendo cosas diferentes, jugando tute, vendiendo un tarro de betún, mostrando una pluma que se ve y que no se ve entre una toalla empapada de sudor.

Nosotros cuando estuvimos en un rincón, por la parte de arriba de los ranchones, sentados tranquilos, hablando despacio y viendo correr el agua embarrada por los caños que se iban formando en el patio. Se puso la noche ligero y nosotros también ligero nos metimos entre las lonas y nos quedamos quietos. No en cama, no lo vaya a creer. En el puro suelo y con una lona debajo y por encima pues nada, con semejante calor quién se va a arropar. No es lo duro del cemento lo que cansa. Recuerde, éramos ciento cincuenta en ese ranchón acostados y ya se podrá imaginar los olores que están volando por ahí toda la noche hasta que llega un momento en que como tantos pues se quedan quietos todos revueltos y se tiene ese olor de alcantarilla hasta que amanece. Y a cada momento lo están pisando. Continuamente está saliendo gente a orinar o a liberarse de la hediondez de la pieza y a recibir el aire caliente de afuera.

Ese tercer día sí lo vimos. Pero por la tarde porque por la mañana no hubo cogida porque había que dejar que el sol secara las motas empapadas del agua pesada. Así que fue por la tarde. A eso de las tres. Los tres llevamos surcos pegaditos. Digo los tres porque yo iba cogiendo en el mismo surco de mi Ramón. Entonces a la derecha Enrique y a la izquierda el Edgar. Míralo, ahí viene. De verdad, venía por el algodonal muy orondo él. En su buen caballo, sombrero grande y alón en la cabeza, pistola con balas alrededor de la cintura, y esa botas relucientes que atraviesan los estribos que brillan como la plata al puro sol. El guachimán a la vista, dijo Enrique. El guachimán, pensé yo sintiendo el sudor que me escurría por el espinazo y que se me metía por entre las nalgas. Lo dejamos pasar de largo como si nada, es el primer paso por la carnada, dijo mi Ramón, y yo pensé pesado ha de ser ese guachimán del carajo. Digo pesado porque era grande, por qué más iba a ser. Y feo de verdad, lo que se llama feo, y con esa cara de bandido que lleva en los ojos el fuego de los tiros del revólver que van en la cintura. A las dos horas más o menos, volvió a pasar. Suéltele la piola, dijo Enrique de medio lado y el Edgar soltó entre dientes una risita chistosa. Sígalo, fue lo único que dijo mi Ramón, y cuando el guachimán estuvo un poquito pasado de nosotros me le fui y le dije agua, caballero, Por supuesto, señorita, no mucha pero hay algo. Bien arrecho el grande, se lo aseguro. De momento me clavó los ojos. Eso fue mejor porque así tenía que ser el pescado. Pero le digo que ese día no pasó nada. Y no porque él no hubiera respondido a los coqueteos que le hice, sino porque eso estaba dentro del plan. Hay que dejar que muerda la carnada varias veces para que vaya sintiendo el sabor, había dicho mi Ramón, cuando preparamos el terreno.

Al otro día volvió a morder y bien como nosotros queríamos. Esperó un momento. Esa noche fue de puros comentarios y risas, verraco, por arrecho te vas a joder, a comer buen hembro, ¿no?, ¡mientras él come pues nosotros comemos también!, chinita mía es un sacrificio dejarte, pero es por el bien de los dos, ¡no seas sentimental hombre!, uno y otro diciendo y así hasta que casi nos sorprende el sol en vela. Ya a la madrugada mi Ramón me llegó con fuerza y me dijo: esto es para que compares.

Edgar y Enrique seguramente se dieron cuenta de lo que hicimos porque uno de ellos, no me acuerdo cuál, nos dijo a la hora del desayuno: haciendo cositas ¿no?, con que haciendo cochitas, ¿ah? Nosotros no le pusimos cuidado y fue rápido que estuvimos trabajando. Yo solita. ¿No le había contado? También estaba dentro del plan. Yo debería coger un surco no muy lejos de ellos pero eso sí en todo caso que no se fuera dar cuenta que estábamos en llave. Sí, era para evitar sospechas, para que el guardián no fuera a sospechar que era chilada lo que íbamos a tirar. Demuéstrale amor, Marilyncita, bien querendona, zarandielo si puede pero téngalo bien al muy arrechito. No. Es como medio maluco contar cosas así. ¿Qué cómo me echa el cuento? Pues imagínatelo. Usted es mujer, está pollita, mejor está en los calorcitos como yo por esos días. Esa ceremonia no varía, tres golpes en la puerta y adentro, siempre decía el Ramón. Tan sólo le he de contar que pasó a eso de las diez y media, cuando el sol se pone que pringa y que no hubo necesidad de irle a pedir agua. Fue él mismo el que me llegó ahí juntico y me ofreció su cantimplora. Lo que más recuerdo de él fueron las botas que se hundieron en la tierra cuando se bajó del caballo para darme agua y esas ronchitas carrasposas en la garganta que me hacían cosquillas cuando lo tuve encima. No le he de contar más de esto. Del arreglo, claro está. Como le dije usted es mujer y sabe ahora más que yo porque está en plena actividad y yo, como sabrás, ya soy mujer ida de la cama. De las benditas camas. Bueno, pues, por la tarde a eso de las cuatro, sí, nuevamente duro el sol, volvió a pasar. Pero más que a traerme bebida vino fue a recordarme que la cita era a las diez y media. Pero cumplido, ¿oyó? Mire que qué no me puedo demorar porque estoy aquí con mis hermanos. Pues le digo que estoy mala del estómago. Bueno, pues a las diez y media, chiquita pecosa. ¿Qué por qué lo agarré tan ligero? Ah, pues por dos cosas: primero porque todos los hombres son unos cochinos que viven arrechos a toda hora, y segundo por que yo no era por esos días, claro está no del todo mala. Si hasta tenía unas pequitas aquí que me lucían bastante eso decía mi Ramón y otros por ahí. Sí, de otros levantes. Bastantes, más bien, créamelo. Pero pásame rápido otro cigarrillo que estoy que me voy sola. Ahí sí fue sólo charlas y risa. Pero no mucho, no. A eso de las siete, todos nos dimos cuenta de que la cosa era bien en serio, viendo que la hora se nos estaba viniendo encima. Entonces así serios cada uno pensando y repasando en la mente lo que tenía que hacer.

¡Imagínate cómo repasaría yo lo que tenía que hacer! Abrácelo bien con las piernas, decía mi Ramón, y luego el Edgar zarandéalo de lo bueno, pecosita, para que se le alborote más la arrechera y se meta duro, y el Enrique encóñalo Marilyn así para que se repita, páralo en las de aguadas y oblígalo nuevamente a repetir, y todos tres, antes caricias por las orejas, revuélcalo feo para que se erice ese aguacate, guachimán del carajo.

¡Mientras él come nosotros también comemos! Ya estaba todo en la memoria. Para mi no era nada trabajoso o si no, ¿qué cree usted que hice en todos los años que practiqué hasta cuando conocí a Ramón? Ramón Sánchez Lancheros, hombre de gran musculación, empuje en el trabajo y furia en la cama. Las diez se llegaron volandito y cuando me deslicé como un ratón por encima de todos los dormidos, vi a mi Ramón y a sus socios que me miraban con una mirada mezcla de miedo y de burla. Yo no tenía en la boca y en el pensamiento en esos momentos risa sino miedo, y del bueno, ¡carajo! No por mí, no, sino por ellos, siempre era complicada la cosa.

Salí al corredor y sentí el golpe del viento que pasaba lleno de calor. De dos zancadas largas atravesé todo el corredor, me escabullí por los matarratones que daban al caño grande, abrí la puerta metálica con mucho cuidado evitando a cada paso cualquier posible ruido que me denunciara. ¿Si me hubieran sorprendido?, pues yo voy a orinar y qué, quién prueba lo contrario, ésas son garantías de mujer, apréndalo usted ahora que está en pleno calor. Dejar las puertas atrás y de otras dos zancadas largas ya estuve a la orilla de la acequia pequeña, sombreada en ese punto por un gran matarratón que deja salir un brazo grande que la atraviesa de lado a lado. No había nadie todavía. Solamente el mucho ruido de las ranas en el agua que corría ligera y los cocuyos opacos por la luna clara. Mucho calor eso sí, y del bueno, del que va pasando con el viento y le aruña poquito a poco la piel a uno. Pasó un rato y ahí lo mismo, solamente seguía la algarabía de las ranas en el agua y el tastás de los grillos al pegar los saltos. Me dejó metida, gran verraco, me puse a pensar, pero no puede ser si estaba más arrecho que un palomo azul y que se sale del cuero.

El miedo no era por mí, porque aunque usted no lo crea yo tenía un poquito de ganas, pero sabía que mi Ramón me las quitaba, de seguro. Pero a ellos, era mucho lo que les podía pasar. Y por fin llegó a eso de las once cuando yo tenía pensado ya el viaje de vuelta, toda temblorosa. Llegó de afán, eso sí. Perdóneme, pecosita, deme esa getica buena para mordérsela, sóbame por este lado mamita. Quebrador el hombre, seguramente porque tenía candela guardada de muchos días atrás, ah otra vez mujer, mamita, todo un toro salvaje que me empujaba y me quería estripar entre sus brazos ásperos y venosos. Yo medio emocionada, pero no podía apartarlos a ellos de la cabeza, y ya él me tumba en el suelo, y yo qué estarán haciendo a esa horas, ya principiarían, pecosita buena, cuánto hacía que no tenía mujer así. Lo envolví fuertemente, me moví rápido, te quiero mucho, mijo, y lo paré en las de aguadas, chinita, no seas así, deje terminar, y yo no, otra vez, sabroso, pero no era mucho, eran ellos, ahora no sabía dónde estaban, si ya habían acabado. Y paramos y volvimos a arrancar como cuatro o cinco veces. Con intervalos de unos diez minutos o más, lógicamente.

Entre caricias y respiraciones cortadas llegamos hasta la uno o más de la madrugada. A esa hora ya seguramente habían acabado y llevado todo a la cañada que habíamos visto la tarde que no trabajamos por lluvia. Todavía con alientos el hombre, me llevó bien pegadita hasta la puerta metálica y la abrió de un fuerte empujón como si no le importara un carajo que de pronto lo vieran. Me dio un beso en la frente, me empujó hacia el campamento y me dijo: Yo le aviso cuándo volvemos, mija. Lo vi voltiar sobre sus botas y trotar hacia el matarratón donde había dejado amarrado el caballo. También de dos zancadas pasé el ancho corredor, salté cuidadosamente sobre los dormidos y llegué hasta donde mi Ramón y sus socios. Los tres estaban arropados con lonas sucias. Los dos socios se encontraban sonrientes pero mi Ramón no. Sentí un piquiña agradable. Me di cuenta que era por celos. Entonces me quería más de lo que yo imaginaba, había sentido celos porque me había tumbado con el guachimán. Pero si era por el bien de todos, ¿no es cierto? El mismo lo había dicho. Pero vea, muchacha, usted que está en pleno calor es bueno que le demuestren a uno que lo quieren aunque sea después de haberse acostado con un guachimán de esos de las tierras calientes, así que mi Ramón, no estaba de muy buena cara. Me agaché con cuidado y le susurré al oído muy pasito para que los dos socios y los demás trabajadores dormidos no fueran a oír “¿Cuánto, Pedro Infante?”. Veinticinco, me contestó entre dientes y con voz dura. Me metí como un ratoncito debajo de la lona con que se arropaba mi Ramón y al hacerlo vi que el Edgar me picaba el ojo maliciosamente y me demostraba con un movimiento de cabeza que todo había salido a pedir de boca. El resto que quedaba de la madrugada me la pasé bien pegada a mi Ramón sintiéndolo despierto pero estar tan quieto como un muerto, para que yo no le fuera a adelantar conversación. Sentí su quijada sobre mi hombro, en el mismo punto donde había sobado todo el rato la barba flechuda del guachimán cuando lo tenía encima. A intervalos largos, mi Ramón claro está, dejaba salir suaves quejidos y se volteaba con sumo cuidado. Yo sentí toda esa madrugada su pierna nervuda que producía un sudor pegajoso entre las mías.

Después, no me gusta contar más. Digo mal, le cuento pero de seguro no le he contado esto a nadie más. Pero será mejor terminar todo de una vez, ¿no? Pero no con detalles, por favor, es que en realidad no me gusta recordar esa parte. Así por encima no más, ¿bien? Bueno, pues al otro día fuimos a recoger la mota como si nada. Nada se rumoró, nadie dijo nada. Almorzamos y comenzamos tarde y nada. A eso de las tres y media, pleno sol picante y zancudos zumbadores, pasó nuevamente el guachimán. Me saludó con una sonrisa y le ajustó los talones al caballo y el animal se fue trotando. Lo vi alejarse titilante en el duro sol de la tarde. Pasó la vaina, me dijo Ramón por la noche cuando nos pusimos a jugar tute. Antes nadie había dicho nada del asunto. Luego cuando me le pegué a su cuerpo húmedo debajo de la lona me dijo: nos vamos a las doce. Volvemos a las tres horas, hacemos la operación. No me besó. No hicimos nada. Tan sólo se desgonzó y se dejó apretar contra mí hasta que me cansé de los brazos y lo solté. Luego ni respiraba casi cuando me puse a jugar con su pelo. De pronto se sentó bruscamente y dijo: Las doce, nos vamos. Yo le pregunté al Edgar: ¿Dónde lo van a llevar? El me contestó: a un camión viejo, no está muy lejos, lo cuadramos el domingo pasado. Los vi que salieron saltando en la punta de los pies por encima de los trabajadores dormidos y doblar hacia la derecha. Fui dejando pasar la noche, acostada en ese cemento duro, sintiendo el zumbido de los zancudos en su subir y bajar. Fue como a las tres. Llegó de repente. Era un ruido alto. Me provoca no seguir contando, es muy triste. ¿Ya vas entendiendo? Es para que aprendas. Bueno, lo último, que es lo más duro. Pues fue el revuelo por todas partes. La gente de los campamentos se levantó de un tiro y todo se llenó de gritos y de palabras por dondequiera que usted se iba a mover.

Que son como diez los muertos, que los encontramos con tres camiones de algodón. Que los arrumes de algodón los encontraron de día pero que las autoridades los dejaron para hacerles puesto por la noche. No dieron un brinco. Ellos que llegan, los dejan cargar y zas y les sueltan la chorrera de plomo. Y hasta el chofer se quedó sin decir ni pío. Qué verracos, cómo harían para pasarse por la galleta al guachimán. Yo no hice más que quedarme quieta oyendo todo ese montón de cosas y esperando, sin miedo, sin lástima, que es lo más raro, que los trajeran todos embarrados y con plomazos en el pecho. Saqué valor quien sabe de dónde y me puse a esperar mis muertos. Y me los trajeron. Ya amaneciendo, cuando muchos se habían vuelto a acostar. Los trajeron en camillas de guadua. El primero yo no lo conocía, seguramente era el chofer del camión. Pero no eran como diez, como decían, sino cuatro. Mi Ramón, sus socios y el otro seguramente el chofer del camión, ¿Se da cuenta que esto es triste? Tuve mucho valor eso sí y olvidé mis muertos y dejé la hacienda Las Palmas muy de madrugadita. Si se dieron cuenta que yo andaba con ellos, pues se jodieron porque mis rastros se borraron como si nunca hubieran existido. Y si no, pues mejor. Esto sería igual a que no hubiera habido muertos ni nada. Ni que yo hubiera estado en la hacienda Las Palmas, que me hubiera tumbado a la orilla de una cañada con el guachimán para que mi Ramón y sus socios sacaran los bultos a lo que dé el tejo. ¿Quiere? Pues bien, le voy a contar: me vine para acá, para Bogotá, aquí mismo donde mi Ramón me bautizó como Marilyn Monroe. ¿Qué? ¡ah! ¡Vida! ¿Sabe? A los quince días no me llegó, como hubiera sido correcto.

Es retardo y me esperé quince días y nada. No se preocupe, hay veces que se retarda más, así somos las mujeres me dijo Ángela una tarde que la encontré en una esquina. Pero no, no era anomalía, era embarazo, mija. ¿Qué por qué no lo hice? Pues lo iba a hacer. Pero qué hacía con el dilema: ¿hijo del guachimán o de mi Ramón? Pero qué carajo, tú, Alida, estás en pleno calorcito y yo ya soy una mujer ida de la cama.

 



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