CARLOS A. SANDOVAL

Una mañana se desarrolla normalmente la clase de fagot en el Conservatorio de la Universidad Nacional cuando un joven se desploma ante la mirada sorprendida del maestro Sifried Miklin, quien alcanza a coger el instrumento y evita que se destruya. El estudiante es llevado a la sala de profesores completamente privado y cuando vuelve en sí se encuentra frente a una taza de café con leche y un emparedado.

Tímidamente el estudiante le confiesa a su profesor que hace cuatro días que no come cosa distinta que un kumis casero por la mañana y sorbos de agua el resto del tiempo. El maestro, que tiene especial predilección por el interés de su alumno, le promete que todas las semanas le dará cien pesos para comida y que muy pronto le conseguirá un trabajo, promesa que le cumple. Esta es una de las tantas peripecias que ha tenido que vencer Carlos A. Sandoval para ganarse el sitial que le corresponde como uno de los más destacados fagotistas del país.

Es hijo de un músico que tocaba corno en la Banda Departamental del Tolima y nieto de un clarinetista que había sido fundador de la banda La pollera que se convertiría en la banda de la policía y departamental con el tiempo. Carlos nació en Ibagué en el año 1951 y desde los cinco años estuvo experimentando el llamado de la música ya por las charlas del abuelo, ya por las interpretaciones de su padre o por el estímulo ofrecido por los alumnos del Conservatorio que estaban de pasantía por la escuela Murillo Toro en donde hizo su primaria. Tras estudiar en el Conservatorio del Tolima hasta quinto de bachillerato, se radica en Bogotá, ingresa al Conservatorio de la Universidad Nacional y es admitido en las residencias de dicho centro docente. Su maestro de fagot vio en él grandes aptitudes y le consiguió trabajo en la banda de la policía nacional.

En los años setenta, cuando el movimiento estudiantil está en pleno apogeo, Carlos vive en las residencias y todos los días tiene que salir disfrazado para poder camuflar su uniforme militar. Abandona raudo los predios de la universidad y se dirige a cumplir con los conciertos de la banda. Experimenta un gran temor de que sus compañeros lo descubran y lo juzguen “políticamente” por infiltrado como se acostumbraba en la época. Esta situación duró por cerca de dos años hasta que un día que intervenía en un concierto fue reconocido por algunos de sus compañeros y tuvo que contarles la verdad. Ellos entendieron la situación.

Se graduó en 1976 luego de doce años de estudios intensivos en la Universidad Nacional, convirtiéndose en el primer estudiante graduado como fagotista en los 107 años que llevaba de existencia el Conservatorio. Desde los veinte años había sido aceptado en la Sinfónica Nacional como segundo fagotista, cuando esta institución se jactaba de tener como sus integrantes a músicos de muchas nacionalidades, pues parecía que los colombianos no tuvieran las mismas capacidades.

En el año de 1977 participa en una selección y obtiene una beca para México a integrar la Orquesta Juvenil de ese país, en la cual participaban músicos de diferentes naciones latinoamericanas. Su estadía allí dura seis meses. Regresa a Colombia, se vincula a la Filarmónica de Bogotá y se presenta a la Sinfónica Nacional donde es aceptado de nuevo. Carlos siempre ha estado en desacuerdo con el tratamiento de segundo orden que le han dado a los músicos colombianos y ello le ha generado inconvenientes en las instituciones donde ha laborado. En la Sinfónica de Colombia rondaba la xenofilia y los colombianos no eran tenidos en cuenta. El se rebela contra esta situación y renuncia de nuevo. Viaja a Alemania con una beca para estudiar en la Universidad Estatal de Munich, donde es estudiante del maestro Otto Bauer. Su experiencia en Alemania es muy significativa. Allí pudo estar en seminarios y talleres con maestros de la talla de Milán Turkovich, quien es considerado uno de los virtuosos del fagot y quien siempre graba los grandes conciertos de este instrumento.

En el año 1984 viaja a los Estados Unidos a la Universidad de Winsconsin y tiene la oportunidad de ser alumno por dos años de otro famoso del fagot, el profesor Richard Lottridge, quien hizo parte de la Orquesta Sinfónica de Chicago. El tener nuevos maestros le permite reafirmar las calidades de su primer profesor Miklin, de quien afirma que no existe en el mundo otro igual, no sólo por sus conocimientos musicales sino por su metodología y sus calidades humanas. Regresa en 1985 y se radica en Cali. Es el primer fagotista de la Sinfónica del Valle e igualmente profesor del Conservatorio Antonio María Valencia y de la Universidad del Valle. Se presenta, esta vez dispuesto a romper la hegemonía extranjera, al concurso para el cargo de fagotista de la Orquesta Sinfónica de Colombia y se convierte en el primer nacional en ocupar esta silla. Allí permanece por seis años hasta que viaja de nuevo a los Estados Unidos a seguir estudiando, esta vez en la Orquesta de Dallas.

Retorna en el año de 1995 con la firme decisión de quedarse y cristalizar sus sueños, el principal de los cuales es la fundación de una escuela de fagot, única en el país y que aspira ubicar en la ciudad de Ibagué. Sin embargo, se presenta al Conservatorio del Tolima y un director extranjero le dice que su hoja de vida es excelente, su experiencia también, pero que no puede contratarlo precisamente por eso. Deambula varios meses como un desempleado más en la ciudad de la música y el maestro César Augusto Zambrano, quien ha sido su compañero y amigo desde los tiempos en que también hacía parte de la Sinfónica de Colombia, le propone que elaboren un proyecto para la Universidad del Tolima. Así nace la propuesta de crear una carrera de “Educación musical con énfasis en la dirección coral y la música colombiana”. El proyecto es aprobado inicialmente por el consejo de la facultad de educación y siguió su curso burocrático sin lograr definirse.

Carlos sigue con su empeño de fundar aquí su escuela de fagot y este convencimiento hace parte de un reconocimiento a Ibagué y al Tolima por su potencial humano. Aquí los niños empiezan a tocar desde muy temprana edad y a los quince o más años ya han alcanzado un nivel sobresaliente. Considera que los tolimenses están dotados de cierta predisposición para la música y el canto, hecho que comprueba siempre que viene a Ibagué. Para Carlos Sandoval el fagot es otra parte de sí mismo, es como un brazo, la otra mitad de su cuerpo. El respira sobre la caña del fagot y éste le devuelve los sonidos dulces de las melodías. Su tesitura, el material con que ha sido elaborado, palo de rosa o de arce, hace que su timbre, aunque no sea de gran volumen, se logre filtrar en medio de otros instrumentos y sea reconocido fácilmente por quienes tienen educado el oído.

Para la interpretación del fagot se requieren unas cañas, las cuales son traídas de Alemania. Carlos se ha convertido en un experto en este tema y ha llegado no sólo al sur de Francia, donde existen grandes extensiones cultivadas de esa planta que nosotros conocemos como “Caña de Castilla” y que se da silvestre en nuestros campos, sino también a las universidades alemanas a investigar encontrándose con una serie de secretos de estos utensilios, indispensables en su trabajo.

Estas cañas se elabora artesanalmente. Al país llega la materia prima en tubos o canutos y aquí se confeccionan pacientemente, raspando y dando formas mediante el uso de guabias y formaletas en un ritual que se vuelve amoroso cuando se alcanza el punto preciso y dan el sonido que se requiere. El ha elaborado un tratado sobre las cañas, aún sin publicar, pero registrado en el Ministerio del Interior, donde cuenta minuciosamente no sólo la historia de estas cañas sino la forma para alcanzar la perfección y los secretos de su elaboración. Desafortunadamente, aunque la materia prima parece darse en abundancia en algunas regiones de nuestro país, su textura no es igual a la madera cultivada para este fin.

Carlos ha realizado varias grabaciones. En el año 1974 con la orquesta colombiana, bajo la dirección del maestro Francisco Cristancho, se publicó el álbum Joyas musicales de Boyacá. Con el trío de cañas de la orquesta Sinfónica del Valle, en el año 1986, grabó un larga duración con composiciones de autores colombianos y europeos. Años más tarde, con el quinteto Vientos Tradicionales también llevó al acetato música de motivos colombianos del compositor Jorge E. Romero y finalmente con la Orquesta Sinfónica de Garland, Texas, un concierto de Johann Baptiste Vauhal, en 1994. Jamás ha intentado componer pero tiene algunos arreglos musicales, uno de los cuales es el bunde tolimense para cuatro fagotes, del cual tiene una grabación no comercial. Otra de sus aspiraciones es realizar arreglos de música colombiana donde se puedan mezclar los sonidos de vientos y cuerdas.

Carlos Sandoval tiene una contextura física que a primera vista desconcierta. Parece más bien un atleta o un basketbolista, pero jamás se imagina uno que es un intérprete del fagot. Entrena entre cinco y seis horas diarias en su departamento, además de las tres horas que tiene que hacerlo con la banda.

Una vez terminada esta jornada sigue con sus clases particulares hasta completar gran parte del día pegado a su apéndice, el fagot. Ha tenido tres instrumentos y cada vez que vende uno de ellos, el comprador cree que estrena, pues siempre le saca brillo a su maderamen, limpia minuciosamente sus partes y lo mima como si fuera su propio hijo.

Un tratado sobre cañas, para el instrumento, fruto de una juiciosa investigación está próximo a ser editado por Batuta en donde desempeña su labor docente. Desde 1998, luego de su paso por la Sinfónica del Valle, hace estación en la Orquesta Sinfónica de Colombia.

Se casó con Virginia Cowart, quien interpreta el corno, el mismo instrumento que tocaba su padre. Ella es norteamericana y se conocieron en una temporada de ópera en la Orquesta Sinfónica de Colombia. Nicolás, es su hijo.

Sus gustos musicales están muy sesgados. No escucha música popular, únicamente clásica, aunque a veces le da un espacio a la música tradicional colombiana. Se lamenta de la falta de difusión de la música clásica y compara nuestra situación con Europa donde el valor de los conciertos hace parte de la canasta familiar, mientras en Colombia los sectores populares tienen posibilidades de asistir a conciertos y no lo hacen porque no les han creado ese hábito.

Viaja constantemente a Ibagué, recorre sus calles con la nostalgia del exiliado, escucha en cualquier sitio a un cantante empírico, se entera de las actividades musicales que se desarrollan y se convence cada día más de que aquí está el semillero para iniciar su obsesión, una escuela de fagot para que inunde dulcemente el entorno y para que su sonido se entrevere con el trinar de los pericos en la plaza de Bolívar o con el rumor del río Combeima.