GONZALO SÁNCHEZ
En la Semana Santa del año 1939, los espinalunos que asistían a la procesión del viacrucis vieron con sorpresa que el segundo clarinete de la banda era interpretado por un adolescente. Pero no sólo eso sino que trastabillaba por mirar la espalda de otro joven que caminaba adelante y que llevaba atadas, por una pita al cuello, las partituras de las marchas fúnebres mientras los demás ejecutaban de memoria. Así entró Gonzalo Sánchez al desfile de la música.
Con los veinticinco centavos diarios que le dieron por su actuación pudo comprar un traje completo y devolver el que le habían prestado. Uniformado como sus quince compañeros inició su periplo por los distintos pueblos del Tolima interpretando los bambucos y las danzas, los torbellinos y guabinas, los joropos y sanjuaneros que han hecho vibrar el sentimiento regional.
El maestro Sánchez nació el 18 de Septiembre de 1926 en el Espinal y su familia provenía de una tradición de músicos. El padre fue integrante de la banda del pueblo, al igual que sus tíos, quienes hicieron parte de la banda antigua en el siglo anterior y se destacaron por su impulso a los aires terrígenos. Por eso, en su infancia no tuvo juguetes distintos que las flautas de carrizo, las tamboras improvisadas y los instrumentos brillantes que pendían en la sala de su casa.
Realizó sus estudios primarios en la escuela pública e inició el bachillerato en el colegio San Isidoro, pero lo dejó inconcluso. Ofició como monaguillo, tarea que recuerda gratamente porque su labor principal era la de sostenerle las partituras a los músicos de quienes aprendió el tarareo y las melodías que más tarde interpretaría, gracias a las enseñanzas de maestros como Emiliano Lucena, Eleuterio Lozano, Nepomuceno Barreto, Balbino Bermúdez, Luis Castro y también sus tíos, entre ellos José Sánchez, casi centenario.
Recién ingresado a la banda y mientras participaba en unas fiestas a orillas del río Magdalena, cerca del Espinal, se quedó mirando la voluptuosidad de una morena que se contoneaba entre los asistentes. La única forma de expresar esas sensaciones que experimentó fue mediante los acordes de una guabina, a la que más tarde el poeta y compositor Gilberto Céspedes le pondría letra con el nombre de Calentana del Tolima, una de las obras clásicas de nuestro folclor y que fue grabada por el dueto Garzón y Collazos en un larga duración que lleva el mismo nombre.
Composiciones como El espinaluno, Matadeagua, No puedo estar sin tí, Tus lindos ojos, La víspera de San Pedro y otras, han sido llevadas al acetato por bandas como las del Tolima, Huila y Espinal; por duetos como Garzón y Collazos, Silva y Villalba, Ortiz y López, Rojas y Ospina, Acosta y Cervera, Víctor y Daniel, lo mismo que por Los Hermanos Martínez, Oriol Rangel, Nocturnal Colombiano, Tierra Caliente y otros.
En las canciones de Sánchez siempre están explícitos sentimientos como el amor a la tierra, el espíritu fiestero de sus gentes, la belleza de unos ojos y la evocación paciente prendada a sus recuerdos, pero siempre con las cadencias y armonías de los aires vernáculos que han hecho de su existencia un apostolado, el cual ejerce desde la dirección de la banda del Espinal, desde su grupo musical Recuerdos, desde los programas en Radio Avenida o desde la sosegada pero fructífera labor de maestro de escuelas y colegios en los que intenta impregnar a los jóvenes y niños del sentido de pertenencia hacia las cosas raizales.
Gonzalo Sánchez es uno de esos tolimenses que disfruta con la contemplación del paisaje y trata de perpetuar sus percepciones no sólo en la música sino también en la artesanía, la fotografía y otras disciplinas en las que coloca siempre su alma de artista. Gracias a ese empeño se dio a la tarea de materializar, con la ayuda de la arcilla, la figura legendaria del Mohán.
En la década del cincuenta entra a ser parte del Centro de Historia del Espinal y allí presenta la figura en miniatura de su Mohán, la cual es aceptada como símbolo de la ciudad.
Más tarde será erigida en la plaza de Bolívar con algunas modificaciones. Sin embargo, hoy, cuarenta años después, sigue produciendo estas imágenes a las cuales les instala unos pequeños bombillos en las cuencas de los ojos y en el extremo del tabaco para darle el patetismo que en el pasado aterrorizaba a los pescadores quienes presuntamente se lo encontraban en su camino.
Aunque la música le ha dejado grandes satisfacciones, los ingresos económicos no han sido suficientes para levantar una familia de cinco hijos. Por eso aprendió fotografía, gracias a la generosidad de Constantino Saray, un viejo fotógrafo del pueblo quien le enseñó los secretos del oficio. “La foto Sánchez” llegó a ser el estudio más prestigioso en el sur del Tolima y él logro registrar no sólo las íntimas reuniones familiares sino también los acontecimientos decisivos en la historia del Espinal.
Fue también pintor de paisajes y combinó esta labor con la cerámica y la fotografía, hasta lograr plasmar los rostros sorprendidos de sus paisanos en una porcelana decorada artesanalmente, en una simbiosis de técnicas que le valieron el reconocimiento de sus contemporáneos.
Pero la tecnología acabó con su fotografía, fue reemplazado por el acto mecánico del accionar de una cámara y la entrega de muchas copias, situación que arruinó a los verdaderos fotógrafos en pueblos y ciudades.
El maestro Sánchez también incursionó en el periodismo, fue reportero gráfico de El Siglo, El Espectador y El Tiempo. Luego se atrevió a enviar algunas corresponsalías y cuando fueron creciendo las crónicas rechazadas, comprendió que a los periódicos no le interesaban las cosas positivas de su terruño y que sólo eran noticia aquellos acontecimientos que exacerbaran el morbo de la gente.
Por esta época conoció a un maestro de escuela aficionado a la locución con quien practicaba en un improvisado estudio presentaciones imaginarias que los fueron capacitando hasta que su compañero, el conocido periodista y locutor Arnulfo Sánchez López, logró enrolarse en La Voz del Espinal e iniciar una vertiginosa carrera mientras él se quedó en lo suyo.
Su energía y aspiraciones lo llevaron a presentar su nombre al concejo municipal. Resultó elegido como suplente por los años cincuenta y aprovechó la oportunidad que le dio el principal para presentar los proyectos que siempre había soñado.
Fue aprobado el parque mitológico que se haría realidad varios años después, no exactamente como la idea inicial, pero de todas maneras con algunas imágenes de las figuras legendarias de la región. También logró que se iniciara una escuela de música con el nombre de su entrañable amigo Emiliano Lucena, la cual funcionó por algunos años.
Cuando lo nombraron presidente de la Junta de Turismo del Espinal, se reunió con un amigo y viajó a solicitarle apoyo a Colcultura para las fiestas de San Pedro, pero allí le dijeron que únicamente apoyaban los festivales. Entonces recordó una insinuación que alguna vez le hiciera el connotado músico Jaime Llano González sobre la falta de un evento cultural en medio del toreo y el baile.
Así surgió El Festival del Bunde, evento que él diseñó luego de estudiar las bases de los distintos concursos nacionales de música. Desde el año de 1973 se viene realizando este certamen que busca estimular a los compositores de música andina y continuar con la vigencia de estos ritmos.
Una de las actitudes que más preocupa a Gonzalo Sánchez es la pasividad, apatía y despreocupación que caracterizan al tolimense. Por eso reinvindica los aportes musicales de este departamento al folclor nacional, así esté en polémicas permanentes con propios y extraños, pues él afirma categóricamente que el bambuco fiestero es de origen espinaluno y que nació desde el siglo pasado cuando músicos como Zoilo Nieto y José María del Valle introdujeron una aspiración al bambuco tradicional, logrando así un compás de dos corcheas, una aspiración y tres corcheas que le dan el sentido juguetón y saltarín, con ese arranque de gran velocidad que despierta a cualquier escucha.
Otro de los aportes del Tolima es la Rumba Criolla, un ritmo autóctono con sabor a bambuco que crea Milcíades Garavito Wheeler y que se popularizó en los años cuarenta, cuando nuestra música estaba de moda y las bandas y grupos musicales eran recibidos en los pueblos como verdaderos embajadores de la nacionalidad.
Recuerda el maestro Sánchez que ni siquiera la violencia partidista detuvo a las gentes en su afán de celebrar las grandes fiestas. Ya en los comienzos del siglo XX, en el Espinal, se dio el caso de interrumpir las hostilidades de la guerra de los mil días para celebrar el San Pedro. La necesidad de escuchar clarinetes, trombones y platillos parecía borrar por algunas horas las atrocidades que se vivían en los campos.
Una vez regresaban a lomo de mula luego de cumplir una presentación en Roncesvalles, cuando fueron interceptados por una cuadrilla. Todos se creyeron muertos al enterarse que era Desquite, bandolero de gran renombre en la época. Inicialmente los trataron con dureza debido al extraño y sospechoso cargamento que llevaban en las bestias, pero descubrieron que no eran armas sino tambores y tubas los que estaban envueltos en costales para su protección. Con una sonrisa maliciosa, el propio Desquite los invitó a un trago.
En su afán por ganarse espacios para difundir la música colombiana, el maestro Gonzalo Sánchez adquirió la emisora La voz de Chaparral y con gran empeño se dedicó a difundir guabinas y rajaleñas y al poco tiempo se dio cuenta que nadie lo escuchaba y mucho menos le daban pauta publicitaria. Agobiado por el fracaso moral y económico decidió venderla pero con una condición, que en mitad de las baladas y la música moderna, le permitieran un espacio los sábados y domingos para hablar de sus compositores y músicos, pacto que el nuevo propietario respetó y luego de haber trasladado la emisora para el Espinal, la música andina sigue transmitiéndose sagradamente, ahora por Radio Avenida.
A sus setenta años de edad, el maestro Sánchez se ha convertido en una institución del folclor regional no sólo por su aporte personal sino por su entrañable vocación de divulgador de los aires nuestros. Su vida ha sido un surtidor de alegría para las gentes que han danzado con sus interpretaciones surgidas de las notas festivas de sus instrumentos. Y lo han hecho en las calles de pueblos olvidados o en los recintos improvisados donde una rumba criolla o un sanjuanero anima a los asistentes.
La música ha sido su vida. Sus composiciones son el fruto de una gran alegría o una inmensa tristeza. Tiene buena cantidad de canciones escritas en hojas de cuaderno. Muchas otras en su memoria prodigiosa o intuidas en los instrumentos que hacen parte de su entorno. Un arsenal de anécdotas y recuerdos bullen en su mente y entre todos ellos saca la remembranza de Pedro “Garrocha”, aquel músico casi analfabeta que se convirtió en un símbolo de la banda del Espinal, el mismo que inventó el grito del “iiiiiiiiiih San Pedro” y que llenó de frases graciosas el ambiente que rodeaba las presentaciones de estos músicos que deambularon por un sinnúmero de pueblos colombianos y traspasaron la frontera hasta llegar a Maracaibo, Venezuela.
La agrupación que ha dirigido desde hace muchos años, participó en la filmación de la película De domingo a domingo, la telenovela Espumas, los programas de televisión Tierra colombiana, Así es Colombia y Embajadores de la música colombiana, siempre derrochando la alegría y la simplicidad del hombre tolimense.
Ha recibido muchos homenajes y también premios en distintos concursos. Conserva los trofeos y pergaminos que testimonian su dedicación y entrega al folclor. Figuran entre otros, el Festival Lasallista de la canción inédita, 1976, Trofeo Coltejer, 1975, Conservatorio de música del Tolima, 1976, Orden del bunde durante varios años, Orden Ibagué, Ciudad Musical, Asamblea del Tolima…
Su casa, donde antes existía la famosa Foto Sánchez, hoy es una especie de museo donde se confunden las artesanías realizadas por sus propias manos con los viejos instrumentos que guardan las penas y alegrías de otros tiempos, entre ellos, según afirma plenamente convencido, está la desvencijada guitarra que le sirvió a Alberto Castilla para componer El Bunde Tolimense, el que se convirtió en el himno del departamento, sin tener ritmo marcial pero sí el sentimiento que se agita en cada uno de los que lo escuchan. Allí en medio de los más disímiles objetos y fotografías, está la historia de un hombre que ha emprendido infinidad de empresas para dejar la impronta de la música, el folclor y la tradición entre los habitantes de un pueblo que él ha sabido amar como ninguno y el que le ha estado siempre agradecido, pues jamás podrá olvidarse su nombre cuando los acordes de cualquier banda hagan estallar la alegría y el entusiasmo con la interpretación de El espinaluno, o dejen mecer sus recuerdos con el arrullo de Calentana del Tolima.