GONZALO SÁNCHEZ GÓMEZ

 

La memoria del niño Gonzalo Sánchez está marcada por un hecho que años después lo llevaría a convertirse en uno de los más importantes historiadores de Latinoamérica: la violencia.

Quien naciera el 1 de agosto de 1945 en el Líbano, guarda en los anaqueles de su memoria, tal vez como muchos otros hombres de su generación, el recuerdo de una época en que la violencia era el personaje del día, la misma que a sus cortos cinco años lo obligaría, junto con su familia, a dejar el lugar que había sido el refugio de sus sueños de infancia: el campo.

Su padre, quien trabajaba como administrador de la finca ganadera El Agrado, en la zona rural del Líbano, había recibido amenazas de muerte que apenas le dieron tiempo de abandonar el pueblo con lo que tenía puesto. Antes de embarcarse en el camión que lo llevaría a Bogotá, ciudad que se ofrecía como el lugar donde su éxodo tendría fin, los Sánchez Gómez deben pasar la noche en el Líbano, tirados en el piso, porque las balas estaban ahí, como todos los días, y no daban tregua ni miraban nombres.

Partieron temprano, hacia las seis de la mañana. Fue un recorrido marcado por el pánico que en cada retén se hacía más evidente. La policía, las preguntas -de dónde vienen, para dónde van-, serían desde ese momento y hasta el día de hoy algo que Gonzálo Sánchez identificaría con ese clima de violencia que de la noche a la mañana los obligó a marcharse arrebatándoles el mínimo derecho de trabajar la tierra y vivir en paz.

Su primer contacto con la Bogotá de la época estuvo marcado por el contraste de una ciudad gris, fría y lluviosa frente a un Líbano amable y poblado de cedros. A los pocos días de estar en la capital, sus padres deciden, por fuerza mayor, enviarlo junto con dos hermanos al Amparo de Niños, institución creada por doña María Michelsen, esposa del entonces presidente Alfonso López Pumarejo, para los refugiados de la violencia.

La venta de un bulto de grano conseguido con el esfuerzo de su padre, que debía levantarse a las tres de la mañana para estar a las seis en la plaza del barrio Siete de agosto, sería el medio que durante algún tiempo proveería el sustento de la familia. Esconderse, negar que se venía del Tolima para evitar el peyorativo de chusmero y la enfermedad de su padre, los obligaron a regresar al Líbano después de haber analizado diferentes perspectivas, que en verdad no eran muchas si se tenía en cuenta su condición económica.

Seguía siendo una época complicada y la violencia había ganado terreno a costa de lo que fuera. Los Sánchez se ubicaron en un lugar cercano al que habían dejado, al tiempo que su padre conseguía trabajo en una de las tantas fincas cafeteras de la región. El tránsito de una finca ganadera a una cafetera fue un duro golpe para su padre quien, sin embargo, continuó en una lucha que no cejaría jamás.

Se iniciaba, para entonces, el período del general Rojas Pinilla que fue recibido como un alivio en la región. Es en ese momento cuando Gonzalo Sánchez comienza sus primeros años de estudio en la escuela de la vereda Minapobre, en donde la famosa Radio Sutatenza, que asistía con recursos las escuelas de cientos de veredas del país, les regala el primer radio de la familia que, aún hoy, Gonzalo Sánchez recuerda con un bosquejo de sonrisa en los labios y la nostalgia a orillas de su mirada.

La memoria de su progenitora, maestra por voluntad propia y vocación, sería el motivo que lo impulsaría, años después, a desempeñase, con la misma energía de ella, como docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Los Andes, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Santo Tomás y profesor visitante en el Instituto de Altos Estudios de América Latina de París.

Corría el año de 1956 cuando termina su aprendizaje de primaria y gracias a un tío que ve en él el gusto por el estudio, se hace beneficiario a una beca con la que continúa su secundaria en el norte de Antioquia. No cabía duda alguna, su tío no se había equivocado.

El alejamiento forzoso de su casa a temprana edad, apenas 11 años, sería el comienzo de una época desgarradora donde la tristeza haría presencia en las únicas dos cartas anuales que enviaba a su familia.

1965 es el año en que ingresa a la Universidad Nacional. Son momentos en que el padre Camilo Torres, la fundación de la Federación Universitaria Nacional (F.U.N.) y los núcleos guerrilleros en formación, aparecen en el escenario de un país que se agita dentro de un convulsionado proceso de cambio. La Facultad de Derecho y un año después la de Filosofía y Letras, ocuparían el tiempo de un joven que comenzaba a inquietarse por el acontecer nacional.

Sánchez Gómez, hoy director del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Nacional de Colombia, fue en principio un observador analítico de todo el movimiento que iniciaba su marcha. Pero no sería sino años más tarde cuando se incorporaría a éste, de manera decisiva, con la convicción y rigor que caracterizaron a quienes hicieron de la utopía un sueño que se abría camino.

Para aquella época, la Universidad Nacional otorgaba becas a los mejores estudiantes y es cuando decide dedicar todo su empeño a la filosofía para, con esfuerzo y perseverancia, ganar una que lo llevaría, un año después de graduarse, a la Universidad de Essex, Inglaterra, donde realiza un master en Ciencias Políticas con especialidad en Latinoamérica que termina en julio de 1975.

Es allí donde su deseo de tener una mayor articulación con la realidad y la necesidad de reconstruir su pasado, lo llevan a tomar la decisión de convertirse en historiador para entender quién era ese a quien llamaban Gonzalo Sánchez Gómez. La consigna desde ese momento, como académico y como víctima de la violencia, era la reapropiación de ese pasado donde había quedado enredada su infancia.

A su regreso al país, y luego de su paso por la Universidad Santo Tomás como profesor, Gonzalo Sánchez viaja al Líbano donde, para sorpresa suya, se encuentra con los hermanos Galvis, quienes adelantaban una investigación con la cual se comprometió y que a la postre se convertiría en su primer libro, uno de los más reconocidos en su labor como investigador: Los bolcheviques del Líbano, editado en 1976 y más adelante, 1985, incluído en el libro Ensayos de historia social y política, de Ancora editores. Esta obra lo llevaría a replantearse el marco referencial del fenómeno de la violencia en el país. Sería ese el comienzo firme de una carrera como investigador que lleva ya más de 20 años.

El libro le abre las puertas del mundo laboral y el reconocimiento a una investigación que no sólo rompe el esquema cronológico histórico en cuanto al período de la violencia se refiere, sino que amplía esta visión a la historia del país.

Director del Departamento de Historia de la Universidad Nacional durante los años de 1982 y 1983, representante del comité de directores de la Facultad de Ciencias Humanas ante el consejo de la misma y más tarde Decano, Director del Centro de Estudios Sociales y del postgrado de historia, representante de los profesores al comité directivo del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, es el camino recorrido por un hombre que reinventó, como otros de su generación, el ideal de cambio de los años sesenta, convirtiéndose en un historiador incansable que, a pesar de todos los cargos que ha desempeñado, no ha olvidado su verdadero oficio: investigar.

Durante el Primer Simposio Internacional sobre el tema de la violencia, que fuera organizado por Gonzalo Sánchez en Bogotá en 1984, y cuyas conclusiones derribaron el supuesto de una violencia que pertenecía sólo a las décadas de los 50 y 60, Sánchez es golpeado por uno de los sucesos más importantes de su vida: la masacre del Magdalena Medio, que le hace repensar la violencia no como pasado sino como presente y lo convierten en uno de los especialistas del tema en Colombia.

Es en este momento cuando Sánchez Gómez lidera un grupo de violentólogos que son llamados durante el gobierno de Virgilio Barco para analizar la situación del país en este campo. El resultado de este trabajo es el libro titulado Colombia, violencia y democracia, editado por la Presidencia de la República y que contiene recomendaciones que sólo se siguieron varios años después.

Para 1989 viaja a Europa donde participa en diferentes actividades académicas de alto nivel como el simposio promovido por el Centro de Estudios Latinoamericanos, con la ponencia Colombia: violencia, droga y democracia; en la Maison d’ Amerique Latine con su estudio sobre Interpretación Política de Colombia 1930-1953 en París, y en 1991, en el simposio organizado por el prestigioso Centre d' Etudes et de Recherches Internationales, con su trabajo Guerres contemporaines: Les Entrepreneurs Militaires, y en el Colombia Workshop de la Universidad de Londres, con su ponencia sobre New Forms of Politicisation in Early twentieth century Colombia, trabajos que le valieron el reconocimiento internacional de sus colegas.

Gonzalo Sánchez parece estar condenado al estudio de la violencia, a llevar a cuestas un fantasma que no lo abandona desde sus primeros años de infancia y contra el cual sigue luchando no sólo a través de sus artículos como La violencia y sus efectos en el sistema político colombiano, El gaitanismo y la insurrección del nueve de abril en provincia, y Violencia, guerrillas y estructuras agrarias, entre otros, sino también desde sus libros Las ligas campesinas en Colombia; Bandoleros, gamonales y campesinos, con prólogo del reconocido historiador Eric J. Hobsbawm, El marxismo en Colombia, Pasado y presente de la violencia en Colombia, Guerra y política en la sociedad colombiana, y Violence in Colombia: the contemporary crisis in historical perspective.

Doony J. Meertens, antropóloga holandesa, profesora de la Universidad Nacional y madre de sus dos únicos hijos de 8 y 16 años, ha sido el apoyo y motor indispensable no sólo en su vida sino también en un proceso académico que lo ha llevado a reflexionar sobre los fenómenos que estudia, ahora de una manera mucho más madura, como cuando asegura que la tortura es el fin de la violencia pues el asesinato por parte del torturador se convierte en suicidio o como cuando afirma que la historia no es sino un pensarse a sí mismo como ser individual y colectivo.

Todo su trabajo desde la docencia y el que ejecuta viajando, indagando y recopilando datos para finalmente dedicarse a escribir en su estudio en una labor que puede llevar meses o años y que exige una conciencia plena al igual que una gran responsabilidad, es su contribución a que no sólo todo un país, sino Latinoamerica entera, entienda un fenómeno que lamentablemente parece seguirnos del mismo modo que lo persiguió a él desde la infancia.

Sus obras han sido traducidas al inglés y al francés. En el año 2000 publicó Grandes potencias, el 9 de abril y la violencia, editado por planeta y fue coautor de Museo, memoria y nación.

En el 2004 publicó Violencias y estrategias colectivas en la región andina, editado por Norma, y bajo el mismo sello editorial publicó dos años más tarde Nuestra guerra sin nombre.

Director de la Comisión de memoria histórica de la comisión nacional de reparación y reconciliación, publicó en el 2008 el libro Gaitanismo y 9 de abril en provincia, editado por la Biblioteca Libanense de cultura.

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