ENRIQUE SALDAÑA CIFUENTES

 

Si bien es cierto comienza por la pintura, su tendencia lo llevó a estacionarse en las obras escultóricas de carácter monumental. Ahí está su trabajo sobre la cacica Dulima, de tres toneladas y media, la más grande expresión en este género que existe en el Tolima, ubicada en la plazoleta de la calle catorce con tercera de la capital del departamento.

Cuando examina el resultado de sus esfuerzos y desvelos, exhibido en varios municipios del departamento, evoca sus sueños de niño al permanecer durante horas viendo trabajar a su tía, maría Lilí Saldaña, auxiliar en el taller del maestro julio Fajardo, el más destacado escultor de su tiempo y cuyas obras adornan también el territorio de los pijaos.

El mayor de cuatro hermanos parece acostumbrado desde los días del uso de razón a enamorarse de los grandes retos. Nació en Ibagué el 14 de julio de 1960 y ya desde la escuela primaria en la concentración Misael Pastrana Borrero, empezó a sentir el placer de la pintura y el resultado de los triunfos cuando se ganara concursos a nivel interclases y luego fuera a defender su establecimiento en las jornadas interescolares.

Salía invariablemente seleccionado por sus bocetos a lápiz y con los cartones donde constaban sus éxitos primeros, se iba a las exposiciones que entonces se hacían en el primer piso de la gobernación, imaginando que algún día un cuadro suyo colgaría de uno de esos páneles. Pasa a realizar su secundaria en el colegio San Simón y conocer al profesor de manualidades, el ecuatoriano Eustorgio de los Reyes, con quien comparte experiencias a nivel académico y va madurando la idea de ingresar más y más al mundo de las artes plásticas.

Le colabora a sus compañeros en las tareas que incluían dibujos y termina en 1979 con la aureola de ser un artista del futuro. Mientras se preparaba para ir a buscar la ruta del estudio en Bogotá, se ve con traje de soldado bachiller pagando el servicio obligatorio en la escuela militar de la capital de la república, con la única satisfacción de que durante aquel año se puede permitir el lujo de tener contacto con museos y talleres. Todas aquellas impresiones le hacen afianzarse en la idea de que sólo una carrera como la de artes plásticas se ajusta a sus juveniles ambiciones.

Sin poder conseguir una comisión de estudios en Bogotá, parte a la capital donde tiene contactos con maestros en un taller de extensión que realiza la Universidad nacional, pero así mismo lo hace en fundición porque ya experimenta una radical tendencia a la escultura. Surge entonces su propósito de organizar un taller de escultura y en especial de fundición en bronce como lo había soñado desde los tiempos primeros de su adolescencia.

Su formación académica es producto de la investigación, buscando en uno y otro libro el seguimiento de ese tipo de conceptos hasta concretarse en obras escultóricas. Su primera obra monumental es la Virgen de la Milagrosa, en granito pulido que se encuentra ubicada en el cementerio que lleva su nombre, con una dimensión de tres metros con 20 de altura, realizada en 1982.

Ahí nace la etapa de las obras monumentales que alterna con la obra pequeña de galería. Esta es fundamentalmente de tipo costumbrista donde priman oficios cotidianos como la alfarera, la hilandera y temas sobre los llanos del Tolima. Se inicia en colectivas desde 1983, participando en muestras de arte joven del Tolima, en la biblioteca soledad Rengifo, en la galería Ibarra de Bogotá, en Casas de la cultura de los municipios de su departamento y realizando una individual en el Círculo Social de Ibagué. Ese trabajo lo interrumpe por su tendencia a la obra pública, realizada en diferentes lugares de Ibagué.

Un rápido inventario de su obra nos lleva al Monumento a los venados, en Venadillo, el Monumento al arriero en el Fresno, el Monumento al Campesino en Planadas, El monumento a la Raza en chaparral, otro al campesino en Alpujarra, el dedicado al fundador de Ibagué, Andrés López de Galarza, el monumento de Garzón y Collazos para el mausoleo de los Príncipes de la Canción, además de bustos en bronce sobre diferentes personajes del Tolima como Luis Vicente González, ubicado en el terminal de transporte de Ibagué, Fabio Lozano Torrijos y el economista Peter Druke, contratado por una multinacional para una universidad de Ecuador.

Ha tratado igualmente de rescatar y conservar monumentos del patrimonio histórico de Ibagué al restaurar obras como los querubines de la Plaza de Bolívar.

Uno de los aportes de Saldaña a la escultura del departamento es que al no existir una tradición de la cultura del bronce, usualmente importada de España e Italia, o adaptada de libros, tenga el empeño de que yesos, ceras y arenas para la fundición sean de acuerdo al material que produce el entorno. De allí que todas sus obras tengan su fundición aquí mismo. De otra parte no sólo trabaja en la capital del Tolima sino que va a sus regiones apartadas buscando encontrar y dejar testimonios de su arte.

El manejo del ensamblaje en su escultura constructivista en acero y láminas, lo ponen a jugar con obras similares como las de Negret en Colombia e inclusive con algunas del maestro Omar Rayo o Ramírez Villamizar. No existe allí sino la habilidad en la construcción y hasta el perfeccionamiento de un equilibrio, pero la propuesta original se pierde, sin importar que objetos tridimensionales con sus líneas ondulantes y delicadas, nos dejen la impresión de lo único o excepcional.

El regreso a la diosa de la fertilidad, a nuestra Venus criolla, tiene la virtud de ser absolutamente nuestra en el sentido de reproducir a su manera y con su estilo la fecundidad como en los tiempos de la escultura prehistórica y en este caso de la precolombina, sin que se vea traicionado. Los antiguos jarrones parecieran anunciar su regreso y la actitud, al igual que la forma que se ofrece por ejemplo a la cabeza, ya le dan el toque propio y artístico. Pareciera una recuperación de la alfarería de tipo ritual agujereado que atrae la fertilidad y se considera como un útero interpretando a la mujer con sus colores naturales de simbolismo protocolar. Simula una vasija precolombina sobre lo cósmico en una ofrenda a la génesis, porque es la mujer en embarazo adoptando la forma de vasija, tal como ocurre en los tiempos milenarios.

Las figuras de tamaño natural para el caso de La Guacharaca y Badana, dejan la impresión de un figurativismo realmente inusitado para nuestro medio, como si sus representaciones de expresión, cuerpo y ropaje, regresaran sus modelos a la forma escultórica en busca de la perfección. Sus gestos faciales e inclusive la actitud de la pose, dejan esos cuerpos ceñidos a una realidad abrumadora.

Ese retrato realista por encima de quienes sean sus modelos, genera un quehacer y una habilidad sorprendente. Si bien es cierto rompen con todo ideal clásico de belleza, sí se acerca al ideal clásico de una obra de arte. La expresividad del abandono o de la locura tiene aquí un testimonio y la intensidad emocional y su expresionismo despiertan sin duda admiración. Se muestra aquí un conocimiento no sólo de la sicología humana sino del arte de esculpir.

En su Diosa Ima, Saldaña recurre de nuevo a la génesis, al homenaje para la grandiosidad de esta tierra no sólo en el rescate de un tema mitológico casi nunca esquivo para nuestros escultores en América Latina, sino en casos como el suyo, necesarios para rendir tributo a los orígenes. De allí que con acero forjado con mortero cuarcita, esta escultura de aproximados dos metros refleje con plasticidad el vuelo de una raza que pudo haber desaparecido o conservarse como en este caso para siempre en la obra de arte por encima de los tratados de arqueólogos e historiadores.

Enrique Saldaña lo que muestra y demuestra finalmente es cómo no representa a un artista episódico de la escultura sino a un creador dedicado a ella. Aquí lo que se observa es la consolidación de un trabajo que ofrece continuidad al cumplido en otros momentos por artistas del Tolima y que él actualmente lidera con obras por encima de las intenciones y de los proyectos.

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