Felipe Salazar Santos
Fue, sin lugar a dudas, uno de los hombres más brillantes que el país tuvo. Así lo demuestra su Cámara hasta Senador de la República sin contar su recorrido por el ejercicio del derecho y su paso excepcional por el Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario donde se graduó como bachiller en Filosofía y Letras.
Aunque Salazar Santos nació en Bogotá en 1917 el Tolima lo acogió como su hijo. Tenía familia tolimense por parte de su madre, pasaba sus vacaciones donde Paulina y Camila Santos, unas señoritas que se preciaban de hacer los mejores bizcochos y pasteles de todo el departamento que luego vendían en la que fuera la panadería más famosa de la época.
Felipe Salazar se radica en Ibagué y comienza a asistir al colegio de las señoritas Elvira y Blanca Franco donde cursa su primaria. Su padre Manuel José Salazar, lector ávido y dueño de una magnifica biblioteca en la cual era posible encontrar los clásicos universales en sus versiones originales, le inició en el hábito de la lectura desde temprana edad. El niño Felipe pasaba tardes enteras en la biblioteca sumergido en las aventuras que ante sus ojos desplegaban Julio Verne o Emilio Salgari y ya a los 10 años había leído la Divina Comedia.
Ingresó a la facultad de Derecho de la Universidad Nacional donde conoce a Hernando Devis Echandía y Gerardo Santos Coloma. Durante el tercero y cuarto año de su carrera trabajó como notificador en un juzgado. Se esforzó seriamente por ser el estudiante más activo e inquieto intelectualmente de la clase y casi siempre lo logró. Estos años de aprendizaje marcaron tanto personal como intelectualmente su vida. Para 1941 lo encontramos trabajando como fiscal del Tribunal Superior del distrito judicial de Ibagué, donde permanecerá hasta 1943.
Este hombre para quien la política se convirtió en una doctrina y en un ejercicio intelectual y quien fue amigo personal de Alfonso López Pumarejo, ocupó el cargo de Secretario General de la Gobernación y por un tiempo fue gobernador encargado así como abogado de los terminales marítimos de Barranquilla y Cartagena.
En 1946 viaja a Bogotá para ejercer su profesión. Por esta época la crisis del Partido Liberal era un hecho. En Bogotá conoce a Rafael Parga Cortés a quien le ofrece un total apoyo para la colectividad liberal que este representaba.
Había llegado el momento de mostrar su innegable habilidad en el arte de la oratoria. Habla ante una manifestación en Mariquita y obtiene un resonante éxito lo cual lo consagra como uno de los mejores liberales del momento.
Su destreza en el manejo de la palabra llegaría a oídos del maestro Darío Echandía quien lo invita a acompañarlo en una gira por el norte del Tolima. Salazar Santos estremece con su verbo encendido las plazas públicas de Venadillo, Lérida, Ambalema, Armero, Palo Cabildo, Falan, Honda, Fresno y Líbano, en arduas jornadas que iban de sol a sol.
El 9 de abril de 1949, día que asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá, Felipe Salazar Santos era miembro del Directorio Liberal del Tolima, la noticia lo sorprendió en Ibagué mientras leía un periódico. Los saqueos e incendios no se hicieron esperar, a lo que responde con un discurso que improvisa en la plaza Manuel Murillo Toro y en el cual formula un llamamiento a la calma y a la cordura y no, como falsamente se le acusó para apoyar e instigar la revuelta. Ese mismo día, en medio de la confusión y el desorden, se le dicto auto de detención por 40 días.
En 1953 es nombrado Magistrado del Tribunal Superior de Ibagué, cargo que ocupa hasta 1957 cuando presenta su renuncia para entregarse en cuerpo y alma a la campaña por el plebiscito. Termina encabezando la lista para la Cámara de Representantes.
Felipe Salazar Santos fue miembro fundador y partícipe en el desenvolvimiento del Movimiento revolucionario Liberal (MRL). Su discurso de 13 horas en 1959 contra el proyecto que creaba la alternación de los partidos en el poder, norma fundamental del Frente Nacional, estableció un record en los anales del Congreso.
Su recorrido por el campo del derecho lo llevó a ser designado Magistrado de la Corte Suprema de Justicia en 1969; Representante del Comité Ejecutivo de la Cepal; Vicepresidente de la delegación de Colombia al segundo periodo de sesiones ordinarias de las partes contratantes del tratado de Montevideo; asesor del gobierno de Colombia para la integración subregional, tarea cuya eficacia le valió para ser considerado como uno de los fundadores del llamado Pacto Andino, asesor especial del gobierno nacional para asuntos económicos latinoamericanos con el rango de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario durante 1968 y 1969.
Fue así mismo miembro de la Junta del Acuerdo de Cartagena, consultor de la Naciones Unidas para misiones ante el Consejo de la Unidad Árabe y consultor de la UNCTAD para las reuniones de alto rango en Ginebra sobre cooperación económica en países de desarrollo.
Su actividad intelectual lo llevó a ser autor de numerosos ensayos y conferencias sobre diversos temas relacionados con la cooperación e integración de América Latina.
Fue, sin embargo, su actividad en los primeros años del Movimiento revolucionario Liberal (MRL) lo que lo dio a conocer no solo como un encendido orador sino como un ideólogo de sólida cultura académica y política. Sus escritos en el semanario La Calle, órgano del MRL, sus intervenciones en foros cerrados o en plazas públicas, su beligerante verbo y la profundidad de su inteligencia y conocimiento sobre múltiples aspectos de la realidad nacional lo situaron en lugar de privilegio dentro del grupo que acompañó por un tiempo a Alfonso López Michelsen en su campaña contra el sistema del Frente Nacional y la alternación de los partidos políticos en el poder.
Sus últimos años estuvieron dedicados, aparte de las tareas inherentes de su condición de jurista y asesor en distintas materias de numerosas instituciones, al estudio metódico de temas económicos, sociológicos y políticos con los cuales buscaba profundizar aún más en la realidad nacional e internacional, en este último campo con especial énfasis en los problemas de Latinoamérica.
Condecorado con la Gran Cruz de Boyacá, la Orden del Sol del Perú y la Gran Cruz de la Orden Francisco de Miranda, Felipe Salazar Santos se desempeñaba como decano de la facultad de Relaciones Internacionales de la de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, cuando lo sorpendió la muerte en mayo de 1995.