ISRAELROZO

 

El incansable y atinado maestro evoca, no sin nostalgia, de qué manera, los inolvidables años de su infancia transcurren en Ibagué, donde nace. Pero no es el hecho simple sino que allí, en medio de sones bambuqueros y prados tapizados de flores de ocobos, comienza a sentirse fascinado por el esplendor de los colores.

Sus ojos recorrían entonces como una fijación los tantos jardines que, para entonces, embellecían la ciudad. Sus primeras letras las aprende de su madre, su inicial gran maestra quien le enseña a contar en los dedos y a buscar en las raíces y los troncos de los árboles esculturas naturales, así como en las nubes una infinita variedad de formas.

Estudia su primaria en la escuela Diego Fallon ubicada en el barrio Belén y el bachillerato en la desaparecida pero famosa Escuela Agronómica de San Jorge, encontrándose para su fortuna con la colaboración y el estímulo de los padres salesianos quienes al ver sus cualidades lo impulsan por el camino del arte. Aquella jornada que iniciara en medio de una emoción grata que nunca lo ha abandonado, será la ruta incambiable de su destino, balanceándose siempre entre la devoción por la docencia que realiza creativamente y la del creador de imágenes dinámicas que hacen alborotar el entusiasmo.

Su carrera de escultor la realiza en la Universidad del Tolima en la igualmente desaparecida Escuela de Bellas Artes, contando como profesores a los maestros Michel Lenz, Ricardo Angulo y Jorge Julio Díaz, entre otros, aprendiendo en ese proceso a madurar sus ideas, a profundizar en conocimientos teórico-prácticos y a realizar, con gran esfuerzo, varias exposiciones memorables y monumentales en el primer piso de la gobernación del Tolima. Tal vez ninguno como él logra dejar ver en ese sitio tan numerosa obra escultórica y jamás se ha repetido en el departamento una imagen como esa.

Su temperamento hiperactivo le llevó no sólo a estarse en su absorbente oficio de escultor, sino que paralelamente enseñaba arte y dibujo en diversos colegios de la capital, entre los que están el liceo Gregg, el Manuel Murillo Toro, el colegio San Luis, el Instituto Ibagué y el del Sagrado Corazón.

Al terminar sus estudios universitarios concursó para becas profesionales convocadas por el Ministerio de Educación Nacional a través del Icetex y fue seleccionado y enviado a especializarse en la Universidad Autónoma de México.

Aprovechando su estadía realiza dos exposiciones, una en el Palacio de Bellas Artes y otra en Ciudad Nexawalcoyoth, cuando aún vivía el maestro David Alfaro Siqueiros, quien dirigía un taller libre por los lados del parque Chapultepec. Gracias a que el famoso muralista sentía gran admiración por un pariente lejano suyo de nombre Rómulo Rozo, simpatiza con el maestro tolimense y orienta sus murales, incluyéndolo entre sus ayudantes para su obra La Marcha de la humanidad, un poliforum flotante del gran Hotel de México.

De regreso a Colombia y para retribuir a su país por la beca que se le asignó, entra a formar parte de la nómina oficial al ser nombrado profesor de artes plásticas en el Inem de Montería, donde logra darle un nuevo giro a su trabajo escultórico, mostrándolo en cuatro exposiciones realizadas en Montería y Corozal. Dos años más tarde, en 1976, se traslada a Medellín para trabajar en el Inem José Félix de Restrepo, fundando simultáneamente un taller de arte que luego se transformó en la Academia de Arte Rozo. Allí sigue exponiendo con éxito su obra plástica.

Allí, alimentando sus sueños y los de los discípulos que ya conforman toda una nómina representativa de nuevos artistas, lleva dos décadas productivas de trabajo y el no despreciable número de cinco mil alumnos entre niños y adultos. Todo aquel trabajo que recoge expectativas y ofrece resultados halagadores, cuenta con la colaboración de siete profesores especializados que le ayudan en su labor docente.

Israel Rozo, que siempre ha sido hiperactivo, combina igualmente sus oficios con otras actividades profesionales que incluyen la realización de exposiciones y obras escultóricas para edificios y parques, por encargo, y anualmente programa una exposición de niños, otra de adultos en lugares públicos, al tiempo que brinda, gracias a su ya larga experiencia, una asesoría a colegas que buscan respaldo para sus obras.

Rozo mantiene viva la llama de la nostalgia por su tierra, porque si bien es cierto ha logrado realizarse y sentirse plenamente feliz con lo que hace, aspira a mostrar por el Tolima su obra y a trabajar en viejos sueños que aún no ha podido culminar.

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