JAIME ALBERTO ROMERO RUÍZ

Como una constante a través de la vida de quienes dan valor a este libro, el entorno familiar se convierte por excelencia en la base más sólida e influyente del itinerario de estos hombres y mujeres que decidieron entregar su creatividad y esfuerzo a la música .

Jaime Alberto Romero Ruiz, intérprete de la guitarra y compositor, no podía ser la excepción. Nace en Ibagué el tres de enero de 1966 en un hogar donde la inclinación por la música y la pintura eran el pan de cada día. Allí iba a estar acechado por la imagen de su padre sentado al piano y por las posteriores conformaciones de grupos musicales entre su familia donde la música colombiana reinaba sin discusión alguna. Mientras él presenciaba los ensayos, aún sin tener una participación directa, su inconsciente va guardando sensaciones para lo que protagonizaría años más tarde. Sus primeros pasos en el terreno académico los da en el Liceo Val, posteriormente en el Liceo Especial y su bachillerato en el colegio Tolimense. Allí se destacará no sólo por su participación en los eventos culturales en los cuales era llamado a colaborar, sino también por su primer contacto con el Conservatorio de Música del Tolima donde recibe las primeras clases de solfeo, apreciación musical y teoría, y del cual debe retirarse por sugerencia de sus padres para que no descuidara los estudios. Este suceso impulsaría a Romero Ruiz a incursionar de manera autodidacta en el estudio de la guitarra clásica durante el último lustro de la década del setenta. Aquel adolescente que prefería quedarse a la hora del recreo para en cortos 15 o 20 minutos dejarse llevar por el sonido juvenil y alegre de un piano que él mismo ejecutaba o el de una guitarra donde iba tejiendo acordes y melodías, tendría los primeros contactos musicales de manera más formal con los maestros Ricardo Vega, José María Rincón, Leonor Buenaventura de Valencia y Germán Medina. Para 1980 no había dudas qué despejar. Aunque el piano también lo seducía, la guitarra se convierte en la mayor fuerza de atracción, según él, por la dulzura del instrumento, su expresividad y su sonoridad. Atrás quedaba el primer acercamiento con los músicos ibaguereños que hacían bohemia al estilo de la vieja usanza, los primeros trucos en el instrumento, los consejos y las voces de aliento que, años después de su partida hacia Bogotá, volverían a reflejarse en su espejo con la sorpresa de haber superado humildemente a quienes desde un comienzo lo apoyaron, como él mismo afirma.

A esta altura Romero Ruiz comenzaría a desarrollar una mayor mística y cultura alrededor del instrumento. La ejecución e investigación de la música clásica lo obligó a no incluir en su repertorio, aunque sí en su estudio, obras que estuviesen enmarcadas bajo el título de lo clásico o lo culto. Entonces vendría un acercamiento hacia la música colombiana, quizá iluminado por el norte señalado por otro tolimense: Gentil Montaña. Al contrario de lo que sucedía por aquel entonces en el país y aún hoy en hechos aislados, su paso de la música clásica a la colombiana no causó ningún tropiezo. Su producción musical como compositor estaba llegando a los terrenos de la abundancia y la calidad, al tiempo que otros músicos colombianos comenzaron a pedirle partituras para ejecutar sus obras. Guitarristas de la talla de Miguel Bonachea, hoy director del Conservatorio de Música en Cali, Clemente Díaz y otros, interpretaron sus obras. Paralelamente, Romero Ruiz estudia ingeniería química en la Universidad América en Bogotá hasta que llega el momento de decidir entre los dos caminos. La sensatez, como él mismo dice, lo llevaría, luego de haberse retirado de la universidad, a ingresar de nuevo en ella un año después y terminar su carrera para continuar satisfactoriamente con la música. Su llegada a Bogotá no fue realmente traumática. Por el contrario, fue mucho más cálida de lo que él mismo pensó. Su primer contacto con el maestro Gentil Montaña, quien lo apoyó de manera incondicional en su trabajo como intérprete y compositor, se convierte en factor vital, pues sería el maestro ibaguereño quien le presenta músicos y ejecutantes de la guitarra que después, y en vista de su calidad como compositor, solicitan sus obras para incluirlas en repertorios que hoy dan la vuelta al mundo.

Para esa época ofrece recitales en Bogotá, participa en pequeños concursos a nivel departamental, dirige grupos corales y musicales en algunas universidades y empresas de Bogotá, y se desempeña como arreglista. Sin embargo, Jaime Alberto Romero Ruiz sólo quería pisar los escenarios del país como guitarrista y compositor. Vendrían grabaciones para televisión con programadoras como Producciones JES y Colombiana de Televisión, y su primera participación en el Festival Mono Núñez, en 1988, en donde ocuparía el tercer puesto, sólo superado por el “negro” Parra y Álvaro Sánchez, quienes ya eran maestros reconocidos en el medio musical colombiano. Dos años después participa como intérprete obteniendo el primer puesto. El tiempo lo afirmaba con más tenacidad en su quehacer.

El dominio técnico sobre el instrumento, el conocimiento elemental sobre la armonía, la forma y la figuración de la música colombiana, y el tener una idea mas clara de lo que se quería a la hora de componer, se convirtieron desde 1978, año en que comienza a componer, en elementos fundamentales que enriquecerían cada una de sus obras. Recuerdos, olores, la imagen de un paisaje, la casa paterna, situaciones nuevas en su vida, altibajos dramáticos en la misma, son la disculpa perfecta, el motivo inaplazable para que la sensibilidad se dispare y vengan con el trabajo y la dedicación otras composiciones. En su repertorio encontramos obras como Confesiones, bambuco, obra con la cual obtiene el primer puesto en el Mono Núñez, el bambuco fiestero, Por un trago, y fantasías entre las que se cuentan El escribano, La calle del caracol, Aquella casa de aquella calle y estudios de pasillos, suites para guitarra, porros y preludios como Lejos del hogar. Hoy este hombre que le teme a la imposibilidad de sentir y que ha trabajado arduamente para llevar a la música colombiana a un sitial de honor, atribuye a la creatividad y frescura de sus composiciones, la receptividad que ha tenido entre otros músicos y el público.

Quien presentara conciertos en Perú, Ecuador, en la Feria del Pacífico, Bogotá, Cali e Ibagué, y en los festivales donde ha sido finalista, como el realizado en Aguadas, Caldas, reside ahora en Houston donde además de seguir en su impenitente labor como compositor reparte su tiempo entre la ingeniería química y el arreglo de sus últimas obras.



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