LUISEDUARDO RODRÍGUEZ

 

Proveniente de una familia longeva de campesinos del Líbano, Tolima, este artista, cuya primaria la hizo en la escuela Juan XXIII de su pueblo natal y la secundaria en el legendario Instituto Nacional Isidro Parra, se graduó en 1986 como maestro en bellas artes con especialidad en pintura en la Universidad Nacional de Colombia.

Sus exposiciones alcanzan apenas la docena pero abundan las notas de críticos y comentaristas que ven en su obra un trabajo sólido, profesional, ajeno a las modas pero con una creatividad y un color que le ofrecen su sello distintivo. Su búsqueda disciplinada lleva varios lustros y todo comienza desde los años de escuela donde tuvo en un maestro a la primera persona que le dio ánimos para que incursionara en la pintura.

Ya en la secundaria le hacía las tareas a sus condiscípulos, particularmente las ilustraciones, a más de recrearlos haciéndoles retratos que ellos guardaban celosamente profesándole sin egoísmos una admiración que le agradaba.

En la biblioteca del colegio se dedica a estudiar la vida y la obra de los grandes pintores del renacimiento, hace copias al carboncillo de algunas de ellas y recibe un aplauso entusiasmado cuando muestra madonnas y cristos. De toda aquella información se impresiona con la biografía de Miguel Ángel y participa en concursos estudiantiles, pero su manifiesta timidez le hace perder los eventos porque no tiene la verbalidad ni el discurso para sustentar y defender sus trabajos.

Por influencias del padre Mejía, rector del colegio Claret, ingresa a estudiar en el seminario de Ibagué creyendo alcanzar paz y estabilidad con la carrera sacerdotal, pero apenas dura un mes porque entiende que se equivocó de camino. Regresa entonces al Isidro Parra donde nadie se entera de su excursión y hace un curso de dibujo por correspondencia antes de terminar el bachillerato. Un primer gran tropiezo lo encuentra en el listado y el costo de los elementos necesarios para sus tareas, siempre superior a sus escasos recursos. Con la frustración se entristece pero no de desanima y tiene como meta viajar en búsqueda del sueño de su vida: ser pintor.

Primero estudia un mapa de Bogotá y luego viaja a la capital a buscar a su padrino con partida de nacimiento en mano y termina trabajando al lado de sus hijos en albañilería. Transcurre un año e ingresa a trabajar en Colsubsidio como mensajero al principio y como auxiliar de tesorería después. Sin embargo, la existencia asfixiante y monótona de las oficinas lo hace renunciar. Entonces, ya con el deseo de hacer un curso de pintor se tropieza para su ventura con un aviso de prensa que solicita modelos para la escuela de Bellas Artes en la Universidad Nacional. Lo considera un gran paso porque puede acercarse al mundo que le ha sido esquivo pero que ama secretamente con inmenso fervor. Labora como modelo durante un año, presenta examen de admisión en la facultad y tres años después de haber terminado su bachillerato, logra su objetivo.

Las lecturas sobre arte y artistas lo tenían concientizado para no afectarse al posar desnudo a los estudiantes y como tal, logra un servicio de alimentación barato, una pensión prácticamente simbólica, materiales dados por la universidad o vendidos a precios económicos, a más del apoyo de los condiscípulos. Son éstas las circunstancias felices que le ayudan a la terminación de su carrera. Lleno de ilusiones como profesional pensaba que de ahí en adelante todo era pintar y vender la obra, pero las cosas no resultaron tan fáciles como parecían. Logra esporádicamente la venta de cuadros pero la necesidad lo conduce a ser auxiliar de electricista, incluso regresar a la albañilería hasta ser otra vez modelo pero no a la universidad porque allí no aceptaban que uno de sus egresados regresara de esa manera.

Para mantenerse en forma y no perder el trabajo, se matricula en una academia de físico-culturismo, gana concurso como señor Bogotá en la categoría novatos en 1978 a los 24 años y hasta sale en televisión en el programa de Carlos Pinzón. De allí adquirió la disciplina para quedarse con la costumbre de hacer gimnasia a diario y heredarle ese ejemplo a su hija Karen, de 16 años, gimnasta de casi una década que obtuvo una medalla de bronce en los juegos del pacífico en la modalidad de gimnasia rítmica en 1995.

A pesar de haber esquivado la posibilidad de ser docente, las circunstancias lo obligan a refugiarse en la cátedra como una manera decorosa de sobrevivir y es cuando se presenta a un concurso a la Secretaría de Educación del Distrito Especial de Bogotá y al ganarlo lo nombran en Ciudad Bolívar, donde lleva dos años. Desde el colegio lo marcó la pintura clásica, académica, y empieza a hacer paisajes de los alrededores de la universidad entresacando de este campus el material de su fijación.

Su trabajo surge, entonces, similar al de Antonio Barrera cuya obra no conocía. Empieza, a partir de ese momento, a adquirir libros de pintores expresionistas que lo ayudan a confirmarse en su estilo y a identificarse más en lo que venía realizando. Se acerca a lo abstracto pero no se siente satisfecho y sólo en el manejo de tipo naturalista e impresionista logra en ocasiones sentirse complacido. Se emociona profundamente con la naturaleza y el modelo vivo en todas sus manifestaciones, encontrando que en este campo, con toda la gama posible de matices, colores y opacidades, se siente a sus anchas. Ha pintado retratos, desnudos, bodegones y para ellos estudia a Cesanne y a Manet que lo influyen en este tipo de ejercicio.

Temáticamente pesa en su obra la naturaleza. No le preocupó que ese argumento - al decir de algunos - hubiera pasado de moda pero sabe que la pinta diferente, que su personalidad expresada allí es única. El gesto, la pincelada que se refleja en el cuadro, lo asume como las huellas digitales donde no hay una que sea igual a la otra. Es cuando surge su propio estilo. El que han visto en la Esap con motivo de sus 25 años en 1983, en el XI Salón Francisco A Cano, el Museo de Arte de la Universidad Nacional, en el primer salón de la creatividad en el Auditorio León de Greiff del mismo centro, en la exposición Centenario de Bellas Artes, en la muestra Nueva generación de la galería Santa Fé de la capital de la república, en Bucaramanga, Medellín y Cartagena han estado expuestos sus cuadros y la última exposición individual la realizó en el Gimnasio Moderno de Bogotá en 1995, preparando en la actualidad una itinerante por su departamento del Tolima.

En una nota escrita por Jorge Eliécer Pardo se advierte cómo existe en Luis Eduardo Rodríguez esa extraña y hermosa habilidad para ocultar sus paisajes y sus personajes en la bruma del color, en el equilibrio exacto de la realidad que se diluye a lo Manet. Agrega el novelista de qué manera este pintor no es de los que pretenden hacerse figura y desplegar su talento en cocteles y reuniones de intelectuales sino que es silencioso y paciente y aspira a que la vida le dé oportunidad de hacer su historia con modestia y sinceridad, con pasión y respeto por el arte.

Finalmente precisa que el creador de imágenes tiene esa fina tendencia a descubrir la naturaleza desde el espíritu secreto del paisaje, cuya interiorización plástica ahonda en los secretos de las mujeres que pueblan sus cuadros o de los árboles que se levantan con furia como una protesta. Ya no puede regresarse porque está atrapado para siempre en la bruma de su pasión por el arte. Luis Eduardo Rodríguez, quien nació el 9 de abril de 1954, es igualmente un lector incansable, autor de memorias y testimonios aún inéditos, relatos, cuentos y ensayos que conforman parte de su ejercicio vital.

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