CESÁREO ROCHA CASTILLA
A comienzos del siglo XX estaba en la escuela pública del Chaparral, su ciudad natal, donde había nacido el 6 de septiembre de 1897. Sus padres, Ricardo Rocha Guzmán y doña Carmen Castilla, pronto lo trasladaron a la capital de la república para que hiciera su bachillerato y además -tras consultar su vocación-, se titulara como normalista. Desde una edad temprana ejerció el periodismo colaborando en algunos diarios de Girardot y de Ibagué, hasta alcanzar por sus virtudes y su estilo, su gran capacidad de trabajo y una formidable disciplina, la dirección del periódico El Cronista, en su primera etapa.
Como bien lo recuerda el profesor Jaime Peralta Carrillo en su biografía mínima, Cesáreo Rocha Castilla se vinculó a la política por la época de la famosa y trascendente Convención Liberal de Ibagué en el año de 1922. Aquel histórico evento presidido por el general Benjamín Herrera, le permitió darse a conocer, ser respetado por sus intervenciones y continuar liderando programas e idearios.
Sus conocimientos y concepción de las cosas, su claridad y elocuencia al plantearlas, lo convirtieron pronto en Concejal de Ibagué y luego en Diputado a la Asamblea del Tolima. No eran tiempos fáciles. No habían pasado muchos años de finalizada la última guerra civil y el liberalismo requería de protagonistas de importancia para consolidar lo que se conoció entonces como la República Liberal. Al culminar el mandato de su coterráneo Miguel Abadía Méndez, participó en la campaña electoral que llevó primero a la Presidencia de la República a Enrique Olaya Herrera y en forma inmediatamente posterior al tolimense Alfonso López Pumarejo.
La vocación por la pedagogía, su idónea formación en la materia, lo llevaron a ser nombrado Inspector Nacional de Educación, cargo en el cual cumplió una tarea importante al tiempo que riesgosa. En Nariño, departamento sometido de manera absoluta al dominio de las comunidades religiosas, inició una importante reforma educativa que aún hoy se recuerda. También, en aquellos sitios del sur que habría de evocar por muchos años, Cesáreo Rocha ocupó la rectoría del colegio Mariscal Sucre, sito en Ipiales. Sin embargo, la tierra lo llamaba. De regreso al Tolima continuó alternando el periodismo, la política y la educación, regentando en el legendario colegio de San Simón las cátedras de castellano, filosofía e historia.
En 1944 fue designado Alcalde Mayor de la Ciudad de Ibagué y durante su administración inicia el complicado pero apasionante proceso de transformar una pequeña aldea en una ciudad proyectada hacia el futuro. El urbanismo empieza por entonces a jugar un papel protagónico y las demoliciones abren su espacio al progreso.
Frente a todo esto, el destacado hombre público no se conformó con sus fructíferas actuaciones en la burocracia y continuó formándose como un intelectual prestigioso y dirigente liberal con formidable equipaje de humanista. Así contribuiría, al final, en los años aciagos que cubrieron de violencia al Tolima, a la pacificación de su departamento.
La indiferencia general sobre nuestro pasado ha venido cubriendo de olvido sus meritorias acciones. No obstante, gracias al arte y su victoria por encima del tiempo y de la muerte, aún su música extiende sus alas. Como un compositor de valía, Cesáreo Rocha Castilla, dentro de sus muchas canciones, dejó hermosas herencias. Es fácil escuchar su famosa Guabina tolimense, musicalizada por Patrocinio Ortíz, llamada originalmente El pescador y que el pueblo oficializa como Morenita de mi alma. De otra parte, su Bunde, verdadero himno al Tolima, reconocido por el Conservatorio como el oficial, preside los más importantes actos de la ciudad y el departamento.
Gerenciaba una firma constructora cuando fue sorprendido por el doctor Eduardo Santos con el ofrecimiento de que se incorporara como comentarista editorial del diario El Tiempo. Allí, durante largos años, orientando a la opinión pública sobre innumerables problemas y temas diversos, gozando de la amistad de los grandes de la patria, transcurrió la parte final de su existencia.
Producto de su capacidad investigativa y literaria, de su amor al Tolima y a su pasado, son sus amplios tratados sobre la prehistoria y el folclor tolimenses, sin dejar de lado muchos poemas que, junto a su trabajo periodístico, conforman un legado apreciable del talento y la inteligencia de un chaparraluno auténticamente ilustre.
De su hogar, formado con la distinguida dama ibaguereña Sofía Ochoa Giraldo, quedaron, para continuar la estirpe, sus hijos Ricardo, quien fuera dirigente nacional arrocero; Cesáreo, prestigioso intelectual que ocupara la Presidencia de la Supercorte, la Gobernación del Tolima, una notaría en Bogotá y la presidencia de destacados clubes de carácter social, además de escritor, cuentista y ensayista de reconocido prestigio; Hernando y Sofía del Carmen.
Ningún escritor como Cesáreo Rocha Castilla ha producido hasta hoy un reflejo más fiel del cuadro natural del tolimense viejo, el papel del caballo, el tiple y la raza en la conformación de una peculiar manera de ser. Ahí están su carácter de intelectual comprometido con la paz en el repudio a la violencia que denominó la mala noche o el aporte de los primeros documentos de la fundación de Ibagué, incluyendo sus causas, las leyendas, los temas de la justicia colonial, los apuntes sobre la prehistoria de su tierra natal. Pero también ilustra con rigor la verdadera leyenda alrededor de los pijaos, sitúa la procedencia de ellos por fuera del departamento, detalla las fundaciones de cordillera al norte del Tolima y traza pintorescas, hermosas estampas sobre el rancho y el nevado o las fiestas del San Juan. Fue el primero en describir y analizar música nuestra como el bunde, la guabina, el bambuco, el torbellino y rindió el primer reconocimiento a las cañas de Cantalicio Rojas originadas en los ritmos indígenas. Realiza, igualmente, un recorrido por algunos de nuestros mitos populares donde desfilan la Patasola, La Candileja, El Poira, La Madremonte, Los Tunjitos, El Duende y La Mula Retinta y cuenta lo que ocurre con la pesca como parte del actuar patrimonial de los coterráneos, así como recoje las coplas populares.
Quien desee asomarse a la actitud de los integrantes de su generación, verá en la obra de Cesáreo Rocha Castilla el verdadero ejemplo del talento y la disciplina puesta al servicio de las causas nobles, la conducta de quien por encima de las ambiciones personales colocaba los intereses colectivos y el de un ser que estuvo siempre preocupado por contribuir al mejoramiento de su comunidad.
Este maestro en el sentido exacto del vocablo, del que hoy las gentes escuchan sus canciones sin saber de quién se trata, permanecerá, al examinar a fondo los pasos de los antecesores, como una figura no solo interesante sino clave en el desarrollo de aparentes pequeñas cosas que significaron mucho en el proceso y la evolución de una actitud libertaria y de una lucha sin tregua por el establecimiento de la democracia como principio rector de la vida civilizada.
Igualmente su trabajo periodístico que permite comunicar la temperatura del país en hombres como él, testimoniar las angustias de la época y medir las esperanzas del país, son prueba fehaciente de su angustia por alcanzar para las gentes un mejor estar.
Cesáreo Rocha Castilla, el que preserva del olvido documentos y restablece verdades escuetas frente a las leyendas, que quitó el maquillaje a la falsa historia e investigó con devoción indeclinable todo lo concerniente a nuestros orígenes, que conoció tanto los incendios de la guerra como los lirios encendidos de la paz, es uno de los grandes del Tolima.