CRISTOBAL AMÉRICO RIVERA

 

Aquel niño que jugaba en el patio de su casa con arena y carros que simulaba con las cajas de arequipe vacías y a quien su padre apodaba Carreteritas, nunca pensó que su sueño de llegar a ser médico se convertiría en la idea fija de vivir muchas horas diarias dentro de una cabina y ser uno de los hombres más escuchados de la radio colombiana.

Su casa, ubicada en el barrio Pueblo Nuevo de Ibagué, le vería salir todas las mañanas hacia el colegio San Luis Gonzaga, donde adelantó sus primeros años de estudio. Para esta época, tal vez de manera inconsciente, en Cristóbal comenzaba a crecer su inclinación por la medicina, cuando todas las tardes, después del colegio, marchaba hacia la botica, farmacia de la cual su padre era propietario, y donde el niño jugaba a ser médico ocultándose tras los morteros y las recetas sin llegar a imaginar que el reconocimiento le llegaría por la labor de locutor que ejerció durante cuarenta incansables años.

Pero la medicina no era lo único que alimentaba sus sueños. Todos los domingos se dirigía ala función de la mañana del teatro Imperial para gozar con las luces que salían disparadas desde un cuarto oscuro y moleaba figuras en un telón para su entusiasta asombro. Guardaba religiosamente, con recelo, las siete contraseñas con la que podría entrar gratis a una función.

Su padre muere el 6 de abril de 1944 dejándolo en compañía de sus hermanas Olga María y María Cristina. Por aquellos días, cuando su madre, Lucinda Rojas, se rompía los dedos inventando costuras para aliviar la precaria situación económica, rivera continúa sus labores académicas en los colegios San Simón y tolimense. Es en este último plantel donde el padre Libardo Jaramillo convoca a los 35 estudiantes del grado quinto para realizar una prueba en la que deberían leer un texto en una especie de concurso, y en la cual el ganador sería el futuro presentador de las noticias del programa La hora radial católica.

El encuentro con su destino no se hizo esperar y Cristóbal, ganador del concurso, sostendría su primer encuentro con la que sería su aliada de toda la vida: la información.

Fue durante una de las grabaciones de la hora radial católica cuando Rivera tuvo la oportunidad de reemplazar a Libardo Restrepo en la lectura de noticias del medio día en el radioperiódico La Verdad. Este suceso le abrió las puertas a un ámbito profesional en el cual adquirió la experiencia que más tarde emplearía en numerosas emisoras bogotanas.

Es también allí cuando termina inventando el slogan de una famosa pomada colombiana: Dolorán. Una crema inventada por su hermano. El dolor le tiene miedo a dolorán, ha sido una frase que grabada por él lleva más de cincuenta años al aire en los diferentes medios de comunicación colombianos.

Luego de terminados sus estudios en 1952, rivera presta su servicio militar en la Escuela de infantería de Usaquén donde opta el grado de teniente de reserva de los servicios, que le valdría el grado de teniente honorario del ejército nacional.

Su ingreso a la facultad de medicina de la universidad Nacional, será el paso inmediato. Dos años después, al alternar los estudios con su labor de locutor del radionoticiero la Opinión bajo la dirección de Alberto Galindo, inició un trabajo ininterrumplido de catorce años en ese medio. Gracias al interés del mismo Galindo para impedir que su locutor estrella se fuera de Bogotá, consiguió hacer su año rural en el hospital Franklin Delano Roosvelt. Desde entonces, jamás separaría la medicina de su labor de locutor.

Ya la voz de Cristobal Américo Rivera era familiar en los hogares nacionales, en los cuales, sin falta, se escuchaba a la hora del almuerzo los ya populares gritos de Alerta que tan famoso lo hicieran en el medio de comunicación colombiano de mayor audiencia.

Jaime Pava Navarro, creador de Radio Súper, lo contaría entre sus locutores en un programa que siempre estaría asociado al nombre de Cristobal Américo Rivera y su famosa licencia del Ministerio de Comunicaciones: Supernoticias.

Su paso por Radio Melodía con el programa Últimas Noticias y por el conocido Alerta Bogotá de Radio Reloj de Caracol, serían los únicos que le mantendrían alejado de su casa en Súpernoticias, el radioperiódico que le vería culminar una carrera que superó cincuenta años de una labor singularmente anónima puesto que su rostro era desconocido para todos los colombianos, aunque su voz, imitada por cientos de ellos no sólo en programas de humor de radio y televisión del país, sino en las reuniones familiares.

Médico cirujano de la universidad nacional, jamás descuidó la profesión con que soñara desde su niñez. Al inicio de la década de los setenta ya había realizado tres cursos sobre planificación familiar, prevención del aborto y diagnóstico precoz del cáncer genital femenino, otro sobre urgencias en la práctica diaria y cursos sobre diabetes mellitus, además de su participación en el XI Congreso latinoamericano de cirugía plástica.

Para la década del 80, su trabajo médico se centra en un taller sobre modernas tendencias de la educación y su aplicación en las ciencias de la salud.

Todo esto muestra la aparente disparidad de gustos de un hombre que solo buscaba no abandonar sus vínculos con la medicina en una época donde la locución colmaba gran parte de su tiempo.

Desde el hospital San Juan de Dios, pasando por el Franklin Delano Roosvelt, la clínica Central, la San Pedro Claver, y el instituto de Medicina del Trabajo, rivera completó más de 40 años de ejercicio profesional.

Hoy, Cristóbal Américo rivera, quien nació en Ibagué el 20 de octubre de 1934, reparte su tiempo entre la radio, ahora adscrito a RCN con el noticiero Alerta, y la medicina, entre la docencia y el rock, otra de sus pasiones, en un oficio que todo el país le reconoce otorgándole el mayor premio posible: el cariño de un país.



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