MARCOALEJANDRO RICO

 

Marco Alejandro Rico Salas no llegó a ser pintor por admiración a unos cuadros expresionistas que encontró en una exposición local sino, por el contrario, por el rechazo a esas imágenes que lo hicieron reflexionar sobre sus propias potencialidades hasta convencerse de que él era capaz de pintar mejor. Ese día comprendió que las horas consumidas en la lectura de las conferencias y los libros de arte que tenía su madre, Ruth Salas de Rico, estudiante de pintura en la Universidad Nacional, estaban presentes en su memoria y le trazaban el camino para moldear los mundos que llevaba dentro.

Rico Salas nació en Ibagué en 1957. Durante sus, estudios primarios y secundarios fue un dibujante discreto. Su estímulo para pintar era la observación de los bodegones y paisajes que realizaba su madre. Alguna vez, antes de terminar secundaria, se aventuró a asistir a los salones de clase de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad del Tolima, pero cuando obtuvo el título de bachiller, el que le posibilitaba su ingreso formal, ya habían cerrado la escuela y Marco Alejandro se convirtió en un damnificado más de ese atropello contra la cultura del Tolima.

Se matriculó entonces en la Facultad de Ingeniería Forestal y pronto descubrió que los antiguos maestros de la escuela cerrada dictaban talleres libres para estudiantes, como una forma de mantener vigente su entusiasmo por la pintura. Cuando su madre se enteró que combinaba las clases de forestal con la asistencia a los talleres donde pretendía construir con manchones atmósferas visuales diversas, le pareció apenas normal que su hijo tuviera la pintura como una especie de pasatiempo, pero jamás se imaginó que el título de ingeniero terminara como un cuadro de adorno en la pared, mientras otros, los que muestran la huella de su sensibilidad, están paseándose actualmente por pueblos y ciudades en una muestra itinerante que recorre el país y que la simetría y el olor de los bosques sólo sean recordados cada vez que tiene que trazar gruesas líneas sobre el papel para significar desastres ecológicos o para sumergir al observador en los laberintos míticos del hombre.

La primera satisfacción recibida por este pintor, que se queja siempre del poco estímulo a su tarea, fue haber sido seleccionado en l984 para el Salón de Arte del Tolima, muestra que expuso después en la entonces recién inaugurada Biblioteca Darío Echandía del Banco de la República. A partir de esa fecha cada año se repite este reconocimiento y aunque ya no es tan inexperto, los cuadros que presenta le sirven como un termómetro para valorar su trabajo de los últimos doce meses.

Haber sido seleccionado para el XXXIV y el XXXV Salón de Artistas Nacionales, ha sido el logro, hasta ahora, más significativo en su carrera, pues siempre lo había deseado. Pero nunca imaginó que pudiera alcanzar un sitial al lado de maestros reconocidos y cuyo trabajo hacía parte de la modernidad en la pintura colombiana. Por eso, cuando entró al primer salón y se encontró al lado de Jorge Elías Triana, experimentó algo parecido a la felicidad. Su primera exposición individual la realizó en la casa Alfonso López Pumarejo de la ciudad de Honda, en 1987.

Este mismo año expuso en la Universidad del Tolima. En l992 cuelga sus cuadros en el Instituto Municipal de Cultura de Ibagué. También ha participado en muestras colectivas en Cali, Bogotá, Neiva y Armenia. Cuadros suyos están igualmente en la Biblioteca Luis Ángel Arango y en la Muestra Itinerante del Banco de la República. Sobre este trabajo dice el profesor de la Universidad Nacional, Raúl Cristancho: Los dibujos de Marco Alejandro Rico son el resultado de la interacción continua con su entorno físico y cultural. Predomina una actitud afectiva frente a un mundo cuya geografía, compuesta de ríos y volcanes, se relaciona con el hombre de una manera conflictiva. Pero el conflicto de Rico Salas no es únicamente en el plano del paisaje natural, sino ante todo con la naturaleza humana y es por eso que el mismo profesor Cristancho afirma que el cuerpo femenino, especialmente, es el receptor de la dualidad, el cual se encuentra en un clima de tensión, acentuado sin embargo por insinuaciones de erotismo y de humor.

Existen símbolos recurrentes en la obra de Rico, así se trate de cuadros figurativos o abstracciones. Estos símbolos tienen que ver con los tres temas centrales de su obra y que se imbrican en un solo contenido, como tratando de reiterar todo el sentido.

Aves siniestras que se desplazan por el horizonte del cuadro, perros de bocas abiertas que corren entre los trazos y cuerpos desnudos que danzan ritualmente, configuran la obra de este pintor que quiere testimoniar su preocupación constante por la violencia, el sexo y la muerte, tríptico donde desafortunadamente descansa nuestra realidad cotidiana.

El pintor reconoce que en sus propios trabajos existen, no sólo apropiaciones de segmentos, sino múltiples huellas de las influencias que lo signan y que aparecen a veces explícitas o simuladas, sin que se preocupe de decantarlas o reelaborarlas, pues hacen parte de una búsqueda, no de un estilo propio sino, por el contrario, de intentos por borrar cualquier tipo de identidad a través de la anarquía del color. Lo que le interesa es poder expresar en líneas y tonos sus visiones diarias, temores y sueños que van cambiando con el paso del tiempo y cuyas señales a veces se traslucen en sus obras.

En esta obra uno encuentra el humor sardónico de un Duchamp, las imágenes danzantes de Matisse o las figuras familiares de un Calderón, entreveradas en colores rojos, ocres, terracotas, grises desleídos y negros que adhiere al lienzo o al papel para dar cuenta del paisaje urbano, enmarañado y diverso, donde el hombre reconstruye la metáfora del paraíso.

Los actos carnavalescos también hacen parte de algunas series donde el colorido de los matachines contrasta con la palidez famélica de los espectadores, quienes se funden en la pantomima, donde el licor y la música, reviven burdamente las ceremonias de la edad media y en donde la risa, como expresión universal de la fiesta, se vuelve un rictus amargo.

Justamente es este transitar por caminos disímiles lo que lo ubica en las coordenadas míticas donde el símbolo primigenio trasciende del pasado y se instala contemporáneamente para conjurar visiones o para ironizar, como es el caso de los planos paródicos de la ciudad, que se llenan de imágenes superpuestas sobre las calles y carreras para copar espacios por donde todas las tardes circula el pintor.

Este ingeniero forestal que cercena bosques con su pincel y despiadadamente contamina la limpidez de los riachuelos con figuras misteriosas, ha hecho de la pintura, más que un oficio, una práctica diaria de ejercicios lúdicos con los colores y una forma de aprehensión del mundo con una gran dosis de lecturas, una observación permanente de exposiciones y un estrecho contacto con todas las manifestaciones plásticas.

Para lograr esta continua actualización Marco Alejandro tiene que viajar cada tres o cuatro meses a Bogotá para enterarse de las últimas cosas, adquirir una que otra revista de arte y regresar aireado a su taller de La Pola y a la tertulia nocturna con los amigos de siempre en las mesas de un bar con vista al parque Centenario.

En el 2008 expone en el Museo de Arte del Tolima, Derivadas e Integrales', una muestra plástica, que contiene una gran carga semiológica, y que reúne los últimos 10 años de su trabajo plástico.

Su obra añade una mirada critica sobre el papel de los medios masivos de comunicación en el cubrimiento, por ejemplo, de los conflictos mundiales.



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