VIDA Y OBRA DE EMILIO RICO

Por: Carlos Orlando Pardo

 

En mi ya todo ausencia

todo ya lejanía

Emilio Rico


Emilio Rico nació el 2 de agosto de 1906 en la población antioqueña de Amalfi y murió en Ibagué en 1990. En su adolescencia, luego de haber transitado muchos caminos del país tras haberse fugado de su casa alentado por un espíritu aventurero, se radica en la capital del Tolima a los 18 años.

Desde Ibagué, con una admirable disciplina, se convierte en un aventajado autodidacta aprovechando su memoria prodigiosa y su inmensa curiosidad por los libros, en particular los literarios. Al cumplir los 25 años, en 1931, se casa con Isabel Mejía y ejerce durante más de diez años el cargo de profesor de literatura en el colegio de San Simón, al que hace su himno, y como buen amante del campo se interna en “La Buitrera", pequeña finca ubicada por los lados de San Juan de la China, cerca a la Ciudad Musical.

El contacto con la naturaleza y la lucha del hombre frente a ella la experimenta el poeta desde tiempos tempranos. Su abuelo, por ejemplo, oriundo de Sonsón, era un hacedor de socavones en búsqueda de oro y de sal. Aprende a tumbar montañas, a levantar fincas, a conocer la vida y las costumbres de la gente del campo que años más tarde va a reflejar en episodios de algunos de sus textos.

Ingresa al mundo de la bohemia con el maestro Alberto Castilla, pero por casarse a escondidas debe partir por un año a Zipaquirá donde se gana el sustento como profesor. A su regreso, reconciliado "gracias a mis dos hijos", puede volver a la Buitrera donde aprenden primero a montar a caballo que a caminar. Sin embargo, aquella paz de la finca, en medio del café, la caña y los trapiches, se ve bruscamente interrumpida por la violencia de los años cincuenta cuando en la ciudad, los policías le regalan en forma continua amplias palizas por declamar en voz alta el "cuándo regresará la primavera" o su poema "Romance de los fusileros".

Continuaba siendo profesor de San Simón y el gobernador Laserna, quien supo que iban a matarlo, le coloca de escolta dos detectives especiales para que lo guardiaran hasta Bogotá, luego de haberlo sacado con demasiadas medidas a la mitad de la noche. Entre 1951 y 1952 las persecuciones al poeta siguieron repitiéndose porque esa voz gruesa que decia siempre "estreche esa mano ancha de campesino", modulada y llena de poemas-protesta, tenía sus enemigos en los más diversos e insólitos rincones de las tiendas a donde él llegaba para cumplir con su frase consigna de que "la sed también tiene sus derechos".

Los masones lo protegían luego de recibir fracturas en el hombro izquierdo, morados impresionantes por los bolillos de caucho o la rotura de las muelas. El himno a y de los militantes del "Gran Arquitecto del Universo" le colocaba, además de su militancia en el partido Liberal, bajo la sombra de la ayuda mutua.. Más adelante, Emilio Rico será Contador de Almacenes Hogar de Bogotá y como buen contabilista termina siendo, en 1956, Contador General de los Laboratorios Samper Martínez.

Su hijo mayor alcanza una beca para estudiar Ingeniería Industrial en Santander, España y logra una estrecha amistad con el Cónsul de Colombia allí, quien algo había leído de su padre, el poeta. Corre el año de 1962 y al siguiente se va su esposa. Él queda en la bohemia desapareciéndose por días hasta que a su hijo Álvaro no le queda otra alternativa que leer a diario la página roja de los periódicos para saber de pronto de su suerte.

En la bucólica tranquilidad de El Rancho, junto al nevado del Tolima y reposando en las aguas termales, el poeta inicia un año de receso, alcanza su jubilación departamental, escribe poemas como "guirnalda para coronar una reina" que lee vestido de sacoleva en el teatro Tolima y emprende con ahínco el oficio de editorialista del desaparecido diario El Cronista.

El 7 de octubre de 1964, parte con rumbo a España tras despedirse de su familia en Medellín y sostener con empecinado nerviosismo el pasaporte, una pequeña maleta café y la máquina de escribir portátil Olivetti como equipaje total. Además de los intereses afectivos que le llevaban a reunirse con su esposa y su hijo, cumplía el viejo sueño de conocer la tierra cuyos autores clásicos marcan el estilo de su poética. Se organiza allí, durante cuatro años, en condición de Secretario del Cónsul Colombiano en Santander, quien de su sueldo, para ayudarlo, le paga parte del salario, ya que el poeta no está nombrado oficialmente, aunque se desempeña como tal, con todas las ventajas del cuerpo diplomático de entonces y se le ve pasar, tranquilo, en un elegante sedán negro por todos los caminos de la península.

En la revista Blanco y Negro aparecen publicadas todas las fiestas religiosas o comarcanas de cada uno de los sitios de España y es esa la pauta que sigue para conocerla en medio de los chascarrillos, los versos, las improvisaciones y los sueños. En la llamada Madre Patria escribe América y Canto a España, entre otros, que son publicados en el A.B.C. de Madrid, donde le admiran su poema Chula madrileña, escrito en 1949, antes de imaginar su viaje y con el que gana un resonado concurso para entonces. Y en el plano de los concursos se hace un espectáculo cuando obtiene en Madrid, hecho para género de coplas, el aplaudido primer premio y que dice:

 

Se me cayeron los ojos

Detrás de aquella mujer

Y no pude recogerlos

Ella los debe tener


El retorno a Colombia después de cuatro años le deja a él y a su familia una sensación de vacío y nostalgia y comienza la vida cotidiana sin trascendencia alguna. Se instalan en Fontibón e Isabel, en los atardeceres, quien habla y lee inglés, le traduce los textos al poeta y leen juntos literatura de otros tiempos. De 1968 a 1977, la existencia reposada termina rompiéndose en forma abrupta por la muerte de su esposa, el 31 de octubre de aquel año. Su mujer, de 72 años y que le inspirara tantos versos, interrumpida para siempre por el corazón, ahora estaba recorriendo a Bogotá, por última vez, rumbo a los Jardines de Paz, al norte de la capital y a la que el poeta no regresaría para instalarse a esperar la muerte en Ibagué.

Su regreso definitivo a la ciudad, cuyo Concejo Municipal por iniciativa de Alberto Santofimio lo declarara "Hijo", estaba ahora marcado. Al llegar, evoca en medio de algunos de los escasos amigos que quedaban vivos de su generación, aquellos versos que dijera en su nombre:


Gracias Ibagué por darme

El placer de hacerte mía

Y poder llamarte madre

Yo que madre no tenía.


Buena parte de las tiendas del centro donde ejercía la bohemia se han convertido en modernas heladerías o boutiques. Los antiguos cafés donde ocurrió la existencia de tantos ibaguereños desaparecieron prácticamente todos. La vieja tertulia aparece apenas en el llamado de las evocaciones. Sólo quedaba entonces el café "Grano de Oro", enseguida del teatro Tolima, a cuyo espacio mantenía una fidelidad irreductible. En aquella atmósfera se la pasó durante sus útimos años hilando el río del tiempo y con la seguridad de saber que lo rondaba la muerte. Estuvo siempre impecable, sin la recia y modulada voz de otros tiempos, sin la memoria prodigiosa que dejara asombrar a contertulios y paisanos, casi ni dueño de sí mismo. El poeta se consumió en la soledad y el desconsuelo porque tenía la certeza de un aire que ingresaba por cualquier resquicio como señal de abandono, quedándole apenas, por fortuna, la mano generosa de su hijo Álvaro, de profesión brujo, y de los contados amigos jóvenes o adultos que lo recordaban.

A los 87 años, arrastraba discretamente los pies con sus zapatos bien lustrados y su vestido impecable. Emilio Rico, el exsecretario general de la gobernación, el exdirector de Extensión Cultural, el ex profesor de San Simón y de tantos otros colegios, el excónsul encargado y honorario en Santander, España, el editorialista, el ensayista, el masón, el autor de himnos, el ganador de concursos, el bohemio, el campesino, el combatiente y el coronador de reinas, se extinguía. Pero venció a la muerte. Es lo que siempre logran los poetas. Seguir evocado, leído, recitado, anecdotizado, es continuar viviendo. De alguna manera los que siempre han hecho libros, saben que la vida es, como dice Calderón de la Barca, apenas un gran sueño.


LA ENTREVISTA:

A la hora de la verdad, dice Emilio Rico, yo no terminé metido en la literatura sino que algunos amigos me metieron. Lo mismo pasó, bien lo recuerdo, con eso del hacer mi poesía. Me estimularon y yo me lo creí. Lástima, agrega, porque se perdió un buen campesino. Físicamente estuve conformado para ser un labrancero eficaz y tal vez ser poeta fue un error. Pero es mejor equivocarse que presumir de ser un veterano cazador de aciertos. Mis primeros pasos como intelectual, te digo, fueron muy fáciles porque yo no creía en ellos y no me preocupaba en absoluto. Si se me pregunta cuáles fueron los autores que influyeron en mi poesía, no dudo en afirmar que lo hicieron aquellos que no le hacían esguinces al lugar común. En mi vida, si interrogan de pronto las anécdotas, no hay nada que merezca ser referido. Siempre he sido un soñador y los sueños han pasado de moda. Libros inéditos no tengo. Me hubiera gustado escribir una geografía lírica del Tolima, pero me fallaron medios de conocimiento, lo mismo que de paisaje, de sus gentes y costumbres. Fuera de Ibagué conozco poco. En cuanto a obras publicadas tengo apenas Madrugada en la sangre, Meridiano de fuego y otros poemas, y en prosa he escrito mucho pero se encuentra diseminada en periódicos y revistas. Siempre desempeñé cargos secundarios, dice. Me toleraron como Secretario General de la Gobernación los doctores Alfredo Lozano Agudelo, Ricardo Bonilla Gutiérrez y Rafael Parga Cortés. También fui Jefe de Extensión Cultural Departamental bajo la administración de Mariano Melendro Serna y que sea bueno advertir cómo llegué a esos cargos sin intriga y me llevó, a ellos, más que los pocos méritos que poseo, la amistad que siempre ha de obligarme para con las personas mencionadas. De los poemas el que más quiero es aquel que no he escrito y nunca he tenido pautas o sistemas para escribir por cuanto vierto lo que se me viene a la imaginación sin someterlo a disciplinas o arreglos, por lo que puede desprenderse, por supuesto, que mi obra adolezca de fallas e imperfecciones. Mis datos biográficos no tienen importancia. Nací en Amalfi, una ciudad culta de Antioquia y me eduqué en los caminos. He sido un viajero impenitente y me aquieté cuando vine a Ibagué.

 

ANTOLOGÍA POÉTICA DE EMILIO RICO

La selección de 25 poemas de Emilio Rico constituye una muestra representativa de lo publicado por él en Madrugada en la sangre,Meridiano de fuego y otros poemas. Es lo que, tal vez en forma demasiado caprichosa hemos considerado sus logros más altos, dejando aquellos que reflejan cierta cursilería cuando a los poetas los invitaban a coronar reinas o a cantar para la celebración de algún aniversario.

En su producción aparecen los poemas intimistas o familiares donde los temas van del amor al fatalismo, del recuerdo a la concepción filosófica de la vida, o de la sutileza tierna hasta el fiestero enfoque de la españolería madrileña. En ellos, formalmente, se utiliza el soneto o el romance, la historia libre y la rima pobre, usual en Emilio Rico, alcanzando la autentica poesía en no todos los versos. Los elementos inherentes a la existencia, mirados desde el intimismo romántico, aunque perduren en los poemas "combativos", ya toman otro tinte más allá de lo abstracto, de cierto fatalismo frente al amor y la descriptiva manera de observar y aprehender el mundo cuando lo recrea con la ternura que imponen los recovecos del amor. Con Carta a mi hijo Álvaro, se solaza reposando en la realidad real, destaca la existencia de pormenores universales, desmitifica las mentiras piadosas en ocasiones bellas y logra un texto que conmueve por terminar siendo el resumen de una hermosa plegaria, de una definida protesta y de un correr la cortina para ver la verdad, lo concreto, como el destino final de los desheredados.

La poesía que por tanto tiempo han denominado "comprometida" como si toda ella no lo fuera con algo o contra algo, de "denuncia social" y “revolucionaria", se asoma en Canción del hombre que regresa, donde la barricada, la acción y el olvidar los vanos pesares del cantor tradicional llegan a reformarse por aquello de:


Hoy comprendí que hay en la vida

Algo más dulce que soñar

Mi amor ahora está en la lucha

Y esa es mi sola realidad

 

Es entonces cuando aparecen denuncias concretas a la violencia con Romance de los fusileros, invitando al combate sin sombras de incertidumbre, con optimismo y alegría, a la defensa de la integridad misma o contra el latifundista en Éxodo, ahondando en las causas del abandono a la tierra o realzando el valor de los líderes el estilo de Eliseo Velásquez y sus llaneros en Romance a los guerrilleros o invitando a la unión del internacional proletario con Ahora… y en la espera. Hace además la protesta por los estudiantes caídos en Canto por los héroes de mayo y contando las raíces de la violencia política de los años cincuentas, luego del nueve de abril, hace su Cartel por la paz.

Necesariamente su poesía contrasta con los de la generación paralela al mismo proceso histórico que desconocen y que en Emilio Rico se convierte en asunto fundamental, en antorcha de versos incendiarios y en un ir no atrás de la historia sino del brazo de ella, tal como se aprecia también en el No réquiem para Pablo y la Canción de la nueva esperanza.

Encontramos que la Poesía de Emilio Rico conserva una vigencia contenidista y en algunos momentos formal. Su lenguaje es, al describir ciertos rasgos, uno de conocimiento que une la realidad de los actos y la identidad de los fines, presentando la vigencia del poeta en el medio circundante y él, asumido en su poesía como acto afirmativo, combativo y necesariamente valeroso si partimos de lo escrito por sus contemporáneos, por aquellos encargados de retratar el animismo inútil del bohío o el bunde, de la paz sugerida con la felicidad mentirosa y de la recreación de la belleza como fin y como medio.

Intrínsicamente, la poesía de Emilio Rico toma en lo formal las recetas españolas clásicas y románticas, caminando al tiempo con ello la visión intimista y la realidad inmediata de la historia que se construye. Pueden examinarse en los poemas los viejos y nuevos moldes, el lenguaje popular y el político, propiamente, y entre todo el testimonio de un hombre sobre la realidad nacional de mitad del siglo XX. Es en este punto, por lo pronto, como Emilio Ricosobrepasa a los tantos y tantos poetas colombianos que siendo célebres por su labor de orfebrería estética estuvieron aislados de su medio circundante.

En Emilio Rico se siente la presencia del mundo precolombino cuando se refiere a nuestros indios los Pijaos en La torre del homenaje o su Romance indio para América donde se ve lo épico de la lucha contra el invasor. No es su poesía creada al margen de la historia como se queja Andrés Holguín de la mayor parte de los representantes de este país. Los problemas colectivos o individuales del hombre enrostrado a la soledad y a la nostalgia, a la guerra o a la violencia, simplemente enrostrado a la vida y a la muerte, se respira en sus versos. Es todo lo contrario, en términos generales, a lo que Holguín afirma en suHistoria crítica de la poesía colombiana cuando dice que, "es evidente que el poeta colombiano se ha vuelto sobre sí mismo, es su actitud habitual y, a través de su interioridad muy rica, con una sensibilidad agudísima y una visión muy personal de hombre y mundo, nos ha entregado una intensa poesía lírica, subjetiva, emotiva. Obsérvese cómo, si la tierra y la historia están ausentes, con pocas excepciones, no hallándose por tanto expresiones épicas de importancia, la mayor parte de la poesía que hemos analizado es de tendencia íntima; la que el poeta crea para decir su amor, su melancolía, su soledad o su deseo, o para acercarse a temas que, como la nada, la muerte y el tiempo, le angustian en lo mas recóndito de su ser. Los poetas colombianos han escrito más sobre ellos mismos que sobre la naturaleza, la historia o "el otro". Ese intenso subjetivismo es - nos parece - su nota distintiva. Y si el antologista de todo un siglo se muestra como un gran conocedor de nuestra poesía, nos entusiasma ver cómo, Emilio Rico, con cierta pobreza formal que puede endilgársele, está en la pequeñísima fila de los que no se quedaron en el paseo fantasmal de la vida sino en el de la realidad del hombre con sus dimensiones más ingenuas, tenues y duras. De allí su valor y su vigencia en el panorama amplio de Colombia y en muchas ocasiones muy por encima de los jóvenes.


EMILIO RICO FRENTE A LOS MOVIMIENTOS POÉTICOS

Cuando Emilio Rico cuenta con 19 años, puede tomarse como referencia el nacimiento del grupo de Los Nuevos donde estaban los tolimenses Juan Lozano y Lozano y Germán Pardo García. Y en el tiempo que sigue, surgen, se desarrollan, tienen vigencia no menos de cinco generaciones poéticas colombianas de las que estuvo alejado por razones que pueden enmarcarse en el aspecto estético y la situación geográfica que le imponía un alejamiento, no total porque alcanza a conocerlos, a departir en variadas ocasiones con sus integrantes pero sí en mucho al margen de su militancia. Si encontramos a Los Nuevos, determinados por cierto reflejo como un eco talentoso de los movimientos de vanguardia surgidos en Europa y América, entroncados en el Surrealismo Francés, el Ultraísmo Español y el Futurismo Italiano, intentando una tímida ruptura con el modernismo y con la Generación del Centenario, anterior a ella, nuestro poeta se margina de las acrobacias verbales aunque tenga una leve receptividad.

Más adelante, cuando por los años 1935 y 1940 irrumpen los de Piedra y cielo donde también está el tolimense Arturo Camacho Ramírez, las peripecias formales, reflejo de Quevedo y Góngora con ingeniosidades propias del talento de sus integrantes, se ofrecen igualmente con lejano repercutir en Emilio Rico, quien toma la auténtica dimensión en los temas sobre los que como ya está dicho existe orfandad en la poética nacional. Y por estos años cuando el tiempo del ruido y la violencia invaden los caminos de la patria, Emilio Rico basa su obra en ella mostrándola no sólo en el canto a los estudiantes caídos sino al "evangelio rojo, ese que destruye para dar vida". Lo que viene como el postpiedracelismo, el grupo Mito, el Nadaísmo y la nueva poesía colombiana, irónica, revolucionaria en la forma y concepción, se queda en él como una manera del conocimiento, como si fuera apenas su testigo pero no su epígono. Continúa con sus viejas formas pero con el tema vital del hombre por sobrevivir, por no ser explotado, por tener una esperanza tras haber perdido la del radicalismo liberal del cual era creyente.

Muy a pesar de ser un gran olvidado, de ser un gran ignorado por los antologistas, por los historiadores de la poesía colombiana y por los medios de difusión, Emilio Rico, seguramente, será uno de esos escasos, de los excepcionales poetas que quedará en la juventud y que queda en la historia de la futura sociedad, en los libros por venir agrupando a los poetas que hicieron del verbo y del verso la acción, la arenga y la patria. 

BIBLIOGRAFIA

- Holguín, Andrés, ANTOLOGIA CRÍTICA DE LA POESÍA COLOMBIANA, Biblioteca del Centenario del Banco de Colombia, 1 edición, 1974.

- Madrid Malo, Néstor, 50 AÑOS DE POESIA COLOMBIANA, ediciones Tercer Mundo, serie que despierte el leñador, 1974.

- Molina, Felipe Antonio, sobre EMILIO RICO, PRÓLOGO MADRUGADA EN LA SANGRE, Biblioteca de Autores Tolimenses, imprenta departamental.

- Rico Escobar, Emilio, MADRUGADA EN LA SANGRE, seguido de MERIDIANO DE FUEGO Y OTROS POEMAS, Editorial Cosmos, Bogotá, 1974.