PEDRO JOSÉ RAMÍREZ SENDOYA

El refranero comparado del Gran Tolima, publicado por la editorial Minerva en 1952, un estudio sobre 1200 refranes y 1300 frases proverbiales del Huila y el Tolima vistos desde su relación con los refranes del mundo y el Diccionario Indio del Gran Tolima, estudio lingüístico, etnográfico e histórico sobre 2300 voces indígenas del Tolima y el Huila, es parte de su portentosa obra investigativa a la que dedicó, además del sacerdocio, toda su fructífera existencia.

Dejó a su muerte varias obras inéditas que aún conservan este triste olvido, Cuestiones sociales contemporáneas, La reforma agraria en Colombia, Razas y lenguas de Colombia, Atlas lingüistico indio de Colombia, Estudio sobre los apellidos colombianos y Conquistadores del Alto Magdalena, muestras de su permanente preocupación por los problemas históricos, sociales y culturales del país.

Ordenado sacerdote el 3 de abril de 1921, a los 23 años de edad, tuvo que dictar clases como profesor del seminario por un breve tiempo hasta completar la edad mínima exigida. Ejerció su ministerio en pequeños poblados y veredas, particularmente en Juntas, donde asistía a los campesinos que en las montañas, cerca al nevado del Tolima, cultivaban la tierra. Sus fieles guardan de él el recuerdo de un hombre recto, un pastor abnegado y un ejemplo de vida.

Nacido en el municipio huilense de Garzón el 6 de marzo de 1897, en el hogar formado por Ramongil Ramírez Silva y Arcelia Sendoya Silva, pasó allí sus primeros años en compañía de sus hermanos Joaquina, Jesús María, Enrique, Jorge, Josefina y Saulo Gil, quien llegó a ser Director de la Policía Nacional. Enrique fue coronel y Jorge médico.

Realizó estudios de especialización en sociología en la Universidad de Lovaina. Fue párroco de Villahermosa, Fresno y Manzanares, fundador y primer párroco de Villa Restrepo, en Ibagué, rector del Seminario Conciliar, del Colegio San Simón, director del Departamento de Bellas Artes del Conservatorio de Música del Tolima, el antecedente de lo que más tarde será la Escuela de Bellas Artes con que se funda la Universidad, creador y primer director de la Biblioteca José Celestino Mutis, propulsor de la Universidad del Tolima, de la emisora La voz del Tolima y director del Instituto Nacional de Antropología. Asistió como delegado de Colombia a congresos en Ecuador, México y Bélgica. Al momento de su muerte se desempeñaba como párroco del Colegio María Auxiliadora de Ibagué, delegado de la curia diocesana en el Consejo Superior de la Universidad del Tolima y director de la Escuela de Bellas Artes de ese claustro.

Hombre de vasta cultura, a su grado en Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad de Lovaina sumaba el conocimiento del latín, francés, inglés, italiano, portugués y alemán y fue un brillante ejecutor de piano, flauta y tiple. En 1953 realizó un viaje por numerosas ciudades de Estados Unidos.

Trasladado a Ibagué desde el Hospital Militar de Bogotá, donde falleció el jueves catorce de marzo de 1963, sus restos mortales fueron recibidos en el aeropuerto por los Arzobispos de Ibagué y Espinal, numerosos sacerdotes y amigos personales. Permaneció en Cámara Ardiente en el Seminario Conciliar y cerca de dos mil personas acompañaron el féretro hasta el cementerio. En las palabras que en esa ocasión pronunciara el dirigente político Alberto Santofimio Botero se exalta su labor investigativa en las raíces del lenguaje popular y en diversos episodios de nuestro acontecer histórico y etnográfico, así como su personalidad sencilla y generosa. “En su afán de conocerlo, sentirlo, verlo y admirarlo todo, el padre Ramírez Sendoya llegó a adquirir un ponderado dominio de las disciplinas históricas, de la antropología, de la literatura, de la sociología. Fue “un buzo de todos los mares y un nauta de todos los cielos”. Pero lo que más seduce y más se admira de la personalidad extraordinaria de este sacerdote, es su sencillez campechana, su elemental manera de tratar los más espinosos temas y las más arduas doctrinas de la disciplina intelectual. Su tranquila figura, su ingenua sonrisa y el dejo característico de su voz le daban a sus expresiones un hálito de bondad y una característica de pureza que las singularizaba.”