CARTA A UNA HIJA

 

Me dijiste que llovió en todo el viaje,

yo hubiera disfrutado esa lluvia contigo

desde mi perspectiva mirando tu ausencia

de emoción y madurez vital.

Tu despedida fue triste como todas.

A mi regreso a casa, observé tus cosas,

inmutables, presentes, infinitas,

tu existencia muda, ese otro tuyo saliendo de ti.

 

Pensé obstinadamente

que las cosas valen por el contenido que les damos.

Algunas de ellas las repartí entre la gente

que caminaba en silencio.

 

Tu casa... esta casa, la siento entre murmullos silencio y

sonidos de chicharras que no se ven.

Solo a ratos se oye el susurro de la nevera,

como el suave crecimiento del maizal, del platanal, del limonar.

 

Acompaña a mis latidos, el rítmico sonajero de un serrucho

que carcome el corazón de los caracolíes

en el claro del monte con lumbre de aserrío.

 

La acompasada llovizna

cae sobre el techo de tu alcoba,

y a los ventanales que dan a tu ausencia.

 

La misma lámpara desvelada...

el patio solitario con los columpios tristes en quietud...

Tu sombra a pasos agigantados

tomándose los cuartos y todos los lugares...

 

De niña me traías manojos de rosas silvestres,

cantaban los pajaritos en coro polifónico

su pentagrama de ensueño.

 

Cuando regreses,

encontrarás tus objetos que como tesoros

esperan escondidos en tu alcoba

que parece un atardecer...

con el viento calándose por la ventana

y el guardarropa blanco

como tu alma que guardó tu niñez.