CARICIA
Una caricia que dure cuarenta años, para ti.
Una caricia que comience
en los preciosos dedos de tus pies infantiles
ahora que tienes veintitrés años,
y que suba a tus tobillos graciosos
y se deleite en ellos
y alcance el principio de tus piernas
y recorra suavemente
la curva de tus gemelos,
y cuando llegue a tus rodillas
para regocijarse en su redondez
ya tengas treinta y tres años.
Una caricia larga y pródiga
de mis manos sin prisa
que continúe por tus muslos
y se enrede y desenrede
en los infinitos hilos
de músculo dulce que tienes allí,
y que alcance la cumbre de tus caderas
y después descienda por la ladera
que conduce a tu cintura
cuando tengas ya cuarenta y tres años.
Sin detenerse jamás
mis manos proseguirán por tu pecho
para consentir ese lugar tan tuyo
donde nacen tus suspiros
y tu espalda se tenderá dócilmente
al camino de mis yemas
y después de mucho divagar
alcanzaré tus hombros
y luego me entretendré en tus clavículas
y mimaré sus hoyuelos donde he bebido agua,
y para entonces ya tendrás cincuenta y tres años,
y yo tendré todavía mucho por recorrer.
Mis manos llegarán a tu cuello,
a tu barbilla, a tu rostro, a tu cabello,
y mis dedos buscarán alojo en tus besos,
en tu nariz, en tus ojos y en tu frente.
Y ahora tienes sesenta y tres años,
mujer sublime de arrugas hermosas,
y te amo tanto o quizá más que aquel día,
hace ya cuarenta años,
cuando empecé a acariciarte.