Palabras para una sinfonía inconclusa: el lbro deJairo Orlando Polanco

Carlos Orlando Pardo

 

Para enfrentar un mundo automatizado y lejos de la sensibilidad considerada como ridícula, nada mejor que la poesía y el trabajo de un hombre detrás de las palabras intentando mediante metáforas dilucidar el universo. Lo que siempre se esconde tras el velo de los versos es la intimidad de lo indecible sometiendo las apariencias y revelando la alquimia del corazón en un canto muchas veces inútil pero siempre hermoso. Dijo alguna vez Joubert que no queriendo Dios otorgar a los griegos la verdad les concedió la poesía, puesto que su pragmatismo indicaba que ni la poesía ni los poetas eran necesarios para nada, aunque no dejó de conceptuar cómo ellos muestran mucha más cordura que los filósofos y son capaces de hallar el espíritu de la verdad.

Para muchos leer poesía es de manera simple entender, al decir de Vargas Vila, que una rosa es una simple aglomeración de pétalos pero jamás para el poeta. Todos aquellos misterios que encubren las palabras y el sentido de un alma bajo soles y sombras, encuentran en este género insondable la delicia del mundo por amargo que sea. Y es dentro de todo este celaje que surge la expresión de Jairo Orlando Polanco, empujando desde hace ya no pocos años su voz para que sea escuchada en los lugares más insólitos, para ser leída en las esquinas del barrio o en el café de los amigos, para musitarse en las pequeñas reuniones, para decir al oído de la amada o para irse buscando el destino de las hojas al viento con términos que desafían o enamoran, sorprenden o buscan el rechazo.

Jairo Orlando Polanco tiene la virtud de no querer aparentar nada y de sólo reflejar ideas y pasiones sin preocuparse cabalmente de la forma. Pareciera un trabajo hecho al desgaire que no lo intranquiliza, por lo que termina no tanto en la pose de un extraño o levantisco sino el que ejerce su oficio con autenticidad. No le inquieta semejarse a nadie sino así mismo, aunque el arado que remueve su verso y le abre surcos, moldee el brinco de los puritanos que sólo aprueban en su entender inquisitivo lo que les gusta o no para otorgar el calificativo de poeta. Ese destino lo tiene sin cuidado y sus palabras se disparan contra lo inescrutable y portan el repliegue de la libertad como lo vehemente de su fuerza.

Existen versos que no tienen la fuerza de la poesía, pero el secreto está en la verdad que siente para volvernos cómplices, para comunicarnos el placer y el dolor y para enredarnos en la sorpresa de variados finales que surgen como una trampa o un repentino rollo de coloreadas serpentinas. No coexiste el maquillaje para ir a la fiesta sino apenas el traje de la espontaneidad y el deseo de pararse ahí, en mitad de la pista, para decir que participa de la vida y el poema como le da la gana. Y así está bien porque estamos cansados de tanta poesía superelaborada que termina siendo lenguaje sin esencia, rostro sin ojos y espejos apañados.

La jugada maestra es, entonces, la reunión conspiradora de más de ochenta poemas donde no todos son afortunados. Aquí pasean la soledad y la nostalgia, el deseo y la risa, a veces lo inocente y tradicional, la rima pobre y el verso simple, pero es la excepción porque el libro se cubre de poesía verdadera en no pocas páginas, se llena de momentos luminosos donde la jugada es maestra, sobre todo en el amor y la ternura y en particular cuando se dedica al epigrama con un ingenio verdadero y cuando brilla la ironía. /Los maestros recuperan el tiempo y en las esquinas se venden minutos/ En Ají otista sale el doble juego: sembré palabras/ sembré consonantes/ y no coseché palabras/ porque no pagaron/ ninguna de las letras/ y qué no decir en Oración por la paz I cuando expresa “Cómo harán/ los pobres/ para dormir/ Si yo/ cuando tengo hambre/ me desvelo/.

Me quedo con buena parte de sus poemas como una flor en el ojal para lucir el orgullo del amigo que canta y cuenta, del que no ha renunciado a las palabras así falten o sobren y de quien se atreve a hacer nada menos que una sinfonía aunque la encontremos inconclusa.