SOBRE LAS NOVELAS DE CAMILO PÉREZ SALAMANCA

 

Por: Carlos Orlando Pardo

 

El autor nació en Ibagué en 1949. Publicó su relato El país de Pedro Bronco en 1997, libro de ciento tres páginas divididas en treinta y nueve breves fragmentos. Se encuentra allí el parentesco con otras historias que han hecho nuevo aporte a la literatura infantil y juvenil de Colombia.

En El País de Pedro Bronco lo real, lo imaginario, lo lírico y lo mágico tejen un universo mítico que lleva al lector por sitios y aventuras inimaginables. Pedro Bronco, un personaje que semeja a un dios invisible, humanizado, que vive en todas partes y en ninguna, es el motivo central de búsqueda en medio de un territorio que presencia un diluvio de pájaros que invade la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches. Detrás suyo va el niño Agustín Orquídea, quien finalmente emprende su recorrido por todos los puertos de la tierra en un viaje de mar y fantasía, alcanzando así una visión de mundo alrededor de la pobreza pero también de la alegría de muchos lugares del planeta. Ese traslado lo motivan primero los relatos del abuelo y después lo que cuenta su padre Salomón Orquídea sobre Pedro Bronco, “un cuidador de destinos y un limpiador de horizontes”.

Es este un libro de aventuras que combina textos ecológicos y geográficos en tono poético, despertando la gran cruzada de la alabanza al amor y a la ternura. El relato deja ver en su trasunto el traje y la sabiduría de mitos y leyendas, tradiciones orales que suenan dentro de un concierto de palabras justas no exentas de lirismo.

En la fábula, donde la fantasía es el ropaje permanente de la historia, Pérez Salamanca nos entrega una anécdota en la cual a través de un viaje se desarrollan sus aconteceres. Con un simbolismo elemental se muestran metáforas de la vida con personajes que encarnan el bien y el mal y se utilizan elementos tradicionales de los cuentos clásicos como el hechizo o el encantamiento realizado por traiciones a causa del amor. Aquí el narrador retrata el paisaje que podría identificarse con el del sector rural de Ibagué y toma cuerpo por medio de un río con el nombre ficticio de Rumualdo.

Aunque la historia es plana, alcanzan a tomar vida los detalles que rodean el mito de Pedro Bronco, encarnación de la vida misma y tras cuyas huellas se ofrecen las expectativas de parte del viaje de Salomón, padre de Agustín Orquídea desde un lugar denominado El Salado hacia la cordillera donde queda Rumualdo. El viaje está salpicado de la visión que tiene el niño quien fantasea con el paisaje y la constante pregunta a su padre sobre quién es Pedro Bronco. Salomón sabe que ese motivo irá alimentando la imaginación del impúber que llega a palparlo en un campesino normal al que saluda o en cada lugar donde pretende encontrar a Pedro Bronco, pero no. Son asuntos de la fantasía del muchacho que sirven para disimular su verdadero propósito en el viaje: encontrar una escalera de oro.

Tanta descripción del paisaje, a pesar de la belleza poética de algunas páginas, parece no dejar avanzar la historia y por el contrario la interrumpe. Cada personaje, por otra parte, tiene nombres de flores o de árboles que van dando una medida de la imaginación pero que a veces rayan en menciones profundamente elementales.

En su recorrido, Salomón Orquídea y su hijo Agustín se tropiezan con Flor Rosa Fragancia, una mujer que es víctima de un hechizo y se presenta como las brujas de las caricaturas. A ella le cae la desgracia como consecuencia del rechazo a su relación con el indio que la maldijo, Coyarco Gualanday, guerrero Cay que le introduce doce sapos en su estómago para producirle decadencia física y moral, de la cual no saldrá hasta que alguien encuentre “las siete hojas desencantadoras, la sangre del viajero y el camino sin fondo y los perfumes eternos”. Para poderla desencantar, debe hacerse el sacrificio de amarrar a una mujer a la escalera de oro a fin de alcanzar de nuevo la gracia de la vida.

De otra parte, surge don Andrés Pulido y Cantaclaro, terrateniente obsesionado por conversar con Dios, un enviado de la corona española que se presenta como personaje que vive entre la colonia y la modernidad, alternación en el tiempo que es apenas sugerida y referenciada al lector en un sólo párrafo. El mencionado ibérico para cumplir su deseo de dialogar con el creador, ha construido la referida escalera de oro pero finalmente la guarda porque entiende que es inútil conseguirlo de una manera así. Sin embargo, la codicia se despierta en Salomón Orquídea quien realiza su viaje con la única intención de rescatarla.

El hechizo de que ha sido objeto Flor Rosa Fragancia, es la de verse convertida en una rosa y la voz narradora omnisciente, a lo largo del monólogo, cae en la metáfora de la flor y sus espinas. Antes ella se llamaba Gardenia Curumay, y su nombre fue cambiado por el español.

El viaje sigue con las descripciones del paisaje y de nuevo los encuentros con personajes como Dorfenis Tulipán, símbolo de la bondad que colabora con los viajeros en su ruta o Soledad del Alelí que sabe cómo Coyarco Gualanday se arrepiente por el mal causado y se suicida sumergiéndose en un río.

Andrés Pulido, el hombre de la escalera, quiere desencantar a la mujer, para lo cual le pide ayuda a Yanira Anturio y Nina Crisantemo quienes emprenden la búsqueda pero en ese itinerario primero pierden la vida Yanira Anturio y, antes de morir, Nina le revela los secretos para poder acabar con el hechizo que cubre a la mujer. Paralelamente Agustín y Salomón Orquídea se encuentran con Juan Beima y Pablo Gavilán, el mismo Pedro Bronco porque puede ser cualquiera, un colibrí, una danta, un tigrillo, en fin, una y todas las cosas porque está en todas partes.

Ricardo Clavel, otro personaje, advierte que cerca al lugar donde está la mujer encantada se encuentra un cerco de serpientes doradas, pero ni él mismo le hace caso a los peligros porque todos tres continúan el viaje y vuelve a llenarse el relato de la descripción de aves como las golondrinas, un símbolo del elemento de las almas migratorias. Ricardo Clavel, además, confiesa que Agustín Orquídea es el elegido para encarnar de alguna manera a Pedro Bronco al estar destinado a ser el guardador de sus secretos y sus viajes.

Cerca al río Rumualdo llega a la casa de Soledad del Alelí donde duermen, no sin antes participar de la tertulia alrededor del tiple y la guitarra, los amigos y el aguardiente como una tradición regional que apenas sirve aquí como un simple elemento decorativo puesto que no cumple después papel alguno. La casa de Soledad es realmente un lugar mágico porque está cercano al mar y a partir de allí, en los dos fragmentos que siguen, se dan las mejores partes del relato porque la descripción del paisaje, que es una constante en el libro, ofrece ya un equilibrado y certero manejo. Es de destacar aquí el atractivo encanto que ejerce sobre el lector lo que se narra como relación lúdica y mística entre padre e hijo.

De repente la aparición de tres hombres algo etéreos en el camino que pueden encarnar al mismo Pedro Bronco, dan un giro a la travesía en virtud a que Salomón se une a esas presencias y abandona a su hijo Agustín, quien se queda atemorizado por quedarse solo cerca al río Rumualdo, adonde corre para tropezarse con una invasión de aves y al tocar las aguas del río supone que acaricia la piel de Pedro Bronco. De allí, guiado por los pájaros, recorre muchos lugares del mundo que el autor describe. El niño ve la pobreza de las gentes pero igualmente la alegría que puede reinar en aquellos remotos lugares.

Regresa finalmente a través del Magdalena al río Rumualdo, lugar de su partida inicial, estacionándose en la casa de Sandalio Rosales donde se encuentra con su padre a quien le relata las aventuras de su viaje. Parten de nuevo pero ya Salomón ha desistido de buscar la escalera de oro por sugerencias de Ricardo Clavel y el mismo Sandalio y en el camino hacia la capital de la música se detienen en la casa de Soledad del Alelí, quien le pide al padre que guarde el conocimiento que su hijo ha adquirido y así lo cumple sin ocultar su sentimiento profundo de derrota por no haber encontrado la escalera de oro. El niño, por su parte, cree que su viaje fue a través del país de Pedro Bronco y cada quien conserva sus sueños.

Queda la sensación de moraleja donde se sabe que al final de todo camino debe entenderse que es el amor y la armonía entre el hombre y el universo lo que prima, por encima de todas aquellas ambiciones pasajeras. Con imágenes llenas de color, de paisaje, de voces armónicas que construyen un mundo de fábula y esperanza, Camilo Pérez ofrece su estreno dentro del mundo de la literatura infantil, pero más allá de su historia queda faltando mayor cuidado y rigor en la estructura, más desarrollo en pasajes que quedan truncos sin ninguna razón y a veces cae en la trampa de su propio lenguaje por pretender dejar constancia de sus existentes habilidades poéticas.



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