FÉLIX EDUARDO PEÑA

La influencia de sus padres, maestros de escuela durante toda la vida, y las visiones de los diversos paisajes del departamento por donde alguna vez trasegaron ellos en esa carrera de la enseñanza publica, ocuparon un lugar importante en el inventario de recuerdos infantiles que años más tarde Félix Eduardo Peña traduciría en composiciones.

Debido a los constantes cambios de residencia, adelanta con gran esfuerzo sus estudios de primaria y bachillerato en una y otra localidad. Su primer contacto directo con la música lo hace a través de su padre, quien organiza y dirige los coros de las iglesias. Peña Quiroga nació en Payandé, San Luis, Tolima, el 26 de septiembre de 1930.

22 años después de su nacimiento ingresa al magisterio como maestro y director de la única escuela en la vereda Chicalá del municipio de Piedras, para luego laborar en Villa Restrepo e Icononzo. Allí, los problemas de la violencia bipartidista lo obligan a huir en 1953 en una noche trágica que aún pende de su memoria como una de las más oscuras y letales.

Tal vez repitiendo la historia gitana de sus padres, es nombrado como director y profesor de las escuelas del Valle de San Juan donde conocerá en un corto pero certero romance a la que hoy es su esposa, doña Leonor Suárez, convertida casi un año después de dicho encuentro, también en maestra. El itinerario continuará en Armero donde sus padres ejercían la profesión, en el Líbano adonde llegaron hacia el año 55, y en el Convenio donde es maestro y director de la escuela, hasta que es nombrado jefe del personal del equipo que participaba en la apertura de la carretera de San Jerónimo, Casabianca y Villahermosa. Después sería nombrado maestro en Planadas y llegada la década del 60, en Gaitania, Los Alpes, Villarica, para pasar luego a la escuela del barrio especial del Salado.

Instalado junto a su esposa en Ibagué, decide matricularse en el Conservatorio del Tolima en el bachillerato nocturno, retirándose en dos oportunidades por razones de salud. De su estancia en el Conservatorio recuerda el día en que el maestro Camacho Toscano, después de su clase de solfeo, lo llama aparte para proponerle ingresar a las masas corales del claustro. Peñita, como cariñosamente lo llamaba el inolvidable maestro, aceptó y tuvo el visto bueno de doña Amina Melendro de Pulecio y del maestro Hering, ingresando como tenor segundo.

Su trabajo como compositor se inició en 1957, cuando por primera vez quedarían entre las palabras, sus vacaciones en las fincas de Payandé y San Luis, el miedo al canto de las lechuzas y las chicharras. Será sólo hasta bien entrada la década del setenta cuando Jairo Alberto Bocanegra Peña, sobrino suyo, músico y compositor, le propondría enviar por medio de él unas composiciones para el nuevo disco que comenzarían a grabar el dueto de Silva y Villalba. Así lo hizo. Sacó una del viejo cajón donde reposan más de 150 composiciones, alcanzando el reconocimiento de los melómanos y otros compositores y agrupaciones. El tema, una danza, música y letra suya titulada Caminos sin paz, sería llevada por su sobrino para el análisis y posterior elección. Veinte días después en la carrera tercera con calle trece se topa en una vitrina con el último disco de Silva y Villalba. Se abalanzó a comprarlo y allí estaba su canción. Por primera vez aparecía una composición suya en el acetato y en un disco de circulación nacional.

Vendrían otras composiciones como Bajo las frondas, grabada también por Silva y Villalba y en diferente versión por los Hermanos Casallas y San Juan no se pone viejo grabada por Viejo Tolima. Gracias al registro de sus temas, viene la amistad, además de los duetos ya mencionados, con los maestros Jorge Villamil, Álvaro Dalmar, Manuel Antonio Bonilla, Leonor Buenaventura de Valencia, Aurora Arbeláez de Navarro y Julieta Londoño, siendo aceptado como miembro de Sayco.

De manera paralela, Félix Eduardo Peña continuó con su labor en el magisterio hasta el 31 de octubre de 1987 cuando decide, junto a su esposa, que era el momento de descansar y que eran ya suficientes 33 años de servicios en la docencia.

El padre de seis hijos, Jairo Darío, músico de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, Gustavo Eduardo, Carlos Humberto, Miryam Rosalba, Gloria Esperanza y Leonor Patricia con quienes a pesar de la distancia mantiene una estrecha relación que alimenta en las visitas de cada fin de semana, en las vacaciones y festividades más importantes, está siempre dispuesto a componer en cualquier momento y lugar, con la frescura de la primera vez y con la experiencia que le dan más de 40 años entregado al mundo de los acordes y las melodías.



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