LUIS ENRIQUE “EL NEGRO” PARRA

Con las 8 de la noche. Un sonido dulce, metálico y melancólico traspasa la puerta de un pequeño apartamento de Bogotá rompiendo con el bullicio de los televisores y los equipos de sonido de los apartamentos vecinos.

Luis Enrique, el “negro” Parra, ha empezado a ensayar. Las notas que salen de su tiple lo transportan al pasado y le hacen recordar San Antonio, la finca en que nació el 9 de octubre de 1941, en el corregimiento de Junín, en Venadillo, donde se crió con Jacinta y José, sus abuelos maternos.

Recuerda los caballos, la quebrada de agua helada, el olor dulzón de la pulpa de café y ese instrumento deforme que construyó con una lata de sardina, un palo y unos alambres de colgar ropa y que fue su primer contacto con la música.

El “negro” Parra, como le empezaron a decir sus compañeros del colegio San Simón donde realizó el bachillerato, después que su familia emigrara a Ibagué huyendo de la violencia, se siente orgulloso de su origen campesino.

Cuando tenía catorce años le regalaron una guitarra y empezó a tocar de oído las primeras notas y las introducciones de las canciones de Garzón y Collazos y Los Panchos, así como las sevillanas y rumbas de un guitarrista español llamado David Moreno. A los 22 años ya era reconocido como un buen guitarrista entre los músicos de Ibagué, pertenecía a los coros de esta ciudad y con ellos tuvo la oportunidad de conocer países como Canadá, Estados Unidos e Inglaterra. El primer dueto lo conformó con el compositor Miguel Ospina mientras estudiaban en la Universidad Nacional y acompañaban al padre Camilo Torres en sus recorridos por los barrios populares, después de la misa. Se llamaban Los ibaguereños y alternaban con un grupo de vallenatos .

En 1970 decide ensayar en un tiple prestado los temas que tenía en guitarra. A sus amigos les gustó la manera como tocaba este instrumento y lo motivaron para que siguiera practicando. El “negro” Parra, empírico, como tenía bastante habilidad en las manos, se le hacían aburridos los ejercicios y decidió suspender las clases que había iniciado en el Conservatorio de Ibagué, pero se propuso perfeccionar por sí sólo su técnica. Con Manuel Plazas, Johnny Rodríguez y Augusto Labrador conformó el grupo Cristal, luego Los Blachos y finalmente Los aguardientosos, con quienes grabó un disco en homenaje a la música de Buitrago. En 1971 decide participar por primera vez como solista en el concurso Departamental de Música Colombiana, Aniversario de la Fundación de Ibagué y se lleva el primer puesto y en 1978 ocupó el segundo lugar en el Concurso Nacional de Solistas de Tiple en Mariquita, Tolima, donde había participantes como Pedro Nel Martínez, José Luis Martínez, Lucho Vergara y Gustavo Adolfo Rengifo. Este era sólo el comienzo de una carrera que lo ha llevado a dar conciertos en los escenarios más importantes de Colombia. Es el único tolimense que ha logrado ganar cinco veces, en 1982, 1983, 1984, 1985 y 1988, el Premio Mono Núñez, en Ginebra (Valle), en la modalidad de Solista Instrumental. También en 1988, recibió el Gran Mono Núñez, premio otorgado al mejor artista entre los ganadores de todas las modalidades.

Pero esos reconocimientos le sirvieron para entender su responsabilidad con la música y con el tiple que para él es como una religión, pues no deja de ensayar un solo día. En los conciertos se entrega totalmente, no se conforma con rasgar sus cuerdas: “El tiple es un instrumento melódico, sensible y dulce, cuando no se maltrata. Hay que tocarlo con cariño, con amor, con sensibilidad en los dedos, es como un ser, y para mi significa mucho porque me ha abierto puertas. Gracias a él, he amado, vivido momentos y conocido gente.” Esta manera de sentir se descubre en cada canción que interpreta, porque pone el alma en cada nota, en cada frase, y su tiple se convierte en prolongación suya para interpretar el sentimiento. Pero además de intérprete, el “negro” Parra es compositor, ha escrito más de 35 temas, entre los cuales se encuentra Zumbambico, dedicado a su traviesa hija mayor (“El zumbambico es un mosquito cansón que aparece en los planos del Tolima a las cinco o seis de la tarde) y Tipliando, que era la respuesta que su hija menor le daba a las personas que llamaban a su casa cuando el había salido a trabajar, “Está tipliando”.

María Consuelo es un pasillo que dedicó a su esposa, una psicóloga y poeta quindiana que ha sido soporte fundamental en su carrera musical; Yulima, guabina dedicada al pueblo pijao. Todas estas canciones se encuentran grabadas en cinco discos que ha realizado para diferentes empresas y en Un tiple para el recuerdo, único disco comercial que grabó con temas clásicos de la música colombiana. En este momento el “negro” Parra se encuentra únicamente dedicado a dar conciertos y recitales, pues se retiró de la empresa de seguros en la que trabajó durante 22 años para entregarle todo el tiempo a su profesión.

Ha recibido innumerables condecoraciones como la Orden Ciudad Musical de Colombia, Tiple de Oro Garzón y Collazos, Medalla al Mérito Artístico de la Gobernación del Tolima y distinción del Club de Leones por su divulgación de la música colombiana. Ha sido jurado en concursos como el 22o Festival de Música Andina, en Ginebra (Valle), el Primer concurso Nacional de Tiple en Bucaramanga, el Colono de Oro en Florencia, el Anselmo Durán Plazas en Neiva, el Mangostino de oro en Mariquita y el Garzón y Collazos en Ibagué.

Uno de sus sueños es grabar un disco con temas populares internacionales, “como una manera de darle la importancia que el tiple se merece”. A pesar de su trayectoria, piensa que debe seguir practicando y que nunca se acaba de aprender. Es por eso que cada noche, en la zona residencial de Bogotá en donde vive desde hace 24 años, se escuchan las notas nostálgicas de una canción llamada Tonada al silencio, dedicada a un campesino que llega a las cinco y media de la tarde de su trabajo, se sienta en un taburete de cuero, se recuesta en una esquina de su vieja casa de paredes blancas, enciende un cigarrillo y acaricia con sus manos gruesas su viejo tiple, mientras llega la tarde.



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