SOBRE LAS NOVELAS DE CARLOS ORLANDO PARDO

 

En el prólogo a Obra Literaria 1972-1997 que editara Pijao Editores en 1997, el conocido narrador Hugo Ruiz afirma que “en Lolita Golondrinas, titulada en su primera edición Los sueños inútiles, Pardo nos habla del amor malogrado de Feliciano Bustos Aroca, vendedor de libros y bon vivant a su manera no tan adinerada y la hermosa muchacha, reina de belleza escolar, Lolita Golondrinas. El rostro de la frustración, llevada a extremos tales como el alcoholismo, los negociados con droga, el matrimonio sin amor, el asesinato, la frustración hogareña por reales amores extralegales, asoma en casi todos sus personajes su horrorosa cara”.1

“Lo que se inició como una aventura a las que tan dado es el pisciano Feliciano Bustos con la trivial Lolita, se convierte pronto en una pasión arrolladora que el tiempo y la distancia tornarán inencontrable pero tambien inolvidable. A raiz de un inesperado viaje a Quito por razones familiares, Feliciano deberá separase de su Lolita prometiendo regresar por ella y parte -no tiene en verdad otro remedio-, a pesar de los ruegos de la muchacha para que la lleve consigo. Una fortuna cuantiosa, exorbitante, cae en manos de Feliciano a raíz de un herencia de origen oscuro y emprende el regreso anhelado para reunirse con su amada pero ella ya no está, se ha marchado a la Guajira -tras dudas y maldiciones, luego de sentirse abandonada y engañada-, para hacer vida marital con un ingeniero de minas”.2

“Feliciano nunca la encontrará y si ella ha tomado la resolución desesperada de partir con un hombre al que no ama, que ni siquiera le gusta y antes bien le resulta grotesco, es porque las misivas postales y cartas que desde Quito enviara Feliciano jamás llegaron a su destino.

La intervención irresponsable de un cartero que se prende de la llamativas postales para regalárselas a su hija introduce en esta historia, a la manera de una tragedia griega, el elemento perturbador, fatídico, el fatum o el hado de los antiguos que determinará que esas dos existencias se consuman en forma aislada en los excesos y por diferentes caminos. Feliciano agotará las posibilidades de encontrarla. Cuando renuncia a ello hace un viaje de fuga por Europa y en todas partes el recuerdo tenaz de Lolita Golondrias está presente, atenazándolo. Lolita por su parte arrastra una vida tediosa y dipsómana en la Guajira recordando con ira y odio a su antiguo y, en su concepto, aprovechado amante que la abandonara.

Terminará casándose con el ingeniero sólo por razones de convivencia social mientras que el nuevo rico de Feliciano intentará vengar lo que considera una afrenta personal de un excondiscípulo a través del asesinato por encargo. Estas dos soledades jamás hallarán paz y la obra concluye con la inevitable distancia y el desencuentro, con las vidas malogradas de los protagonistas por la intervención nada casual de ese cartero inexorable en su papel funcional dentro de la novela. Todos huyen, en mayor o menor medida y así lo ha señalado con acierto Rodrigo Parra Sandoval cuando escribe:“En Los sueños inútiles se empieza por viajar en los nombres de los personajes: Lolita Golondrinas es una migración permanente, un ave sin nido, un pájaro de mal agüero cuyo territorio es el aire inestable. El viaje empieza con lo primero, con los nombres, primera señal de identidad porque viajar significa siempre un cambio en el ser. Por algo Feliciano lleva un barco en su carro. Cada viaje, sin embargo, tiene su propia naturaleza, sus motivaciones aparentes o profundas, y al contrario de Odiseo, Feliciano Bustos Aroca no va hacia Itaca sino que huye de ella. Todos los personajes huyen, se fugan, pero como es una fuga colectiva, en Los sueños inútiles, es más preciso decirlo así, se convierten en una estampida”

Se trata ciertamente de una dolorosa historia de amor por lo que en ella hay de irrealizado y por la sinceridad de los sentimientos que anima a la pareja distanciada, pero aún así la historia podría haber devenido en sainete, en melodrama, si no fuera por el adecuado manejo que de ella hace Carlos Orlando Pardo al dotar a sus criaturas de un ligero toque esperpéntico y cómico, grotesco, donde la risa es una mascarada pero que lleva al lector a no despegar sus ojos de la historia hasta el final, a sonreir amargamente ante el destino de esta pareja singular en su amor desmedido y en sus pasiones vindicadoras y asaz frustradas.

El verdadero núcleo de la historia es la separación por motivo tan absurdo, pero caprichoso como la vida misma, encarnado en el personaje no por fugaz menos decisivo del cartero, una sonriente y trágica representación de lo absurdo del destino. Esta distancia todo lo arrasará. Y el riesgo literario de construir una historia verosímil y transmitirle al lector algo de su risible amargura lo encontró Carlos Orlando en el lenguaje: diálogos que son verdaderos parlamentos llenos de estereotipos, con un tono coloquial y juguetón, aún en los momentos más exasperantes, la presencia vivificante del humor, algunas escenas que parecen escapadas de la picaresca española y, en suma, un sabio equilibrio que hace que tanto Feliciano Bustos Aroca como Lolita Golondrinas permanezcan por largo tiempo vivos y gratos en la memoria a quienes no dejamos de compadecerlos pero de manera vibrante, que nos burlamos un poco de sus atropelladas parrafadas para burlarnos de nosotros mismos, seres idénticos en nuestra condición esencial y proclives a la adversidad.

En 1985, cuando, formando parte de la colección de literatura colombiana editada por Oveja Negra, apareció Los sueños inútiles, escribí -dice Hugo Ruiz-, una nota al respecto en El Espectador de la cual no parece fuera de lugar citar unos breves apartes que hoy, doce años después, y ello da fe de la vigencia que aún conserva la novela, considero pertinentes y válidos: “pero asistimos a una época en la que el amor debe pedir disculpas para presentarse en la sociedad de las letras. Tan mal estamos. Y es justamente con una historia de amor que se nos aparece, la novela de Carlos Orlando Pardo, Los sueños inútiles. Y como no hay ni para qué pensar en la historia de amor feliz, cosa, al parecer, casi increíble, si acaso no legendaria o colindante con los cuentos de hadas, esta historia amorosa es triste, frustrada y dolorosa, marcada por la nostalgia, el abandono y la separación y al final vecina de la locura, el alcoholismo y el sexo como un fin en si mismo ¿Qué milagro de acrobacia logra que una historia semejante pueda mantenerse en un nivel literario más que decoroso?, un profundo amor por la vida, un respeto por sus manifestaciones por amargadas y desoladas que ellas sean, y un lenguaje nada convencional que debe revestirse de una buena dosis de humor para sortear los previsibles escollos. Tal es lo logrado por Carlos Orlando Pardo en su novela. El ha vivido de cerca esta laceración humillante y la ha trasladado a unas páginas donde si bien no se rastrean huellas de una vivencia personal en la anécdota, sí en el sentido oculto y profundo de la historia que se nos narra y que reducida a sus datos básicos bien puede resultar insignificante, no así en los intensos, doloridos sentimientos de sus dos principales protagonistas, los que viven y sufren un amor malogrado por la falsedad inicial de un estilo de vida que no sabe reconocer el amor cuando se presenta y lo confude con la típica aventura.

Tal es el caso al menos de Feliciano Bustos Aroca y ha sido hasta el momento el de Lolita Golondrinas. Pero él seguirá inmerso en sus dudas por la razón de un machismo galopante que considera como un deber inalienable al alejar todo compromiso; ella, como mujer, sabe identificar bien pronto sus sentimientos y se entrega a la posibilidad de realizarlos plena y formalmente no en un sentido matrimonial sino en el de una vida compartida. Los azares de la fortuna, generalmente esquiva, contribuirán a distanciarles en forma irreparable. Pero el azar tiene aquí encarnación real en el cartero. De este modo, hay que saber apreciar en esta breve novela lo que está tras la historia, y es esta una de las características de toda buena literatura.

Feliciano Bustos Aroca y Lolita Golondrinas forman una pareja que en la historia esencial parece revivir todo el romanticismo de tiempos ya idos, pero en lo desarraigado de sus manifestaciones tipifican una pareja como sólo puede darse en nuestra época. Y si en ocasiones este lenguaje puede parecer pueril, está sin embargo sujeto al propósito de retratar dos seres adultos que son en realidad niños o preadolescentes, infantes que solo pueden madurar en el dolor, la ira, el odio, y la deseperanza, ese infierno reservado para quienes no tuvieron infancia o no pueden recordarla. Así, esta historia teñida de sombríos tintes de humor que a medida que avanza nos va sumiendo en un universo despojado de toda alegría, así ella aparezca, para el lector y no para los personajes, bajo el ropaje de la risa que suscitan los parlamentos o diálogos y algunas situaciones, es el retrato de una de las caretas de nuestra época y en cierta medida de nosotros mismos. Faceta ésta sorprendente para quien conozca de cerca el autor. Hay aquí un dolor dual soterrado por un amor distante y malogrado sin remedio. Y ¿quién no ha experimentado esa lejanía sin asombro que nace de este sentimiento? La novela logra así alcanzar el clima de esa lucha perenne entre el ángel y el demonio que a todos nos ha sido dado contemplar en nuestro interior. La batalla será ganada por el demonio, destino éste, al parecer, inexorable. Pero es la literatura la que sale ganando al fin de cuentas. Y era de esto justamente de lo que se trataba.

Todo esto y mucho más, es Lolita Golondrinas: la vida en su absurdo manifiesto, el dolor por la separación amorosa y los abismos a los que conduce, en suma lo malogrado de unas vidas que no aciertan nunca a reconocer en el justo momento sus verdaderos sentimientos ni propósitos sinceros y adecuados para hundirse, no sin cierto deleite, en el alcohol, el sexo, el derroche, la nostalgia, la fuga a través de estos recursos y la desesperación final que linda con la locura.

Y para cerrar el círculo es preciso anotar que la infancia tímida y desprotegida de Feliciano Bustos Aroca no ha transcurrido en parte distinta a ese lejano pueblo de El Convenio ya visitado en libros anteriores.”3

Germán Santamaría dice que “Pardo irrumpe con una novela urbana que por fuera se puede ver como una historia de amor pero que enmascara una realidad política, social y cultural, constituyendo, por ejemplo, Lolita Golondrinas, un personaje para recordar y siendo la obra una novela entretenida, ligera y bien escrita”.4

De otra parte, Germán Vargas Cantillo afirma entre otras cosas que “es una narración directa y clara, con un acertado manejo idiomático que hace de Los sueños inútiles una lectura gratísima, con un domino pleno de ambiente, situaciones y personajes a lo largo de sus ciento veintiseis páginas. Esta primera novela de Carlos Orlando Pardo, por sus indudables logros, hacen concebir justificadas esperanzas en sus futuros textos narrativos para lo cual es una garantía que esté dedicado de tiempo completo a la literatura como dice la nota de introducción a su libro”.5

Así mismo, Isaías Peña Gutiérrez afirma que “se trata de una historia de amor con la densidad, el humor y la magnífica escritura que a él lo caracterizan. Es una alegría saber que Los sueños inútiles ha aparecido al público”6, concluye. José Luis Díaz Granados escribe cómo “Los sueños inútiles es una bella alegoría de la violencia y la locura, representados en personajes como Feliciano ‘Piscis’ Aroca, Lolita Golondrinas, Sebastián Moreno o Reynaldo Alfaro, la tía Victoria o Rocío de las Nieves. La narración es impecable pero nos llama poderosamente la atención el sorprendente dominio del diálogo a través de toda la novela”.7

La escritora Sonia Truque, por su parte, señala que “Los sueños inútiles, la novela de Carlos Orlando Pardo, resulta oportuna en un momento como el actual de abierta negación a cualquier noción de placer, donde el principio de rendimiento institucionalizado por la ideología del poder, han puesto al hombre contemporáneo -como un ente disgregario-a mirar el mundo desde su más autera soledad. Los personajes de Los sueños inútiles no escapan a este designio. Cumplen el tránsito de cualquier relación que viola las convenciones sociales impuestas: nace, crece y muere”. Y al final, luego de interesantes y acertadas consideraciones, Sonia Truque concluye que “en toda la novela se percibe la deliberada ironía del autor al decirnos en un lenguaje escueto y ágil que del intento de unión dual solo nos queda el recurso cotidiano de la memoria: escribir postales, palabras, frases, canciones, lugares y el convencimiento con Igor Caruso de que “la pasión es el instante privilegiado”.8

Hipólito Rivera Castellanos, poeta y crítico, sentencia que “la ruptura histórica del nueve de abril de 1948 y las permanentes rupturas familiares y afectivas que se dan a lo largo de nuestro medio es la arquitectura abierta, es decir, una arquitectura sin más construcción que la suscitación por donde transitan los habitantes de Los sueños inútiles, personajes, éstos, simplificados por obra de la narración pero que en su equivalencia concreta responden a la elementalidad de las muchedumbres que discurren la historia con su cargamento de sueños en la nave de la frustación: absurdo y fatalidad en la medida que no se comprende que la vida es la lucha entre la realidad y el sueño. Por esto Feliciano Bustos, Lolita Golondrinas, Reynaldo Alfaro, el capitán y los personajes que recorren Los sueños inútiles son desarraigados sin más patria ni geografía que la nostalgia, sin más destino que los recuerdos y la tenacidad trágica de convertir el futuro en un resultado caprichoso del pasado, en hacer de él una obsesión y no una liberación. Más que amantes, estos personajes son las víctimas del amor casi a la manera del romanticismo decimonónico, pero que sin embargo, latente y supérstite, actúa en medio del siglo XX que ha hecho del amor un sentimiento inusual que Carlos Orlando Pardo rescata legítamente y sin hipocrecías ni vergüenzas como uno de los factores esenciales de la vida cotidiana”.9

El sociólogo y novelista Rodrigo Parra Sandoval, en un ensayo titulado Los sueños inútiles o el fantasma de la libertad, afirma que “toda novela, y posiblemente toda obra de arte, es, en el sentido más profundo de la palabra, un viaje. Un viaje hacia el siempre inconcluso intento de esclarecer la condición humana, el inexplicable azar de estar vivos y el necesario caminar hacia la muerte, esa esencial tensión en que se debate el hombre… es necesario decir que los sueños inútiles son los viajes, viajes en que el hombre abandona Itaca para irse en busca de fortuna y amor. No siempre regresa rico o feliz del viaje, pero posiblemente vuelve más experimentado, más íntimo del sufrimiento humano. En Los sueños inútiles se empieza por viajar en los nombres de los personajes: Lolita Golondrinas es una migración permanente, un ave sin nido, un ave de mal agüero cuyo territorio es el aire inestable. Su apellido verdadero pero indeseado es Díaz, que sugiere el viaje de la vida en el tiempo. Feliciano Bustos Aroca, tiene por otro nombre Feliciano Piscis Aroca y su elemento es el agua escurridiza. Reynaldo Alfaro se va hacia otra identidad, hacia una nueva vida con el cambio de nombre por el de Sebastian Moreno. El viaje empieza con lo primero, con los nombres, primera señal de identidad porque viajar significa siempre un cambio del ser. Por algo, Feliciano lleva un barco en su carro. Cada viaje, sin embargo, tiene su propia naturaleza, sus motivaciones aparentes o profundas y, al contrario de Odiseo, Feliciano Bustos Aroca no va hacia Itaca, sino que huye de ella. ¿De qué huyen todos los personajes de Los sueños inútiles? En primer lugar de la ciudad, de su hipocrecía, de su monotonía, de la violencia que convierte los familiares en fantasmas, de la falta de sentido. Pero al huir de la ciudad no dirigen sus pasos hacia Itaca que es el símbolo del sentido, de las raíces, del amor del regreso a lo propio sino que huyen hacia Itacas falsas, Itacas engaño, Itacas-Sirena. Cada uno fabrica su antihitaca: Lolita Golondrinas huye hacia la Guajira, el desierto; Reynaldo Arenas huye hacia el asesinato; Feliciano huye hacia una herencia que ha de trastocar su vida, Aristóbulo huye hacia el oro y en su fuga se dedicará a crear más fugas. La tía Victoria plantea el conocimiento como algo innecesario y huye, en sus últimos días, hacia la búsqueda de la ignorancia, hacia el falso brillo del oro. Se huye de la burocracia del trabajo alienante: Lolita Golondrinas intenta librarse de su destino de delineante de arquitectura y sueña con ser azafata pero al final lo abandona todo por el ocio sin afecto. Reynaldo Alfaro huye de su pequeño puesto de empleado público y termina como fustrado asesino a sueldo. Feliciano logra escapar del oscuro oficio de vendedor de libros que no le interesan, mentiras y sueños, y termina encarcelado en la nostalgia. Todos terminan huyendo hacia aquello de lo que huyen, o hacia algo peor: la ausencia del sentido, como una continuación de la violencia de la que también huyen como una continuación en un infernal círculo de hierro que parece robar toda oportunidad a la rebeldía del hombre. Pero, ¿de dónde surge todo este mundo desesperanzado e inútil, esta apocalíptica visión de la condición humana? Precisamente, extrañamente, de su contrario, de uno de los pocos elementos que los podrían salvar: el amor. Así empieza la novela: “Fue Lolita Golondrinas la que vino a enloquecerlo de una manera casi definitiva…” El amor empieza con el deslumbrante fulgor de las palabras, con el fuego de las pieles, con el platónico descubrir maravillados la otra mitad perdida en la separación inicial de los sexos. El amor muere con el viaje de Feliciano en busca de la herencia, en una temprana muerte involuntaria decretada por él mismo que se debate acuchillado por un intolerable conflicto entre dos fuerzas que luchan en su interior: el amor inesperadamente intenso y el fantasma masculino de la libertad que finalmente lo lleva a huir de lo que ama. Después viene la catástrofe de la identidad, porque el lector no puede evitar la sensación de que Feliciano se haya enamorado de sí mismo, de la imagen de mujer o de hombre, de la relación amorosa que había cultivado dentro de sí y que su amor por Lolita Golondrinas era una manera de amarse a sí mismo en ella por intermedio de una Lolita-espejo. Por algo hacen el amor rodeados de espejos en los moteles de la ciudad. Pero la idea de la libertad ganó la batalla y se convirtió en asesina del amor, y, a la vez, se aniquiló como portadora de la buscada posibilidad del hombre. Al separarse de Lolita, Feliciano cometió suicidio involuntario porque mató a Lolita sin saber que ella era él mismo. El suicidio, sin embargo, fue un proceso lento, interminado dentro de la novela. Primero fue la incredulidad, después el odio, después la fingida indiferencia y la búsqueda de formas de seguir vivo: los viajes por Europa persiguiendo el olvido aunque fingiendo buscar ilógicamente a Lolita, llevando serenatas a casas vacías por si allí estaba Lolita, bautizando barcos con el nombre de Lolita, huyendo de lo que decía buscar. Y luego, de regreso a Itaca, indagando maneras de huir nuevamente de la ciudad, de cambiarla “buscando una vacuna para borrar el pasado”, fijándose hacia el futuro o hacia el pasado para transformarlos, para premiar o castigar recuerdos en el presente, confundiendo la lógica de la cronología al intentar recordar como una forma de invocar el futuro, auscultando el zodíaco como una manera de reinventar a Delfos. Y así, hasta llegar al asesinato verdadero, físico, del senador Mesías, en un aquelarre de libertad y poder que no respeta las leyes de la naturaleza, en un esfuerzo por autoengañarse. Y la libertad se convierte en tapones de cera que no le permiten escucharse, que lo obligan a matar lo que ama, a huir de Itaca, a creerse astuto como Odiseo pero no para engañar a los enemigos sino para engañarse él mismo, a quedarse eternamente empantanado en el Hades del dinero, del poder, del suicidio, de su identidad”.10

Benhur Sánchez Suárez, en su columna del Diario del Huila dedicada a Los sueños inútiles, escribe entre otros comentarios que, “curiosamente los pequeños dramas cotidianos son los que se convierten en grandes temas en la literatura. La maestría del escritor está en el toque que, a través de la vara mágica del lenguaje y de su imaginación, le da una vida que, como tantas otras, se desarrolla sin mayores ambiciones y se novela sin escribirse a nuestro alrededor. Esta es la característica de la novela de Pardo… que se apodera del hombre común y corriente, el del oficio discreto para desarrollar con él una historia cuyo lenguaje es rico y sugerente, preñado de conflictos humanos, subterráneos y de grandes imágenes poéticas. Es una gran novela. Como saber que hay uvas.”11

Como no se trata de transcribir la totalidad de los textos publicados sobre la novela, sino de extraer de allí algunas de las conclusiones que apunten a mostrar la atmósfera del libro y sus virtudes o defectos, se continúa con la impresión de Edgar Antonio Valderrama cuando escribe que “Los sueños inútiles, la novela de Carlos Orlando Pardo, son los que todos tenemos y están en mucho en la síntesis de ese anhelo que expresa Feliciano Bustos Aroca, de esperar que todos los días sean fiesta y de encontrar en ella a la Lolita Golondrinas que elevan nuestro ser hasta el punto de hallar sólo el lado positivo de las personas. Los sueños inútiles nacen en la soledad, crecen en la zozobra, se alimentan de la esperanza y permanecen quietos en las noches de bohemia, a la luz de los faroles o simplemente de las estrellas, nos estremecen en los paseos que hacemos solitarios y nos hacen temblar cuando refrescamos la garganta con un vaso de vino. Los sueños inútiles se meten en todo y sólo desaparecen, momentáneamente, cuando nos cruzamos con la realidad del vivir cotidiano. Esa es la virtud de Carlos Orlando Pardo, que se ha identificado con las cosas sencillas, lo que implica que su escrito nos lleva a sentir parte de la historia de nosotros mismos. Es la utilización racional de lo fácil, del lenguaje que todos entienden y que gracias a todo eso nos hace reflexionar y decir que es bueno repasar el pretérito y seguir pensando en el futuro pero no leyendo sólo el horóscopo”.12

Mario Arbeláez, por su parte, indica que “cada frase de Los sueños inútiles parece conocer su destino, por lo cual está dispuesta conscientemente a la aventura que le ha sido señalada. Y por otra parte, si al concluir la lectura, como yo, sienten la alentadora sensación de no estar sólos, de no ser los únicos cautivos de la angustia, pues estaremos presenciando el desarrollo de una conspiración diseñada por Pardo con el propósito de también sentirse acompañado cuando, para escudriñar los secretos del amor, tenga que valerse como ahora de lo aparentemente inútil pisando la frontera entre la vida y la muerte a los que da el uso de la palabra, les pone a revelar imaginados secretos y les da la largada para que se procuren, andando el tiempo, su justo medio en la literatura testimonial”.13

El novelista Héctor Sánchez Vásquez, dice que “sin duda el lector hallará en sus páginas un tratado del regocijo, de la intimidad desamparada del hombre de hoy en el recuadro atroz de nuestra latente violencia”.14

El escritor Libardo Vargas Celemín, dice que “esta novela de ciento veintiseis apretadas páginas, donde los lugares comunes se entrelazan sin pudor y le dan un ritmo vertiginoso a sus acontecimientos, no está hecha a partir de truculentas historias y antes, por el contrario, fue armada con economía anecdótica y toda su atmósfera y su desenvolvimiento están aferrados a la felicidad de dos seres que convergen en las calles de la ciudad de la música por un corto tiempo, y cuando sus vidas se han inpregnado de las necesidades recíprocas, parten hacia el recuerdo, cada uno en busca del olvido, que es a la vez la búsqueda de perpetuar el amor en la nostalgia. Si Lolita Golondrinas, la protagonista de la novela, no hubiera insistido en sus premoniciones zodiacales, o hubiera cambiado el pronóstico de la buena estrella de Feliciano Bustos Aroca, éste no hubiera pasado de ser un oscuro vendedor de enciclopedias que impostaba su voz para agradar y agotaba sus pasiones en los moteles de la ciudad y la misma Lolita Golondrinas hubiera permanecido con sus alas oxidadas impidiéndole volar, pero para ella importaba más la lealtad hacia los símbolos que su propia felicidad y por eso se dejó llevar por los vaticinios hasta perder la posibilidad de recuperar su Feliciano así éste, como en el caso del viejo Silva, fuera dejando su desgarrador llamado, esta vez en los avisos de los periódicos y afiches que Lolita, en el exilio, nunca leyó”.15

“Lo primero que intenta el lector al terminar la novela, sigue diciendo Vargas Celemín, es conciliar el título con lo leído y en ese ejercicio termina por aceptar que no sólo son inútiles los horóscopos, sino también inútil el amor cuando no se tiene el valor de encararlo. Por eso esta novela que puede llamarse del amor y del olvido, es también la novela de la nostalgia por esa golondrina efímera que partió en su inexorable migración y nostalgia, por ese pez que buceando en las profundidades de su propio destino, terminó postrado y abyecto ante pasiones distintas. Auque en apariencia sólo existe la tragedia de esos dos amantes separados, al promediar la novela aparece la historia de Reynaldo Alfaro, el tranquilo y apasible burócrata que asfixiado en las celdas del edificio del gobierno, intenta sustraerse de su inevitable amor por Rocío de las Nieves y en el preciso momento de caer irremediablemente en el fondo de su perdición, sólo encuentra sus caricias y sus palabras como el apoyo para enfrentar la exaltación que su condiscípulo, Feliciano Bustos, quiere hacerle como pago a sus defensas en las peleas de la escuela y cobro al desprecio sufrido por otro condiscípulo, el Senador Masías. En la novela de Carlos Orlando Pardo el obstáculo para que la historia no tenga un final feliz, no es la muerte -como en tantos love stories o Marías de la literatura universal-, tampoco es la presencia de terceros que se interpone entre ellos, es simplemente el acto voluntario de Feliciano Bustos para reconciliarse con su sino y la decisión de Lolita Golondrinas por obedecerle a la lectura de los astros. Ambos parten hacia sus destinos y desde ellos continúa la lucha por reconstruir minuciosamente el tiempo transcurrido juntos y ambos juegan a las apariciones fantasmales, sin que puedan atraparse en mitad de sus delirios etílicos y terminan perdiendo toda esperanza en la vida y toda ilusión en sus sueños”.16

Fernando Soto Aparicio, escribe que “Los sueños inútiles es una obra total, bien escrita, donde el amor está tratado con mano conocedora, con cariño, con devoción y donde al mismo tiempo hay tantas otras cosas que vienen a estructurar un mundo, el mundo de cada cual, el de la pareja, el de nuestra inevitable cotidianidad de hombres. Yo creo que todos los lectores del libro acabamos enamorados de esa Lolita Golondrinas que de todas maneras es como un viento sensual y cálido, como un soplo de vida y de pasión que sacude las páginas de la obra”.17

Gustavo Álvarez Gardeazábal afirma que “Los sueños inútiles de Carlos Orlando Pardo debería haberse titulado Lolita Golondrinas, pues el personaje central es tan constante, tan decisivo y tan frontal que eso del título adoptado parece ser más la frase final de un escritor que se asustó con lo que redactó y redondeó su finalización con una frase poética. Empero, esta novela sorprende no solamente por lo mal titulada, sino por el ritmo vertiginoso, la brillantez de la anécdota y la capacidad cuentística que posee”.18

El novelista Rafael Humberto Moreno Durán, dice que “es una novela tan breve como atractiva e intensa y eso invita a su segunda lectura. Entra Pardo con suerte en el club de la novelística colombiana pero sin quedarse en la ciudad de la música ni entre las bragas de Lolita Golondrinas, esa recurrente presencia que enamora”19

La crítica y escritora Helena Araujo afirma que “el humor, la ironía y el absurdo de la novela la salvan de una reiteración y la caracterización femenina da peso y valor a un relato-romance que alude y a la vez consiente en una versión voluntarista de lo cursi”.20

Fabio Barragán señala que “De examinar el elemento ‘violencia’, en la novela Los sueños inútiles, sería necesario, como en todas las otras narraciones de Carlos Orlando e igual de Jorge Eliécer, definirla desde varios puntos de vista. No sólo la considerada ‘histórica’ después del asesinato de Gaitán como los elementos que dieron al país una atmósfera de zozobra, inseguridad y crímenes, abandonos forzados y orfandades obligadas con unos escenarios, unos personajes y una situación concreta, sino la otra, la que no necesariamente se enmarca allí, la que puede y es posterior a esos hechos y que determinan la conducta de unos protagonistas específicos, en fin, la de los enfrentamientos a que tiene lugar la vida acudiendo a la sentencia de Guimaraes Rosa cuando dice: ‘Vivir es muy peligroso’. Vale entonces, de entrada, el sentido de uno de los cuatro epígrafes del libro, uno de los cuales pertenece a Julio Cortázar, quien anota: ‘No vivir su vida en lo que tiene de más real es un crimen, no sólo con respecto a uno mismo, sino a los otros’. Y aquí de comienzo está el tipo de violencia a lo cual se hace referencia. Pero si bien es cierto, todo el mundo la padece, son los pertenecientes a la llamada clase media, quienes la enfrentan con mayores angustias por su situación intermedia entre dos fuegos. Ni chicha ni limoná, como reza una canción protesta. Ni definitivamente ignorantes ni realmente cultos genera contradicciones en jornada contínua. Tanto Lolita Golondrinas, ‘reina estudiantil’, o Feliciano Bustos Aroca, ‘vendedor de enciclopedias’, con un carrito de ‘medio pelo’, escapan a esa clasificación.”21

“Referida la ‘violencia histórica’, Feliciano Bustos Aroca que debe ser un personaje alrededor de los treinta y cinco años, viene a la capital enviado por sus padres para salvarlo de la situación de incertidumbre que allí viven ellos sin perspectivas de salvación a la vista. Por ello se afirma, al señalarse su profesión de vendedor al comienzo del capítulo cuarto en la página 21, que “en esos avatares se la había pasado desde cuando sus padres lo enviaran a la capital, terminada su adolescencia, y todo porque la situación no estaba así muy clara en la provincia de El Convenio tras el asesinato de Gaitán. Era fácil para él recordar la despedida, las razones de ellos que hablaban de los incendios en Bogotá y de sus muertos pero presentían que allí, donde estuvieron desde siempre, mayores iban a ser las consecuencias, evitadas fácil y en caso práctico y seguro de huida sin la presencia de quien continuaba considerado como un niño a pesar de los cambios iniciales en el timbre de la voz”. Y más adelante agrega: “De sus viejos, como los llamaba, cuyas cartas fueron llegando cada vez más distanciadas y finalmente inexistentes, conservó siempre un cariño nostálgico que nunca pudo abandonar al evocarlos”. “Porque al final, dice un párrafo, parece que se fueron a la montaña dejando un vacío grande que sólo él extrañaba a veces entre lágrimas”. En otras partes se lee: “De todo aquello tenía recuerdos que almacenaba sin ocultar detalles en un repaso permanente de película para las meditaciones en medio de la sala silenciosa siempre de su nuevo hogar, que vendría a significar en el fondo una nueva manera de estar solo, o casi solo, desde tiempos lejanos”.22

“Son estos los elementos referenciales a la violencia aludida y que dejan el testimonio de unos hechos: un adolescente que ya encariñado con sus padres y su medio debe salir huyendo así sea por recomendación de sus padres y llegar a la Bogotá de aquellos días. Es el que tipifica este fenómeno de la migración y el que, por ubicación geográfica inicial, vive en “la provincia de El Convenio” escenario de uno de los libros de Pardo, Los convenios, incluido en Los lugares comunes como su segunda parte. Y en donde están los cuentos de la violencia referida a unos hechos específicos con sus características como ya se mostró. Pero en ellos se ven los hombres mayores que huyen al principio, que saben luego y que sufren más tarde consecuencias terribles. Son gente mayor y poca gente rebelde. Aquí ya se ve que los padres de Feliciano Bustos, se supone jóvenes, “se fueron a la montaña”. Existe una continuidad histórica, unos elementos de conexión, una cadena. “La historia de su familia estaba llena de desapariciones, como si cuando hablaran de los unos o de los otros se refirieran usualmente a supuestas presencias fantasmales”. “Los tiempos de la violencia no dejaban resquicios para especular con la intempestiva partida de su tío Aristóbulo y tan sólo, el lugar, estaba condenado a hablar de los muertos y los jefes de los partidos políticos”. Son las descripciones concretas a esos acontecimientos y más tarde desaparecen, pero cuando Feliciano se dedica a evocar su pasado lo encierra en sus compañeros de estudio, en su infancia feliz, seguramente y no en lo otro.

Sin embargo, todo lo anterior queda olvidado al introducir el argumento con otras variantes y como si apenas importara explicar un origen, pero nada más. Y aparece la otra violencia, la de un muchacho que debe sobrevivir en la capital, el que busca inútilmente empleo. “Ya los tiempos eran muy duros cuando caminaba a paso trotón las tres cuadras que había de su casa-arriendo al sitio espera del bus y se le iba la mañana en el bar de la esquina esperando un trabajo-ocasión, soportando el frío de la sensación del desempleo en los minutos del regreso. Ya no eran las madrugadas desapacibles cuando muy temprano prendía un cigarrillo sintiendo ser un desgraciado por no conservar un patrocinio o se iba a las primeras horas hasta la caseta de la esquina para comprar el periódico y leer los avisos clasificados, visitar las agencias de empleo ensayando la mejor de sus sonrisas con el casi único y mejor de los trajes que le ofrecía optimista certidumbre de ser un señor importante de cuello duro y corbata bien almidonada”. Más adelante la suerte cambia en virtud a una herencia de su tío Aristóbulo y se vuelve un arribista, un narcotraficante que disfraza sus acciones con una “oficina de negocios generales” y por ello, un hombre rodeado de gente pero solo, descastado, sin un amor real y realmente loco.

Son los cambios, las transformaciones, la metamorfosis de un personaje desdichado, que si no fuera por eso que se cuenta podría serlo por lo que deja de decirse, por la pobreza, por la soledad. Esto en el itinerario exterior, pero la carga grande va por dentro, como reza el adagio. Y es la que determina su camino a lo largo de la novela. Cuyas contradiciones parten de lo que Parra Sandoval llama Los sueños inútiles o el fantasma de la libertad. Un deseo de amor y compañía paralelo a un continuar estando solo o libre y encuentros fortuitos en las casas de cita como se refiere cuando evoca las giras con Jaime Lara, otro personaje, colega suyo en la venta de libros, portando un único amor ‘verdadero’, el de su tía Victoria, que al morir, le deja el sendero libre para su desquiciamiento total. Condenado a un viaje eterno, aún el de su misma mente, al final.

Lolita Golondrinas es igualmente un personaje hecho de abandonos desde su infancia: “Mi apellido real es Díaz. Mi padre nos abandonó hace ya mucho y yo de Díaz pasé a noches y de un lado a otro hasta que quise cambiarme el apellido”. Es la muchacha recriminada por su madre cuando se atreve a conseguir el primer novio, es la que sufre una doble condición de violencia. Desea surgir, conocer el mundo, estudiar, ser alguien diferente para vencer una opresión en la que vive y hasta unos elementos de vestir: “Unos zapatos tenis que a él siempre le parecieron detestables”, por ejemplo. Y para salir de allí, ilusoriamente se encierra a creer en el horóscopo, a ser una experta, una que lo reduce todo al azar, a la suerte, a la posición de las estrellas como explicación profunda de los pasos, de la vida, de la muerte.

“Tenía ella los albores de su primera juventud y unos ojos pequeños que parecían hablarle sin guardar silencio siquiera momentáneo”, dice en la primera página. Es la estudiante bonita, parlanchina, que como reina estudiantil recolecta dineros para un ancianato o igual para realizar una fiesta de los estudiantes de último año. Realiza unas actividades normales sin mayores preocupaciones que los conflictos internos de su hogar. Al conocer a Feliciano ella venía de “campear una soledad desde días anteriores”. Deseaba amarlo y lo hace no siendo esa su primera vez por cuanto antes lo culmina ‘detrás de una escalera’ con su novio. Sus deseos de ser, sus deseos de estar, sus deseos de partir, su anhelo de romper la rutina en la que se siente envuelta cuando no le dicen nada sus antiguos compañeros observándolos menos maduros de lo que ella quiere, le produce la violencia interior, la lucha, el deseo igual de liberación de lo que después, decepcionada al no regresar Feliciano la obliga en parte a irse con un aparecido a la Guajira, al desierto, recuerda Parra Sandoval. Ambos son unos cobardes que huyen de lo que aman, de lo que dicen amar porque su infancia y su formación les ha producido la inestabilidad y no son seguros de sí mismos sino en el momento de la pasión. Ella y Feliciano son la pareja unida y desunida pero enamorada siempre, distanciada por la falta de asumir sin tanto capricho interior más en serio lo que podría salvarlos, y puede decirse que es un encuentro que empieza por capricho, por soledad mutua, por azar, sigue por la pasión y se deja por la no consistencia.

Reynaldo Alfaro, que aparece en la parte intermedia de la novela es el Jefe de sección, el pequeño burócrata que se fastidia de su medio y de sí mismo, que se sabe limitado, que tiene un hogar constituido con Luisa Cadena y ha tenido una amante, Rocío de la Nieves, por la que ha sacrificado su economía de empleado hasta endeudarse y tener que vender los objetos de su casa. Es quien tiene clara conciencia de estar envejeciendo detrás de un escritorio y viendo envejecer a los demás sin ningún heroismo distinto al de estar carcomidos por la rutina de los papeleos, de la supuesta importancia y del “abrirse y cerrarse de los ascensores de la gobernación”. Es otro tipo de violencia la que siente un hombre que no hace lo que quiere sino lo que debe, que por el estar sacrifica el ser. Pero le llega su oportunidad con la carta de Feliciano, su antiguo condiscípulo, para buscar un mejor destino pero a un alto precio: El crimen: Y a un senador al que Feliciano desea matar simplemente porque no lo atiende alguna vez. Es la aparición real de la esquizofrenia, la antesala a la enajenación de Feliciano y la ventana de la huida para Reynaldo. Por ello regresa a los lujos, al mejor hotel, a buscar de nuevo a Rocío de las Nieves, debatirse en sus contradicciones, al “por qué me vine así eso me molestara”. Es un personaje muy interesante pero no acabado, no delineado, seguro, por no distraer al lector en otra vida paralela y que según el autor es el central de otra novela que está inédita.

Los sueños inútiles no debe considerarse entonces como novela de amor sino como novela del desamor. Con toda una corriente de violencia en los escenarios exteriores e interiores. Al igual que la de Jorge Eliécer Pardo a la que calificaban los carteles de la editorial Plaza y Janés como la novela del amor y la violencia y es la del desamor y la violencia. ¿Y por qué no son historias felices? Como dice Hugo Ruiz: “Y como no hay ni para qué pensar en una historia de amor feliz, cosa, al parecer, casi increible, si acaso no legendario o colindante con los cuentos de hadas, esta historia amorosa es triste, fustrada, dolorosa, marcada por la nostalgia, el abandono y la separación y al final, vecina de la locura, el alcoholismo y el sexo como fin en sí mismo”.23

“Lolita Golondrinas puede catalogarse como un personaje inolvidable en la literatura colombiana. Se trata del tránsito de una mujer desde cuando tiene dieciocho años hasta completar unos veinticinco. Pero no es tanto lo variado de su movimiento exterior entre la Ciudad de la Música y la Guajira, principalmente, sino de su intensidad interior, de sus pensamientos, de sus amarguras y desesperanzas finales, de sus días felices e ilusionados entre un gran amor y otros que le depara su camino. Tipifica Lolita Golondrinas a la mujer de clase media baja que está huérfana de padre, un alcohólico que abandona su familia desde tiempos tempranos y se casa con otra. A la orgullosa estudiante de colegio cuyas preocupaciones al principio están con su juego de basquetbol, con sus pretendientes primero, con las iniciales caricias y experiencias amorosas, y enredada en la vanidad por haber sido o por ser reina estudiantil”.24

CARTAS SOBRE LA MESA Y LA PUERTA ABIERTA

En el prólogo aludido a la compilación de la obra literaria del autor, Hugo Ruiz afirma sobre estas dos nuevas novelas que “Carlos Orlando Pardo publica después Cartas sobre la mesa. No es pues de sorprender, para el lector que haya seguido en orden su obra, el concienzudo y sobrio manejo del lenguaje que en esta novela ostenta el autor. Se trata de una carta de la protagonista a una amiga contándole sus dudas, vicisitudes, inquietudes, dolores y alegrías del amor que llega a experimentar por un hombre casado. Si en Lolita Golondrinas la sombra ominosa de la tragedia asomaba su rostro a cada página, la aparente trivialidad de esta historia logra sin embargo interesar por situarnos ante un ser que debe jugársela toda a una carta en aras de su amor y derrotar las pequeñas convenciones familiares y sociales. Aquí, sin embargo, por lo racional y mesurado del tono, el humor contagioso de Lolita Golondrinas está ausente y la historia se desarrolla en un plano llano aunque no monótono, pues, como se anotó antes, la historia logra interesar y el autoexamen que realiza la protagonista, joven universitaria de veintitres años, de sus emociones, dudas y certezas configuran un personaje vivo y verosímil dentro de la opacidad inevitable del mundo provincial que se nos describe. La joven y bella universitaria viene de un hogar provinciano en cuyo seno el amor con un hombre casado significa la posible destrucción de otro hogar, la segura pérdida de la virginidad sin contraprestación social alguna, el escarnio público de la familia. Y esta formación hará inevitable que surjan las sempiternas dudas y reflexiones. La entrega carnal, por supuesto, se consumará para dejar atrás ese universo de amores sin consecuencias como los que ha vivido hasta entonces el personaje. Pero al final todo el bagaje lastrante heredado de su familia no será superado para que ella, la trivial muchacha, la hija menor, la depositaria de todas las confianzas a costa de sus más recónditos anhelos, se asuma, gracias a su caracter aún no del todo malogrado, férreo e independiente aunque sujeto aún al rosario de convenciones limitantes, como una mujer dueña de su vida y en las últimas páginas decida que clarificará de inmediato, en la cita próxima a cumplirse y mientras lo espera, cuál será su papel al lado de ese hombre al que ama pero que no parece decidirse por una vida en común estable. Cualquiera que sea la decisión por él adoptada, ella ahora ya existe como ser independiente, libre y su vida no dependerá en lo básico de asentimientos o rechazos ajenos”.25

“No sucede igual, aunque en cierto modo el personaje habite un mundo familiar de igual estirpe, pacato y convencional, en La puerta abierta, novela que se publica ahora por primera vez en este compendio y que vuelve a jugar con un humor del corte del esgrimido en Lolita. Pero si en Lolita Golondrinas triunfaba el aislamiento y el dolor, aquí recorremos el tránsito de una solterona en ciernes hacia la consumación de su felicidad matrimonial. No es una derrotada como Lolita sino alguien que, en una situación límite, busca una salida y la encuentra en un matrimonio por correspondencia que, curiosamente, está teñido de verdadero amor al final por el poder de los mensajes cruzados, es decir, por el anhelo amoroso de dos soledades que ven llegado el fin de sus posibilidades y acuden a un expediente de solitarios como es la correspondencia amorosa y los retratos trocados. Pero la historia, trivial también en el fondo, sirve para dibujar de mano firme un personaje: Paula, la solterona salvada en un feliz y ambiguo final que a costa de superar muchas dudas y vacilaciones enraizadas en su formación hogareña logra escapar del cerco familiar tendido en torno a ella y afrontar sin concesiones la realización de su propia vida. Historia que se ve realzada jovialmente por los oportunos destellos de un humor que al disminuir el dramatismo algo banal que le es inherente, como igualmente ocurre en Lolita Golondrinas, lo enaltece sin aspavientos y lo dota de esa fuerza vivificante presente en los mejores espíritus, y un alto espíritu llega a ser Paula en la transformación que en ella se opera, para entregarnos una obra ejemplarizante en el sentido de que propone un modelo y una actitud nada usuales. Las dos novelas son la narración de una evolución íntima y las actitudes que ambas mujeres llegan a asumir al final de las obras dan cuenta de una toma de conciencia y una rebelión que aleja la alienación y afirma la personalidad para intentar disfrutar de lo único con que realmente y por tramposa que en ocasiones pueda llegar a ser es también lo único conque se cuenta: la vida y sus posibilidades gratificantes por encima de todo convencionalismo represivo”.26

Cartas sobre la mesa, escribe Ignacio Ramírez, “tiene una coherente e interesante narrativa a partir de un monólogo que finalmente no solo se convierte en carta sino en novela. Es un recurso que aunque ha sido muchas veces utilizado (Zweig-Nin-Flaubert,etc) de todas maneras tiene la particularidad de que se ha concebido con un tono muy espontáneo y fresco que lo ubica en un espacio contemporáneo.”27

“Si bien es cierto que la narrativa corre en plan de soliloquio y que muchas veces inserta el recurso del diálogo, creo también que ha corrido con suerte porque logra que el lector no se salga del hilo. Me explico: cuando empezamos a oir a un narrador monologante, generalmente se nos desdibuja su imagen si de él empiezan a salir otras voces. En el caso de esta novela, el lector viene atento y aparte de que no advierte el cambio, creo antes que bien le agrada”.28

“Hay cierta incisión en cada uno de los personajes, ostensiblemente puesta a propósito. Tal vez se logre que el lector tome partido por esos individuos -las mujeres, especialmente-, que asisten al vértigo de un conflicto sentimental que no por cotidiano deja de ser apasionante. Uno de los aciertos es involucrar detalles aparentemente muy simples, pero que de todas maneras identifican a los protagonistas”.29

Cartas sobre la mesa forma parte de un cuarteto de historias de amor con el cual Carlos Orlando Pardo elabora un ciclo de su producción narrativa. A través del usado recurso de la carta para contar la historia, el autor logra penetrar con certeza en la sicología de una mujer, desvestirla por dentro y mostrarnos indecisiones y paradojas, pasiones y vergüenzas, miedo y coraje. Aquí la memoria florece y se extingue, desafía y vence al olvido para recuperar el itinerario inocente y hermoso de los primeros años de una joven tranquila que, de pronto, en su camino, se enamora de lo que llama un hombre ajeno. Con lenguaje directo y eficaz, acumula una tensión que no se rompe ni en la última página.”30

El crítico y novelista Álvaro Pineda Botero, en un ensayo alrededor de “Cartas sobre la mesa o cuando el macho asume la voz femenina”31, se pregunta “¿Por qué una joven agraciada, inteligente, educada “bajo sanos principios morales” termina en el adulterio con un hombre mayor que ella? ¿Cuáles son las opciones sentimentales de que disponen las adolescentes en nuestra sociedad contemporánea? ¿Cómo realizan sus más íntimos deseos femeninos? ¿Cuáles son sus estados de ánimo, sus ilusiones y su visión de mundo? ¿Cuáles las fuerzas sociales, las influencias, las formas del intercambio entre los sexos que permiten este tipo de situaciones?”

“La última novela del escritor tolimense Carlos Orlando Pardo plantea estas preguntas y ofrece algunas respuestas. Está escrita en forma de misiva, redactada por una muchacha de 23 años, Catherine, a una amiga, Gloria Susana. Aquella le descubre sus sentimientos más íntimos y efectúa una especie de balance de su vida. Catherine va repasando ciertos recuerdos de su plácida niñez en su familia “bien” de clase media, las sanas tradiciones, sus juegos infantiles; también los primeros amoríos de adolescencia, ingenuos y puros. Pero un día siente el llamado de la pasión y el sexo y, bajo la consigna de sentirse una “mujer verdadera”, acepta el asedio de Hernando, un hombre casado quien por su edad bien podría ser su padre.”

Catherine entra a ocupar el segundo lugar en el círculo sentimental de Hernando. Este y su esposa tienen dos hijos, ya adolescentes, y Catherine aprende a verlos a todos con cariño y admiración, a convivir con ellos en la misma ciudad, como si fuese un miembro más de la familia. Sólo se queja de que su amante le dedica unas pocas horas a la semana, pero al igual que la esposa lo acepta “tal como es”, sin tratar de modificar su comportamiento, ni esperar más de lo que él quiera darle. El equilibrio lo rompe la esposa cuando decide terminar el matrimonio. Al saberlo, Catherine tiene una especie de crisis existencial” “sentí que ella también me había dejado”, que “estaba traicionándonos”. En este punto termina la novela”.

“¿Qué tan sólidos eran sus principios y cómo habría podido continuar viviendo sin traicionarlos? ¿Cómo no rebelarse contra sus padres cuando ellos sólo querían “conservar los privilegios del honor”, y ella lo que necesitaba era amor? ¿Cómo resolver la disyuntiva abrumadora que implica tomar el sendero de “la moza, la puta, la quitamaridos, lo peor de lo peor” para poder gozar a plenitud de “la lumbre de mi vida, el fuego de mi existencia, la luminosidad de mi historia, el fulgor de mi espíritu”?

Luego de haber sorteado estas dudas, Catherine debe, al final de la novela, decidir si abandona a Hernando, o si “asciende” a la categoria de “primera dama”, a sabiendas de que él pronto se buscará otra amante. Situación de paradoja: si opta por la primera alternativa, le dará satisfacción a su protesta, contribuirá posiblemente a la “liberación femenina”, pero estará sacrificando su sexualidad, el amor que la ha animado y madurado, y se verá obligada a enfrentarse a nueva vida de soledad cargada de deshonra. Si opta por la segunda, simplemente estará contribuyendo a perpetuar una situación social contra la cual, en su fuero interno, muchas veces ha querido rebelarse.

Esta problemática tuvo que haberle presentado un reto complejo y tentador al escritor profesional. Para afrontarlo y lograr un texto verosímil, sobre un tema sobre el cual se ha escrito tanto, el autor ha debido, primero que todo, sortear las acechanzas de la truculencia, de lo folletinesco, y saltar por encima de sus prejuicios de macho y de sus sentimientos y vivencias de adulto, para mejor adoptar la voz de la niña, y describir su vida síquica y su identidad en formación. El instrumento principal no ha sido el suspenso, ni el sensacionalismo, ni la pornografía, sino el lenguaje llano, acariciador, la fresca sensibilidad. Con este tratamiento, la dignidad de la muchacha ha quedado a salvo.

Me parece que sólo dos géneros literarios pueden expresar de manera convincente una confesión de este tipo. El epistolar y el diario íntimo. Pardo acierta al escoger el primero, que le permite un elemento tan importante como el de la protesta. Acierta también al imaginar al destinatario en forma de mujer joven, amiga de Catherine, pues comparten las mismas inquietudes y, quizás, las mismas situaciones. Gloria Susana es la única persona que puede comprenderla; no el padre de Catherine, ni su madre ni el confesor. Mucho menos Hernando. Si escribiese un diario íntimo, sus tribulaciones no trascenderían. El intercambio con la amiga implica un desdoblamiento y una forma de hacer colectiva una protesta individual; de buscar y lograr la solidaridad y la comprensión.

Otras categorias podrían servirnos para calificar el libro de Pardo: novela de “iniciación” o “formación” y novela del “umbral”; categorías que en este caso se mezclan y confunden, al descubrir los procesos de iniciación sexual, las disyuntivas, los momentos de decisión que debe vivir Catherine en su paso de niña e hija de familia a amante de un hombre mayor. El relato termina precisamente en el umbral de una nueva vida, cuando la mujer debe decidir si huye de Hernando o acepta ocupar el papel de esposa que se le ofrece.

La situación que plantea la novela no es excepcional. Dentro de nuestras tradiciones patriarcales, perpetuadas por las mismas mujeres, tales dilemas son frecuentes entre las jóvenes.

En este sentido, me parece que el principal mérito de la obra, más allá de sus logros técnicos, es el de protesta. Al terminar la lectura, uno se pregunta: ¿Qué tipo de sociedad es la nuestra, que le permite al hombre casado tener amantes y enamorar jovencitas, sin que ello implique merma en su status social ni en su prestigio profesional? Lo paradógico es que son las mujeres mismas las que propician, y, aveces, acolitan, tal situación.

Julián Serna Arango32, dice que en Cartas sobre la mesa, el protagonista es el ritmo, a galope tendido las palabras, las frases, los diálogos y las metáforas que nos revelan el pathos dionisiaco. Es un allegro con brio de una vida que también ha sido eso. Por supuesto hay una tercera lectura, la de la nostalgia, esa que se insinúa a lo largo de todo el libro, y que además remata de manera magistral en la última página, en el último párrafo y para ser más exactos, en la última frase, cuando la protagonista se refiere a su amante en los siguientes términos: “es de los que se dedica a contar historias como esta que acabo de contarte.” Uno de momento no sabe: si es la ficción la que copia de la vida o si es la vida camuflada en la ficción.

Notas

1.-Ruiz, Hugo, Prólogo a Carlos Orlando Pardo: Obra Literaria 1972-1997, Pijao Editores, número 115, 1997, 493 páginas.

2.-Op. cit.

3.-Op. cit.

4.-Santamaría, Germán, Revista Diners Nº 182, mayo de 1985.

5.-Vargas, Germán; El Heraldo, mayo 13 de 1985.

6.-Peña, Isaías; Arca de papel, Lecturas Dominicales El Tiempo, marzo 14 de 1985.

7.-Diaz Granados, José Luis; Los sueños inútiles, Lecturas Dominicales, El Tiempo, mayo 8 de 1986.

8.-Truque, Sonia; Las razones del rendimiento, Línea Nº 36, mayo de 1985.

9.-Rivera, Hipólito; Los sueños inútiles, Línea Nº 36, mayo de 1985.

10.-Parra Sandoval, Rodrigo; Los sueños inútiles o el fantasma de la libertad. El Heraldo, revista dominical, junio 9 de 1985.

11.-Sánchez, Benhur; La primera novela de Pardo, Diario del Huila, abril de 1985.

12.-Valderrama, Edgar Antonio; La novela de Pardo, Prensa Nueva Nº 39, mayo de 1985.

13.-Arbeláez, Mario; El Cronista.

14.-Sánchez, Héctor; Declaraciones a la cadena Caracol.

15.-Vargas, Libardo; La novela de Pardo, El caletre, revista Instituto Tolimense de Cultura, 1985.

16.-Op. cit.

17.-Soto Aparicio, Fernando; La novela de Carlos Orlando Pardo, Prensa Nueva, Nº 42, agosto de 1985.

18.-Álvarez Gardeazábal, Gustavo, Los sueños inútiles de Carlos Orlando Pardo, Prensa Nueva Nº 42, agosto de 1985.

19.-Moreno Durán, Rafael Humberto, Carta al autor.

20.-Araújo, Helena; Humor, ironía y absurdo en la novela de Pardo, Prensa Nueva número 42, agosto de 1985.

21.-Barragán, Fabio; Dos narradores colombianos, Signo editores, 227 páginas, 1986.

22.-Op. cit.

23.-Op. cit.

24.-Op. cit.

25.-Ruiz, Hugo, Prólogo a Obra Literaria Carlos Orlando Pardo.

26.-Op. cit.

27.-Ramírez, Ignacio; Carta al autor.

28.-Op. cit.

29.-Op. cit.

30.-Nota de contratapa.

31.-Pineda Botero, Álvaro; texto dirigido al autor.

32.-Serna Arango, Julián; Carta al autor.


 

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