GONZALO PALOMINO

 

Cuando la misma palabra ecología debía ser buscada en los diccionarios y lejano estaba el tiempo en que el gobierno creara un Ministerio para tales efectos, Gonzalo Palomino, como un solitario profeta de desastres, recorría los corredores de la Universidad del Tolima en busca de adeptos para la creación del grupo ecológico de este centro superior que, años más tarde, adquiriría trascendencia nacional e internacional.

Comandando el equipo previó todo lo que ocurriría cuarenta y cuatro días antes de la tragedia que borró del mapa a la población de Armero por la erupción del nevado del Ruiz, y dio la voz de alarma en un seminario sobre desastres naturales que pocos atendieron.

Gonzalo Palomino Ortíz nació y creció en uno de los lugares de mayor biodiversidad del país: la explosiva vegetación de Chimichagua, adornada por tres ecosistemas, la Ciénaga de Sapatoza, la más grande de Colombia; las áreas de pantano que sobrepasaban para entonces las 50 mil hectáreas y la tierra firme. Tales escenarios dominaron el paisaje infantil de este hijo adoptivo del Tolima que, desde aquel tiempo, selló con la naturaleza un pacto de armonía.

Navegando en canoas, realizando labores donde aprendió a sembrar maíz y yuca, viendo sin falta cada diciembre la cantidad de aves migratorias que venían del norte de América, Palomino Ortíz se fue llenando de preguntas que sólo encontrarían respuesta muchos años después.

Nació el 10 de enero de 1936 y cursó sus primeros años de estudio en la escuela pública. La primera vez que salió del ambiente de su infancia fue hacia Chiriguaná porque allí se trasladó la escuela pública de su pueblo natal. Sin embargo, por razones ajenas a su voluntad, no pudo estudiar ese año. Siguió allí hasta la tarde en que llegaron a darle aviso del grave quebranto de salud que padecía su abuela y se trasladó a El Banco, Magdalena, para continuar sus estudios de primaria en esa localidad. El Banco era entonces un puerto fluvial de importancia y barcos como el Guadalupe anclaban y zarpaban de allí.

El contacto con el río Magdalena, el comercio de la plaza, las historias que le contaban los marineros que venían de Barranquilla y Cartagena y las caminatas por la orilla del río Cesár, fueron marcando poco a poco el itinerario de este hombre que se empeñó en trabajar por la preservación de la naturaleza.

La noticia de que el rector se trasladaba con todo y colegio para Barranquilla lo obligó a partir para Santa Marta donde su hermano mayor estudiaba. Sería ese el encuentro con el mar, con la amplitud del cielo abierto, con los pescadores, toda una serie de crecientes expectativas. Meses después se desplazó a Barranquilla donde cursó sus estudios de bachillerato. Su paso por la Arenosa fue el contacto con la vida portuaria, el bullicio de la ciudad en vertiginoso crecimiento y el ahondamiento de su fértil encuentro con la naturaleza.

Para entonces, las revistas y cuentos de aventuras iban modelando sus deseos. Bill Barney y la revista Michín se convirtieron en sus lecturas favoritas. Entre tanto asiste a sus clases de técnicas de oficina y de léxico, se abre a la literatura y se divierte con las historias de Enrique Jardiel Poncela.

Sus visitas a La Cueva con un grupo de amigos donde compartían sus lecturas mientras, en otra mesa, los para ellos anónimos periodistas Gabriel García Márquez, Alvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas Cantillo dialogaban acaloradamente de literatura, contribuyeron a su formación vital y académica.

Al momento de terminar su bachillerato entra a prestar el servicio militar en el batallón Miguel Antonio Caro, de Bogotá, donde con los amigos intercambiaban novelas de bolsillo y contaban los días que faltaban por salir de allí para regresar a su tierra.

Al término de su servicio se desplazó hacia Palmira, Valle, donde adelantó estudios de agronomía, graduándose en 1961 como ingeniero en la materia.

El implantamiento en vastas zonas del país de la llamada Revolución Verde mediante la cual se pretendía la utilización de químicos para mejorar la calidad y cantidad de las cosechas así como el empleo de maquinaria agrícola pesada, lo hacen pensar la agronomía de una manera dinámica e intenta conciliar los sanos métodos tradicionales con las innovaciones técnicas del momento. Piensa que es posible integrar las dos corrientes.

Durante su época de estudiante fue adelantando trabajos con el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) para el mejoramiento del sembrado de maíz. Simultáneamente fundó en la Universidad el periódico Rumbo, financiado por los agrónomos graduados y especializado en temas eminentemente agrícolas y pecuarios.

Hacia finales de la década del cincuenta aparece en su vida el sacerdote Camilo Torres quien llega a Palmira para dictar conferencias sobre la Reforma Agraria y en las cuales intentaba tender un puente entre las ideas políticas sociales y la doctrina de la iglesia católica. Fue el vislumbramiento de otro mundo. Esto lo conduce a tomar cursos de sociología para impregnar de esta ciencia la agronomía. En su mente se han abierto ya campo ideas comunitarias sobre la tenencia de la tierra y la defensa del medio ambiente.

Luego de presentar su tesis sobre Enfermedad del algodón en el Valle del Cauca y graduarse con honores, se vincula al ICA donde trabaja durante dos años. Al término de estos, marcha hacia Casanare a laborar en el proyecto que Camilo Torres había implantado en esa zona del país. Son años en que se intensifica la creación de movimientos revolucionarios y, paralelamente, se empezaba a tildar al sacerdote de rebelde y a considerársele un enemigo de las instituciones.

Viajó a Nariño y en la Universidad de Pasto se desempeñó primero como profesor de conservación de suelos y luego como Jefe del Departamento de Fitotecnia. La lejanía de Pasto con el centro de los acontecimientos obligó a Gonzalo y a un grupo de amigos a descubrir la ecología nariñense, tarea en la que trabaja hasta el momento en que se le propone, por parte de la Universidad del Tolima, su vinculación a la institución dentro del marco de modernización que se estaba realizando por entonces. Un año después estaba allí como profesor de conservación de suelos y, más adelante, como Jefe del Departamento de Sanidad Vegetal hasta llegar a su condición actual de Profesor Titular de ecología.

A lo largo de sus 25 años en la Universidad del Tolima, Gonzalo Palomino Ortíz ha venido trabajando en la fundación de grupos como Herencia Verde, Red de Acción en Plagicidas, Corporación Semillas de Agua y el grupo ecológico de dicha universidad.

Algunos de sus trabajos investigativos son El indio y sus recursos, 1977; Ecología de un desastre, 1986; La Biosfera, 1989; El Desarrollo Sostenible y las organizaciones Colombianas, ponencia para el seminario de energía alternativa en Salamanca, 1992; Ecología de los Páramos Tropicales, 1994 y Palma de Cera en el Quindío, en el mismo año.

La primera campaña ecológica que hizo a su llegada a la universidad tuvo como slogan “Los detergentes matan a los espermatozoides”. Sería el comienzo de una ardua labor educativa y preventiva de muchos años que lo llevaría a vincular a su tarea el problema de los insecticidas en el Tolima. “En el país, por entonces -dice-, se hablaba mucho de ecología pero no había ecologismo”.

Crea el Día mundial del medio ambiente que fija para el 5 de junio y logra movilizar gran cantidad de estudiantes que ese día fueron de puerta en puerta entregando más de cien mil plegables y divulgando la importancia de la ecología.

La magnitud del evento y los logros conseguidos lo obligarían, junto con el grupo de estudiantes con que venía trabajando, a crear lo que llamó Recreación ecológica, consistente en llevar a los jóvenes a recorrer el campo para instruirlos sobre el terreno en lo referente al ecosistema. Al lado de campañas como esta figuraba también la de Navidad ecológica que apuntaba a concientizar sobre la necesidad de impedir la tala de bosques. De esta época data el nacimiento del su boletín mensual S.O.S. ecológico donde se denunciaron los problemas ambientales del departamento y sirvió de apoyo para la creación de grupos ecológicos y organizaciones ambientales.

Palomino Ortíz ha contribuído desde el centro de formación ambiental del SENA, regional Tolima, en los programas Mínimos ecológicos para nivelar los conocimientos sobre el tema de la población, Jueves ecológicos del SENA y Miércoles ecológicos de la Universidad del Tolima, así como en jornadas semestrales donde se imparte educación ambiental a profesores, estudiantes y particulares, a más de la creación de Vacaciones de trabajo, iniciativa que forma estudiantes en el campo ambiental mediante el sistema de intercambio, cooperación y aplicación de conocimientos en coordinación con la reserva natural del Alto Quindío de la Fundación Herencia Verde.

Paralelamente, su trabajo como investigador en la búsqueda de soluciones y alternativas se refleja en sus trabajos Desertización en el valle del río Magdalena, Impacto ecológico de una procesadora de cobre, Plan de manejo para la Isla de Gorgona y Paramos de Colombia, entre otros. Pero Palomino Ortíz no sólo se ha dedicado al campo de la docencia y la defensa de la naturaleza sino que ha entregado también parte de su esfuerzo al campo administrativo como jefe del Programa de Desarrollo Rural Campesino en la Escuela Superior de Administración Pública de Yopal, funcionario de la Corporación Araracuara para el desarrollo de la Amazonía, Fondo Ganadero del Tolima, la Texas Petroleum Company, asesor para el manejo del impacto ambiental de un campo petrolero, La Central Hidroeléctrica del Guavio para el control de erosión y taludes y la Procuradoria Regional de Ibagué para la prevención de riesgos.

En la década del 70 fundó la Librería Universitaria, en pleno centro de Ibagué, la cual se convirtió en sitio obligado de reunión de numerosos artistas, escritores y académicos de la época.

Hoy, Gonzalo Palomino Ortíz, quien ha sido condecorado por el mérito a su labor con la Orden del Ocobo en 1982, la José Celestino Mútis por el Ministerio de Salud en 1984, Orden árbol de la paz de 1986 por parte de la Fundación Renacer, El premio global 500 en 1994, en Londres, por las Naciones Unidas, distinción que es considerada como el Nobel de ecología, y la Orden del Buho por la Contraloría del Tolima en el mismo año, enfoca sus esfuerzos en la búsqueda de un soporte científico para el desarrollo sostenible que pueda darle al Tolima y a otras regiones la seguridad de un mejor mañana.