SOBRE LAS NOVELAS DE ALEJANDRO PALACIO BOTERO

 

Por: Carlos Orlando Pardo

En Tardes cortas, 1924, y Rasgones en el velo de Isis, 1925, Alejandro Palacio Botero no pretende hacer novela en el sentido estricto, hasta el punto que llama a sus capítulos, artículos. Buena parte de ellos fueron publicados por entregas en El Universal de Manizales, pero luego los corrigió adicionando nuevos textos que dieran unidad e intensidad a su relato.

Tardes cortas, de setenta y ocho páginas, está dividida en setenta y cinco breves capítulos. Se sostiene sobre la base del diálogo a todo lo largo del libro entre el protagonista, a quien se denomina el discípulo, y Sura Gurú, un maestro de Benarés, India inglesa, de cincuenta y seis años, amigo de leer y que proviene de viajes por la mayor parte del mundo.

A lo largo del texto podría verse una larga lección de teosofía elemental que para unos es posible examinarla como la ilustración para iniciados en el tema y para otros como la historia de lo real maravilloso frente a lo que ocurre entre el pensamiento y el contacto con otras esferas, mundos y sensaciones. Intermediando los saludos de cada mañana, cuando se inicia la conversación, y la despedida con frases para una y otra casi con iguales palabras, busca el autor mantener la unidad que, en efecto, logra, con un lenguaje elemental, sencillo, sin retórica ni alardes, lo que no sería común para la época en que vive y escribe el autor de El Líbano.

Por el asunto que trata y la manera de abordarlo, Palacio Botero surge atípico entre los autores tolimenses y alcanza páginas de perfecto equilibrio literario. La universalidad de su temática lo aisla de las clasificaciones y ofrece una muestra clara de su trabajo y su pensamiento, el que irradia desde 1910 cuando funda el movimiento teosófico que nuclea a través de la la logia Estrella del Oriente con sede en su ciudad natal.

Las leyes del karma, la encarnación, la esencia del Gran Arquitecto del Universo, los principios de la Logia Blanca a partir de grandes maestros, son parte de su trabajo, hasta el punto de darse a conocer por entonces a nivel internacional como el primer teósofo de Suramérica, ocupando la secretaría de la Orden Teosófica Mundial.

Rasgones en el velo de Isis sigue el estilo y la estructura de su obra anterior, pero surge como personaje La voz del silencio que aquí reemplaza o cumple el papel de Sura Gurú en Tardes cortas.

Con menos intensidad, pero con mayores logros en el lenguaje, se sale aquí del marco de las convenciones e intervienen otros personajes en viajes a lejanas tierras. La obra, que tiene cuarenta y cinco páginas y cincuenta y tres capítulos, da una visión particular del mundo.

Lo que logra Palacio Botero es reflejar parte de las teorías de Allan Kardec, cuyos escritos ofrecen la mirada más completa de la filosofía espiritista. Pero algo mejor. Llega más cerca a lo planteado por la señora Blavatsky que generó después de la muerte de Kardec unas variantes estudiadas en la India y Egipto, las que irían a servirle como complemento para redactar su doctrina, luego de fundar en 1875 una Sociedad Teosófica en Nueva York. Los libros de la viuda rusa, residente por un tiempo en la India, titulan La llave de la teosofía y La doctrina secreta, en seis volúmenes, tras haber publicado Isis desvelada, lo que recreará Palacio en su trabajo Rasgones en el velo de Isis con veladas reminiscencias de El asno de oro, de Apuleyo.

La expansión considerable de estas teorías creó espíritus apasionados y prácticos con otros maestros no menos importantes, lo que atrajo a cantidad inmensa de discípulos para conocer las motivaciones de la iniciación y no quedarse sordos y ciegos a los otros mundos. Cuando Palacio Botero escribe los libros mencionados, hacia 1927, salía un texto que evaluaba a los espiritistas extendidos en el mundo en cuatro millones, los que entonces publican y leen alrededor de ciento cincuenta revistas especializadas en su tema. Los abonados, los cultivados, los habituales de conferencias y círculos conocidos estaban en el exterior, y en Colombia y en el Tolima las condiciones sólo se daban en pocas personas que para el medio surgían atípicas, extrañas, difusas y volátiles.

El espiritismo que termina siendo un hecho social notable en el mundo y cuyos congresos comenzaron a realizarse desde mediados del siglo XIX, tiene desde entonces millones de fieles dirigidos por miles de médiums. Se funda en la existencia, las manifestaciones y las enseñanzas de los espíritus, basados igualmente en el dogma de que ellos, como el alma inmortal del hombre, están constituidos, a su vez, por elementos inmateriales que sufren, piensan y quieren y quedan enquistados en el cuerpo físico del ser humano. Lo material, en este caso, tiene de intermediario un cuerpo astral o cuerpo etéreo que es la expresión más familiar a quienes siguen esta corriente. El espíritu, entonces, dejando sin vida un vestido usado que se descompone, recupera su libertad conservando la forma humana envuelta en su pariespíritu. Este espíritu es, para ellos, un ser humano despojado de su cuerpo físico.

Los expertos recuerdan que quienes no creen en Dios no aceptan que poseen un alma y no saben de su supervivencia después de la muerte; en vano pueden intentar penetrar estos principios desde una filosofía, por ejemplo, como la materialista. Todo porque la interpretación de hechos paranormales no será nunca de naturaleza científica.

Si bien es cierto que su nacimiento parece provenir de lo maravilloso y del prodigio de lo mágico, de un carácter irracional y sobrenatural, termina en los creyentes siendo práctico y cotidiano en donde las evocaciones y las invocaciones producen fenómenos incontestables para los legos pero no para los entendidos.

El autor tolimense, a través de su relato dialogado, expresa, sin subrayarlo, el escalafón de estos espíritus que son, en sus categorías esenciales, imperfectos, buenos o puros y que para poder manifestarse a través exclusivamente de los médiums, reflejan una manera de ser que genera prácticas y alcanza virtudes

En términos normales, la transcripción de las invocaciones de espíritus son transcritas por los testigos en la forma simple de pregunta y respuesta y hasta dándole algunas connotaciones a la actitud de los protagonistas físicos, por ejemplo si tosen o se encuentran nerviosos. Es lo que Palacio pretende para sus dos personajes.

Desde luego, nada de todo lo descrito puede ser posible sin la intervención del médium, un individuo que sirve de lazo de unión a los espíritus para que estos puedan comunicarse, ya que no tienen una forma mental, física, escrita o de cualquier otro género. El médium, a su vez, tiene la facultad de disociarse, de aceptar la incorporación, de ser la encarnación de un desdoblamiento. Si el médium tiene aura y es lo que le enseña en la novela el maestro al discípulo, saber descubrirla, poder leerla con base en ejercicios, sus manifestaciones generan un diálogo poblado de revelaciones.

Comunicar el más allá con nuestro mundo, con un punto de vista doctrinal que presenta tradiciones occidentales y elementos orientales, tiene el propósito de servir al prójimo y no pretende romper con la iglesia sino establecer hechos bíblicos, como una revelación de la doctrina planteada desde Jesucristo y antes de él.

Para cuando Palacio Botero escribió sus libros, en Colombia no estaba creada la avidez del ocultismo en todas sus formas. El logra, entonces, ofrecernos el universo descrito sin romper el equilibrio de un narrador inteligente.

Este ejemplo de Palacio Botero no quedó en el vacío y lúcidos escritores en tiempos actuales llegaron a entender, como pregonaba Kafka, que un hombre lee para preguntar y ciertos asuntos que parecieran vedados por su complejidad, adquieren, mediante la literatura, una definición sustancial y comprensible. Una novela como El mundo de Sofía, para mencionar alguna, pareciera darnos clases elementales de la materia como si abriéramos un texto de bachillerato, pero mezcla hábilmente tales informaciones entre el argumento de una historia atractiva, así como otros lo han logrado con materias en apariencia áridas como las matemáticas.

Fue lo que advirtió Palacio Botero remontándose a la forma de los Diálogos de Platón y que, entusiasmado con sus asuntos espiritistas, quiso compartir experiencias con un lector que, sin esforzarse, tradujera una interpretación no dejándose arrastrar por un conocimiento que impacta, sino mejor a través del impulso narrativo.

En Palacio Botero, el revelar y redescubrir una manera de examinar la existencia desde la perspectiva del espiritismo, no se advierte, cayendo en el abismo de lo pontifical, del dogma o del discurso simple, sino como una estrategia de abrir un album para descubrirnos una ventana hacia lo usualmente ignorado, mas no por ello inexistente.

Lecturas que pueden realizarse alrededor del tema si se tratara de lo estrictamente teórico, llevan a la necesaria conclusión de estar tropezándose con las encarnaciones ejemplarizantes en las historias narradas por Palacio, demostrándonos con ello el conocimiento de la materia que trata, del carácter pedagógico que refleja, del truco de su estructura y de su fábula para alcanzar una mayor eficacia. Si bien es cierto los textos son un pretexto para difundir sus experiencias y sus informaciones en lo especificado, no por ello dejan de tener validez narrativa.

Lo interesante es que el autor nos lleva a un viaje para saber qué ocurre al otro lado de la puerta desde su conocimiento, así haya quienes rechacen con indignación lo que podrían calificar como supercherías. Este “fotógrafo de los espíritus” deja su reflejo de las fuerzas errantes donde el delirio de la imaginación, según unos, o la consolación suprema, según otros, está ahí como una provocación que se funda en el sentimiento de querer conocer, vivir, amar, incluso más allá de la muerte.