LO QUE DICE UNA MUJER VIEJA EN UN PUERTO DEL PACIFICO
Este rostro fue bello, pero la belleza no es más que el
resplandor de lo nuevo o lo eterno.
Y aquí de las antorchas extinguidas mi carne es la ceniza.
¿De qué nos sirve lo que puede perderse?
Estas manos morenas empuñaron la espada. No ría usted,
yo fui guerrera.
Yo entré en la batalla y arriesgué mi cuerpo
en sus vórtices
de humo y de hierro.
Y acaté la voz de mi hombre como un soldado más de sus
tropas,
Pero en la noche de la victoria fue mío su lecho,
Para mi dócil desnudez su desnudez invasora,
Para mi oído atento el misterioso rumor de sus labios.
Todo ocurrió hace mucho, tantos han muerto ya,
Tanta ceniza se va vertiendo en el suelo insaciable.
Pues la vida consiste en ver cómo se quiebran las espigas.
Las altas y asombrosas vidas maduras que deben volver a lo
informe,
En ver cómo se vuelven unos tras otro a la tierra los
orgullosos corazones
Que hicieron temblar al destino, que fueron la risa y la
música.
La lealtad, la vanidad, la verdad, la perfidia,
Los antiguos juegos humanos,
En ver cómo se borra lo increíble sobre los flancos de la
montaña,
Cómo se desvanecen en el cielo las nubes magníficas,
Hasta que llega nuestro turno,
Donde morirían las letras la muerte de la página,
Donde morían los peces la muerte tumultuosa del mar,
Donde morían los colores la incomprensible muerte de
las pupilas.
Estoy vieja, lo ve usted, y no sé a dónde fue mi belleza,
Adónde fue mi esplendor, a dónde fue mi victoria.
La plenitud que toqué con mis manos, la maravilla que
besé con mis labios.
Recosté mi cabeza en el pecho de aquel que gobernó las
tormentas,
Respiré la saludable envidia de las repúblicas,
Moví al odio y al amor y a la veneración a miles de seres.
Nadie ha dejado ofrendas más preciosas en las fauces del
tiempo.
En este puerto miserable, en un cuarto cualquiera,
Viviendo de un humilde comercio,
En esta ranchería bajo cielos de amarillas tormentas,
Llena de selva el alma ya, llena de mares viejos,
Oyendo el partir de los lentos barcos decrépitos,
Yo trato de vivir, yo trato de espantar mis recuerdos
Como si fueran pájaros malignos;
En la luz de azafrán de las tardes bato en vano mis brazos
Espantando aquellos años de oro.
La embriaguez de las crueles batallas, la hora de las
capitulaciones,
La entrada bajo lluvias de flores en las ciudades libres,
Los orgullosos desfiles, las damas mudas en los bellos
balcones,
Y yo entre todos los soldados, digna y radiante,
La mujer del guerrero.
Pero lo que no pudo la batalla lo pueden los minutos
inexorables,
Que ablandan la carne y fatigan los ojos y afantasman los
finos cabellos
Y aquietan el corazón bajo los cielos invadidos.
Como las balas en el pecho del Mariscal, la enfermedad en
su pecho,
Mi hermoso General dijo adiós a sus vastas repúblicas
Y sobre su ceniza recién enmudecida se alzaron las guerras
facciosas.
Y todo se dio al cambio, al exámen del fuego.
Yo, que lo tuve todo, sé que es de humo el mundo,
Reales de oro, trajes de seda, el poder, la victoria,
Nada resiste al soplo del viento sutil e implacable.
Nadie me reconoce, y ya no quiero que me reconozcan.
Soy una mujer más, una anciana que vende pescado en la
plaza,
No aquella reina en los salones radiantes, centro de un
círculo de reyes de espada.
Nadie podría reconocerme sino uno
Ese que llega cuando estoy sola al atardecer, en el balcón
ruinoso
mirando al mar que se apaga en los torbellinos de amaranto y
de sangre,
Ese que me susurra al oído “Manuela” y hace correr
la sangre otra vez joven por mis venas,
Y que al volverme es vasto como el atardecer porque está
junto a mí y me sacia de orgullo,
Ese que intento rechazar con mis manos rugosas y viejas
porque es un joven aún, elegante y travieso,
Ese que trata a una vieja pescadera como si fuera una reina,
Vestido de soldado en estos tiempos muertos,
Ese que viene a decirme que sólo es nuestro
lo que no podemos perder,
Lo que impregnó de orgullo cada fibra,
Un alto de un día altivamente llevado y vivido,
Altivamente sostenido contra la tempestad,
Contra el mundo,
Y escrito con amor en cada piedra para que las noches
en torrente lo borren
Y el día desnudo lo vuelva a escribir cuando una mano
aparta las hierbas grandes.
Usted no creerá que un guerrero llega al crepúsculo
A esta cabaña olvidada en este puerto en ruinas,
Al pie de un mar hirviente de calor y mosquitos,
Pero debe saber que aunque los vivos sí
Los muertos nunca olvidan,
Los muertos son antiguos como el aire y perduran,
Soplan sobre los rostros evanescentes de los vivos
con salvajes perfumes
Y hacen pasar un alto pregón que habla del honor y la
pasión y el orgullo
Sobre los largos muelles abandonados.