EL DIA SE DESPIDE

 

Con ese azul nocturno

que llena todo el cielo,

con esa bruma de azafrán y de oro

sobre las irreales colinas del oeste,

el día se despide.

Nadie escapa al ocaso vehemente

que condena a belleza lo sórdido y lo triste;

yo mismo he detenido mi fatiga

en esta esquina donde

como ríos parecen despeñarse las calles.

 

La luz azul de un auto blanco,

su lúgubre sirena,

dicen que alguien se muere por estas calles vivas

y se apagan las letras menudas de los diarios

y una patrulla se hunde por los barrios violentos.

 

El día se despide.

 

Nadie sufre bastante

para apagar este zafiro inmenso.

Serenos, como ancianos que no temen la muerte,

vemos el mundo virgen que sobre eras de furia

dulcemente se apaga,

y una vez más el miedo se resigna a la sombra.

 

Por la acera, a mi lado,

el alterno sonido de un bastón inseguro,

y un hombre ciego

habla con negros párpados de este ocaso imposible

que centellea y declina.

 

Conmovidos sentimos que en el cielo sin Dioses

triunfará la tiniebla.

 

Más oscuro el azul. La luz más roja y última.

 

Ya la primera estrella.



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