JULIO ENRIQUE OSPINA LUGO

 

Ser el único colombiano aceptado como Research Fellow por los más importantes científicos dedicados al estudio del cáncer en el Roosevelt Park Institute de Estados Unidos, doctor en medicina de la Universidad de Río de Janeiro de Brasil, consejero experto en cáncer de la Organización Mundial de la Salud y presidente del Comitee International Collaborative Activities (CICA), son algunas de las más importantes actividades que este ibaguereño, nacido el 12 de noviembre de 1936, ha desarrollado a lo largo de una tarea científica y administrativa que ha logrado combinar brillantemente.

Julio Enrique Ospina Lugo comprendió que por la entrega total y la perseverancia, dos factores inseparables en su vida profesional, podría dársele un vuelco a la administración en salud y a las labores científicas. Así lo corroboran su trabajo como investigador en el Instituto Nacional de Cancerología del cual sería director entre los años de 1974 y 1986, donde ejercería una labor que en el país aún sigue marcando un precedente: el plan nacional de cáncer en Colombia, que logró ampliar la red de atención a los lugares más apartados de la geografía nacional y que ha sido implementado en la mayoría de los países del mundo.

Julio Enrique, quien de niño se perdía con sus compañeros en aventuras que iniciaban a orillas del río Combeima, pasaban por Picaleña y que, en un acto de riesgo, concluían en las montañas rocosas donde descansa el indio dormido que domina el Valle de Las Lanzas, veía cómo su inclinación por el análisis de los seres biológicos iba creciendo. En cualquier recodo del camino se detenía perplejo a contemplar la organización de las hormigas o, luego que alguno de sus amigos mataba una iguana, se sentaba con la curiosidad que desde temprano fijó su destino, a observarla con el eterno deseo de comprender.

En este hombre, que a los 15 años de edad decide embarcarse hacia Buenos Aires, ciudad en que aprende a sobrevivir sirviendo de intermediario en la venta y compra de dólares y donde descubre el mundo al ritmo de la noche y el tango, había calado un espíritu de aventura desde su primer contacto con el paisaje tolimense, el cual no le abandonaría en las tareas que hoy emprende con la convicción de triunfar porque en su mente no hay cabida alguna para el fracaso.

Brasil sería el lugar del que Julio Enrique Ospina se enamoraría y donde mezclaría la soledad del llano tolimense con el escándalo del carnaval carioca. A su llegada a Río de Janeiro, a mediados de la década del cincuenta, se emplea en el restaurante italiano Rondinela, ubicado frente a la playa de Copacabana, del cual se convertiría en cliente años después, en 1978, cuando ya no debía trabajar atendiendo mesas sino que visitaba el país como un reconocido científico invitado por el Programa Nacional de Cáncer de Rio de Janeiro y por el II Congreso Latinoamericano de Cáncer, en Sao Paulo.

Algunos meses más tarde decide ingresar a la Universidad de Río de Janeiro, donde costea sus estudios gracias a las monitorías de histología y patología que obtiene por su promedio académico, y en la cual lograría su título de doctor en Medicina en 1960.

A su regreso del Brasil, ingresa al hospital San Juan de Dios de Bogotá donde hace cuatro años de residencia en patología, disciplina que en el momento lo acercaba más a la investigación, y a la Universidad Nacional de Colombia en la cual recibe su título de especialista en patología. Había sido ya residente de esa universidad entre los años de 1961 y 1963, y más tarde instructor de las facultades de medicina y odontología. Luego de casi cinco años en el país, Ospina decide marchar a Estados Unidos con el firme propósito de continuar sus estudios y abrirse espacio en el campo de la investigación. Ingresa en primera instancia como residente de patología en el Roosevelt Park Memorial Institute, de Buffalo (New York), donde en el año de 1968 recibe el título Post Doctoral Cáncer, Research Fellow.

Las cosas, sin embargo, no habían sido nada fáciles. Se necesitaron cinco años de labores contínuas para convencer a sus compañeros y profesores de que un colombiano también era capaz de realizar labores de investigación con la misma calidad de cualquier ciudadano del mundo científico.

Sin lugar a dudas, Clara Téllez de Ospina fue el punto de apoyo más importante desde esa época y durante ya casi treinta años de matrimonio. Un noviazgo de cuatro meses en Colombia, una correspondencia contínua tras su traslado a los Estados Unidos, un viaje de ella con su familia a New York y la propuesta matrimonial inmediata de Julio Enrique advirtiendole que lo único que podía ofrecerle era un pequeño apartamento en Buffalo, su trabajo y su amor, fueron las circunstancias que enmarcaron el romance.

Julio abandonó su trabajo de residente para ir en las noches a trabajar al Roosevelt Park Institute sin remuneración alguna, con el consentimiento de su esposa y bajo la mirada inocente de su primera hija, en un trabajo investigativo que realizaba para ganar el reconocimiento de sus colegas y como un desafío que se impuso.

En 1968, cuando Julio Enrique Ospina había recibido su título de postdoctorado, decide regresar a Colombia para evitar ser enviado a la Guerra del Vietnam e ingresa como investigador científico al Instituto Nacional de Cancerología, iniciando una carrera que pasaría por la jefatura de microscopía electrónica en 1969 y por la jefatura de biología experimental de 1970 a 1974, hasta llegar a la dirección del instituto.

Así comenzó una carrera investigativa que pronto se encausaría hacia lo administrativo, terreno en el cual ha ejecutado una brillante labor, primero desde la dirección del Instituto Nacional de Cancerología, más tarde del Hospital San Juan de Dios, del Centro de Investigación de la Escuela Colombiana de Medicina, del proyecto de la facultad de Medicina de la Universidad de la Sabana y, recientemente, de la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina. Desde todos estos cargos ha perseguido imprimirle a la salud un sello humano y social que imponga a la medicina una energía renovadora y su éxito en este campo es lo que mitiga en parte el dolor por no haber continuado su labor investigativa.

El reconocimiento a su labor científica se hace patente cuando en 1976 gana el Premio de Medicina A. Montejo con su trabajo Enfermedad venoclusiva del hígado. Ultraestructura. Un año más tarde se haría merecedor al Premio Nacional de Medicina por su estudio Intoxicación fosfórica y al Primer Premio Latinoamericano en las Jornadas Panamericanas de Hepatología por el mejor trabajo experimental en Ultraestructura e Intoxicación Hepática en Medellin en 1988.

Las tareas desarrolladas por Julio Enrique Ospina le han valido asiento en la Academia internacional de Patología, la Sociedad Latinoamericana de Microscopía Electrónica, la Sociedad Colombiana para Avances de la Ciencia, la Sociedad Mexicana de Estudios Oncológicos, la Sociedad Iberoamericana de Biología Celular y en la International Union Against Cancer, además de ser miembro fundador del Centro internacional de Física y asesor científico de biología experimental y molecular del Instituto Nacional de Cancerología, sin contar diversas instituciones médicas nacionales e internacionales. Estas entidades se enorgullecen de contar entre sus colaboradores a uno de los hombres que más avances ha hecho sobre el cáncer a nivel mundial.

Su dirección al frente de la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (ASCOFAME), ha sido la manera de contribuir al cambio de la educación médica no sólo en el país sino también fuera de él. Así lo comprueba el reconocimiento que se le hace, desde América del Norte hasta la Patagonia, como la Asociación más importante en el continente respecto a educación médica y estructuras de salud.

Su tarea como investigador ha sido escuchada en Venezuela como conferencista en el Primer Simposio de Patología Estructural en 1971; en Israel en 1983 en el Instituto Weismann; en Japón, donde en 1984 participó en la reunión del Council Unión Internacional contra el Cáncer (U.I.C.C); en Ginebra en el Comité para la reforma de los estatutos de la U.I.C.C., en 1985; en París, en el Hospital Tenon en 1986; en Budapest en el mismo año; en 1990, como científico invitado al Congreso Internacional de Cáncer en Alemania; en 1993 como invitado a la Conferencia Mundial de la Educación Médica en Edinburgo y en el Working Group on National Cancer Control Program en Canadá y en 1994 en Nueva Delhi donde participa en el XVI Congreso Internacional de Cáncer.

Este tolimense que poco a poco ha ido construyendo el sueño que de niño lo orientaba, ha visto coronados sus ideales en el desempeño de cargos tan importantes como Presidente de la Sociedad Latinoamericana de Microscopía Electrónica, Vicepresidente de la Asociación Latinoamericana de Institutos de Cáncer, Ejecutivo de la Dirección Nacional de Hospitales e Instituciones de Salud Pública, Director de la Escuela de Oncología Latinoamericana de la Federación Latinoamericana de Sociedades de Cancerología y miembro del Board of Governors- International Association for Breast Cancer Research, en Denver, Colorado.

Desde hace más de treinta años, Julio Enrique Ospina se ha dedicado a un trabajo mediante el cual ha alcanzado posiciones internacionales en la O.M.S., y en la U.I.C.C., que han apoyado su tarea no sólo en Colombia sino en el mundo, desde Nepal hasta la India o de Alemania hasta Uruguay.

Pero los congresos internacionales no son los únicos espectadores de las investigaciones de este ibaguereño que ha participado como miembro en comités editoriales de tanta importancia como el de la Revista latinoamericana de microscopía electrónica, o en el Comité editorial de oncología de Suiza por más de 12 años, además del Journal of experimental and clinical cancer research de Italia y del consejo médico Cáncer magazine de la U.I.C.C., donde se han publicado algunos de sus artículos. Próximamente se editará el libro Aspectos básicos del cáncer, publicado por la Editorial Panamericana en asociación con ASCOFAME; Gestión en salud, que también publicará ASCOFAME junto a La microscopía electrónica y sus aplicaciones experimentales en virus, realizada por la misma asociación y Fin y principio de un milenio, en el cual formula una propuesta para la reestructuración de la enseñanza médica en el mundo y con la cual se abrió la Conferencia Mundial de la Salud en 1994.

Este es Julio Enrique Ospina Lugo, un ibaguereño que ha entendido que no se puede pretender ser un intelectual sin poseer la sensualidad de la vida, un hombre apasionado por la música clásica, que se estremece escuchando el adagio en sol menor de Thomas Ordinon, que ama los boleros, escucha vallenatos y llora con un bambuco, uno de los pocos personajes del siglo XX convencido de que la ciencia y las humanidades van de la mano y que la tecnología orientada por el humanismo comenzará a lograr el equilibrio social y personal que tanto busca.