SOBRE LA NOVELA DE DARIO ORTIZ

 

Al abordar los tiempos de la Colonia y de la Independencia, nos sale a la palestra una bien concebida novela del también historiador Darío Ortíz Vidales, Chaparral, 1937.

Su obra No todos llegaron aquel viernes,1 transcurre cronológicamente durante los treinta años anteriores al 20 de julio de 1810, cuando oficialmente se registra el hecho de la rencilla por el florero. Es más, termina exactamente ahí, apenas escuchado el barullo por la protagonista, final sobreviviente, una ciega que pide limosna en la entrada de la catedral.

Lo acertado de su obra es que no cae en la descripción de hechos que son de dominio público sino que va en búsqueda de los antecedentes y las circunstancias que cubrieron las tres décadas en que se construyen los preliminares de tan importante período de nuestra historia.

Desde luego, no es un tratado de historia sino una recreación y creación de estos temas. Se inicia la narración a partir de los sucesos que rodearon de circunstancias particulares la vida del Nuevo Reino de Granada desde la rebelión de los comuneros en Santander y se termina en la capital.

Se desarrollan las historias entre Honda, que se denomina en la novela La Villa, y San Sebastián, nombre primitivo de Mariquita, cubriendo estos dos lugares un setenta y cinco por ciento de la novela, para rematar el periplo narrativo el mediodía de aquel famoso 20 de julio de 1810, sin que por ello dejen de referirse sobresalientes capítulos que transcurren en otros lugares como, a guisa de ejemplo, París en los días de la revolución francesa.

Para aquellos años, Honda cobró especial importancia al convertirse en puerto de entrada y salida obligada de personajes y cargamentos y en gran epicentro de actividades que incluyen el protagonismo del río Magdalena como arteria fluvial definitiva. También debe señalarse que en Mariquita tuvo asiento la Expedición Botánica encabezada por el sabio Mutis y sus notables compañeros de equipo, al tiempo que se narra, en toda la zona, el impacto de informaciones sobre la rebeldía, la liberación de esclavos en la hacienda Malpaso, la congregación de rebeldes y la existencia de la comunidad que conoce por igual el esplendor y la miseria, la prosperidad y la riqueza, repartida entre quienes poseen el conocimiento como representantes de la autoridad y de la iglesia que detentan el favor real o quienes poseen el privilegio de rebelarse ante la imposición de nuevos tributos.

En No todos llegaron aquel viernes, novela de quinientas setenta y cinco páginas publicada por Pijao Editores, la historia transcurre a través de quince capítulos y una de sus principales virtudes es mostrar los hechos como protagonistas.

Todo comienza con la llegada de El Rumor. Este se esparce como un manto invisible por La Villa, adonde llegan las primeras noticias sobre la rebelión contra el establecimiento. El Rumor genera un cambio en la conducta cotidiana de los habitantes del puerto que hasta entonces se mantenían en el sopor de la prolongada siesta colonial. Estos comentarios, que se pronuncian en voz baja, se difunden como un virus para “contaminar” a quienes se sienten parte de la contienda, también a quienes la asumen sin entenderla del todo y como un medio redentor para quienes, como Lebret, un misterioso francés agitador de oficio, la esgrimen como devoción intelectual.

Ante el peligro, porque su estabilidad tambalea, los notables responden con la aparición de El Temor, arma del gobierno para asustar a quienes osen intentar resquebrajar la autoridad legítima. Frente a lo desconocido que se avecina, las amenazas cumplirán su papel. No falta entonces el premio a la delación como instrumento para conocer quiénes forman parte de los conspiradores y el previsible alzamiento ante las injusticias que lo provocan. Es lo que ofrece la novela en una primera bien lograda atmósfera donde se delinean los participantes que sufren represión y muerte. Ante los embates surge la duda, pero en medio de los aconteceres es el papel de la ciencia, en particular la del padre José Celestino con su Expedición Botánica y sus experimentos, cuyas acciones son definitivas en los hechos preparatorios de la independencia colombiana.

Entre los avatares del resentimiento que naturalmente dejan los enfrentamientos, el papel de la ilustración y el juego de la intolerancia, surge el correo para difundir las ideas rebeldes en todo el reino, pero aparece lo imprevisible de la naturaleza representada en la catástrofe que destruye La Villa por el famoso terremoto ocurrido en 1805. Ante el espectáculo de destrucción y muerte que derrumba el escenario de la cotidianidad de tantos personajes inolvidables, queda el camino del desplazamiento, del descontento, la conspiración y la revolución, capítulos finales de la historia.

La insurrección anticolonial, que se agiganta desde la rebelión de los comuneros, toma cuerpo, está viva aquí, no sólo en las sublevaciones y motines populares que con viejos fusiles y herramientas de labranza amenazan el orden prevaleciente, sino también en las motivaciones profundas que generan hechos como los descritos. Por eso, con aquella legendaria marcha que desde Santander a la capital del virreinato realizan cerca de cuatro mil hombres que a su paso suman indios, esclavos y campesinos, se pretende dar al traste con las injusticias y se encarna una protesta contra la miseria. Aquí está la opulencia de los de arriba y la miseria de los de abajo, a cuya causa se suman sacerdotes rebeldes, extranjeros, masones y oportunistas.

Son varios los novelistas colombianos que en la época contemporánea se han acercado a fenómenos históricos. Estas obras, como bien las analiza Álvaro Pineda Botero2, se orientan preferencialmente hacia la Colonia y la Independencia y cubren hechos ocurridos antes del nacimiento del autor, con lo cual se establece una diferencia con lo testimonial. Especifica Pineda que, en consecuencia, los novelistas de la República han encontrado en aquellas épocas una cantera de temas poco utilizados en la ficción. Cita el autor referido cómo estas obras pertenecen a lo que Roberto Echavarría ha denominado “novelas de archivo”, es decir, aquellas que han sido sacadas de documentos y crónicas, que poseen “el hechizo de...”, un conflicto que no ha dejado de serlo porque las cuestiones que engendró siguen vigentes todavía en América Latina.

Ahí están entonces Próspero Morales Pradilla con los Pecados de Inés de Hinojosa 3, que cuenta la vida de una mujer en los tiempos de la Colonia, e inclusive su misma novela La mujer doble 4, donde se refleja la época de la ilustración y el cientificismo, despertado en una ciudad colonial del Caribe. Se denota la presencia de Germán Espinosa que trata de la Inquisición en Cartagena durante las últimas décadas del siglo XVII a través de Genoveva Alcocer, protagonista de La Tejedora de Coronas 5, y también en Los cortejos del diablo 6 y Sinfonía desde el nuevo mundo7 que se ambientan en el Caribe durante los años que precedieron a laindependencia, así como en Los ojos del basilisco8, obra que retoma el fusilamiento de José Raimundo Russi y sus compañeros en la Bogotá de mediados de 1851 y que, aclara Pineda9, fue relatado en forma de artículo periodístico por José María Córdovez Moure y trasladado luego a sus famosas Reminiscencias.10. Fernando Cruz Kronfly y García Márquez hacen lo propio con Simón Bolívar, pero Andrés Hoyos en Conviene a los felices permanecer en casa11 cubre los años de 1808 a 1930 con realistas españoles y criollas ricas, mientras al fondo desfilan Mutis, Caldas, Nariño o Santander, entre otros.

Los años en que configuraron sus novelas Alejo Carpentier con El siglo de las luces12, Manuel Mujica Láinez con Bomarzo13, Arturo Uslar Pietri con Las lanzas coloradas14 y el Carlos Fuentes de Terra Nostra15, ofrecen la tendencia de analizar cómo los escritores van hacia un pasado que tiene como fondo acontecimientos políticos y sociales que marcaron la identidad de América Latina. Pero aquí están los hechos no como resumen histórico sino como ficción, así como lo hace Gabriel García Márquez en Cien años de soledad16 al referir la masacre de las bananeras o Álvaro Cepeda Samudio en La casa grande17, sobre el mismo tema.

Como otros autores, Ortiz Vidales demuestra de nuevo cómo la historia tiene un parentesco en mayor o menor grado con la ficción. Lo uno y lo otro apuntan a fines distintos, pero de alguna manera desembocan al conocimiento del ser humano frente a los hechos que les corresponde vivir. Es el reflejo testimonial del periplo de hombres y pueblos atrapados como juguetes del destino bajo la férula de los acontecimientos.

En la novela no se da sólo la narración ordenada y verdadera de los hechos pasados y memorables. Ni siquiera la cronología de tales sucesos, sino que abarca también el territorio de la fábula, subrayando aquello que aparentemente contradeciría el rigor de un historiador como es el físico chisme con lo cual se rompe con la historia sagrada. No se trata de lo superfluo, en este caso, sino de la suposición de elementos narrativos que, en el ejemplo de Ortíz Vidales, señalan auténtica maestría en la ficcionalización de la historia.

Ortíz Vidales tiene la magia de sugerirnos la transposición de hechos contemporáneos a momentos de la Colonia como si estuviéramos condenados a repetirlos, pero que tienen que ver con la resistencia, con la organización clandestina de aparatos para el alcance de esos sueños. Ahí está en los primeros capítulos el robo de armas a un cantón del ejército del establecimiento, el cargar con armas un barco como The Karine, el papel de los medios de comunicación que riegan el evangelio y buscan alcanzar adeptos, la toma de decisiones para saber de qué lado se juega.

Sabia distribución de los materiales, adecuado manejo y racionalización de la anécdota, documentación minuciosa para crear atmósfera de época, son algunas de las virtudes de un libro que nos lleva, como en una película, a vivir aquella época que no nos es extraña por su remoto acontecer sino que nos es familiar al sentirla como si pasara hoy en día, gracias a la habilidad del escritor.

No existe nada dejado al azar ni el afán tan usual de “rellenar” la novela con datos superfluos. Muy por el contrario, cada detalle, por menor que parezca, tiene un papel importante que cumplir en el proceso.

Sorprende, así mismo, la concienzuda seguridad que el narrador omnisciente muestra al mover sus personajes por un espacio que no sólo describe con precisión oportuna, sino que terminamos sus lectores tan empapados de la letra menuda de la historia y de la ciudad y sus recovecos, que podríamos recorrer sus calles de memoria.

Nada resulta gratuito y por menores que parezcan algunos hechos o personajes que intervienen en la historia, en apariencia ese dato escondido que se guarda el narrador en la relojera, surge de nuevo para recordarnos que existe y está vivo o muerto y cuáles son las circunstancias que brotan para que se cumpla ese destino.

Igualmente, el autor conoce el manejo de las cajas chinas donde cada una va llevando a otra en una interminable sucesión de sorpresas. Y la habilidad del escritor se hace patente por el hecho de que, cuando se cree que ya no es posible sacar más conejos del sombrero, salen y salen, sin embargo, en un juego imaginativo que nos permite señalarlo como un estratega en mayúsculas, como uno de esos genios que salen de la lámpara y conceden los deseos, en este caso al lector ávido de saber más, con lo cual está lejos de aburrirnos a pesar de lo extenso del libro.

Sus personajes logran una significativa dimensión. Ahí están Don Lorenzo de Arriaga, el dueño del almacén de abarrotes, donde la tertulia y el correo de las brujas tiene asiento natural en un comienzo, Gerardo Martín y Ernesto Iscaria, sus entonces jóvenes dependientes, miembros de la clandestinidad que más adelante cumplirán papel fundamental en los sucesos, el padre franciscano fray Juan de Tolosa, intelectual culto y autor secreto de pasquines, cómplice importante del proceso de rebeldía y bajo cuya sotana se esconderán estrategias, armas, conocimientos y secretos que son como un volcán al borde de expulsar su lava redentora, el corpulento mulato y herrero Jacinto, el mismo río Magdalena, el francés Paul Victorien Lebret, dueño de experiencias con libros, viajes y secretos, enamorado de la idea de libertad y que un día, bajo la guillotina, en París, entrega su existencia en capítulo épico digno de las grandes novelas de la literatura universal.

Pero surge igualmente la Autoridad Legítima y al frente La Voz, simplemente una voz que no tiene cuerpo pero que llega al confesionario como contacto de las razones de la resistencia que encarnan, entre otros, el boga Isauro Poloche, amigo entrañable del río, el Mohan, la Madre de Agua y los mitos del río que son sus aliados y amigos tanto en su oficio nocturno de la pesca en épocas de subienda o de escasez y que lo protegen en sus arriesgadas misiones para ayudar a la subversión.

También está Micaela Sánchez, La Calilla; el joven poeta Eugenio Ardila, ambos caídos en combate en la toma de La Villa, el gran salón del terrateniente Vicente Estanislao Diago, don Domingo de Esquivel, don Juan Blas de Aranzazu, el alcalde ordinario, el doctor Louis Françoise de Rieux, el Mandingas, que no es otro que Sixto Cordillera, un guerrillero refugiado en la sierra, Pedro Fermín, el señor tesorero de la caja de diezmos, don José, que encarna a Celestino Mutis, en fin, la galería es extensa pero logra meterse en la piel del lector para trazar un reparto de dimensiones épicas.

Asistimos a las torturas ejecutadas en las caballerizas del ejército, la amenaza del Mandingas de volar el pueblo y la utilización del mito de la mula de tres patas que se usa para atemorizar y llevar el libro de los Derechos del Hombre a la logia masónica de Bogotá: “Arcano sublime de la filantropía”. Lo que era virtud al aprehender la ciencia se vuelve pecado y son ya más que sospechosas las tertulias que tanto contribuyeron a crear el ambiente de la conspiracion para laindependencia.

Más de quince años en la elaboración y reelaboración paciente de la novela, dieron a la postre un resultado excelente y un ejemplo para imitar en el sentido de saber que las obras mayores no se improvisan y son producto, como dijera William Faulkner, más de la transpiración que de la inspiración.

Por el tema y por la manera de tratarlo, Ortiz Vidales ingresa con honores al indispensable inventario de los novelistas colombianos.

Notas

1.-Ortiz Vidales, Darío; No todos llegaron aquel viernes, Pijao Editores, 2002.

2.-Pineda Botero, Álvaro; Del mito a la postmodernidad: la nueva novela colombiana de finales del siglo XX, en revista Senderos, Biblioteca Nacional de Colombia, volumen V, diciembre de 1993.

3.- Morales Pradilla, Próspero; Los pecados de Inés de Hinojosa, op. cit.

4.-Morales Pradilla, Próspero; La mujer doble, op. cit.

5.-Espinosa, Germán; La tejedora de coronas, op. cit.

6.-Espinosa, Germán; Los cortejos del diablo, op. cit.

7.-Espinosa, Germán; Sinfonía del nuevo mundo, op. cit.

8.-Espinosa, Germán; Los ojos del basilisco, op. cit.

9.-Pineda Botero, Álvaro; op. cit.

10.-Cordovez Moure, J.M.; Reminiscencias de Santa Fe de Bogotá, op. cit.

11.-Hoyos, Andrés; Conviene a los felices permanecer en casa, op. cit.

12.-Carpentier, Alejo; El siglo de las luces, op. cit.

13.-Mujica Lainez, Manuel; Bomarzo, op. cit.

14.-Uslar Pietri, Arturo; Las lanzas coloradas, op. cit.

15.- Fuentes, Carlos; Terra Nostra, op. cit.

16.-García, Márquez, Gabriel; Cien años de soledad, op. cit.

17.-Cepeda Zamudio, Álvaro; La casa grande,op. cit.