DARIOORTIZ VIDALES

 

El delegado de Colombia a reuniones internacionales en España, Francia e Italia, miembro de la Comisión Redactora del Código de Procedimiento Penal y profesor de derecho penal y de procedimiento en las universidades Inca y Libre de Bogotá, fue un notable historiador que nació en Chaparral el 27 de noviembre de 1936 y murió en febrero de 2005 en Ibagué.

Los postgrados en Europa que acrecentaron su formación humanística, su carácter rebelde y su beligerante actitud política, lo llevaron a ser Representante a la Cámara, miembro de la Comisión Primera Constitucional Permanente y miembro de la Comisión de Acusaciones, así como partícipe en la reforma constitucional de 1.979. Durante cuatro años libró sonados debates y figura en las primeras páginas de los periódicos nacionales por su participación como ponente del proyecto de Ley de Amnistía que presentó el gobierno del presidente Julio César Turbay Ayala en un momento en que el M-19 estaba en la cumbre de su actividad y su protagonismo clandestino.

Hijo de uno de los tolimenses que más trabajaron en el proceso de paz cuando la violencia de mediados del siglo, su ideología contestaria pronto lo conduce a comulgar con tesis de avanzada y a convertirse en una figura que es vigilada veladamente por los miembros del Estado durante la época en que actuó como Ministro el general Luis Carlos Camacho Leyva.

Quien fuera miembro del consejo editorial del diario El Cronista, de Ibagué, director entre 1.973 y 1.974 del semanario político El Fígaro, fundador de la revista mensual Tolima cuya dirección ejerció en los años 1.975 y 1.976, inició con los alzados en armas, a partir de septiembre de 1.980, en su calidad de Representante a la Cámara, contactos personales con los más destacados dirigentes del M-19 para pulsar la posibilidad de que este grupo armado, el más beligerante de la época, se acogiera a una amnistía amplia e incondicional en términos que iban más allá de los contemplados por el proyecto original del gobierno.

En su libro Otro encuentro con la historia, Ortiz Vidales precisa el episodio en los siguientes términos: 
"Las modificaciones introducidas al proyecto generaron un debate de repercusiones nacionales, promovido por el Comité Pro-Amnistía que presidía el congresista Pedro Manuel Rincón respaldado por todos los sectores progresistas del país. Allí hacían presencia activa Ricardo Sánchez, Gerardo Molina, Álvaro Tirado Mejía y Orlando Fals Borda, entre otros”.

Algunas organizaciones armadas expresaron su criterio sobre el proyecto de los ponentes, pero al interior del M-19 las cosas no estaban muy claras, pues mientras algunos se encontraban dispuestos a acogerse a la medida, otros no estaban con ésta.

Y fue así como la Coordinadora Nacional de Base retuvo por algunas horas al congresista Simón Bossa López y por su conducto rechazó la amnistía. En tanto el otro ponente, Darío Ortiz Vidales, se entrevista repetidas veces con Jaime Bateman Cayón y Luis Otero en sitios públicos de la capital, quienes sí aceptaban una fórmula amplia tal como la contienda en el proyecto tras las modificaciones.

Días después el propio Bateman apoyaba la posición de los ponentes por medio de una carta pública dirigida al presidente Turbay Ayala en uno de cuyos apartes decía: "Por eso vemos con sincera simpatía los esfuerzos que miembros de la comisión primera de la Cámara hacen para ampliar los criterios oficiales y presentar un proyecto de amnistía que de antemano respaldamos".

Si bien el gobierno cerró filas en torno a su posición, el proyecto se aprobó sin modificación alguna con el resultado de que la guerra se recrudeció hasta el punto de que el M-19 rechazó de manera definitiva el proyecto del gobierno disparando tres granadas de mortero contra el Palacio de Nariño.

La reanudación del conflicto obligó meses después al presidente Turbay Ayala a crear por decreto la Comisión Nacional de Paz, presidida por el ex-presidente Carlos Lleras Restrepo y encargada de entrar en conversaciones con la subversión en busca de una salida política a la confrontación armada. La posición que el representante Ortiz Vidales asumió por cuenta propia y en contra de la posición del gobierno y la enconada y abierta oposición del ejército, logró con la convocatoria de la Comisión de Paz la apertura de un proceso de diálogo que desde entonces se ha mantenido en los sucesivos gobiernos.

Fundador-director de la revista cultural Dos Mundos en 1.987 y director de la revista nacional Consigna de 1988 a 1992, Darío Ortiz Vidales, en su calidad de miembro de la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, tras leer en forma cuidadosa un voluminoso expediente que presentaba el proceso contra miembros del gobierno por haber entregado el archipiélago de Los Monjes a Venezuela, señala con nombre propio a los culpables del insuceso de 1952, el presidente encargado de entonces Roberto Urdaneta Arbeláez y su canciller Juan Uribe Holguín.

Esto ocurre en 1982, cuando estaba a punto de prescribir el delito por haber transcurrido ya casi treinta años sin que a lo largo de ese lapso el Congreso se hubiera atrevido a ocuparse del caso. El texto de su apretada síntesis, que aparece en uno de sus libros, causa tal revuelo que el presidente Turbay lo invita a abstenerse de presentarla por considerar que podría alterar las relaciones con Venezuela. Álvaro Gómez Hurtado, quien lo definió como un auténtico jurista coincide sin embargo con en el Presidente en que Ortiz es demasiado inteligente pero también demasiado conflictivo. Pese a todo, lo cierto es que la Comisión de Acusaciones ordenó procesar por traición a la patria e indignidad en el ejercicio del cargo al canciller Uribe Holguín ante la imposibilidad de hacerlo con Urdaneta Arbeláez por haber este fallecido años atrás.

Derrotado en las siguientes elecciones en su tierra del sur del Tolima por cuanto no sabe ocuparse de menudencias electorales, no es reelecto al Congreso. Entonces se convierte en defensor de los presos políticos de la Cárcel de la Picota y en amigo de la cúpula del M-19, movimiento que acompañara años después cuando esta organización sale legalmente de la clandestinidad e ingresa al proceso de paz para hacer política en las plazas públicas.

Su marcada vocación por el periodismo y la historia, lo llevan desde joven a vincularse a empresas como el semanario Rebelión, orientado por Alberto Santofimio Botero y Germán Uribe Londoño y El Fígaro, desde donde realiza candentes polémicas y ataques al establecimiento. En la revista Tolima, por su parte, difunde temas regionales y textos de autores tolimenses tan opuestos al espíritu oficial que en vez de un mundo gubernamental ésta semejaba una publicación de l a oposición.

En Bogotá, con la revista Dos Mundos, cumple una tarea de integración en asuntos históricos hasta que es llamado para reemplazar a Carlos Lemos Simmons en la dirección de la revista semanal Consigna en la que dura cinco años.

Escuchó de labios de su padre las primeras lecciones de historia y se acostumbró a pintar siguiendo el ejemplo de su madre que lo hacía al óleo. Ella pintaba paisajes y animales domésticos pero el hijo se dedicará a plasmar en sus telas capítulos de la independencia y rostros de próceres patrios.

Sus antepasados, de clara estirpe campesina, aparecen en el llamado Chaparral de los Grandes desde 1770. Ese año un grupo de vecinos de la circunscripción de Chaparral se reúnen para solicitarle al arzobispado de Bogotá independizar de la parroquia de Coyaima a ese sector del Tolima. Entre otras firmas aparece en el documento la de Antonio José Vidales. Treinta años más tarde nacerá José María Melo y Ortiz quien, a través de un golpe militar, llega a ser presidente de Colombia.

Su padre, el abogado Severiano Ortiz Nieto, hizo parte del equipo de jóvenes que entonces se iniciaba en la vida pública del país como sus paisanos Darío Echandía, Antonio Rocha Alvira y José Joaquín Caicedo Castilla. Con el primero tendría una estrecha y cálida amistad a lo largo de su vida, hasta el punto que en homenaje al maestro, bautizó a su hijo con el nombre de Darío. Severiano Ortiz compartió con Echandía en Bogotá, durante sus años de universitario, una pequeña alcoba en una pensión instalada especialmente para forasteros.

Severiano contrajo matrimonio con Elvira Vidales Palma, dama de rancia estirpe chaparraluna, de cuya unión hubo cuatro hijos: Mariela, casada con el parlam entario Ignacio Cruz Roldán, del departamento del Valle, Clara, esposa del Luis Antonio Alvarado, abogado, parlamentario y magistrado; Darío y Armando, ingeniero agrónomo.

A escasos días de nacido, Darío Ortiz es trasladado a Ibagué porque Rafael Parga Cortés, designado gobernador del Tolima, nombra a su padre como Secretario de Gobierno. Echandía, por su parte, entonces Ministro de López Pumarejo, contrae matrimonio y va a Chaparral para acompañar a su amigo Severiano en el bautizo de su hijo Darío, futuro escritor y parlamentario.

Echandía nombra a Severiano Ortiz jefe del departamento jurídico en el Ministerio de Transporte, Higiene y Previsión Social en 1937. Allí redacta el proyecto de ley sexta que crea la previsión social para los empleados del Estado. Desde entonces, Darío Ortiz Vidales se instala en la Capital de la República donde hace su primaria y su bachillerato en el Liceo La Salle de los hermanos cristianos, plantel en el cual obtiene el título de bachiller en 1956.

Empieza a estudiar arquitectura en la Universidad Javeriana, pero en la lucha estudiantil contra la dictadura de Rojas Pinilla no encuentra el respaldo de sus compañeros que continúan haciendo maquetas y planchas mientras él está preso por su participación en los disturbios. Su actitud le hace cambiar no sólo de universidad sino también de carrera y termina graduándose como abogado en la Universidad Externado de Colombia en 1962. Su presidente de tesis fue su padrino Darío Echandía.

Viaja a Europa aprovechando que su padre se desempeña como cónsul en Milán y en la Universidad Luigi Bocconi hace su especialización en derecho penal en 1.963. De allí pasa a la Universidad Pro Deo de Roma para realizar cursos en economía política, acercándose a su coterráneo Alfonso Reyes Echandía quien a su vez realiza un postgrado mediante beca del Externado.

Regresa a Colombia para desempeñarse como juez rural en el Espinal durante un año. Es llamado por Rafael Caicedo Espinosa, gobernador del Tolima, a ocupar en 1.965 la Secretaría General de la gobernación. Por aquellos días contrae matrimonio con Martha Cecilia Robledo, de cuya unión hay dos hijos.

El nuevo mandatario seccional Néstor Hernando Parra, lo designa Secretario de Hacienda en 1.967. De allí pasa, en calidad de gerente, a organizar la recién creada seccional del Seguro Social en el Tolima hasta que, saturado de los escritorios, decide lanzarse a la política, tema de permanente actualidad en su casa y sobre el cual oía a sus mayores conversar a la hora de la sobremesa desde cuando era niño.

Su actividad lo conduce a ser elegido Contralor del Tolima en 1.975. En el máximo organismo fiscalizador del departamento, en que el abogado y compositor Pero J. Ramos moderniza los sistemas de control, funda la revista Tolima, que aparece regularmente cada mes durante los dos años que permaneció en el cargo y desde allí estimuló la actividad cultural en la publicación de libros de autores tolimenses.

Tuvo tres hijos: Martha Catalina, médica oftalmóloga; Darío, destacado pintor y Ernesto, a quien su padre bautizó así por la admiración que profesa por el Che Guevara.

De su trabajo en el campo de la historia quedaron seis libros, todos publicados por Pijao Editores. El primero de ellos, José María Melo, la razón de un rebelde, apareció en 1980 y lleva tres ediciones. En esta obra recorre el periplo vital del prócer y presidente chaparraluno hasta su fusilamiento en México cuando combatía al lado del Benemérito Benito Juárez.

En 1983 aparece Apuntes para una historia de Chaparral, libro en el que realiza una documentada síntesis sobre los avatares de su patria chica y en 1988 circula La Convención Liberal de Ibagué en 1922 donde se presenta el análisis de las propuestas progresistas que hizo al país esa colectividad en un evento político que presidió el general Benjamín Herrera.

En 1990 publica el volumen Sobre el lomo del conflicto, en coautoría con Pedro Manuel Rincón, más conocido por su seudónimo de Pemán y Jorge Mario Eastman Robledo, con prólogo de Gerardo Molina, quien define a Ortiz como "hombre de madurez conceptual que aporta al análisis político su enriquecedora experiencia y su variada cultura".

Ese mismo año comienza a publicar su serie La Historia por dentro, con prólogo de Jorge Mario Eastman.

En esta obra cobran espacio y vida curiosidades históricas. "Son textos en que campean -dice Eastman- la multifacética información de un autor que goza del extraño don de saber sintetizar y proyectar sus materiales y entiende que al lector no debe aburrírsele utilizando un estilo pesado ni atosigársele con citas ajenas y estadísticas innecesarias".

El proceso de Jesús, Los templarios y la masonería, Los 450 años de Macondo, Los Jesuitas en la clandestinidad, Las convulsiones sociales del siglo XIX y La rebelión de los artesanos, son algunos de los temas que aborda en sus crónicas.

En 1992 edita su libro Otro encuentro con la historia, presentado por Ricardo Sánchez, entonces Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, quien define al buscador de fórmulas pacifistas y al creador del primer diálogo real con la guerrilla en búsqueda de soluciones negociadas, como "un conspirador permanente por la paz pública". Agrega el prologuista que Ortiz Vidales es un "continuador de la labor pionera de Carlos Lozano y Lozano y Antonio García en el proceso de analizar la historia social".

Con crónicas ágiles y directas para seducir al lector, este jurista aporta precisiones históricas sobre afirmaciones evangélicas como la de demostrar que la navidad no tuvo lugar en diciembre, muestra a Antonio Nariño como precursor de la masonería y su posible suicidio en Villa de Leyva, se ocupa de Bolívar la humanización de la guerra.

Prosiguiendo una clara secuela recorre con sólidos conocimientos la historia de diversos personajes protagónicos en la Convención de Rionegro y el Consejo Nacional de Delegatarios.

En el año 2002 lanza su novela No todos llegaron aquel viernes donde los treinta años anteriores al 20 de julio de 1810 son narrados con su conocida maestría y el innegable talento de novelista que se advierte fácilmente a lo largo de sus seiscientas páginas. A través de una vasta galería de personajes representativos de la época y con paisajes de gran colorido Ortiz Vidales logra en esta novela un vívido cuadro de las vísperas de la independencia. Su prosa, grácil, directa y sugestiva al tiempo, va mostrando con gran sagacidad sicológica todos los avatares y entrecruzamientos de circunstancias, que, como en una comedia de equivocaciones no exenta de algunos toques de satírica picaresca, fueron propiciando los episodios que terminarían el viernes veinte de julio de 1810 con el grito de independencia nacional. Militares, religiosos, sacerdotes, hombres y mujeres del común conforman un gran tinglado histórico que va desenmascarando todo el intríngulis de una época particularmente convulsionada de nuestra historia y que encuentra su más fiel retrato en estas páginas vivaces.

El autor se acerca al tema con la erudición del historiador pero también con la fina sensibilidad del narrador, establece planos, corta la historia sabiamente en un determinado pasaje para crear el necesario tono de suspenso y logra finalmente una excelente muestra de novela histórica que sorprenderá a la crítica cuando, finalmente, se decida a publicarla.

En el años 2008, tres años después de su muerte, aparece como coautor del Manual de Historia del Tolima con los ensayos Conflictos Sociales y La independencia en el Tolima.



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