MIGUELABADIA MENDEZ

Es el cuarto tolimense que preside el más alto cargo de la nación y el primero en el siglo XX. Hombre de pocas palabras y fotografías estrictas para recordarlo casi siempre con ceremonioso cuello de pajarita y traje riguroso de paño, en un medio perfil, con su rostro vuelto a la cámara. Con anteojos redondos medicados, bigote fino en punta, alopecia en camino y rostro exigente, como el de su patrón espiritual San Ignacio de Loyola que le enseñó desde sus primeros libros, que la cruz va ligada indisolublemente a la espada y, que una buena vida para que rinda hay que librarla de las vanidades y moldearla con el ayuno y la mortificación.

Nació Abadía Méndez en la Vega de los Padres, más tarde municipio de Piedras, centro del Tolima, el 5 de junio de 1867, en pleno gobierno del general Santos Acosta que ha derrocado a Tomás Cipriano de Mosquera. Su familia tenía una confortable finca y animales de labranza que rendía sus frutos, hasta que otra parte de la misma provocó su traslado a Cartago, Valle del Cauca, donde Abadía Méndez adelanta su educación básica. Después es enviado al colegio del Espíritu Santo en Bogotá y allí mismo, en la Universidad Católica y más tarde en el Colegio Mayor del Rosario, se gradúa en jurisprudencia y ciencias políticas en 1888.

Abadía Méndez es una de esas personas que nacen adultas de una vez y lo más extraño es que nunca llegan a echar en falta su juventud primera. A los veintiún años es abogado y dicta en planteles educativos clases de literatura, latín, geografía e historia universal. También desde entonces cultiva el verso, con los pudores que provoca su parentesco con la bohemia y lo peor de todo, la amistad con ese “club de poetas muertos” de la época, que capitanea Julio Flórez, cuya vida era una coctelera a la que agregó dosis de su liberalismo rampante.

Como ha quedado consignado en “ Protagonistas del Tolima Siglo XX ”, no existe en esta región del país, un hombre público que haya dado la brega como él, a lo largo de treinta y cinco años, a través de casi todos los ministerios, del cuerpo diplomático, del poder judicial, del Concejo Electoral, de las conciliaturas universitarias, de la academia, la docencia, el cuerpo legislativo, de la hacienda pública y hasta de una Presidencia que obtuvo en 1926, como siempre es posible en Colombia, sin el veredicto de las mayorías porque no hubo contra quien disputarla. La hegemonía conservadora no ha sido suficiente para que el partido liberal se unifique y presente un nombre en los comicios de aquel año. Sencillamente renuncia a hacerlo por falta de garantías democráticas, aducen sus jefes y, los resultados son peores, pues hasta una democracia imperfecta mantiene sus leyes esenciales.

Lo cierto es que desde Eliseo Payán en 1887, el partido liberal no regresó al poder, mientras el partido conservador se paseó por el mismo entrando y saliendo de la Guerra de los Mil Días, hasta que se llevaron el Canal de Panamá en 1903 por la módica suma de veinticinco millones de pesos diferidos, que fácilmente hubiera empujado a un gobernante de otro carácter a exprimir su honor, haciéndose justicia por la propia mano.

Con Abadía Méndez culmina la extraordinaria cifra de cuarenta y dos años de hegemonía conservadora. Analistas como Antonio García o Gerardo Molina se ocuparon del tema sociológico de que un partido relativamente minoritario, ocupara el lugar del mayoritario por tantos años y lo explican mediante la activa participación del clero, el ejercicio desbordado de la autoridad del partido dominante, la influencia efectiva del poder feudal, la exacerbación de los prejuicios y la discapacidad generalizada de los jefes liberales.

A pesar de su disciplina inflexible frente al trabajo, mientras caminaba para no aplazar sus asuntos, Abadía Méndez preguntó a su amiga Elida Santamaría, metódicamente y con palabras precisas, si podría casarse con un abogado aburrido y, ella le respondió que si. No resultó para siempre porque Elida murió en 1921, treinta años después de vida conyugal. Su viudez no fue un peso mayor para echarse sobre los hombros el poder en 1926 y con mayor urgencia, debido a la edad, volver a desposarse con Leonor Velasco.

Abadía Méndez gobierna sin el apoyo del partido liberal que él ha buscado frente a los grandes problemas que vive la nación. Los recursos económicos del país son escasos, lo que presiona el endeudamiento externo por una cifra de sesenta millones de pesos. Gran parte de ese dinero se invierte en obras públicas, especialmente en el desarrollo de los ferrocarriles. En 1928 la deuda externa aumenta en treinta y cinco millones. La agitación social ha ido en paralelo con la crisis financiera y desde 1927 los conflictos laborales se extienden desde la “Tropical Oil Company” de Barrancabermeja, por todos los puertos del río la Magdalena, hacia el Caribe. Un paisano suyo, Raúl Eduardo Mahecha es el hereje que inflama los sindicatos, con el pico y las patas de un gallo de combate y ocurre lo de Sevilla, Aracataca, lo de Ciénaga, aquel 6 de diciembre de 1928, cuando el general Carlos Cortés Vargas ordena disparar sobre una manifestación pública, provocando una masacre que desde entonces no ha dormido en la memoria de muchos colombianos.

Como si fuera poco, al año siguiente, la Bolsa de Nueva York colapsa en lo que se conoció como el crack y su quiebra arrastra al resto de la economía mundial. El proceso de desintegración nacional alcanza a Bogotá donde la agitación se cierra con heridos y muertos y ante las noticias, algunos periódicos ven restringida su libertad informativa.

Pese al deterioro político, el presidente suscribe tratados de fronteras con Brasil y el mismo año de 1928 con Nicaragua que reconoce a Colombia jurisdicción plena sobre el archipiélago de San Andrés y Providencia. Así mismo el país ingresa en las comunicaciones alámbricas e inalámbricas que enlazan las principales ciudades. La navegación se expande igualmente, sobre todo con los Estados Unidos. El Tolima recibe el beneficio de la carretera que une a Ibagué con Armenia y con Bogotá a través de Cambao. Se fortalece así mismo el ferrocarril Tolima-Huila-Caquetá y se construye el primer puente en Girardot, sobre el río de la Magdalena.

Hasta el último momento, del último día de su gobierno, lo tuvo todo en su contra, pero aún así administró efectivamente el control político de la nación. Lo salvó su carácter, la fortaleza innegociable frente al orden público, su capacidad para convertir las dificultades en ventajas, su pulcritud en el manejo de las finanzas públicas. Al final lo abandonó todo menos la docencia que profesó hasta donde le alcanzaron sus fuerzas.

Guardó silencio en su tranquilo refugio de La Unión, Cundinamarca, donde murió el 9 de mayo de 1947.