AMINA MELENDRO DEPULECIO

 

Con más de 84 años, Amina Melendro de Pulecio aún trabajaba de lunes a sábado desde las nueve de la mañana a las nueve de la noche sin presentar asomos de fatiga. Ha cumplido tal jornada a lo largo de casi 60 años dirigiendo con una dinámica incomparable el Conservatorio de Música del Tolima, un entidad que se hizo grande bajo su tutela y a la que amó hasta su muerte en el año de 2009.

La prestigiosa entidad, su casa desde niña, ha visto la forma en que ella levanta el monumento al espíritu con una tenacidad envidiable y es así como logra instaurar el bachillerato musical en 1960, impartir educación gratuita durante muchos años, levantar el Instituto Bolivariano que le da carácter de universidad, organizar los cursos de postgrado, institucionalizar concursos internacionales de composición y entregar al mundo el famoso evento Polifónico que lleva hasta 1995 siete versiones exitosas. Pero esto es sólo parte de una labor amplia a la que puede agregarse la creación del Centro de Documentación de Tradiciones Populares del Tolima y de los centros regionales de Extensión Cultural y Musical, a más de su programa Nuestra música en el campo con el que el Conservatorio del Tolima llega hasta la base misma de la sociedad, ubicada en la zona rural.

Gracias a ella, Ibagué continúa conservando el título de Ciudad Musical mientras que, con el rostro del deber cumplido, se comunica con todos los discípulos con su gracia de conversadora inagotable, la misma que aplica a sus siete nietos y cinco biznietos.

Hizo famosas sus tertulias a las que asistían Eduardo Santos, Alfonso López Pumarejo, Darío Echandía y Antonio Rocha, entre otros. Todos con ánimo sencillo alejado de la etiqueta para gozar a sus anchas con el chocolate que ella preparaba al estilo de sus abuelos, acompañado de pavo relleno y bizcochitos especiales servido en bandeja de barro sobrepuesta a una de plata.

Embajadores, ministros y diversas personalidades cruzaron por allí donde, además, se servían los platos típicos de la región y variedad de mistelas, pero ninguna visita era vana porque algo importante quedaba siempre para el Conservatorio.

Mientras atiende al cuidado de sus orquídeas, la alumna aventajada del maestro Alberto Castilla, fundador de ese templo de cultura, evoca cómo él tenía un amor sin límites por la entidad y de qué manera ella ha seguido su ejemplo. Para Amina, la música suaviza el espíritu y ha aprendido de esa tranquilidad el dominio de sí misma. Ha visto de qué manera niños rebeldes, de la época de la violencia y el horror, aprendieron a sonreír y a socializar.

Proveniente de una familia en verdad ilustre, sus antepasados, encabezados por Juan Manuel Melendro, llegaron provenientes de Falencia, España, y al ser testigos de las injusticias contra los indígenas y los patriotas, acogieron su causa como propia. Por eso su bisabuelo, Eugenio Martín Melendro, refrenda en 1809 el famoso Memorial de Agravios, obra de Camilo Torres y en 1810 es uno de los firmantes del acta de independencia, para más tarde llegar a ser secretario del cabildo y de la Junta Suprema de Gobierno, a más de simpatizante de Antonio Nariño, su compañero en la campaña del sur.

Su abuelo, José Mariano, fue rector de San Simón y gobernador de las provincias de Mariquita y de Tunja. Al trasladarse con su esposa a Bogotá para educar los hijos, fueron robados totalmente, quedándoles sólo las joyas que ella quiso vender al presidente de entonces, José María Meló, tolimense amigo suyo. Meló no las recibió pero le entregó el dinero que pedía y le ofreció nombrar a su marido en el cargo que él quisiera. La respuesta del abuelo fue contundente: dijo que necesitaba con urgencia un salvoconducto para poder salir a pelear contra él. Y lo hizo.

Su padre había nacido en Bogotá pero se consideraba tolimense, particularmente de Doima. Radicado en Ibagué, conoce en Honda a Encarnación Serna Vidales, y con ella se casa en Ambalema en 1888. De esa unión nacen 10 hijos en Ibagué, entre ellos Amina. Todos cumplieron, y de qué manera, un meritorio trabajo en pro del desarrollo de la región.

Su hermano Mariano, ingeniero civil, fue Gobernador del Tolima en 1938 y uno de los fundadores de la Flota Mercante Grancolombiana en el gobierno de Alberto Lleras. Recibió como reconocimiento a sus muchas obras la Cruz de Boyacá. Yesid, por su parte, fue también gobernador en 1946, Representante a la Cámara, Senador, Cónsul de Colombia en Chile y Brasil, gerente general de la Caja Agraria, presidente de la Junta Directiva de la Federación Nacional de Cafeteros y miembro de su Comité Nacional.

Amina Melendro estudió la primaria en su casa de Cataima por decisión de su padre y calificados profesores fueron a enseñarle las materias básicas. Sus hermanos deben ir a cursar el bachillerato en Bogotá ya que en San Simón no les dieron cupo por ser liberales. En 1921, cuando tenía diez años, se abre el Conservatorio e ingresa a él matriculada por su hermano Yesid y allí se gana un primer premio. En 1922 cierran el conservatorio por falta de dinero y el maestro Quevedo, su director, parte para Bogotá porque su mujer ha enloquecido.

Por fortuna, se reabre en 1924 bajo la dirección del maestro Uribe, quien ejerció el cargo por dos años. Amina regresa entonces a la alegría del piano, a la satisfacción de ver cómo supera a sus condiscípulos en muchas materias pero especialmente en la habilidad de los dedos sobre el teclado. Con su hermana Amelia, que tocaba la viola, formaron un dinámico conjunto en torno al cual se congregó una tertulia musical que continuó aún después de casada, al regalarle su marido un piano que reemplazó al obsequiado por su hermano Yesid. Alfonso Pulecio Leyva, su esposo, un famoso arquitecto de la región que construyó la casa en que ella aún vive, murió a la edad de 58 años, víctima del cáncer.

Vinculada al Conservatorio como profesora en 1934, recuerda paso a paso cómo aprobó con éxito los exámenes de posición del cuerpo, la mano y los dedos, adquiriendo desde entonces, sin advertirlo, todos aquellos pequeños detalles que irían a servirle en sus tiempos de profesora. Los colegas la designaron representante ante el Consejo Directivo y el maestro Castilla le enseñó a manejar las tres columnas de la contabilidad presupuestal. Fue la primera mujer que llegó a la Secretaría del Conservatorio, justamente por los años en que se realizó la Semana Musical y el primer Congreso Nacional de la Música.

En 1949 el Secretario de Educación y el Síndico del Conservatorio le ofrecen la dirección del claustro con la condición de que si no acepta, éste será cerrado. Lo duda, más al comprobar que el decreto de clausura es un hecho real acepta la rectoría pero sin cobrar sueldo, como lo exige su esposo. Conseguir instrumentos con la Federación de Cafeteros, greca con el Club de Leones, pan y leche con otras instituciones, no cobrar nada a los alumnos, prestarles los instrumentos, es parte de la tarea inicial.

Agustín Nieto Caballero, rector del Liceo Moderno a quien ella acude para mostrarle su programa del bachillerato musical -y por varios días vivió temerosa del resultado por no ser pedagoga-, se sorprende al leerlo e inquiere dónde había hecho Amina su especialización. Ante su aseveración de que no había salido de Ibagué, recuerda que un verdadero pedagogo nace y lo aprueba totalmente.

Luego irá donde Fabio Lozano, rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, y solicita para los egresados del Conservatorio el ingreso a una carrera profesional, propuesta que es aceptada. La institución del bachillerato musical, modalidad estudiada por especialistas y músicos de América Latina, le dará una de las mayores satisfacciones de su vida, comparable sólo a la visita que hiciera al Papa Pío XII.

Los triunfos de los Coros del Tolima, la brillantez de sus egresados que sobresalen en muchas partes del país y del exterior, el sueño de ir siempre más allá construyendo nuevos espacios para la universidad de hoy y del futuro, dejan en Amina Melendro la satisfación sin soberbia de un deber cumplido y la seguridad de un sueño realizado durante toda su productiva y eficaz existencia al servicio de la sociedad y de la música. Sin su persistencia, su tenaz e irreductible temperamento para sortear problemas en épocas difíciles surgidas por la incomprensión de algunos frente a una obra ambiciosa, no tendríamos en Colombia algo parecido. Ella y Alberto Castilla son las dos columnas portentosas que han sostenido este templo al servicio del arte y las figuras excepcionales que pueden ostentar el título de haber logrado realizar un trabajo verdaderamente descomunal.