PABLO LIBARDO MARTÍNEZ ORTÍZ

El primer oficio que tuvo para sobrevivir fue el de la ebanistería, pero construyendo instrumentos musicales. Seguramente el entusiasmo que colocaba a cada uno de sus trabajos lo aumentó al elaborar una bandola que se le convirtiera en una permanente compañía. Tras paciente labor, cuando apenas la adolescencia despertaba en su vida, el futuro compositor se entusiasmó con las notas y tonos que logró desprenderle. Desde los 18 años la tuvo como compañera insustituible hasta cuando contrae matrimonio con Gregoria Miranda Espinosa en el corregimiento de San Bernardo en Ibagué. Así se desarrollaba la existencia de Pablo Libardo Martínez Ortiz, quien a los sesenta días de existencia ya se encontraba en territorio del Tolima, tras haber nacido en Mesitas del Colegio, Cundinamarca, en 1916.

El asombro frente a la fotografía lo conduce a instalar en 1951 un negocio que se hizo famoso con el nombre de Fotoestudio Unión, local ubicado cerca a la antigua gobernación, frente al mango, al que con religiosidad arribaban los habitantes de la capital del departamento a tomarse retratos. Sin embargo, cuando el coronel César Augusto Cuellar Velandia, entonces primer mandatario del Tolima, inició la construcción del nuevo edificio, debió trasladarse a la calle 10 entre tercera y cuarta donde permaneció 18 años hasta que las circunstancias lo llevaron a través de 18 años más a instalarse en un lugar que fue después el Círculo Social de la ciudad. Aquellos tiempos lo vieron sumergido en los quehaceres de su estudio y entre tanto la vieja bandola y sus anhelos musicales aguardaban el momento de ser rescatados. Tan sólo por algunos instantes, cuando el destello de la inspiración aparecía, Pablo Libardo Martínez se apartaba del mundo para tomar los apuntes de la canción que luego conservaba en un viejo cuaderno amarillo.

No iba a estar para siempre en el ajetreo de su estudio y cuando en 1984 el auge de la foto a color se toma el entusiasmo de las gentes, decide dar por terminado su negocio que siempre atendió con la seguridad de estar dejando la memoria de su pueblo. Todos aquellos laboratorios que entregaban con plazo de una hora las fotos hechas en máquinas modernas y veloces, lo dejaron por fuera del mercado en medio de la nostalgia pero no se venció. Ahí surgía su oficio inicial en la vida y hasta 1987 tenía el rostro risueño por poder ofrecer un surtido almacén musical en el centro. Se traslada al barrio Santa Bárbara y empieza a consentir el verdadero amor de su vida dedicándose de tiempo completo a la música. Ya su familia numerosa había crecido y como un verdadero autodidacta que sabe y escucha, que compone e interpreta, se pasea tranquilo, cómodo y satisfecho en el oficio.

De sus numerosos años retocando la imagen de los clientes en sus fotografías artísticas en blanco y negro, colocándoles corbata y camisas vistosas, pasó al desafiante pentagrama dejando hasta ahora un representativo número de composiciones. De su disciplina y persistencia existen 36 pasillos, 17 bambucos, cuatro de ellos fiesteros, un rajaleña, una marcha, 9 rumbas criollas, un bolero, una rumba cubana, una movida, una guabina, tres valses y cinco danzas, para un total de 80 obras de las cuales apenas tres tienen letra, el bambuco Pisando candela, el pasillo Mi lejano horizonte y la danza Cuando vuelvas.

Las gentes del Ibagué de 1937 conocieron a un joven intérprete que además de estrenar la mayoría de edad de entonces integraba el grupo de Los inseparables, el que, con el tiempo, apenas quedó en las evocaciones de quienes gozaron de sus continuas veladas artísticas. Muchos años después, en 1992, decidió regresar al calor de los grupos organizando Patria Mía, integrado en sus orígenes con seis músicos y quedando en la actualidad reducido a tres, tiple, bandola y guitarra, donde se destaca en el tiple su hermano Carlos Enrique Martínez, su infaltable compañero desde los primeros tiempos y el también compositor e intérprete Benjamín Torres.

A los 77 años, Martínez Ortiz, provocado por algunos amigos, decidió participar en el concurso de la canción inédita Pedro J Ramos organizado por La Voz del Tolima y allí, entre cuarenta inscritos, clasificó con el pasillo Bobadas mías que se encuentra prensada en el disco conmemorativo del evento. Pero no fue grande su sorpresa porque ya venía acostumbrado a los aplausos desde cuando formara parte del grupo Mayasura al que perteneció por varios años y con el cual alcanzó el codiciado Colono de Oro, el premio con que se distingue a los mejores en el Festival del sur de Colombia cuando en Florencia, Caquetá, la ciudad se viste de fiesta para la música folclórica.

El tercer premio obtenido fue en 1990 y 1991 cuando en el quinto y sexto evento el conocido grupo se coronó de triunfos. Muchas han sido las menciones honoríficas alcanzadas por su participación en actos y eventos culturales en la Universidad del Tolima, pero no se detiene mucho a hablar de ellos porque es poco amigo de la publicidad y sólo le importa la música por gusto, no comercialmente.

Martínez Ortiz sigue imperturbable en la brega pensando que las canciones son como los hijos, añorando a su maestro y hermano de la vida José Ignacio Camacho Toscano, evocando a su esposa fallecida en 1995, reconstruyendo sus viajes a Inglaterra donde vive una hija, dejando correr sus recuerdos por Alemania, Holanda, Bélgica o Francia, persistiendo en su trío instrumental, continuando con la disciplina y el gusto de construir instrumentos redondos, así como hacer las delicias de sus espectadores cuando saca un curioso y espectacular instrumento ideado por él, “El último recurso”, una miscelánea que contiene carrasca, cucharas, clave y castañuelas, a más de un pequeño tambor para acompañar algunas piezas.

Este silencioso compositor que se mantiene lejos del licor y el cigarrillo, al que no le falta un elocuente sentido del humor ni el deseo ferviente de plasmar sus canciones, sigue ahí como el testimonio vivo de una generación que hace aún vibrar a las que le siguieron.