ARMANDOMARTÍNEZ BERRÍO
Armando Martínez Berrío comenzó a pintar desde los cinco años cuando lo dejaban en La “Casa del Niño” de la calle diecinueve de Ibagué, mientras su mamá trabajaba. Allí, alguien, para que no siguiera llorando por los golpes que había recibido de sus compañeros, le regaló un dibujo del Llanero Solitario que dio inicio a su obsesión por los comics y viñetas, hasta tal punto que cuando entró a la escuela, en todos sus cuadernos dibujaba historietas que alquilaba a sus condiscípulos a la hora del recreo. Cuando la maestra pedía los cuadernos al día, él buscaba cualquier pretexto para evadirse, porque entre las planas de escritura aparecía la figura de Roy Rogers e insertadas entre las sumas y las restas estaban los westerns más conocidos disparando sus revólveres.
Pero no sólo fueron los comics los que encaminaron sus pasos hacia la pintura, sino también las figuras de los corredores de la vuelta a Colombia en bicicleta que él dibujaba por la noche, luego de haber escuchado la transmisión de cada etapa y los colocaba al otro día en la cartelera de la escuela. Era feliz dibujando a Ramón Hoyos subiendo la línea o descendiendo por las faldas escabrosas de aquellas trochas que llamaban carreteras.
Armando, un hombre que respira sensibilidad en cada uno de sus actos, que es infinitamente bondadoso y dueño de un caudal de ternura que desborda en su trabajo con los niños, fue apodado irónicamente por Antonio Camacho Rugeles como El diablo, por parecerse al dibujo que venía en las cajas de fósforos de la época.
Martínez nació en Manizales en l948. Al año de edad se radicó en Ibagué. Estudió en la escuela pública y a empujones terminó el bachillerato, gracias a los consejos de un ex-sacerdote, porque siempre tuvo dificultades con todas las materias, menos con el dibujo.
A los veinte años sus padres deciden que debe escoger una carrera de gran futuro. Desecha veterinaria por el terror que experimenta ante la sangre y opta por agronomía pasando el examen pese a su desgano. Entonces se hizo un propósito que incluso lo llevó a dibujar bocetos con la imagen de un hombre pintando en los amplios corredores de una finca, con una humeante pipa entre sus labios y mirando de vez en cuando al grupo de trabajadores que labraba la tierra. Sería agrónomo para poder pintar.
Su madre, una enfermera de origen paisa, contaba cada semestre que pasaba llena de entusiasmo porque se aproximaba el día en que su hijo iba a ser ingeniero agrónomo. En el tercer semestre, cuando se encontraba en una clase de laboratorio, Armando observaba en un microscopio las células y las dibujaba en su cuaderno con lápices de colores. Al volver la vista descubrió en unos salones un grupo de muchachos que pintaban en unos enormes bastidores. Estaba ensimismado cuando la profesora lo sorprendió y le dijo secamente: Mire Martínez, usted aquí está perdiendo el tiempo, su lugar está allí, enfrente, en Bellas Artes y esa misma tarde aceptó la sugerencia de la profesora y se cambió de carrera.
A los cinco años de haber ingresado a la universidad, su madre lo llamó para que iniciara los preparativos del grado, le habló del vestido, el color de la corbata y las posibilidades más o menos seguras de un empleo que ella misma había gestionado. En ese instante Armando tuvo que decir la verdad y activar el detonador de una larga cadena de explosiones familiares porque nadie le perdonaba que hubiera abandonado una carrera tan promisoria.
Su paso por la universidad coincidió con una de las etapas más convulsas del movimiento estudiantil. La militancia política lo absorbió en su remolino y pronto estuvo librando batallas retóricas en asambleas y mítines, donde comenzó a destacarse como líder. Las imágenes violentas que traía de su infancia, la rabia acumulada por las injusticias que se habían cometido y el recuerdo de la enorme herida sufrida por su padre cuando, en una noche de bohemia, recibió una cuchillada en la garganta por gritar vivas al partido liberal, surgieron de su inconsciente y se entregó a la búsqueda de un cambio radical para conquistar un futuro menos doloroso. ý su militancia abierta le generó múltiples problemas. Los grupos políticos practicaban un canibalismo bárbaro y quien disentía era considerado como el peor enemigo. Algunas vertientes le declararon la guerra por su trabajo agitacional y aun hoy no está seguro si fueron ellos, o los agentes del Estado, los que lo agredieron físicamente en dos ocasiones y lo persiguieron por todas partes hasta hacerlo entrar en una etapa paranoide, la cual lo llevó a tomar la decisión de radicarse en Cali en el año l975.
En Cali continúa su trabajo político y cultural. Dirige algunos periódicos agitacionales, pinta avisos, participa en muestras colectivas, sus obras son llevadas a exposiciones en Panamá, Guatemala y Nicaragua, realiza talleres de máscaras, pedagogía artística, serigrafía y envía trabajos a la Bienal Itergrafik, Berlín R.D.A. l979, Grabadores colombianos, Puebla, México 1982, Grabadores colombianos California, USA, 1983. Se consigue un agente costarricense y éste promociona su obra en distintos países.
Regresa a Ibagué en l988 Llega destrozado, con la sola esperanza de recuperarse un poco y partir para Taganga a pintar allí el resto de su vida. Sin embargo el contacto con viejos amigos aplaza el viaje y se dedica a beber todos los días. Dos años después, completamente alcoholizado, decide redimirse, conoce a Diana y construye con ella un nuevo hogar, acepta la dirección de una obra del grupo País Portátil y entra como docente en el colegio San Bonifacio de las Lanzas, reconciliándose con la vida, la pintura y el teatro.
La obra de Armando Martínez tiene siempre una tendencia expresionista, desde los murales que pintaba en la Universidad del Tolima en su época de estudiante, pasando por los bultos informes que aparecen en sus primeros cuadros y que se van abriendo hacia nuevas perspectivas, hasta alcanzar cierto cubismo muy asimilado en sus obras actuales. Esa búsqueda da cuenta de un serio trabajo de experimentación en las escuelas contemporáneas con el fin de alcanzar sus propios recursos expresivos.
Utiliza la técnica del óleo, la tinta china y a veces el acrílico, pero prefiere el óleo. El expresionismo está con él desde las áulas de la Universidad del Tolima, especialmente cuando conoció a Munch, Ensor y Nolden.
Ha realizado varias exposiciones individuales: Cali (l978) e Ibagué (1984-1991 y 1996). No cree en el azar y por eso está convencido que jamás se ganará un concurso de pintura, aunque en l970 fuera seleccionado para un Salón de Artistas Nacionales, categoría estudiantes. Después su obra también será tenida en cuenta en muestras regionales en Ibagué y Cali, exposiciones itinerantes y más de veinte colectivas. Pero su único premio ha sido el poder disfrutar la pintura en cada trazo, en cada color que se esparce como proyección de su propia personalidad, pues está convencido que cada pincelazo es un aporte que hace posible ver la vida desde ángulos diferentes.
El diablo, un padre generoso, un amigo leal, un docente preocupado por encontrar talentos para proyectarlos al futuro y evitar que la escuela castre sus capacidades artísticas, sigue pintando autorretratos, ciclos de toros, imágenes humanas que rasgan instrumentos, monstruos suavizados por una risa interior, manchones de colores donde jamás florece el negro, pero también sigue apegado a su segunda pasión ¿o será la primera? - dirigir escenas, crear máscaras, organizar imágenes, siempre con la alegría de estar haciendo lo mismo de su infancia ante sus compañeros de escuela, en las noches silenciosas del Ibagué de los sesenta.