MANUELMURILLO TORO

Una bella voz, una hábil mano para el dibujo, el violín o la caligrafía, son dones silenciosos que a veces alcanzan resultados inesperados. Es por su letra perfecta que el general Francisco de Paula Santander emplea a Murillo Toro en febrero de 1835, con un sueldo de trescientos pesos mensuales. Tiene entonces 20 años y se encuentra a punto de terminar su carrera de abogado en el colegio de Gaspar Núñez.

Es el segundo tolimense que alcanza la presidencia de la república, nacido también en Chaparral, el 1° de enero de 1816. Su padre ejercía de médico aunque carecía de título, lo que unido a los limitados recursos económicos de la población, lo indujo a emplearse como cantor de la parroquia gracias a los finos timbres de su voz. De ahí que lo declararan sacristán por vía de las inexactitudes graciosas. Su hijo Manuel llegó sólo a monaguillo y en esas condiciones la familia viajó a Coyaima bajo la protección del párroco de allí, Mariano Suárez, es de imaginar, con un salario mejorado.

Manuel es enviado entonces a recibir la educación secundaria al colegio San Simón de Ibagué. Su padre lo quería médico, como él no lo había conseguido del todo. Su madre María Teresa Toro también, pero él temía a los cadáveres más que a los vivos y en Bogotá, buscando una formación superior, se empleó para conseguirlo en las oficinas de Vicente Azuero, como amanuense. Por ese camino su letra llegó al general Santander y en aquellos mismos días, aparece con la redacción de Murillo Toro un opúsculo sobre los primeros catorce meses de la administración del presidente José Ignacio de Márquez, año de 1838.

Su primera actividad pública es el periodismo y señalado nuevamente por Santander, dirige “La Bandera Nacional”, un medio impreso que alcanzó los setenta y cinco números, en 1839. En su lecho de enfermo, un año más tarde, el general Santander designa a Tomás Herrera y a Manuel Murillo Toro como sus herederos políticos en el naciente partido liberal. Muere el 6 de mayo de 1840. Después sobreviene la “Guerra de los Supremos” en la que cada insurrecto tiene un ejército, lucha por una región y cree tener la razón contra sus adversarios. Cabalgan el desafuero, José María Obando en Pasto, Tomás Cipriano de Mosquera y su yerno Pedro Alcántara Herrán que arman un eje con el presidente del Ecuador, Juan José Flórez, para combatir a Obando. Antioquia se levanta en armas con el coronel Salvador Córdoba y en la costa atlántica hace otro tanto el general Francisco Carmona. En Mariquita sigue el ejemplo de aquellos el coronel José María Vezga. Manuel Murillo Toro abandona el periodismo y va al Socorro, Santander, para aliarse con su gobernador Manuel González quien se proclama comandante en jefe de las provincias del norte y, al frente de un ejército de tres mil hombres, se encamina a Bogotá. El presidente José Ignacio de Márquez se defiende.

Pedro Alcántara Herrán es presidente cuando se firma el Tratado de Paz, el 24 de enero de 1842. Murillo Toro afana sus pasos hacia Cartagena buscando un pasaporte para abandonar el país. El gobernador de Panamá, coronel Anselmo Pineda encarga a Murillo Toro la secretaría de su despacho. Allí se desposa con Ana Romay, hija de una importante familia de Sabanalarga, Bolívar, pero no llega a tener descendencia.

En 1846 Murillo Toro es elegido por primera vez representante a la cámara por la provincia de Santa Marta. Tenía entonces 30 años de edad. Las intervenciones del chaparraluno en el foro resultaron dubitativas, precarias, aunque sugerentes. En 1847 regresa al parlamento como representante de la provincia de Mariquita. Su oratoria mejora y, ya se sabe que esta cualidad es el traje que determina la importancia del personaje. En ese periodo legislativo él presenta un fallido proyecto para instaurar el sufragio universal, restringido a quienes supieran leer y escribir, poseyeran un capital de trescientos pesos o una renta superior a ciento cincuenta.

A través de la “Gaceta Mercantil” que funda en Santa Marta, crea una conciencia nacional que aprovechará el próximo gobierno de José Hilario López. Esas ideas son: La libertad de los esclavos, la instauración de un Estado de derecho, la abolición de la pena de muerte para delitos comunes y políticos, la separación de la iglesia y el Estado, la expulsión de los jesuitas, la libertad de prensa, la abolición de los monopolios, la descentralización de las rentas y gastos para desmontar el sistema colonialista. En 1850 siendo Murillo Toro secretario de hacienda del general López, adelanta estas reformas que lo convierten en jefe de las tendencias radicales que afloran en el país y de esa tendencia dentro del partido liberal. Con Murillo Toro regresan al país Louis Banc, Pedro José Proudhon, Alejandro Augusto Comte, Víctor Hugo, Juan Bautista Say, Federico Bastiat y faltan datos de las proscripciones del expresidente Mariano Ospina Rodríguez y los planes educativos impuestos por los jesuitas en 1843.

En 1846 se adopta por primera vez en Colombia el nominativo de conservador a instancias de Julio Arboleda y Mariano Ospina Rodríguez, para contrarrestar el de liberal que provine de las Cortes de Cádiz, en 1812 y que en la Nueva Granada es sinónimo de Jacobinos. Así se inicia la gran transformación democrática de la segunda mitad del siglo XlX. En el partido liberal, Murillo Toro inspira la llamada ala de los “gólgotas” que llegan a ser calificados de comunistas. Los liberales de mejor conducta se proclaman “draconianos”.

José María Vargas Vila, el bravo escritor bogotano de tantos libelos y novelas heréticas, escribe desde su exilio: “Murillo Toro fue el pueblo colombiano, ilustrado, austero, vigoroso y fuerte. Jamás pueblo alguno tuvo condensación más pura. De él puede decirse como de Marco Aurelio, que su vida pública fue la de la virtud puesta en acción. La biografía de Murillo Toro es la historia de un partido. Fue desde Santander a hoy el más grande de los hombres de estado de Colombia. Un país que ha tenido hombres como éste no puede apostatar de la virtud”.

La ley de tierras gestada por Murillo Toro en la administración de José Hilario López, que establecía taxativamente que la tierra es de quien la trabaja, es lo que faltaba al gran latifundio nacional para armarse en Cali, Palmira, Buenaventura, amenazando con extenderse al sur, conflicto que entonces fue calificado sorprendentemente por el gobernador de Buenaventura, Román Mercado, como “retozos democráticos”. La guerra no demora y en abril de 1851 se producen alzamientos en Tulcán, Pasto, Túquerres, comandados por el coronel Manuel Ibáñez y el poeta Julio Arboleda. Murillo Toro dimite de su cargo al año siguiente.

En 1853 renuncia a su candidatura a la presidencia de la república, en favor de José María Obando, evitando así la caída del partido liberal. En 1854 regresa a la cámara de representantes por la provincia de Vélez, Santander y es elegido presidente de la misma. Sobreviene el golpe de José María Melo que Murillo Toro descalifica. Durante el debate que se cumple posteriormente en el parlamento para analizar los hechos, justifica a Obando y se opone a que los prisioneros de ese episodio sean sometidos a consejos de guerra. En 1857 es elegido presidente del Estado Soberano de Santander.

En 1861 Murillo Toro ingresa en el cuerpo diplomático, por decreto del presidente Tomás Cipriano de Mosquera. Francia, Italia, los Países Bajos. En marzo de 1862, recibe en Londres las credenciales que lo acreditan como ministro plenipotenciario en los Estados Unidos. Abraham Lincoln, presidente de aquella nación lo saluda personalmente y de sus encuentros ocasionales surge una amistad constructiva que permite al embajador colombiano ocupar una silla en los consejos de ministros, por invitación expresa de su importante anfitrión.

Murillo Toro es candidato radical y elegido presidente de Colombia, para el bienio 1864-1866. Mosquera le comunica su designación en Washington. El presidente Lincoln rinde honores a Murillo Toro y pone a su disposición un navío de guerra de la armada norteamericana, “El Glauco”, que lo conducirá de regreso a Colombia. En esa embarcación, con cuarenta cañones por borda, provisto de guardia y una despensa generosa para la travesía, surca las Antillas. En abril de 1864 arriba a Cartagena donde es recibido por veintiún cañonazos que responde “El Glauco”. En una carroza llamada “La Ratonera”, que el gobernador de Bolívar ha comprado para sus fiestas personales, transporta al presidente electo por la ciudad, hasta el sitio donde le han preparado una magnífica recepción. Manuel Murillo Toro ha cumplido los cuarenta y ocho años de edad.

Una de sus primeras medidas es la reorganización de la renta aduanera y el control del contrabando. Otra, la congelación de los gravámenes e impuestos al contribuyente cuya penosa suerte es objeto de consideraciones preferentes del nuevo gobierno. Crea igualmente el “Diario Oficial” para divulgar las leyes y, para su publicación funda la Imprenta Nacional. Allí edita, igualmente, el “Catecismo Republicano” para la instrucción popular y el fomento de la democracia y los derechos individuales. Implanta el telégrafo eléctrico el la de noviembre de 1865. Crea el Instituto Nacional de Ciencias y Artes y también la Biblioteca Nacional y mejora ostensiblemente la navegación por el río de la Magdalena. Las realizaciones efectivas de su gobierno son incontables.

El boyacense Santos Acosta ha cumplido los cuarenta y seis años, peleado muchas batallas exitosamente y fue también capaz de derrocar a Tomás Cipriano de Mosquera, al amanecer de un 23 de mayo de l867. Una dictadura sustituía a otra. En el lento afianzamiento de la democracia, Murillo Toro regresa al poder dos años más, entre 1872-1874. Se aparta un poco del radicalismo y se inclina hacia el intervencionismo estatal. Se inicia la era de los ferrocarriles con la construcción del tramo entre Cali y Buenaventura. Más tarde se emprenderá la red del Huila, Tolima, Cundinamarca, Boyacá. En 1873 la deuda externa de Colombia pasó de treinta y tres millones de pesos a diez millones, mediante hábil negociación del presidente Murillo Toro.

Tiene ahora cincuenta y seis años de edad y por una costumbre de pasearse a caballo en las mañanas por los alrededores de Bogotá, en compañía de sus ministros, adquirió más tarde un predio rural que bautizó como “Músculo”, en las proximidades de Guaduas, pero sus creedores decidieron lo contrario, así que debió resignarse a la pensión decretada por el Estado y, a su residencia de la calle catorce con carrera quinta. Se despide de la vida pública siendo senador del Estado del Tolima, entre 1878-1880. Este año sus facultades físicas y mentales declinan. La noche sin retorno lo aguarda y el 26 de diciembre de 1880, expiró. Una salva de artillería lo despide en la Plaza de Bolívar. A su viuda se le mantuvo una pensión vitalicia de cien pesos. Como José María Melo, por sus razones, tampoco regresó a su patria chica.