EMILIANO LUCENA

En el club del Mono Galindo en El Espinal, por allá en el año de 1914, Emiliano Lucena tuvo la fortuna grande de coincidir con su guitarra en el acompañamiento definitivo que nota a nota requirió el maestro Alberto Castilla cuando, desde el piano, compuso El Bunde Tolimense, melodía tradicional que con el tiempo se convirtiera en el himno de este departamento. Eran los tiempos alegres de los desayunos con huevo, manteca y cebolla por tres centavos; de las gratas veladas con el negro Bernabé que acariciaba la bandola, con “el pote” Lara o el violín guamuno de Lucio Prada; con la flauta bohemia de Manolo Montealegre y el tiple encantador de Carmen Cubillos. Eran los mismos días en que el Espinal esperaba con paciencia la llegada de ese tren que vendría de Ibagué cuando se terminaran los trabajos de la construcción del ferrocarril.

Emiliano Lucena nació en El Espinal un 12 de julio de 1887 en el hogar de José Joaquín Lucena y Agustina Rodríguez, agricultores humildes de la tierra del Tolima que le enseñaron desde bien temprano a querer el surco y a soñar con la música. Fue a la escuela primaria apenas tres años porque ya la dulzaina se lo había ganado, desde que aprendió a tocarla mientras escuchaba la Banda de su pueblo, la misma que dirigió muchos años más tarde. De “oídas” aprendió también a interpretar la bandola, el tiple y la guitarra, mientras se ocupaba como labriego bajo el sol del Espinal o remendaba tablas en un pequeño taller de carpintería hasta completar el dinero necesario para comprar un clarinete y las cartillas musicales de don Telésforo Alemán y José Suárez que lo enrumbaron definitivamente en el oficio.

Su trabajo como compositor se afirma junto a la Banda del Espinal de la que es nombrado director cuando tenía 22 años. Se inicia entonces con canciones populares a la par que desarrolla su creación en el género religioso y clásico, melodías estas que son interpretadas en iglesias del Espinal como su conocida Misa de gloria.

Como director de la Banda del Espinal viaja por todo el país mostrando con orgullo los aires del folclor tolimense, alegrando fiestas de pueblo, corralejas y desfiles populares; componiendo sus canciones en los intervalos que dificultosamente le permitían aquellas giras.

Su primera composición, el pasillo Delirios, nació en este periplo bullicioso y alegre con la banda de su pueblo que por primera vez la interpretó en una parranda de San Pedro junto con el bambuco Amor florido, creado casi simultáneamente. El bambuco Buen humor que con anterioridad fue bautizado Animato o movimiento rápido en el lenguaje musical, también nació en una fiesta sampedrina y contó luego con letra de Nicanor Velásquez Ortiz.

Emiliano Lucena dedicó gran parte de su tiempo también a la enseñanza del tiple, la guitarra y la bandola, y a la organización de agrupaciones musicales y celebraciones pueblerinas. Fue director de la Banda de Músicos de Girardot, profesor de la escuela de formación musical y animador de festividades religiosas, programas radiales y presentaciones en la televisión colombiana. Compuso el maestro Emiliano Lucena más de cuatrocientas canciones inspiradas en el paisaje y la mujer tolimenses, en los oficios y en los personajes típicos de nuestros pueblos.

Son de su inspiración, además del conocido Buen humor, los bambucos Adelita, Qué lástima, Lirio blanco, Desengaños, El zipa, Chelao, Fiestas alegres, Marieta y Los Camachos; los pasillos La voz del Centro, Sofía, El mocho García, Una caricia, Vianí y Ojos que lucen; los pasodobles Concentración nacional, La Chamba, Gaviotas, Arena tolimense y Siete de agosto; las danzas Fibras del alma, Tus ojos, Maribel y Coquita; la marcha fúnebre Meditación; los bundes Mi tierra y Los abogados; los bambucos Besos y pesos y Desengaños, al que el general Jorge N. Soto le escribió la letra y el vals Una noche; canciones que en su tiempo interpretó la Banda del Espinal y que hasta nuestros días son ejecutadas por innumerables agrupaciones de música folclórica colombiana e incluidas en selecciones grabadas por variados intérpretes.

El maestro Emiliano Lucena murió en el Espinal días antes de cumplir ochenta años, el 7 de junio de 1967, apegado a esa tierra que le permitió legarnos por herencia una multitud de páginas musicales que se siguen escuchando hoy como si el tiempo no hubiera pasado.