JUANLOZANO Y LOZANO

 

Poeta, periodista, militar, diplomático, ministro, Representante a la Cámara y Senador de la República, la vida de Juan Lozano y Lozano es la de un testigo de su época y para reconstruirla el historiador del futuro tendrá, obligadamente, que acudir a la consulta de los textos que fue desperdigando por periódicos y revistas con su prosa ágil, pulcra y elegante.

Hijo de Fabio Lozano Torrijos y de Ester Lozano, nació Juan Lozano y Lozano en Ibagué el seis de abril de 1902. Su infancia transcurre en este hogar severo, de rígida disciplina, donde la prestante figura de su padre, escritor, hombre público y diplomático que ocupara altas posiciones oficiales, era un modelo de austeridad y rectitud. En el hogar había en total cinco hijos, tres varones y dos mujeres.

Cursó su bachillerato en el Colegio Mayor del Rosario, bajo la rectoría de Monseñor Rafael María Carrasquilla, y durante su tránsito por este centro docente veía con regularidad pasearse por los amplios corredores a un alumno aventajado y un poco mayor que él, Darío Echandía, de quien dejó una semblanza que lo retrata de aquel tiempo. Sobre este plantel escribiría un poema, Claustro antiguo.

Con su hermano menor, Carlos, quien igualmente llegó a ocupar altos cargos oficiales, entre ellos la Presidencia de la República en remplazo temporal de Alfonso López Pumarejo, publicó en 1919, cuando contaba sólo diecisiete años de edad, Revista Azul. Varias veces en su vida fundará revistas y periódicos para expresar con libertad su espíritu polémico. Además de Carlos tuvo otro hermano, Fabio, y dos mujeres que fallecieron relativamente jóvenes.

En una semblanza autobiográfica se recuerda de aquellos años en los siguientes años:

“De mis diecisiete años en adelante fui lo que se llama un vagabundo. No descuidé jamás mis tareas escolásticas, es verdad, porque me interesaban en cierto modo, y porque tenía buena memoria, y porque fincaba alguna vanidad en pertenecer desde muchacho a la “vida intelectual”. Pero, de resto, mi conducta era de una obstinada y ostentada irresponsabilidad. Despertaba a la vida, después de una infancia de reclusión y de austeridad y de pobreza : y despertaba a los libros , después de una infancia de textos. Mis primeras lecturas fueron los libros que había oído decir que eran malos; y así devoré a D’Annunzio, a Wilde, a Jean Lorraine, a tantos otros; y conseguí un cuaderno en que se sostenía con excelentes argumentos que la propiedad es un robo ; y la Física del amor y la Fisiología del amor moderno constituyeron mi catecismo sentimental. Tenía diecisiete años, he dicho y mi afán no era el de aparecer ante los demás como el mozo pujante que marcha a la conquista del mundo, sino como el desencantado que regresa de todas las experiencias intelectuales”.

Sus estudios profesionales los adelantó en la Escuela de Cadetes de Bogotá, en la Universidad de Cambridge, Inglaterra y en la Universidad de los Estudios, en Roma. Obtuvo los títulos de capitán del Ejército Colombiano, Doctor en filosofía y letras y en derecho y ciencias políticas. En la Escuela de Cadetes recibió sable y estrella de oficial en primer grado.

“Era mi primera experiencia de la vida militar -apunta en su autobiografía-; había ingresado a la escuela de cadetes algunas horas antes; me había llevado a la peluquería, en donde me dejaron la cabeza como una bola de billar; luego a la ropería, donde me pusieron un inmenso traje de kaki; luego al comedor y luego al dormitorio. Muchacho díscolo, por primera vez en la vida me sentía llevado y traído, acérrimo individualista, y convencido, como ya lo he dicho en anteriores escritos, de mi importancia en el rol de las naciones civilizadas, entraba en la uniformidad coactiva de la colectividad. En aquellos momentos la milicia me inspiró desprecio, un desprecio benévolo de persona que ve las cosas desde arriba. Más tarde, a medida que días, meses y años pasaban en la escuela de cadetes, aquel primer sentimiento de conmiseración fue transformándose en mi ánimo. No era ya el observador curioso de la primera noche, sino el paciente de una vida férrea; empecé a sentir que la vida militar me concernía, y en forma personal, directa e inmediata; y mi menosprecio por ella se trasformó en odio creciente”.

Durante la guerra con el Perú, que se inició a finales de 1932 con la invasión de Leticia por tropas de ese país, Juan Lozano y Lozano se alista como voluntario y con el rango de Teniente de Navío participa en la famosa batalla de Güepi. Años después publicaría una crónica sobre este episodio histórico.

En la Universidad de Cambridge obtuvo el primer puesto en composición inglesa entre 280 estudiantes, todos, menos él, británicos. A su regreso al país, tras una permanencia de varios años en Italia como estudiante de derecho, entra de lleno a la vida periodística y pública. Había dado a conocer muy joven su primer artículo en El Tiempo cuando lo dirigía su fundador, Villegas Restrepo. En este mismo medio publicará por el resto de su vida numerosas páginas y su célebre columna Jardín de Cándido; y como Cándido, nombre de un personaje de Voltaire, se hará familiar a los lectores colombianos llegando a ser, con Germán Arciniegas, el más antiguo colaborador de ese diario.

En 1936 fundó La Razón, diario político que dirigió por espacio de doce años. Fue redactor principal del semanario Sábado, de Plinio Mendoza Neira. Sucedió a Alberto Lleras Camargo en la dirección de la prestigiosa revista Semana y fue codirector con Carlos Lleras Restrepo de la revista Política y algo más, así como colaborador de La Gaceta. Miembro de número de las academias de historia y de la lengua, corporación esta última donde ocupó el sillón de Baldomero Sanín Cano. Juan Lozano y Lozano fue secretario privado en Nueva York del presidente electo Enrique Olaya Herrera, varias veces concejal de Bogotá, diputado a la Asamblea de Cundinamarca, Representante a la Cámara y Senador de la República por el liberalismo, partido de cuya Dirección Nacional fue miembro en seis oportunidades. Se desempeñó como Ministro de Educación en 1942, durante la presidencia de Eduardo Santos y como Embajador en Italia por varios años.

De su producción literaria vale citar los libros de versos Horario primaveral, editado en Lima en 1923 y Joyería, en Roma en 1927. A los treinta años colgó su lira y no volvió a publicar libros poemáticos pero, en cambio, dio a conocer sus libros en prosa Introducción a la vida heroica, Bogotá, 1946; La patria y yo, 1947; Mis contemporáneos, dos volúmenes, Bogotá, 1947 y en la editorial Bedout sus Obras Selectas, Medellín, 1956. En 1980 la Beneficencia del Tolima, bajo el título, Última página, publicó una antología de sus trabajos poéticos y en prosa que realizara el dirigente liberal Alberto Santofimio Botero.

Algunos críticos lo sitúan como integrante del grupo llamado de Los nuevos, título de la revista que los agrupó, dirigida por Felipe Lleras Camargo, cuyo primer número apareció el 6 de junio de 1925 y del cual hicieron parte Rafael Maya, León de Greiff, Luis Vidales y Jorge Zalamea, entre otros. Sin embargo, su obra poética se distancia considerablemente de estos autores. Ni la audacia renovadora de Vidales, la musicalidad a ultranza de León de Greiff o la clásica sensibilidad de Maya lo aproxima al grupo. Sus poemas oscilan entre un romanticismo tardío y un parnasianismo de factura tradicional. Se aproxima a ciertos poetas franceses como Albert Samain o a su admirado Jean Lorrain. De impecable composición, son famosos algunos sonetos suyos como La catedral de Colonia, Las cartas, Psiquis y Ante la estatua de Shelly en Oxford.

Pero es, particularmente, en los retratos de personajes de su época, que agrupó bajo el título de Mis contemporáneos, donde Lozano y Lozano logra, con prosa amena, irónica y sugerente, trazar un vivo retrato de su época al describir la vida y la personalidad de compañeros suyos de generación como su hermano Carlos, Alberto Lleras Camargo, Antonio Rocha, Jorge Zalamea, Silvio Villegas, Augusto Ramírez Moreno, Carlos Arango Vélez, Laureano Gómez, Esteban Jaramillo, Jorge Eliécer Gaitán, Darío Echandía, Eduardo Santos, Carlos Lleras Restrepo y Gabriel Turbay, entre otros, protagonistas de gran trascendencia durante muchos y muy agitados años en la historia del país a lo largo del siglo. Estas semblanzas hicieron época cuando se publicaron en el semanario Sábado.

Sobre el Tolima y su capital dejó páginas magistrales como Ibagué, tierra buena…, Terra patrum y Elogio del Tolima. Fue oferente en un acto de homenaje al maestro Alberto Castilla en el Conservatorio de Música de Ibagué.

Otros textos suyos que merecen especial mención son los que escribiera sobre el grupo poético Piedra y Cielo, sobre León de Greiff y Luis Carlos López, así como el Elogio del periodismo, leído en el Hotel Tequendama con ocasión del homenaje que más de seiscientos anfitriones le rindieron por cumplir, en junio de 1955, cuarenta años como escritor público.

Como periodista fue un polemista brillante. Sostuvo un largo debate con Carlos Lleras Restrepo cuando se opuso a la reelección presidencial del dirigente liberal. Lo combatió en su columna de El Tiempo, a pesar de ser entrañables y haber trabajado juntos en varias oportunidades, porque juzgaba inconveniente y antidemocrática la reelección en la primera magistratura del país.

Casado en 1928 con Luisa Provenzano, dama italiana con quien tuvo un hijo que lleva su nombre, vivió a partir de 1940 en una quinta en las afueras de Suba, localidad cercana a Bogotá, que bautizó con el nombre de Provenza en homenaje a su esposa, quien falleció en 1979, tras más de medio siglo de matrimonio.

Contertulio habitual del afamado café Automático, era usual verlo en noches de bohemia en compañía de Jorge Zalamea, Arturo Camacho Ramírez, Aurelio Arturo, Hernando Téllez y Luis Vidales.

En un perfil que sobre Juan Lozano y Lozano escribiera Carlos Orlando Pardo, dice:

“De joven viajó y vivió largo tiempo en Europa y en un lapso breve perdió a su madre y sus dos hermanos. Negado para las facultades pedagógicas, como él mismo afirma en su autobiografía, fracasó como profesor en la cátedra de la facultad de derecho, materia bien conocida por él, y se dedicó a trabajar reportajes para el periódico del jefe liberal Plinio Mendoza.

En su adolescencia, para pode comprarle libros a un hombre que los negociaba de puerta en puerta, llegó a vender el frac de su padre, Fabio Lozano Torrijos, Senador de la República.

Ejerció la bohemia intelectual en cantinas y cafés, fue un enamorado sin remedio, un sentimental, un romántico y un viajero impenitente. Cuando estudiaba en la Universidad de Cambridge, en vez de hacer deporte se quedaba en su habitación fumando y leyendo y ganó todos los premios en las diversas asignaturas, incluyendo el alemán”.

Murió en su quinta de Suba, una mansión espléndida, el 7 de noviembre de 1979, pocos meses después de la muerte de su esposa Luisa. Sus últimos días los pasó encerrado en la desordenada biblioteca de su casa, acompañado por dos perros en su lecho de enfermo, frente a la amplia chimenea. Su obra lo ha perpetuado y lo perpetuará porque en ella se encierra la historia no oficial del país durante un lapso fundamental y porque su aguda mirada crítica supo desnudarla de pompas superfluas para reducirla a lo esencial.

Su poesía, de otra parte, será siempre apreciada por todos los que gusten de la impecable composición, por la metáfora sorprendente pero mesurada, por la velada ironía que en muchos de sus poemas se esconde. Fue Juan Lozano y Lozano un poeta de tono menor pero de fina sensibilidad. Vale destacar, dejando de lado su muy famoso soneto La catedral de Colonia, todos aquellos breves poemas de corte amoroso que en la intimidad recatada de sus verso van develando viejos recuerdos que se tiñen de una angustia no siempre bien apreciada por la crítica que se ha ocupado y se ocupa de su obra.

Escritores tan sagaces como Alberto Lleras Camargo supieron reconocer a tiempo su valor tanto como poeta o como periodista visionario e insobornable en sus convicciones. Para responder a quienes en determinado momento de su vida política lo tildaron de tornadizo y voluble les recordó, con citas y hechos concretos, cómo al cambiar sus detractores con inusitada frecuencia y encontrarse con sus críticas, creían que era él quien había mudado de parecer y no advertían, como en efecto sucedía, que eran ellos los volubles. Así con la verdad armada de sarcasmo, combatía desde sus tribunas periodísticas Juan Lozano y Lozano.

A sus exequias, cumplidas en la capital de la República, asistieron numerosas personalidades de los diversos sectores ciudadanos, incluyendo al entonces presidente Julio César Turbay Ayala, quien llevó la palabra a nombre del País.