ALFONSO LÓPEZ PUMAREJO

 

El Congreso de 1849 se reunió en la iglesia de Santo Domingo, en Bogotá, y entre sus funciones primaba la de elegir un nuevo Presidente de la República. La elección debe hacerse entre tres nombres: el general liberal José Hilario López y los conservadores Rufino Cuervo y José Joaquín Gori. Los parlamentarios ocupan del altar mayor hasta el arco toral de la nave principal y los primeros de las naves laterales. Un burdo tablado los separa del pueblo raso: sastres, zapateros, albañiles, carpinteros, mozos de cuerda. Cuando el presidente del Congreso, Juan Clímaco Ordoñez, ordena desalojar las barras, estos hombres humildes obedecen y se repliegan al atrio. Entre ellos se cuenta Ambrosio López, bogotano, cojitranco, de recia contextura a sus 40 años, presidente de la Sociedad de Artesanos que él mismo fundara dos años antes y fervoroso partidario del general José Hilario. Dentro del recinto, esbelto, blanco, de ojos azules, partidario del conservador Rufino Cuervo, se encuentra José Domingo Pumarejo, rico terrateniente de la provincia de Valledupar.

Ambrosio López, propietario de un modesto taller de sastrería en el barrio Las Aguas, será el abuelo paterno de Alfonso López Pumarejo. José Domingo Pumarejo, aristócrata costeño y rico terrateniente, será el bisabuelo materno.

Tiene el aristócrata José Domingo Pumarejo un permanente dolor de cabeza. Y éste no es otro que la conducta disipada de su hijo mayor, Sinforoso, por todos llamado cariñosamente Polocho. Mujeriego, bebedor, amigo de largas parrandas con serenatas, su matrimonio con la dama venezolana Josefa Cotes de Oñate no lo persuadió a desistir de sus aventuras falderas y del canto de coplas acompañado por aguardiente. Tampoco la muerte de su padre lo hizo cambiar de rumbo a pesar de que había ocupado dignidades como la de gobernador de la provincia de Valledupar (entonces llamada Valle Dupar) durante el gobierno de Manuel María Mallarino y prefecto del territorio nacional de Sierra Nevada, Motilones y Atanquez. Polocho muere en su ley a los 32 años de edad en Santa Marta cuando, algo borracho en el bullicio de los festejos que celebraba la ciudad, se mete a lidiar un toro que lo hiere mortalmente. Del matrimonio quedaron dos pequeños hijos: María del Rosario y Pedro Manuel.

Polocho es el abuelo materno de Alfonso López Pumarejo. Y sobre estos ancestros comenta Hugo Latorre Cabal en su biografía del dos veces presidente de la República titulada Mi novela:

«En Alfonso López Pumarejo sobrevivirán, en extraña conjunción, el helado sentido aristocrático de la vida del bisabuelo materno y la calida emoción popular del abuelo paterno; tan contradictorias influencias del ancestro constituyen uno de los matices de su personalidad que las gentes suelen explicarse con menos rapidez y que a más de una persona ha dej ado estupefacta. Guillerrno Valencia diría de él que era un demagogo. Jorge Eliecer Gaitán, que era un oligarca».

En cuanto a Polocho dice Latorre Cabal: «Lo que habrá en el nieto de festivo, de amigo de los sabrosos placeres de la vida, esa vitalidad desbordante que se complace en las diversiones, lo heredará de Sinforoso Pumarejo».

La vida en casa del sastre Ambrosio López es dura. Su profesión fue heredada pues su padre, Jerónimo López, había sido sastre de varios virreyes. Su madre, Rosa Pinzón, nacida en Vélez, fabricó chicha y pan antes de casarse con el sastre virreinal.

Ambrosio López es un fervoroso y exaltado agitador político. En el momento en que espera en el atrio el resultado de la elección presidencial, ha sido músico en la brigada de artillería de Antonio Nariño, vendedor de pan en el barrio Egipto, fomentador de guerrillas contra Urdaneta, preso político, oficial de la guardia nacional de artillería, fabricante de zamarros y destilador de licor hasta que en 1836 montó su propio taller de sastrería. En adelante dividirá su tiempo entre este oficio y la política pero sus fogosas intervenciones en favor de los artesanos y en contra de Florentino González sólo ruina y olvido le dejaron. Se desempeña también como prefecto en los llanos de San Martín y a su regreso continúa en su humilde taller de sastre. Casado con Felisa Medina Morales, de Guayatá, el matrimonio tuvo varios hijos de los cuales el segundo llevaría el nombre de Pedro Aquilino López. Será el padre de Alfonso López.

En 1862 Ambrosio López, desengañado de la política y sorteando de la mejor manera su pobreza, entra a desempeñarse como inspector de aguas de Bogotá. En compañía de sus dos hijos mayores, Ambrosio y Pedro Aquilino, muchas veces recorre, arrastrando su pierna, las zonas aledañas a la capital en cumplimiento de las tareas que le impone su cargo. Pedro Aquilino tiene quince años cuando entra como dependiente en una próspera organización mercantil de propiedad de don Silvestre Samper Agudelo. Su sueldo es de cuatro pesos mensuales. Allí aprende todo lo relacionado con teneduría de libros, facturación, relaciones con los clientes, en fin. Pero la guerra de 1875 obliga al cierre del negocio. Los Samper trasladan su casa de comercio a Honda y en enero de 1878 escriben a Pedro A. López para que se vaya a trabajar con ellos en ese puerto tolimense sobre el río Magdalena, con un sueldo de cuarenta pesos. Honda es por esos años el centro de exportación e importación más importante del país. Su comunicación con el mar por el río, su ubicación en el corazón de los mercados de consumo y su cercanía con los cultivos de café, de cacao y de industrias de producción de cueros que se cotizan muy bien en el exterior, colocan a esa ciudad en lugar de privilegio. Allí llega don Pedro A. en una mula alquiladay con unas pocas mudas y dos almohadas. Treinta años después será uno de los hombres más ricos del país, contratista de ferrocarriles, exportador de quina, café y tabaco entre otros productos e importador de numerosas especies, dueño en buena parte del tráfico fluvial por el Magdalena y con casa comercial en Nueva York.

Toda esta prosperidad fue consolidándose poco a poco y a punta de tezón en el trabajo, de madrugadas, de vida austera y honradez sin tacha. Los Samper le permiten a su empleado realizar transacciones por su cuenta en el tiempo libre. Desde que empezara como dependiente en el almacén de Bogotá le han cobrado afecto y lo ayudan con pequeñas adiciones monetarias y consejos. Pero en esta creciente y ardua prosperidad una espina desazona a don Pedro. En sus visitas comerciales a la casa de don Joaquín de Mier y doña Josefina Pumarejo de Mier, ha conocido a la sobrina de la matrona, María del Rosario Pumarejo, y se ha prendado de ella. Sabe, además, que puede ser correspondido. Pero sabe también que por ahora no está en condiciones de pedirla en matrimonio porque la negativa sería apabullante. La acaudalada y rancia familia de don Joaquín de Mier no vería con buenos ojos, de eso está seguro, una boda con un dependiente que gana ahora tan sólo sesenta pesos mensuales, veinte más que al principio. De manera que espera y continúa trabajando sin descanso. Tiene un extraordinario olfato para los negocios: importa pianos y máquinas de coser que vende con buen margen de utilidad. Sus envíos de quina a Londres y de cueros a Alemania le reportan grandes beneficios. Y espera.

El 19 de julio de 1881 muere en Bogotá, a los 88 años de edad, su padre Ambrosio López. Don Pedro A. viaja a la capital y acompaña en sus últimos momentos al antiguo y vociferante agitador político, al fundador y presidente de la Sociedad de Artesanos que debió permanecer en el atrio lanzando vivas al liberal José Hilario López mientras en el recinto el conservador y rico terrateniente José Domingo Pumarejo ostentaba toda su aristocrática prestancia, 32 años atrás.

Don Pedro A. regresa a Honda y se hunde de nuevo en el trabaj o y en las asiduas visitas a la casa de don Joaquín para ver y hablar a hurtadillas con la sobrina de doña Josefina. María del Rosario es hija de Polocho, el juerguista. Su esposa, doña Josefa, lo sobrevive en pocos días y a la niña la recoge su abuela Ciriaca. Se encarga de ella después doña Josefina Pumarejo de Mier, su tía, y con ella y su esposo pasa su adolescencia en Elizabeth, en el estado de New Jersey, a media hora de Nueva York. Allí se hace mujer, alta y pálida, de ojos verdes. Cuando don Joaquín de Mier decide regresar al país y escoge a Honda como lugar para fijar su residencia, el destino acaba por reunir las dos estirpes a orillas del Magdalena. Y un día de abril de 1882 don Pedro A., vestido de punta en blanco, tras varias transacciones comerciales exitosas, se presenta en casa de don Joaquín para pedirla en matrimonio y su proposición es gustosamente aceptada. Tiene 27 años. María del Rosario aporta al matrimonio su hijuela consistente en tierras y ganado además de joyas y enseres varios que arroja un total de casi seis mil pesos, suma más que considerable en la época. Pero no es hombre don Pedro A. para dedicarse al sedentario oficio de la ganadería. Lo de él es el libre comercio, las exportaciones e importaciones, el laissezfaire, laissezpasser que su padre combatió inútilmente en defensa de los artesanos y con el cual gana en un sólo negocio lo que pueden producirle al año sus tierras y ganados. De modo que hace un arreglo lo más ventajoso posible con la familia de su esposa y prosigue en las tareas que le son propias.

El tercer hijo, que sigue a dos niñas, es varón y don Pedro A. decide que será su mano derecha en los negocios. Nace el 30 de enero de 1886, el mismo año de la nueva constitución que el recién nacido empezará a desvertebrar 48 años después. Es bautizado en la iglesia parroquial de Honda. El país acaba de salir de la guerra del 85 y el gobierno de Rafael Nuñez, triunfante en la contienda, desata toda una serie de medidas represivas contra el liberalismo. La guerra perjudica los negocios y don Pedro A. debe moverse por esta época con cautela. Decide abrir tolda aparte y desligarse de los Samper pero para no herir susceptibilidades ni pasar por desagradecido resuelve poner tierra de por medio como disculpa. Lo anima, además, la convicción de que tras la guerra el clima político del país no es conveniente para los negocios. La guerra del 75 había obligado a don Silvestre Samper a liquidar su almacén y don Pedro A. se había quedado sin puesto. No va él a quebrar con la nueva guerra y sus consecuencias, como le sucediera ya una vez a su patrón. Se instala con su familia en Panamá. Pero algunos quebrantos de salud y problemas comerciales lo hacen regresar a Honda. Sólo que ahora puede trabajar por su cuenta y riesgo y no como dependiente de los Samper. Tiene 33 años, experiencia en los negocios y tres mil libras esterlinas. Se dedicará casi por entero a la exportación de café y toma una casa en el centro de Honda y unas bodegas en la acera de enfrente. Su creciente fortuna se consolidará en los años siguientes.

Atormenta a don Pedro la singular alineación de los dientes de su hijo, proyectados hacia el exterior, y que bien pronto le valen el apodo de muelan por parte de sus compañeros de colegio. El niño, además, es travieso y gusta de largas correrías por las calles de Honda. En una de éstas se cae de un árbol al que se ha encaramado a coger frutas y pierde toda su dentición. La operación que debe practicársele le deforma el paladar y los nuevos dientes salen igualmente proyectados hacia afuera que los anteriores. Seguirá siendo el muelan para toda la vida.

Don Pedro A. aspira a educar a sus hijos en un buen ambiente y decide trasladarse a la capital del país para lograrlo. No abandonará, por supuesto, sus prósperos negocios de Honda pero en Bogotá podría disfrutar en compañía de los suyos de mejores comodidades y un mundo más amplio en todo sentido. A mediados de 1893 parte hacia Bogotá con su familia. De acuerdo con la costumbre de la época y en prevención al brusco cambio de clima, la familia se instala en Serrezuela donde alquila una casa en el marco de la plaza. En la misma acera viven dos aprestigiados militares conservadores: Rafael Reyes y Próspero Pinzón y un poco más allá la poetisa Agripina Montes del Valle. Don Pedro A. viaja con frecuencia a Honda y monta en Bogotá oficinas propias en la tercera calle Florián, donde igualmente instala su almacén. Poco después alquila una elegante casa en el barrio de Santa Clara, calle de las Águilas, entre carreras 7a. y 8a. y a ella se trasladan a principios de 1894. Alfonso López llega a la ciudad capital a los ocho años, en pleno vigor de una hegemonía conservadora que se cree destinada a perpetuarse en el poder por los siglos de los siglos. Es presidente de la República su futuro profesor de retórica, Miguel Antonio Caro. Y en septiembre de ese año muere en Cartagena Rafael Nuñez. El niño de ocho años que acaba de llegar a vivir en Bogotá será el artífice del fin de esa hegemonía y modificará sustancialmente la constitución del 86 creada en gran parte por Caro.

Poco después de su llegada a Bogotá don Pedro A. matricula a su hijo Alfonso en el colegio de los hermanos cristianos. «Alfonso López, externo, segundo elemental», reza la tarjeta escolar. Entra de una vez a segundo gracias a las lecciones que su padre le había impartido en Honda y Serrezuela. En el examen que se le practica se destacan su bella letra y su aptitud para las matemáticas y al finalizar el año es de los mejores si no el mejor de su clase. Don Pedro A., para quien los negocios siguen viento en popa, compra una casa de doce balcones en el mismo barrio de Santa Clara, en la calle 9a. Pero un golpe inesperado sobreviene a la familia: el 12 de diciembre, a los 28 años de edad y once de matrimonio, dejando tras ella numerosa prole, muere doña María del Rosario víctima de una enfermedad no grave que los médicos no supieron combatir. Alfonso López pierde así a su madre poco antes de cumplir los nueve años.

El 23 de enero de 1895 estalla una nueva guerra civil. El gobierno conservador sofoca en cuestión de meses la revuelta liberal y aumenta aún más sus medidas coercitivas contra el liberalismo, preparando así el terreno para la guerra de los mil días. El general vencedor de esta guerra es el antiguo vecino de Serrezuela, Rafael Reyes.

Cursa Alfonso López su tercer año de primaria con los hermanos cristianos cuando su padre lo retira del colegio para matricularlo en el que regenta don Aurelio Martín Cabrera. Don Pedro A., seguramente recordando sus años mozos de dependiente, paga muy bien a su hijo por trabajar durante las vacaciones en su almacén. De este modo se familiariza con toda clase de géneros, hace consignaciones y retiros, compra giros y realiza otras diligencias en el Banco de Colombia, situado frente al almacén. Don Pedro A. intenta por este sistema iniciarlo en el mundo de los negocios. Y del mismo modo que antes le pagaba por las tareas escolares que él mismo le imponía en Serrezuela, le paga ahora no sólo por su trabajo vacacional en el almacén sino también por las pruebas ciclísticas en que compite ya que de varios años atrás ha dado muestras de especial habilidad en la bicicleta. Si gana, le dará el doble del valor del premio. Y gana varias competencias, entre ellas la Doble a Usaquén corrida a principios de siglo. De este singular tratamiento paterno heredará Alfonso López su destreza para los negocios pero también su despilfarrador sentido del manejo del dinero.

El año 1897 Alfonso López pasa a estudiar en el Liceo Mercantil dentro de los planes de su padre por inculcarle una sólida formación comercial. Frecuenta por esta época los salones de billar, juego en el cual alcanzará gran habilidad. Es cliente habitual del Centro de la Juventud, local que administra el compositor Alberto Castilla a quien don Pedro notifica que pagará todos los vales de su hijo menos los que sean causados por consumo de licor o práctica de juegos de azar. Son estas dos prohibiciones perentorias que don Pedro ha impartido a su hijo. Una tercera pero no menos drástica son los toros, con seguridad por lo sucedido en Santa Marta al abuelo materno Polocho.

Tras la muerte de su madre los numerosos hijos de don Pedro Aquilino han sido cuidados por diferentes mujeres, entre ellas una hermana suya. Pero en sus frecuentes viajes a Honda don Pedro se ha comprometido en matrimonio con doña Isabel Smyth Pumarejo, prima hermana de María del Rosario e igualmente educada desde niña por doña Josefina Pumarejo de Mier. Contraen finalmente matrimonio y una nueva madre, la tía Chávela , llega a la vida de Alfonso López a los doce años de edad.

Durante la guerra de los mil días el Liceo Mercantil es clausurado y don Pedro A. decide que prosiga sus estudios en casa con profesores particulares. Al efecto contrata a Antonio José Cadavid como profesor de castellano, Juan Manuel Rudas lo será de filosofía, Ramón J. Cardona de geometría, José Miguel Rosales de inglés, don Lorenzo María Lleras de física, José Camacho Carrizosa de economía y Miguel Antonio Caro de retórica. Todos son duchos en hablar a su alumno más de política que de las materias a su cargo. Y así Alfonso López va formándose una idea concreta y amplia de los episodios de su época y de las menudencias de la política. Se torna beligerante y a los catorce años es detenido con un grupo de impresores clandestinos que burla la censura oficial imprimiendo un periódico liberal en un taller de zapatería. Alfonso López es dejado en libertad por imberbe pero don Pedro A., aterrorizado, ve en su hijo las tendencias funestas de su padre Ambrosio y decide enviarlo a Londres. Corre el mes de marzo de 1901 cuando Alfonso López Pumarejo inicia su viaje. Meses después don Pedro decide, ante la persistencia de la guerra, que «en Colombia es imposible vivir» y se embarca con su familia hacia Puerto Rico, de paso igualmente para Londres. Desde Londres Alfonso López escribe el 15 de marzo de ese mismo año, a pocos días de su llegada y dirigida a Nueva York, una carta al general Rafael Uribe Uribe dándole noticias de la guerra y ofreciéndose a suministrarle informes sobre la situación del país. Había cumplido el 30 de enero 15 años de edad.

La permanencia de López Pumarejo en Londres y luego en Nueva York no ofrece nada distinto a su perfeccionamiento del inglés, idioma que ya conocía relativamente al momento de su partida, y a la continuación de sus estudios mercantiles en el Brightonn College de Londres y en el Packard Scholl de Nueva York. Continúa igualmente, bajo la dirección de su progenitor, empapándose de los negocios familiares. Cerca de cuatro años duró su ausencia del país y en diciembre de 1905 lo encontramos de Nuevo en Bogotá, encargado de la casa de comercio de su padre. Es miembro habitual del Gun Club y, a juzgar por las cartas de su padre, un joven mundano y con tendencia al despilfarro. Desde Nueva York su padre lo reconviene en casi todas las cartas, lo aconseja e instruye en los negocios. López había partido del país sin terminar su bachillerato y nunca lo terminaría porque a partir de entonces se sumerge tanto en los negocios como en la vida mundana. En desarrollo de su actividad viaja por Ecuador (donde se enamora fugazmente), Costa Rica, vuelve a Londres para tratar sobre la acuñación de moneda para el gobierno colombiano, repetidas veces visita París y otras ciudades europeas, en Amberes adelanta un empréstito para Bogotá, en Hamburgo realiza gestiones con un importante banco, etc. Su vida da otro paso decisivo en 1911 cuando contrae matrimonio con doña María Michelsen Lombana y se radica con su esposa, por corto tiempo, en Medellín. De este matrimonio nacerían sus hijos Alfonso, Pedro, Fernando y «las dos Marías», como llamaba a sus hijas, ambas con el nombre de su madre.

Para entonces escribe ya artículos en la prensa nacional y en 1915 es elegido diputado por el Tolima y Representante a la Cámara. En el Congreso inicia ese mismo año una larga amistad con Laureano Gómez que años después se rompería por razones políticas. Este año adelanta un fogoso debate contra la United Fruit Company. Poco antes de terminar el año se retira de la firma comercial de su padre, al parecer por un altercado con un hermano aunque también se rumora que la causa es su participación activa en política y las repercusiones que ello tendría para los negocios. En enero de 1916 monta su propia oficina comercial y entre 1918yl920 dirige en forma brillante el Banco Mercantil Americano de Colombia, filial del Banco Mercantil de las Américas. Como lo anota Eduardo Zuleta Ángel, cuando el país esperaba con ansiedad la indemnización estadinense por el canal de Panamá, fijada en 25 millones de pesos pagaderos en cinco cuotas anuales, López trajo una suma igual en menos tiempo para fortalecer la precaria economía nacional.

A lo largo de todos estos años López no ha cesado un momento en atacar el colaboracionismo del partido liberal con el gobierno y en propugnar por su independencia para que pueda convertirse en alternativa de acceso al poder. Así lo señaló en su momento en numerosas oportunidades pero especialmente en las cartas que enviara al general Benjamín Herrera (1921) y a Nemesio Camacho (1928), reconocidos dirigentes liberales, así como en la conferencia que dictara en el teatro Municipal de Bogotá en 1928 y en la cual hizo un ataque a fondo de los gobiernos de la hegemonía conservadora y del que presidía entonces Miguel Abadía Méndez. De noviembre de 1929 data su famosa proposición ante la convención del liberalismo en el sentido de preparar al partido «para asumir en un futuro muy próximo la dirección de los destinos nacionales». Menos de un año después el liberalismo, con Alfonso López como director del partido, llegaría con Enrique Olaya Herrera a la presidencia de la República.

En los inicios del gobierno de Olaya Herrera se designó a Alfonso López como Ministro ante el gobierno de Gran Bretaña. En Londres representa igualmente al país en la Conferencia Económica Mundial de 1933. Pero lo vemos nuevamente en el país como Director Único del Partido Liberal ese mismo año, en plena guerra con el Perú, cuando decide viajar a Lima para buscar una solución al conflicto. Con tal decisión López se jugaba en paro su prestigio político pues ya era candidato y un fracaso podía hacer naufragar su probable triunfo. Las tropas peruanas del dictador Sánchez Cerro habían invadido Leticia en septiembre de 1932 y para la fecha del viaje de López ya se había librado la batalla de Güepi que describiera el entonces teniente de navio Juan Lozano y Lozano. Se había cumplido igualmente el asesinato de Sánchez Cerro a manos de una célula aprista y lo había remplazado en el poder el general Osear Benavides, exministro peruano en Londres. López lo había conocido en esa ciudad y entre los dos existía una cordial amistad. El viaje de López fue definitivo para la consecución de la paz.

Ese mismo año preside la delegación colombiana a la VII Conferencia Interamericana que se reunió en Montevideo. Allí asienta su fama de internacionalista continental al lograr que el tema de la liberación del comercio internacional no se ventilara en subcomisiones sino en sesiones plenarias y al hacer importantes planteamientos en torno a la colaboración económica entre las potencias y los países latinoamericanos. El 6 de noviembre de 1933, ante una entusiasta multitud que colmó la plaza de toros de Bogotá, López acepta la candidatura del partido liberal para el período 1934-1938. El conservatismo declaró la abstención electoral y López fue el único candidato salvo la presencia simbólica del indígena Eutiquio Timóte cuya candidatura fue lanzada por el partido comunista. Timóte obtuvo cuatro mil votos. Como presidente electo, López realizó una gira de cerca de 40 días por los Estados Unidos (Nueva York y Washington), México, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. El gobierno de Olaya Herrera había sido de «concentración nacional». Con su gobierno Alfonso López inicia lo que ha pasado a la historia como ía república liberal j dicta medidas que bajo el lema la revolución en marcha cambiarían la faz feudal del país y lo modernizarían sustancialmente.

Durante su primer gobierno Alfonso López Pumarejo, rodeado de colaboradores jóvenes que él definió como «audacias menores de cuarenta años», realizó las reformas constitucional, tributaria, universitaria, judicial, agraria, laboral y de relaciones exteriores. Se estableció en virtud de tales enmiendas la libertad de conciencia y de cultos, se reconoció la función social de la propiedad privada, se reguló la intervención estatal en la economía, se consagró el derecho de huelga salvo en los servicios públicos, la religión católica dejó de ser la oficial, se dictaron medidas sobre la inembargabilidad de los salarios, se adelantó una política tributaria que elevó los recaudos por concepto de impuesto sobre la renta de un 4.49 % en 1934 a un 21 % en 1938. Otras iniciativas aprobadas tienen que ver con el fortalecimiento de patrimonios familiares, con la creación de mecanismos para protección de la maternidad, con la construcción de casas y granjas para trabajadores y campesinos, con la firma de un tratado de comercio colombo-estadinense. Se dispuso el cambio general de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia para remplazarlos por juristas jóvenes que estuvieran al día en su oficio, se inició una tarea de reestructuración docente y se agrupó en un todo la entonces fragmentada Universidad Nacional para lo cual adquirió los terrenos en que se construiría la Ciudad Universitaria. Durante la guerra civil española su gobierno nunca reconoció a Franco la condición de beligerante. En desarrollo de estas medidas, especialmente de las relacionadas con la reforma del concordato y de la educación, López se enfrentó a una virulenta oposición del conservatismo y de la jerarquía católica. Así, en Ibagué, Santa Marta y Cali los respectivos obispos excomulgaron a los padres que matricularon a sus hijos en los colegios de San Simón, Liceo Celedón y el Liceo de la población vallecaucana de Sevilla por la educación laica que impartían. En el Liceo de Sevilla la medida se dictó también por ser mixto.

Finalizado su mandato es sucedido por Eduardo Santos. Alterna su actividad política con frecuentes viajes al exterior. El 18 de enero de 1941, al regresar de los Estados Unidos, aceptó ante una multitudinaria y delirante manifestación que se cumplió en la Plaza de Bolívar su candidatura para el cuatrienio 1942-1946. López se enfrentó en esta oportunidad a la candidatura conservadora de Carlos Arango Vélez, apoyada también por parte del liberalismo.

Este segundo gobierno de López contó con numerosas dificultades tanto económicas y políticas como privadas: la segunda guerra mundial y la crisis económica que a nivel nacional desencadenó, especialmente en lo tocante a las ventas en el exterior, la encarnizada oposición del conservatismo con Laureano Gómez a la cabeza y el débil apoyo de una considerable fracción del liberalismo. De otro lado, la preocupación y los cuidados por la salud de su esposa, aquejada de una enfermedad irreversible, todo lo cual determinó su renuncia a la presidencia y su retiro de ella.

Pese a todo, en su segundo mandato López sacó avante otra reforma constitucional en 1945. En su marco se determinó la disminución del número de debates para la aprobación de leyes, se concedió, aunque sin derecho a voto, la ciudadanía a la mujer, se prohibió el voto a los militares. En desarrollo de otras medidas cobraron vida las bolsas de valores y se crearon nuevas normas tributarias, se establecieron relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, se adhirió al acta de Chapultepec sobre solidaridad interamericana y se facilitó el ingreso del país a las Naciones Unidas.

Se ausentó varias veces del mando. La primera fue entre el 9 y el 19 de octubre de 1942 a raíz de un viaje de buena voluntad a Venezuela. En esa oportunidad fue remplazado por Carlos Lozano y Lozano. La segunda tuvo lugar entre el 19 de noviembre de 1943 y mayo de 1944 cuando debió viajar a Estados Unidos para que se le adelantara un tratamiento a su esposa y es remplazado por Darío Echandía.

El 10 de julio de 1944, poco después de su regreso, viaja a Pasto para presidir unas maniobras militares y allí se da un intento de golpe militar en desarrollo del cual López es apresado con su hijo Fernando cuando aún dormían -eran las cinco y media de la mañana- en el Hotel Niza de esa ciudad. El conato golpista fue dirigido por los coroneles Luis F. Agudelo y Diógenes Gil. La víspera se habían escuchado gritos de abajo al gobierno lanzados por soldados en estado de embriaguez. El coronel Gil ordenó trasladar a López y a su hijo a una finca en Consacá. Igualmente fueron apresados el ministro de trabajo, Adán Arriaga Andrade, y varios oficiales que viajaban con el presidente. Pero al conocerse la noticia en Bogotá el Designado Darío Echandía se hace reconocer de inmediato por las tropas y asume el mando con el respaldo de las fuerzas militares. El golpe fracasa y López regresa a Bogotá dos días después. Una de las especies que se le había hecho creer a la tropa participante en las maniobras era que el presidente López había vendido el departamento de Nariño a los Estados Unidos y se aprestaba a reclutar soldados de esa región para enviarlos a combatir contra el Japón.

Si bien el fallido golpe no tuvo consecuencias y 36 oficiales fueron detenidos - el coronel Gil pagó dos años de prisión en el Panóptico y en la Cárcel Modelo de Bogotá-, el hecho abrumó aún más al presidente López y lo reafirmó en su decisión de abandonar el mando que ya había hecho pública el 15 de mayo de ese año y que no le fue aceptada. El 19 y el 31 de julio de 1945 presenta dos nuevas renuncias, la última con carácter irrevocable y el 7 de agosto es remplazado por el Designado Alberto Lleras Camargo, quien gobernará durante el último año del cuatrienio.

Pero no deja de prestarle sus servicios al país. Entre septiembre de 1946yjunio de 1948 (fechas que comprenden la caída del liberalismo en el primer año y el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en el segundo) se desempeña como jefe de la delegación de Colombia ante las Naciones Unidas. Allí tomaría parte activa en la solución de asuntos tan espinosos como el conflicto entre India y Pakistán y la creación del Estado de Israel que implicaba la cuestión del asentamiento palestino.

Nada más difícil de imaginar que al clubman londinense y al bon vivant parisino convertido en hacendado. Pues bien, entre 1948 y 1956 buena parte de su tiempo lo ocupa en trabajos de hacendado en la finca Potosí, en los llanos orientales. A diferencia de su padre, que se desentendió de la herencia ganadera de su esposa en Valledupar, Alfonso López sí se convirtió en hacendado. A despecho del nombre de la hacienda, comprada al fiado, no obtendría gran provecho de sus transacciones ganaderas y sólo podría visitarla en los primeros años pues luego se vio obligado a hacerlo únicamente en aisladas oportunidades por la irrupción de las guerrillas y su lucha contra el ejército y la policía. López se entrevistó con los guerrilleros del llano para buscar la paz.

El 22 de enero de 1949 muere en Bogotá doña María Michelsen de López, tras 39 años de matrimonio y a la edad de 59 años.

En la tarde y la noche del 6 de septiembre de 1952 ocurren en Bogotá los incendios de los diarios El Tiempo y El Espectador, de la sede de la Dirección Nacional Liberal y de las residencias de Alfonso López y Carlos Lleras Restrepo. López vivía entonces en la calle 24 arriba de la carrera séptima, frente a la Biblioteca Nacional. Cinco agentes de policía habían sido asesinados en el municipio tolimense de Rovira y el entierro se realizó en Bogotá. Cumplido este acto grupos de exaltados se dirigieron a las sedes de los periódicos mencionados y del directorio político y les prendieron fuego. En la noche procedieron de igual forma con las residencias de López y Lleras Restrepo. A la casa de López la turba llegó a las siete y media de la noche. El expresidente la había abandonado poco antes a instancias de varios amigos. La multitud enardecida se dedicó al pillaje cuarto por cuarto, después regó gasolina e incendió la lujosa residencia. Como consecuencia de este acto que al parecer no fue reprimido por la fuerza pública en la forma que hubiera podido hacerlo, Alfonso López se asiló en México. Desde allí seguiría paso a paso el golpe militar contra el gobierno de Laureano Gómez por parte de Rojas Pinilla y luego iniciaría gestiones en diversas partes del mundo, entre ellas Bogotá, para derrocar a Rojas. Con su antiguo amigo Laureano Gómez y con Alberto Lleras Camargo sentaría las bases para la creación del Frente Nacional. Entre tanto, se casa por segunda vez en 1953, en Londres, con doña Olga Dávíla, dama de la sociedad de Santa Marta que había enviudado de don Leopoldo Kopp Castello.

1958, el año anterior a su muerte, lo encuentra en Washington haciendo parte de la misión económica que el presidente Lleras Camargo destacó en esa ciudad. También en Washington y en el mismo año preside el llamado Comité de los 21, los representantes de los países americanos que se reunieron para estudiar la Operación Americana, iniciativa propuesta por el presidente del Brasil, Juscelino Kubitschek, con miras a analizar el modo de cooperación del socio más poderoso, Estados Unidos, con los demás países americanos. A finales de ese año representa al país en la asamblea de las Naciones Unidas, en Nueva York.

La Universidad Nacional le otorga el grado de doctor Honoris Causa en 1959. En el discurso que entonces pronunció recuerda emocionado a su padre y sus días con él en Honda y habla del alegre atardecer de su vida para rememorar diversos aspectos de su función pública.

Muere en Londres de una afección al riñón el 20 de noviembre de 1959 cuando desempeñaba el cargo de embajador en Inglaterra. El gobierno británico le rindió honores de Jefe de Estado. Su cadáver fue trasladado a Bogotá donde una verdadera muchedumbre siguió al cortejo fúnebre que ese 30 de noviembre lo condujo al cementerio.



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