CLAUDIALLANO

 

Su encuentro con Matisse fue definitivo en su vida de artista. Cuando, en Nueva York, durante el invierno de 1992, asistió a una enorme retrospectiva del pintor fauvista francés, el mundo le cambió literalmente, de color. Se inundó de color y una vida que hasta entonces erraba por colores grises y asordados se iluminó de verdes, amarillos, rojos. El descubrimiento asombrado del color en Matisse le reveló a Claudia Llano su verdadero camino.

Al salir de la exposición, Claudia, trastornada, confusa, exasperada, se dijo: "¿cómo existiendo el color, la forma y el dibujo he empezado a encaminarme por la monocromía y la abstracción? ¿En qué estaba pensando? De ahí salió a un almacén de pinturas y me compré todos los colores que había". Tras más de diez años había llegado a ese momento crucial para todo artista, cuando se cuestiona sobre lo realizado, en este caso a través de una iluminación, y decide romper con lo anterior para recrear su obra recreándose él mismo.

María Claudia Llano Torres, que tal es su nombre completo, nació en Ibagué en 1955. A los cuatro años la familia se traslada a Bogotá pero los lazos con la provincia natal son férreos y casi todos los fines de semana regresaba a la casa de los abuelos. Cursa su primaria en el colegio Santa Francisca Romana, en Bogotá y se graduó de bachiller en el colegio La Candelaria, también de Bogotá. Desde niña la pintura era su obsesión: recuerda de entonces, como su mejor regalo, una caja de témperas. A un tío que estudiaba arquitectura le robaba los colores, los lápices, los borradores, para garabatear sus dibujos. Tal obsesión encuentra su salida natural cuando, mientras cursaba cuarto de bachillerato, ingresa, estimulada por su padre, Nestor LLano, ya fallecido, al taller de David Manzur.

Entre 1974 y 1977 estudia diseño gráfico en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y este último año viaja a España para matricularse en la academia de dibujo Arjona, en Madrid. En 1980 la encontramos de nuevo en Bogotá en el taller de escultura Alicia Tafur y en 1982 en el taller de dibujo de la Universidad de Los Andes. En 1986 regresa a España y esta vez entra a estudiar todo el proceso de fundición a la cera perdida en el taller de los hermanos Codina.

El famoso taller de los hermanos Codina, en Madrid, fue creado hacia 1800 y su tarea se ha perpetuado desde los bisabuelos a los abuelos, nietos, hijos. Fue el encargado de fundir la réplica de la famosa Cibeles, de Madrid, que existe en Ciudad de México. Claudia trabaja a la sombra de esa tutelar experiencia y aunque no ganaba una peseta dice que allí aprendió mucho. Pero el país la llama y regresa a Bogotá para participar en un taller de escultura en la Universidad Nacional.

Hasta entonces había tenido como maestros, en Colombia, a David Manzur, Alfredo Guerrero, Carlos Rojas, Cecilia Delgado, "Una excelente maestra", dice, Antonio Grass, Eduardo Serrano y los consejos amistosos de su coterráneo, Jorge Elías Triana quien, según recuerda Claudia, se interesaba mucho por su obra. Corridos los años el maestro Triana dará a conocer declaraciones muy favorables sobre el trabajo de su amiga.

Participa en su primera exposición colectiva en 1976, en la Tadeo Lozano, cuando cursaba allí diseño gráfico. Las muestras compartidas se suceden vertiginosamente: en 1980 Galería el Charco, Cali; en 1984 la Cámara de Comercio de Bogotá 1985, galería Skandia, Bogotá 1986, galería Doroteo, Bogotá y el Banco Ganadero en Cartagena; 1987, Biblioteca Soledad Rengifo, Ibagué 1988, galería Carrión Vivar, Bogotá de nuevo el Banco Ganadero de Cartagena y la Feria del Arte en Bogotá en 1989 el Instituto de Cultura de Ibagué la Cámara de Comercio y la Feria del Arte, en Bogotá 1991, galería World Trade Center y el Instituto Municipal de Cultura en Ibagué finalmente, la Association Culturelle Tambora, en París, 1992, y la galería Chica Morales en Cartagena, en 1994.

Su primera exposición individual se fecha en 1981, en la Biblioteca Luis Ángel Arango, de Bogotá. A esta se siguen, entre 1982 y 1996, las muestras realizadas en la Galería 26, la Cámara de Comercio, la Asociación Cultural Ricardo Gómez Campuzano, la Galerie d'Art, la Iriarte y El Nogal, en Bogotá la galería El Charco, de Cali, y la Biblioteca Soledad Rengifo, de Ibagué para un total de diez exposiciones individuales. Y es aquí a través de este peregrinaje, como Claudia Llano va inicialmente formando su mundo de mujeres tristes, de interiores oscuros con "colores profundos, como nebulosos, trabajaba básicamente con dos colores, con ocre y grises", un poco influenciada, según reconoce, por Vermeer, hasta su encuentro con Matisse en Nueva York, primero, y luego, en 1995, con la pintura mexicana, incluyendo la muralística, todo un estallido de color que "casi me vuelvo loca, porque eso influyó muchísimo en mi pintura actual, porque el asunto del color en los mexicanos es tan hermoso que me dejó enloquecida".

Durante sus años de estudio viajó prácticamente por toda Europa, está casada desde hace veinte años y tiene un hijo de 19, Alejandro Perry, que vive en Chicago.

El crítico Rubiano Caballero escribe: "Luego de realizar unos cuadros predominantemente asordados, Claudia hace ahora unas pinturas muy coloridas en las que es evidente su gusto por las composiciones cromáticas más diversas y osadas. Cada tela reúne muy variados colores de tal manera que el conjunto de la muestra es inusitadamente gayo (...) La artista sólo pinta interiores, espacios sencillos habitados por enseres comunes. Estos objetos la acompañan en el estudio o en la casa, pero también son inventados como formas especiales para las composiciones o vienen del recuerdo. El tema es receptáculo adecuado del contenido primordial de su pintura: la presentación de un mundo ordenado y tranquilo que está íntimamente relacionado con la personalidad positiva de Claudia, así como el entorno apacible y silencioso que la rodea".

Cuando, en 1994, en Cartagena, realizó en compañía de Clara María Saldarriaga la muestra Dos mujeres, dos caminos, una nota crítica señaló que en sus obras "la luz es la protagonista" y añadió "La luz entrando por una ventana. La leve luz que alimenta las puertas y los muros" y cuando efectuó en la misma ciudad, su exhibición en el Banco Ganadero se destacó la fuerza vital de su trabajo donde "el manejo de la luz y el color impactan por su limpieza y transparencia".

Acrílicos, bodegones, esculturas, todo el universo pictórico de Claudia Llano es una invitación a la fiesta. Ella se parece un poco a su obra: modestos interiores apesadumbrados que de repente se inundan de color y explotan en destellantes tonalidades. Cuando, en el transcurso de la charla que dio origen a esta nota se le preguntó cómo ubicaba su pintura, se limitó a contestar que "dentro de la escuela figurativa. No más. Me falta muchísimo para lograr abstraer mucho más mi trabajo aunque no sé realmente si ello me interese o no". Y cuando, al terminar de hablar con ella, tras confesar que ama los objetos de su obra, los bodegones, las frutas, las flores, pues le encantan las labores domésticas, se comentó si ese universo apacible es también el de ella o, por el contrario, responde al quehacer de una neurótica, dijo: No, yo soy adorable.


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