SANDRA LIS

Todo comenzó con Tus lindos ojos. Es una mujer que nació para la música. Desde el momento en que aparece en un escenario, causa impacto por su belleza morena, su cabello negro y liso y un brillo en los ojos que heredó de sus ancestros.

Ella respira profundo, hace las últimas pruebas de sonido, retoca las cuerdas de su guitarra y empieza su concierto. Su voz, capaz de ser suave o fuerte, dulce o acariciante, romántica y a veces tierna, según el sentido de cada frase de la canción, inunda el escenario y cubre el silencio de quienes la escuchan.

Al final el aplauso es la recompensa de años de estudio, disciplina, dedicación y un talento natural que ella ha moldeado con la presencia y dirección de su padre, el compositor Luis Alfonso Lis Lizcano. Sandra sonríe, hace una venia y se retira a esperar el nuevo llamado del público, en su mayoría compuesto por gente joven que en muchas ocasiones escuchan por primera vez los temas de compositores como Pedro J. Ramos o José A Morales.

A sus diecinueve años Sandra Lis ha conquistado el primer lugar en los principales festivales de música colombiana en el país.

En 1984, ocupó el primer puesto del Festival del Bunde Gonzalo Sánchez en Espinal; lo mismo ocurrió en 1985 en el Festival de la Sabana en Bogotá, también en 1988 y 1989 en el Festival Folclórico de Música Colombiana en Funza, en 1991 en Villa de las Palmas en Purificación, en 1992 y 1993 en el Concurso Pedro J. Ramos en Ibagué, en 1994 en el Festival del Pasillo en Aguadas (Caldas) y en el Festival del Bambuco Luis Carlos González en Pereira, en 1995 en el Encuentro Nacional del Pasillo Colombiano en Zipaquirá y el primer puesto en la modalidad de solista vocal en el Festival Mono Núñez en Ginebra, Valle, uno de los certámenes más importantes de la música andina colombiana.

Para Sandra los festivales son una escuela, pues en ellos se aprende de los errores ajenos y propios. Es una gran observadora desde cuando correteaba por los salones de la academia musical de su padre y con curiosidad escuchaba tras las puertas las notas musicales. Hasta que un día, cuando tenía cerca de tres años, la hija de “el profesor”, como le decían a su padre en el Espinal, decidió interrumpir la clase de una tarde calurosa para cantar. Bajo la mirada sorprendida de los alumnos de la Academia Lis, la niña interpretó con una afinación casi perfecta y a medias palabras una canción de Gonzalo Sánchez llamada Tus lindos ojos. Desde ese momento, inició una carrera intensa por alcanzar la perfección. A los siete años empezó a recibir clases de guitarra en la academia de su padre, luego ingresó al Conservatorio musical de la ciudad de Ibagué donde estudió cuatro años de violoncello y finalmente ingresó al departamento de música de la Universidad Nacional para recibir clases de guitarra y canto.

Ella piensa que la voz necesita trabajo y que la parte académica es fundamental para desarrollar el talento. Siempre ha tenido claro que lo suyo es la música y por ello ha sacrificado las diversiones de alguien de su edad, convirtiéndose en una persona solitaria y sensible. Lo que más recuerda con cariño de su niñez son las tertulias musicales en las que se quedaba horas y horas escuchando las historias de los amigos de su padre, cantando pasillos y bambucos, las canciones del Dueto de Antaño y de Obdulio y Julián.

Es tal vez esta formación la que le ha permitido interpretar la música colombiana con maestría, aunque sus profesores insisten en que su voz es polifacética y puede pasar fácilmente de la música colombiana, al jazz, al bolero o la música tropical.

En compañía de su esposo, un joven tiplista del trío Nueva Colombia, ha incursionado en el campo de la Nueva expresión, pero en sus conciertos siempre incluye temas de la música colombiana tradicional.

Cuando termina un concierto, esta espinaluna, que lleva en su sangre los ritmos autóctonos, sabe que el camino apenas comienza y que tiene que practicar tardes enteras para no perder lo que ha logrado. Pues con la música ha tenido la oportunidad de conocer gente, de ser reconocida y sobre todo de expresar lo que siente.

Sandra no cambia la sensación de ser escuchada por miles de personas en un escenario por nada del mundo. Esa sensación que tuvo por primera vez a los siete años es única y es lo que la hace pensar que cualquier esfuerzo, por grande que sea, vale la pena.