MONOGRAFÍA DEL LIBANO

 

1. Información general

El municipio del L íbano, se localiza al norte del Departamento del Tolima, su cabecera está situada sobre los 4° 55´ de latitud norte y los 75° 04´de longitud al oeste de Greenwich.

 

1.1 Límites del municipio:

Norte: con los municipios de Villahermosa y Armero

Occidente: con el municipio de Murillo

Oriente: con los municipios de Lérida y Santa Isabel.

Sur: con el municipio de Santa Isabel.

Extensión total: 299.44 Km2

Extensión área urbana: 3.28 Km2

Extensión área rural: 296.16 Km2

Altitud (metros sobre el nivel del mar): 1.565

Temperatura media: 20 Centígrados

Distancia de referencia: 120 Kilómetros a Ibagué

 

1.2 Sistema Ambiental:

El sistema ambiental del municipio está dado por los siguientes elementos:


Áreas de Reserva Ambiental

Al interior del municipio se tienen dos variables como espacios de reserva; el primero está orientado a establecer como tales aquellas zonas rurales que por su ubicación, vulnerabilidad y características naturales, socioculturales y estratégicas están llamadas a perpetuarse como áreas de protección de cuencas y microcuencas para garantizarle a la población actual y futura caudales suficientes y oportunos para la supervivencia humana; así como las de interés patrimonial incluidas dentro de los relictos boscosos donde deberá minimizarse la acción antrópica si de verdad se desea construir un escenario más agradable y con esperanzas de vida futura.

Dentro de este grupo se encuentran los predios adquiridos por CORTOLIMA, COMITECAFE, las Juntas Administradoras de Acueductos Veredales del municipio que protegen fuentes y nacimientos hídricos para garantizar un manejo ambiental y proteccionista adecuado al que se les viene brindando en aras a garantizar flujos y calidad permanentes. Así mismo dentro de este espacio se deben incluir aquellos relictos boscosos localizados hacia el sector occidental del municipio y otros que se encuentra dispersos en la geografía municipal y que fueron identificados dentro de la etapa de Caracterización de la Flora Municipal y que a continuación se relacionan:

La Tigrera – El Agrado: bosque cordillerano intervenido, con un área de 1.7 kms², en donde existen 19 familias vegetales representadas por 28 especies; ubicado entre 1.800 y 2.000 m.s.n.m.

Alto El Indio: es un bosque denominado pie de monte cordillerano intervenido, con un área de 3.67 Kms², en donde se reportaron 96 especies vegetales dentro de 23 familias; localizado entre 2.500 y 2.650 m.s.n.m.

La Gregorita: bosque intervenido sobre colinas, ubicado entre 1.800 y 1.950 m.s.n.m., con reporte de 7 familias y 18 especies vegetales; con una cabida de 0.48 Kms².

Alto El Toro: bosque intervenido sobre cordillera, localizado entre 1.800 y 1.900 m.s.n.m., en donde se reportaron 16 especies que corresponden a 13 familias. Ocupa un espacio de 0.67 Kms².

Chontales: bosque intervenido sobre cordillera, con un área de 0.86 kms², localizado entre 2.1050 y 2.350 m.s.n.m., presenta 44 especies vegetales agrupadas en 14 familias.

Hoyo Frío: bosque intervenido sobre Colinas, localizado entre 1.800 y 1.900 m.s.n.m., con un área de 0.9 kms², con reporte de 12 familias y 38 especies vegetales.

Nápoles – La Picota: bosque Andino sin Intervención sobre Cordillera (parte más alta), Subandino Intervenido sobre Cordillera (parte más baja), ubicado entre 2.000 y 2.700 m.s.n.m., con 2.41 Kms², reporta 21 familias y 58 especies vegetales.

Mal Paso – El Pencil: bosque Intervenido sobre Colinas, localizado a 1.000 m.s.n.m., con un área de 0.77 Kms², reporta 11 familias con 27 especies.

La Frisolera: bosque Intervenido sobre Colinas, ubicado entre 1.800 y 2.000 m.s.n.m., ocupa un área de 0.52 Kms², reportó 18 familias y 25 especies.

El Taburete: bosque Intervenido sobre Colinas accesibles, localizado entre 1.000 y 1.200 m.s.n.m., bajo un área de 0.26 kms², reportando 5 familias y 11 especies.

Monte Tauro: bosque Subandino Intervenido sobre Cordillera, localizado a 2.000 m.s.n.m., con un área de 0.31 Kms² y reporta la existencia de 8 familias y 14 especies vegetales. Espacio de vital importancia para la vida y el ambiente del casco urbano, el cual deberá ser recuperado, restaurado y declarado como patrimonio municipal dadas sus connotaciones ambientalistas (flora y fauna).

Además de los anteriores espacios se tienen otros de suma importancia ambiental los siguientes: Los Anteojos, la finca Alegrías y Santa Librada, así como las rondas de los cuerpos de agua. Igualmente, harán parte de estas áreas todos aquellos predios que la Administración municipal adquiera en cumplimiento a la ley 99 de 1.993, artículo 111.

El anterior inventario incluye la totalidad del espacio público rural del municipio y todos están articulados mediante senderos, caminos reales o vías de penetración predial, terciarias o secundarias con los centros poblados rurales y el casco urbano.

El segundo está orientado a delimitar aquellas zonas urbanas tanto de la cabecera municipal como de los centros poblados rurales que por la fragilidad misma están destinadas agrológicamente por la capacidad de uso a mejorar paisajísticamente el entorno urbano, actuar como pequeños pulmones y en donde los asentamientos humanos no tienen posibilidad de desarrollarse. Es el caso de las viviendas localizadas en las riberas de las quebradas y en suelos de alta pendiente los cuales una vez reubicados deberán destinarse a acciones de protección y conservación.

 

Parque ecológico y Jardín Botánico

El Parque Ecológico localizado en el sector occidental de la cabecera urbana, frente a las instalaciones del Instituto del Isidro Parra con un área de 0.08 kms²., el cual será adecuado para la prestación de servicios recreativos y educativos a la población del municipio. Así mismo el Jardín Botánico, ubicado en inmediaciones del Internado Manuel Mejía llamado a constituirse en un banco germoplásmico y cultural para el establecimiento de las especies más representativas y en vías de extinción en el municipio y en el dpto. La zona ocupada por el Jardín Botánico será sometida a tratamientos de mitigación, adecuación y recuperación por el carácter mismo de los suelos que le ha inducido factores de riesgo o vulnerabilidad y no podrá construirse vivienda alguna.

Recursos naturales y de paisaje

El Líbano fisiográficamente cuenta con una diversidad de paisajes y de recursos naturales los que se describen en el documento Caracterización física, socioeconómica y ambiental, base en la formulación del P.B.O.T. ; sin embargo, es importante mencionar algunos paisajes que definen las características fisiográficas y edafológicas del municipio así: climáticamente se enmarca dentro de unidades frías, medias y cálidas con paisajes que fluctúan desde aplanamientos alomados en algunos sectores de tierras frías y medias; crestas ramificadas en tierras frías medias y cálidas, Vallecitos menores en la región de San Fernando y tierras en cañones sobre los ríos Lagunilla, Recio y las quebradas San Juan y La Honda, lo cual le determina una diversidad de mosaicos, fruto de las mismas y de la acción del hombre.

Cuencas hidrográficas

El municipio del Líbano los definen geográficamente dos (2) cuencas la del río Lagunilla, sobre la que drena la del río Bledo y la del río Recio, siendo esta última la más importante desde la óptica de la cobertura, del recorrido (cruza el municipio de occidente hacia el suroriente como un eje central) y sobre la cual se encuentran los principales centros poblados rurales.

Zonas de alto riesgo

Se consideran como zonas de amenazas en el municipio los siguientes espacios:

El barrio Primero de Mayo por socavación de la corriente de agua sobre la curva externa del talud de la quebrada San Juan.

El matadero Municipal por socavación de la quebrada Santa Rosa sobre la curva interna del talud.

Los barrios Coloyita, Santa Rosa, San José, Primero de Mayo, Las Ferias, el sitio conocido como la Luz del Sol, Las Brisas, San Vicente, el Pesebre, Paulo Sexto y Las Acacias los cuales presentan amenazas por deslizamientos y desplomes en algunos sectores, fenómenos que se presentan generalmente en épocas de lluvias por estar asociados a cortes viales y el vertimiento de aguas residuales sobre los taludes y la práctica de manera antitécnica del terraceo. Situación ésta que también se origina por la inadecuada disposición de basuras que localizadas sobre los taludes en períodos lluviosos contribuyen a acelerar los procesos de deslizamientos.

En la vereda Los Naranjos se presentan deslizamientos por la deforestación a que ha sido sometida la zona montañosa y la inestabilidad de los suelos.

Sobre la vía que conduce a Villahermosa se presentan desprendimientos y desplomes en algunos tramos por los cortes verticales del talud y el manejo inadecuado de aguas de escorrentía que ocasionan erosión y taponamientos de la vía; fenómeno éste que se presenta igualmente sobre el carreteable que conduce al Monte Tauro; fenómenos que pueden ser controlados mediante la construcción de cunetas revestidas en concreto con vertederos a cauces naturales, controlando el ingreso de agua desde la corona del talud mediante arborización y arborización forestal.

Sobre el carreteable que de Santa Teresa conduce a Colón se presentan fenómenos de remoción en masa y erosión originados por el inadecuado uso de los suelos y el nulo control de las aguas de escorrentía en la corona de los taludes y la tala a que han sido sometidas.

 

2. Reseña Histórica

Las tribus Panches, Pant ágoras, Marquetones y Bledos parecen haber sido los primeros pobladores de esta región. Conformaban una Sociedad Jerárquica señorial dirigida por un Jefe, eran tribus, de las más temidas por los Muiscas.

Últimamente se han emprendido investigaciones de carácter arqueológico en el territorio del Líbano para ahondar en el origen de los primeros pobladores del municipio. No obstante estas nuevas perspectivas, lo que se encuentra en los numerosos documentos es que los naturales de este territorio aparecen como el pueblo Panche, perteneciente a la gran familia lingüística Caribe o Karib.

Juzga Paul Rivet que existe en el territorio Panche una toponimia dominante, caracterizada por un final: ima –ema-, ma-me, como puede observarse en los siguientes nombres: Duitama, Tocaima, Anapoima, Galandaima, Ambalema, lo mismo que puede observarse en los nombres de caciques como Yoldama, Pompoma, Antanema, como lo explica en su artículo de La influencia Karib en Colombia de la Revista del instituto Etnológico de Bogotá..

En síntesis, el grupo Panche vivía en la zona comprendida entre el río Guarinó y el Negro, al norte, hasta Fusagasugá y el Coello al sur. Ocupaban parte de la región oriental y occidental de los departamentos del Tolima y Cundinamarca, respectivamente, y colindaban con los Pantágoras y Calimas al norte, los muiscas al oriente y los Pijaos al este y sur, como lo explica Antonio Villegas en su libro Aproximación a la Historia del Líbano Tolima.1|

Una de las primeras descripciones del tipo de los Panches, aunque muy general, es la que nos hace Simón Pérez de Torres en 1586: “Tienen la cabeza muy chata de la frente, que lo hacen así de propósito; en naciendo les ponen tablas en la frente y otra en el cerebro, y hasta que tienen dos años no se las quitan; asi quedan feos y espantosos; no traen más que una manta ceñida por la cintura, así hombres como mujeres, y los cabellos largos”1.

Generalmente iban semidesnudos, pues solo usaban un ligero cubresexo. Se adornaban con collares y cintos, algunos de dientes humanos y huesos de animales. En la cabeza llevaban vistosas coronas y plumas y todo el cuerpo lo pintaban con achiote.

“Sus viviendas estaban localizadas en lo alto de las lomas, en los puntos de más fácil defensa, pese a que por su condición guerrera cambiaban de residencia constantemente. Así, sus casas eran simples bohíos con techo de paja, de construcción improvistas.”2.

Peleaban con flechas envenenadas, hondas, cerbatanas y piedras. Para defenderse de estos mortales dardos, los españoles idearon usar en los combates sayos acolchonados de manta, forrados por dentro con algodón en rama. La misma protección ponían a los caballos y perros que llevaban en sus conquistas. Las macanas las manejaban con gran destreza, a lo que contribuía no solo la fortaleza de sus cuerpos. Estas circunstancias hacían de los Panches la tribu más temida por los muiscas, “quienes al presentir su proximidad, empalidecían, les temblaban las piernas y las palabras se anudaban en sus gargantas, ante el pavor de ser devorados por estos crueles enemigos”.3

La posición territorial de la nación Panche se hallaba, en una buena parte, al norte de la sección política y administrativa de lo que hoy día forma el departamento del Tolima, margen occidental del río de la Magdalena y se extendía al oriente del mismo río en las tierras cálidas del departamento de Cundinamarca. Con el Huila, estos tres departamentos fueron tierra de otras naciones, algunas de procedencia Caribe, hogar de Coyaimas, Natagaimas, Andaquíes, Timanes, Tamas, Yalcones, Paeces, Dujos, Manipos, Babadujos, Yaporoges, Cundayes, Pijaos y Pantágoras. Se ha establecido con algo de exactitud, teniendo en cuenta que las zonas limítrofes fluctuaban por diversos motivos y que el dato aquí expuesto es para crear una idea somera sobre los linderos o el alcance territorial del país Panche, que por el norte llegaba hasta los ríos Guarinó y Gualí colindando con sus hermanos de origen e idioma, los Pantágoras o Palenques. Hacia el occidente habitaron parte de la cordillera central, según el profesor Edgar Torres fundador y director del también tristemente desaparecido Instituto Carlos Roberto Darwin en la tragedia del 13 de noviembre de 1985 en Armero. Se trata de los pueblos que hoy conocemos como Fresno, Falan, Palocabildo, Líbano y Anzoátegui que eran zona limítrofe con otros países. El profesor Torres advierte que en la zona limítrofe hacia el oeste y sudoeste existen grandes dudas, especialmente en el caso de Ibagué, ya que algunos autores afirman que esta ciudad se encuentra en territorio Panche y otros aseguran que es Pijao. La respuesta a este dilema, sin embargo, se debe a que Ibagué en principio fue fundada en el sitio que hoy se encuentra Cajamarca, terrenos que sin duda alguna pertenecían a la nación de los Pijaos, pero meses después la ciudad de Ibagué fue trasladada al sitio que hoy ocupa, a la meseta, que según la mayoría de cronistas la adjudican como territorio Panche. Dominaron y habitaron las tierras actualmente ocupadas por los pueblos de Rovira, Valles de San Juan y San Luís, Guamo y Espinal.4

2.1 La conquista

Hernán Pérez de Quesada fue quien primero emprendió la conquista de la belicosa tribu acompañado de numerosos guerreros muiscas, quienes querían vengarse de las frecuentes ofensas de los Panches. Juan de Céspedes y San Martín se internaron en este territorio después de descubierta la Sabana de Bogotá. Posteriormente, el mismo Gonzalo Jiménez de Quesada comandó otra entrada para atender a la solicitud que en tal sentido le hiciera al jefe muisca Zaquezazipa. En 1543 Hernán Vergas Carrillo recorrió la zona en busca de minas de oro y un año después organizó otra expedición con fines punitivos, que dio como resultado la pacificación de varios grupos y la fundación de Tocaima en tierras del cacique Guacaná.

Conquistadores y colonizadores sometieron y diezmaron rápidamente a la población aborigen, ocuparon sus tierras y crearon nuevos núcleos de población, lo cual tenía como fin la explotación de metales preciosos (oro y plata); posteriormente colonizaron las tierras próximas para agricultura y ganadería. De esta colonización surgieron poblaciones como Ibagué en 1550, Mariquita en 1551 y San Bartolomé de las Palmas, hoy Honda, en 1560.

Hacia mediados del siglo XIX, se presentó un nuevo movimiento colonizador y conquistador de aventureros antioqueños del sur, hacia la vertiente selvática, en busca de tierras, baldíos y minas sin dueño, con el fin de ser adquiridos por títulos del esfuerzo e incorporados a la economía nacional. Es así como una caravana colonizadora de Antioqueños, encabezada por Isidro Parra, encontró bajando hacia el noroeste, un valle sembrado de corpulentos cedros y robles con unos pocos bohíos construidos desde 1850, en virtud del Decreto del 23 de abril de 1849, y que llevaba el nombre del Líbano.

Se inició la organización y el trazado simétrico de su área urbana, configurándose como Aldea hacia 1886. A partir de este momento y hasta 1900 el Líbano se desarrolló como una Aldea importante, luchando contra la selva, abriendo caminos de herradura hacia todas las direcciones, colocándose al final de este periodo en la categoría de provincia que incluía los actuales municipios de Villahermosa, Casabianca, Fresno, Herveo y Santa Isabel, con aproximadamente 1500 a 2000 habitantes.

El desarrollo socio económico de la región, fue orientado por sus fundadores hacia la explotación de un importante potencia minera y al cultivo del café, el que ha llegado a ser el elemento característico y principal de la economía, sociedad y cultura Libanense.

El proceso de la colonización antioqueña es clave para entender la historia del Líbano como lo dice el escritor e historiador Eduardo Santa en el Manual de Historia del Tolima:

 

2.2 La génesis de una aventura colectiva

Las migraciones colonizadoras que tuvieron su génesis y su aliento en la vieja Antioquia, constituyen la más grande aventura realizada en nuestro suelo durante el siglo XIX. Esos grupos antioqueños, constituidos todos por gentes resueltas, emprendedoras y valientes hasta el propio heroísmo, continuaron la empresa de los conquistadores españoles, quizás con mayor fortuna que éstos. Y a ese tenaz esfuerzo por construir la patria se debe la existencia de más de cien poblaciones grandes y pequeñas que, en conjunto, constituyen un fuerte núcleo estrechamente unido por un común denominador antropogeográfico. Sociológicamente esas poblaciones, nuevas todas, hijas del siglo XIX, forman un conglomerado social étnicamente homogéneo y triplemente unido por la sangre, por la tradición y las costumbres.

Tales grupos migratorios que tienen una serie de causas tan variadas como complejas, entre las que se cuentan el espíritu aventurero, propio de los antioqueños, estimulado por la pobreza del suelo nativo, por el crecimiento desmedido de las familias, por el afán de hacer riqueza y, particularmente, por la búsqueda de tesoros indígenas o “guaquearías”, y también por el fenómeno del “contagio social” que moviliza grandes masas en algunas empresas históricas, como sucedió en las Cruzadas, en la Conquista de América y en la colonización de Texas y California, constituyen, sin lugar a duda, la única gran revolución efectiva en el campo social y económico de la República. Fue un movimiento gigantesco por la numerosidad de las gentes que en él intervinieron, por las penalidades y actos de heroísmo que tuvieron lugar durante su desarrollo y, sobre todo, por sus proyecciones en el campo de la economía. De un momento a otro se despierta en ellas la fiebre colonizadora; tropillas de hombres idealistas y tenaces se internan en la selva, trepan a las cordilleras, vadean ríos torrentosos, inundan los caminos y las brechas y van dejando sobre ellos la huella de sus pies desnudos, con el afán de fundar pueblos, de levantar torres, aserríos, granjas, construir caminos, tarabitas y puentes, es decir, hacer un país nuevo, diferente al que nos habían dejado los españoles de lanza, de escudo, de armadura y de gorguera. Y así lo hicieron. A golpes de hacha fueron saliendo buriladas por el esfuerzo, las poblaciones más prósperas de la república. Sonsón, Concordia, Turbo, Santa Rosa de Cabal, Victoria, Murindó, Abejorral, Aguadas, Pácora, Salamina, Neira, Manizales, fundadas entre 1797 y 1850; Villamaría, Chinchiná, Palestina, Segovia, Nuevo Salento, Pereira, Finlandia, Armenia, Circasia, Montenegro, Valparaíso, Támesis, Andes, Bolívar, Jericó, Jardín, Apía, Santuario, Riosucio, Quinchía, Mocatán, Pueblo Rico, Manzanares, Marulanda, Pensilvania, Líbano, Villahermosa, Herveo, Santa Isabel, Anzoátegui, Casabianca y Fresno, fundadas entre 1850 y 1900; Cajamarca. Roncesvalles, Calarcá, Sevilla, Balboa, Versalles, Trujillo, Darién, Restrepo, El Cairo, La María, Betania, El Águila, El Porvenir, La Tebaida, etc., durante la primera mitad del Siglo Veinte. Y como esas podía citar multitud de ciudades, aldeas y villorrios, dejados sobre la complicada geografía andina como imborrable huella de la pujanza de una estirpe sin par.

La gran empresa de las migraciones antioqueñas parece tener principio con la fundación de Sonsón hacia 1797; se va extendiendo paulatinamente hasta tomar posesión de los que hoy son los Departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda; parece que cobra singular impulso por las conquistas de las tierras del Quindío, tan ubérrimas y feraces, en donde hay otros estímulos fundamentales, como el oro de los sepulcros indígenas codiciosamente violados con un afán desmedido, la abundancia del caucho que entusiasmó transitoriamente a los hombres de empresa, y la facilidad para incrementar la cría de cerdos por los extensos cultivos de maíz y bore, a más de lo apta que resultó la topografía ondulada, montañosa y enigmática, para evadir el reclutamiento durante las continuas guerras civiles del siglo pasado. Secreto escondite, país olvidado, apto para sustraerse a la crueldad y a la violencia de nuestras amargas guerras civiles del Siglo XIX o para huir de la persecución política aplicada al vencido después de terminada la contienda. Un considerable número de colonos traspasa la Cordillera Central penetrando al Departamento del Tolima y más tarde, siguiendo la misma cordillera, pasaron al Valle y luego al Cauca, dejando la fresca simiente de nuevas aldeas, nuevas fondas y villorrios que con el tiempo irán creciendo hasta hacerse mayores. La sangre colonizadora no se ha detenido. Pasa de una generación a otra, a manera de antorcha olímpica en un pueblo de atletas. El afán de seguir luchando contra la selva virgen se trasmite inexorable de padres a hijos, a manera de culto familiar. Y esa gota de sangre trashumante y bravía sigue abriendo brecha y hoy mismo continúa haciendo claros en las selvas del Chocó, del Darién, del Caquetá y de otros territorios nacionales.

Nada importó la topografía arisca, el viento helado de los páramos, la cordillera quebrada en caprichosos abanicos, los cañones profundos, las serranías y los canjilones y, antes bien, el brazo musculado del colonizador antioqueño se deleitó fundando nuevos centros urbanos y establecimientos agrícolas en lo más escarpado de las cordilleras. Manizales es un ejemplo fehaciente de este agresivo impulso por demostrarle al país que esa nueva estirpe colonizadora era capaz de construir una ciudad en el filo de la cima, sobre la propia cresta andina, a más de dos mil metros sobre el nivel del mar. Contra lo que era de esperarse, esa ciudad creció y aunque la adversidad trató de borrarla en varias ocasiones reduciéndola a cenizas o derribando sus casas en movimientos sísmicos, el tenaz pueblo antioqueño volvió a construirla en ese mismo sitio, como un desafío a las propias fuerzas de la naturaleza. Con el correr del tiempo, y a medida que la aldea se iba convirtiendo en ciudad, hubo que tumbar grandes barrancas, llenar hoyos profundos, desecar pantanos, en fin, jugar con el terreno como juegan los niños con la ciudad que construyen en la arena.

Los colonizadores antioqueños tenían una forma peculiar de fundar sus ciudades. Iban con ese objetivo entre ceja y ceja, como si una fiebre, locura o delirio los impulsara a ello, a manera de nuevos Quijotes en busca de su ideal. El distinguido pensador colombiano Luis López de Mesa, en una deliciosa página, nos dice sobre el particular lo siguiente: “Fue un éxodo afortunado, que va siendo núcleo de futuras leyendas. Dicen que en alguna ocasión un viajero vio, en medio de aquella entonces montaña inextricable, un grupo de labriegos que iban recorriendo al son acompasado de una esquila el contorno de un ‘desmonte’. “¿Qué hacen ustedes así?” inquirió, curioso. “Estamos fundando un pueblo”, le respondieron ingenuamente, con sencillez que el transeúnte halló irónica. Años más tarde, cuenta el narrador, al regresar por aquella cordillera, vio ser verdad el poblado prometido, haberse trocado en plaza amena el bosque derribado, en campana más sonora y grande la esquila de la iniciación”. Y continúa a renglón seguido el distinguido sociólogo: “Cuántas de esas que hoy nos parecen enhiestas ciudades, ayer no más las bautizó a golpes de hacha algún labriego de La Ceja, de Rionegro, o de El Retiro, de Marinilla o de Sonsón, hallando para muchas, nombres de grata eufonía. De la más encumbrada hoy tenemos todavía testimonio personal de sus comienzos, tan eglógicos que recuerdan a Virgilio, menos el empinado estilo y la fantasía artificiosa. Aún se cuenta que en noches de luna los zarpadores de aquel monte se sentaban sobre troncos de árboles recién cortados en lo que ya tenía nombre de plaza dentro de su ambiciosa imaginación, a formar “cabildo” y a darle normas civiles a la futura ciudad. Y como quiera que a veces se acalorasen en sus “sabias” deliberaciones, ello fue que de común providencia acordaron presentarse a las sesiones sin hachas ni cuchillos de monte”.

La colonización española y la antioqueña difieren un poco en su forma y en su sentido. Los conquistadores españoles buscaron la altiplanicie como asiento para sus fundaciones; estaban movidos por la codicia del oro indígena y por el afán de hacer súbditos para catequizar y explotar; en sus construcciones utilizaron por lo general la piedra y el adobe. El antioqueño, en cambio, se adueñó de las vertientes, buscando siempre la montaña virgen que podía brindarle en abundancia maderas de buena calidad y prodigalidad de aguas; sus construcciones frecuentes fueron esencialmente de madera y de guadua; poco le interesó sojuzgar a nadie, ni imponer tributos, y si buscó el oro lo hizo arrancándolo de la montaña, como los propios indígenas, cavando los cementerios de tribus desaparecidas. Además, el colonizador antioqueño tenía un mejor sentido de la estética urbana y una rara intuición para sentar su planta en los centros claves del movimiento comercial del mundo que él mismo estaba fabricando.

¿Cuál era la razón para que el conquistador español buscara la altiplanicie y el antioqueño la vertiente? Don José María Samper en su magistral “Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas colombianas” nos dice muy acertadamente que “los conquistadores se apoderaron con suma facilidad de los imperios de los aztecas, de los chibchas, y los quichuas, donde reinaba ya la civilización, y no tuvieron que luchar con grande energía sino en los valles ardientes, donde las tribus bárbaras, no teniendo más hábitos que los de la guerra, se defendieron con desesperación… En las costas y en los valles profundos, lucha terrible y mortal con tribus belicosas, indomables, desnudas, sin vida civil ni formas determinadas de organización, viviendo a la aventura y eternamente nómadas; tribus sin belleza, sin nobleza, profundamente miserables en la plenitud de su libertad salvaje. Pero al trepar resueltamente a las altiplanicies de Méjico, de los Andes venezolanos, de Sogamoso, Bogotá y Popayán en los Andes Granadinos, de Quito, el Cuzco, etc., la situación cambia enteramente”. Y luego agrega en forma certera: “Allí la dulzura del clima favorece a los conquistadores tanto como la riqueza y el cultivo; donde quiera encuentran vastas ciudades y pueblos y caseríos innumerables que les sirven de asilo contra la intemperie; ejércitos de 40, 80 o 100.000 indígenas sucumben, casi sin combatir, ante algunos centenares de conquistadores temerarios; las poblaciones, en vez de la astucia, la malicia rebelde y la inflexible resistencia de las tribus nómadas, se distinguen por la sencillez candorosa, la ciega confianza, el sentido hospitalario, el amor a la paz, los hábitos de la vida sedentaria, la dulzura y la resignación. Los conquistadores no combaten allí en realidad. Toda victoria es una carnicería de corderos, porque el indio de las altiplanicies no se defiende, sino que se rinde, dobla la rodilla, suplica, llora y se resigna a la esclavitud”.

Esa es la razón fundamental para que el conquistador español gustadora de la altiplanicie para sus fundaciones. Del altiplano bajó al valle a aprovechar el río anchuroso como medio de locomoción y durante la colonia se operó la colonización de las hoyas del Magdalena, del Cauca y de otros ríos importantes. La vertiente no tenía significación económica hasta mediados del siglo XIX, y menos cuando eran el tabaco, el añil y la quina la base de las exportaciones y de la economía nacional. Los baldíos, por lo general, eran vertientes, selvas inhóspitas en donde los Andes hacen nudos de curiosa geometría, plagados de alimañas y de fieras salvajes. Por Capitulaciones Reales y posteriormente por Leyes de la naciente República se habían adjudicado las codiciadas tierras del altiplano y los valles de los ríos. Por eso los colonizadores antioqueños durante el siglo XIX se lanzan en su movimiento que reviste las características formales de una nueva cruzada a la conquista y colonización de la vertiente selvática para hacerla suya e incorporarla a la economía nacional. Siembran en ella, a más del plátano, otros productos como la caña, el maíz, el fríjol y la yuca; y más tarde, la semilla del café que será la base de una nueva economía. Muy pronto los cafetales se multiplicarán y desplazarán en importancia el cultivo del tabaco, la quina y el añil. Nace una nueva república. La república del café. El antioqueño obtiene la adjudicación de lo que ya ha hecho suyo por los títulos del esfuerzo y del trabajo y va plasmando con su propia sangre esa nueva nación que se extiende como un cordón por la Cordillera Central, desde Urabá hasta Caicedonia. Salvo en muy contados casos el colonizador tiene que pleitear con poseedores de títulos o Cédulas Reales, como sucedió a los fundadores de Manizales con la firma de González, Salazar y Cía., que representaba los intereses de la Capitulación Real de los Aranzazu; o como aconteció a don Heraclio Uribe y demás fundadores de Armenia, Calarcá, Sevilla y otras poblaciones en relación con la Capitulación de Burila.

 

2.3 Los colonizadores penetran al Tolima

Como antes lo expresamos, la colonización fue un fenómeno colectivo que se inició a finales de la Colonia española, bajo la inspiración del oidor y visitador español Juan Antonio Mon y Velarde quien, alarmado por la pobreza de los habitantes de Antioquia, buena parte de los cuales estaban dedicados al ocio, resuelve poner en marcha la empresa de talar selvas inhóspitas para fundar en ellas nuevos pueblos y, sobre todo, para convertirlas en tierras aptas para la agricultura, como medio para fomentar el empleo, darle ocupación a tanta gente marginada de la actividad económica y a la vez alejarla del ocio, la improductividad y los vicios, creando nuevas fuentes de riqueza y de prosperidad para los antioqueños y para el país entero. Su idea, puesta en práctica de inmediato, con la fundación de la población de Sonsón, arrancó con tanto éxito que el entusiasmo de las familias paupérrimas que vivían en esa región del sur de Antioquia, se convirtió en el motor que puso en marcha una de las empresas de mayor envergadura en la historia social de nuestro país, considerándose con toda razón como una auténtica revolución económica de grandes dimensiones.

Esa marcha extraordinaria de todo un pueblo, durante más de un siglo, la narra en forma admirable el escritor Manuel Pombo, quien logró transitar la misma ruta de los colonizadores, siguiendo sus huellas todavía frescas, en 1852. Su relato constituye uno de los testimonios más interesantes y patéticos de lo que era viajar por el largo y escabroso camino. Está publicado en su libro “De Medellín a Bogotá”, del cual se han hecho varias ediciones. Esa ruta la inicia en la ciudad primeramente anotada, y tarda en hacerla más de un mes. Pombo inicia su odisea con estas palabras: “A las ocho de la mañana (del 3 de febrero de 1852) emprendí marcha de Medellín a Bogotá, por la vía que de Manizales conduce a Lérida, en la provincia de Mariquita. Bien sabía que me esperaban aventuras y sinsabores en tan largo y fragoso camino, pero práctico como soy en los peores de nuestro país, los de Guanacas, Quindío, Moras, Hojas, Remolino, Chagres, etc., ¿qué podrá cogerme de nuevo en el que trasmonta la cordillera por los Nevados de Herveo y Ruiz?”. El itinerario seguido es muy variado, y nuestro ilustre escritor va consignando, paso a paso, todo lo que sorprende con entusiasmo y admiración su vista y su inteligencia, las características del terreno, la turbulencia de los ríos, la exuberancia de la naturaleza, la variedad de sus frutos y de sus paisajes naturales, la configuración de los poblados y aldeas, la laboriosidad de sus gentes, la calidad de sus comidas, la reciedumbre de su carácter, a la vez que va contando anécdotas y leyendas de las regiones; pero también deja valiosa constancia de los grandes peligros que corren todos los que integran esa tropilla de gentes que van con él, desafiando una topografía tan insólita y desconocida, donde los abismos, las torrenteras, los desfiladeros, los pantanos, los ríos sin puentes ni tarabitas, las corrientes desbordadas, los matorrales y bosques inextricables, al igual que las fieras salvajes, las serpientes, los zancudos y toda clase de alimañas venenosas constituían un peligro a cada paso que se daba. Las lluvias, las tormentas y tempestades con frecuencia detenían el paso de la caravana pero, a pesar de todo, seguían avanzando en la temeraria empresa. Van poco a poco, dejando atrás algunas poblaciones recientemente fundadas, como los caseríos de la Ceja del Tambo, Abejorral, Sonsón, Salamina, Aguadas, Pácora, Neira, para llegar después de muchas penalidades y por un camino que era un mar de lodo y un cruce de ríos torrentosos, a la recién fundada población de Manizales. Antes de llegar a esta localidad, por los lados de Salamina, Pombo y sus acompañantes se encontraron de repente con los integrantes de la famosa Comisión Corográfica, que por aquellos andurriales continuaban su heroica empresa, al mando del coronel Agustín Codazzi, luchando sin tregua contra los obstáculos que les presentaba esa naturaleza salvaje bajo las inclemencias de un invierno riguroso. Allí vio, el insigne escritor y viajero, la reciedumbre de esos científicos y dibujantes bregando con las mulas y los bueyes, sorteando los pantanos y los abismos, con todo su precioso bagaje de telescopios, barómetros, teodolitos y demás implementos, que ellos protegían con tanto celo como a sus propias vidas, y sus acuarelas y cuadernos, en los cuales iban registrando sus admirables hallazgos científicos y sus observaciones geográficas, de donde fueron brotando, en admirable síntesis de esfuerzos y penalidades, los mapas, dibujos y descripciones de todas esas regiones, con sus ríos, montañas, alturas y demás detalles, trabajo científico que, junto con la Expedición Botánica de Mutis, constituye uno de los más importantes realizados en nuestro país y quizás en nuestro continente americano.

La llegada de Pombo a Manizales, en cuyas calles, recién trazadas, todavía se veían los troncos y raíces de los árboles derribados, constituyó un descanso transitorio, pues al cabo de muy pocos días, continuará rumbo a las tierras del Tolima, en una ascensión a la Mesa de Herveo, mucho más penosa que todo lo que habían sufrido hasta el momento. De Manizales anota en su relato que dicha población cuenta con tres mil vecinos y que “es apenas un peldaño en la mole andina, que en la dirección oriental (es decir hacia el Tolima) sube hasta cinco mil quinientos noventa metros en el perfil nevado de la Mesa de Herveo, por cuyo límite interior y en una trayectoria que no será mayor de veinte leguas desde Manizales, se baja para los llanos ardientes de Mariquita.

Es, pues, en ese momento en que don Manuel Pombo, junto con los arrieros y su caporal, inicia la travesía de la cordillera Central de los Andes, para penetrar al antiguo Estado Soberano del Tolima. Deja a un lado su caballo, porque de allí en adelante tendrá que transportarse a lomo de buey, puesto que además de ser estos animales muy seguros, aunque lentos “son un tantico jetiduros, pero no se caen con uno”, al decir del caporal. La ascensión al Nevado del Ruiz es en extremo pesada. La inician el 23 de febrero del citado año con trece bueyes, tres perros, un muchacho guía y el caporal. No deja de haber en su relato observaciones que, en medio de la expectativa y el asombro que producen en el lector las descripciones de los peligros inminentes, hacen aflorar una leve sonrisa, como cuando al referirse a la ascensión al Nevado, expresa: “Había en la trocha pedazos impracticables aún para los bueyes, y en ellos teníamos que echar pie a tierra, ya para pasar como maromeros por el corte de un desfiladero, ya para defender mejor la persona en lóbregos callejones. Y cosa rara y hasta inexplicable, en el barro gredoso en que yo me hundía hasta las rodillas, los arrieros caminaban con la seguridad y el desembarazo con que lo hicieran en la sala de su casa; en donde ellos, pesados y corpulentos, dejaban impresa apenas la huella de sus grandes pies, ponía yo los míos y se iban al fondo como si cargaran un elefante. Con mis imprecaciones de impaciencia y cólera, Daniel, Dionisio y Meregildo (los ayudantes de la expedición), acudían riendo a auxiliarme, sin lo cual en muchas ocasiones me hubiera sido imposible moverme, pegado, como quedaba, a la manera de las moscas en la miel. Y las piernas se me desgarraban, y me estacaba los pies, y sudaba de fatiga y de congoja”.

La narración del insigne escritor, convertido en explorador y pionero de la histórica aventura, continúa con toda suerte de calamidades. Ya traspasando las barreras naturales de la cordillera, entre la vieja Antioquia y el Tolima, anota lo siguiente: “Cuando fue necesario salir de la inacción a que nos reducía el frío glacial de la mañana y determinamos seguir camino, todo lo hallamos cubierto de un manto de escarcha, la lona de las tiendas, los árboles del bosque, la fangosa superficie de la tierra. El agua congelada en los charcos semejaba espejos, y la que se había cristalizado en los extremos de los barrancos y de las ramas, pendía en forma de largas agujas transparentes. Respirábamos niebla helada, sentíamos los miembros ateridos, y patrones, arrieros y bestias, tiritábamos todos”. Y continúa don Manuel su maravilloso relato: “Por algún tiempo seguimos batallando entre los atolladeros de la trocha, hasta que llegamos al término en que la vegetación se reduce a esparto, iraca y frailejón. Estábamos a cuatro mil metros de altura, y se abrió ante nosotros una inmensa explanada cubierta de pajonal azotado por el ímpetu del viento. A la derecha, sobre arenales áridos y retostados, que el huracán agita en remolinos, se alzan pardos y bruscos peñones, y sobre ellos se dilata la Mesa de blancura refulgente de Herveo, de cuyo límite exterior se desprenden, a manera de derrumbamientos de la nieve, caprichosas prolongaciones en forma de raíces o garras con que el monstruo de hielo se adhiere al peñón que lo soporta”.

A poco de esta peripecia, don Manuel y sus acompañantes penetran por fin a las tierras del Tolima. El paisaje cambia por completo, aún visto desde las altas cumbres. Él mismo lo registra con su pluma maestra: “Cuando ocupamos este punto, la escena cambió rápidamente: la niebla se disipó arrebatada por el viento, rasgáronse las nubes y el cielo, diáfano y azul, nos descubrió un horizonte inmenso, iluminado por los torrentes de luz de un sol de fuego que reverberaba en el hielo bruñido de la Mesa y teñía con los vivos colores del iris los deformes ramales de los neveros. Al occidente y al norte dominábamos la serie escalonada de las montañas de Antioquia, al oriente el descenso hacia los valles del Magdalena, y al sur erguían sus cabezas resplandecientes el Ruiz, Santa Isabel y Tolima. Día de inolvidable belleza, del que gozábamos escalando en cielo como las águilas”.

Ya estamos, pues, penetrando a las tierras del antiguo Estado Soberano del Tolima. Hemos dejado atrás, en esta interesante narración de don Manuel Pombo, los nevados que integran la Mesa de Herveo. Con el paso del tiempo, esas grandes moles de nieve se han venido reduciendo, quizás por el calentamiento de la tierra. El Nevado del Ruiz, a consecuencia de su última erupción, que a su vez desencadenó la avalancha de magma y barro que sepultó la bella y próspera población de Armero, el 13 de noviembre de 1985, con un saldo de más de veinte mil muertos, quedó reducido quizás a una tercera parte de lo que pudo haber sido en la época en que Pombo escribe su relato.

Sigue el narrador describiendo su viaje, que fue el mismo que hicieron por la misma época los primeros colonizadores antioqueños que penetraron a tierras del Norte del Tolima, a fundar pueblos y a cultivar grandes extensiones de tierras fértiles, hasta esos momentos inexploradas. Primero con las semillas del trigo, de la papa y de la arveja, principalmente, en las zonas más altas; y del fríjol, la caña de azúcar y el maíz, en las tierras medias. A las bajas no llegó la colonización, por cuanto sus pioneros buscaban las tierras de temperatura media, más aptas para sembrar los productos mencionados. El café se sembrará por esos mismos colonizadores, un poco más tarde, desde 1870, según datos que poseemos, y tal como lo hemos demostrado en otros de nuestros trabajos de carácter histórico. Lo llevó al Líbano su fundador, el general Isidro Parra, quien a su vez lo obtuvo en los cultivos de Sasaima y Viotá en Cundinamarca, para plantarlo en sus haciendas de La Moka y Mesopotamia, en el Tolima. De aquí, trasmontando el mismo nevado del Ruiz, pasó al viejo departamento de Caldas y, concretamente, al llamado “eje cafetero”.

El camino o trocha seguido por los colonizadores del Norte del Tolima, estaba recién abierto cuando lo transitó Pombo. El escritor andariego nos dice, con la autoridad que le confiere ser contemporáneo de aquellos, en estos párrafos: “Fue don Elías González quien decidió en 1847 abrir esta vía de comunicación entre Manizales y Mariquita, para lo cual comisionó a los señores Joaquín Arango y Fernando Henao. Venía con ellos, entre otros, un señor Nieto, quien no siendo suficientemente fuerte para resistir a la chapola que aquí les cayó, fue llevado por sus compañeros a la cueva (que lleva su nombre), en donde murió. Más adelante veremos otra que se llama cueva del Toro, por uno de esos soberbios animales que dentro de ella fusilaron los mismos exploradores”.

La ruta seguida por don Manuel Pombo fue exactamente la que habían tomado los primeros colonizadores antioqueños, dos años antes que él. Esos pioneros, a quienes el país les debe esta hazaña que se tradujo en el aprovechamiento agrícola, ganadero y minero de grandes extensiones de terreno y la fundación consiguiente de varias poblaciones que sirvieron de eje a la misma, fueron las primeras familias pobladoras de esos vastos territorios, como los Echeverri, Arangos, Parras, Boteros, Cevallos, Santas, Cifuentes, Dávilas, Agudelos, Morales, Alarcones, Jaramillos, Alzates, Pinedas, Mirandas, Ospinas, Gavirias, Flórez, Díaz, Villegas, Ramírez, Aguirres, Riveras, Ramos, Cárdenas, Cardonas, Vegas y tantos otros que registran las crónicas de la época a la que nos estamos refiriendo. Son familias directamente vinculadas a la fundación de las nueve poblaciones que, a manera de ejes conectados entre sí, constituyen una red socioeconómica y sociocultural con las mismas características étnicas, religiosas, económicas y lingüísticas, aunque con el paso de los años y los sucesivos intercambios migratorios, ya no se encuentran tan puras ni tan bien caracterizadas como pudieron serlo hasta mediados del siglo XX, cuando la primera violencia política del siglo que acaba de expirar, fomentó el desplazamiento de grandes zonas de población, a otras regiones del país, y la llegada a ellas de gran número de inmigrantes que lograron adquirir a bajos precios las propiedades urbanas y rurales que aquellos tuvieron que abandonar para poner a salvo sus vidas. Esas nueve poblaciones que constituyen el “eje paisa” en el Tolima son: Líbano, Villahermosa, Santa Isabel, Herveo, Casabianca, Fresno, Anzoátegui, Santa Teresa y, en menor grado, la población de Murillo que, a pesar de haber sido fundada por antioqueños, ha recibido la influencia de inmigraciones de boyacenses y cundinamarqueses, principalmente, durante todo el siglo veinte.

Queda, pues, en claro, que tales colonizadores antioqueños penetraron al Tolima, por el mismo camino transitado por don Manuel Pombo. Dicho camino, según el mismo autor, fue construido en 1847 siguiendo instrucciones de don Elías González, quien un poco más tarde fue asesinado cerca de río Guacaica, en jurisdicción de Manizales, por algunos colonos que estaban en pleito con el controvertido terrateniente.

Esa colonización, que tan abundantes muestras de progreso le ha brindado al Tolima, y que se realizó en una región privilegiada por su economía y su cultura, se hizo trasmontando la Mesa de Herveo y, particularmente, el nevado del Ruiz. La primera población fundada por esos colonizadores, tal como ya se ha dicho, fue el Líbano. (Murillo no existía entonces, pues fue fundado hacia 1872). Líbano fue también la primera población que encontró don Manuel Pombo, al penetrar a nuestro departamento del Tolima. Y en verdad que le causó asombro y que motivó en el viajero una hermosa página, donde además de su admiración, profetiza su gran futuro. Dice Pombo, en la ya tantas veces citada obra. “Al fin, después de otras horas de marcha, divisamos el caserío de El Líbano, y nos regocijamos como los navegantes que columbran la tierra. Pero, en fin, llegamos al caserío de El Líbano, agasajados por un hermoso sol de la tarde, respirando el aire más benigno y recogiendo los ruidos confusos de la vida social; las voces que alternan, el hacha que corta, el perro que ladra, el toro que muge. Algunas familias antioqueñas, vigorosas y diligentes, forman éste núcleo de lo que con el tiempo será gran poblado, y están allí como avanzada de sus compatriotas, talando monte, limpiando el terreno virgen y estableciendo sementeras y labranzas. Todas estas faldas de la cordillera, sanas y feraces, serán colonia antioqueña, y esa hermosa raza vendrá a mejorar la desmedrada de esta parte de Mariquita... Nos alojamos en una limpia y espaciosa casa, en donde se trabaja por todos, en todas partes y de todos modos: en mesas y bancas para despresar marranos; en la piedra y el pilón para moler cacao y maíz; en la hornilla y el horno para cocer arepas y pan, y en una tienda bien abastecida de artículos alimenticios, para atender el consumo de sus locuaces y numerosos parroquianos. La casa de gentes hacendosas es un espectáculo agradable, una colmena en la que cada cual se agita llenando su oficio, risueño, decidor, alegre, con la satisfacción en el rostro y la esperanza en el alma. Animación, vida, progreso hay en ella, disfrutan de bienestar sus habitantes, y el trabajo les despeja los problemas del porvenir”.

El Líbano se convierte, desde entonces, en el eje principal de la colonización antioqueña en el Tolima. De allí partirán, años más tarde, nuevos expedicionarios, pequeños grupos de colonizadores, dispuestos a continuar la tarea de sus antecesores, tomando posesión de nuevas tierras baldías, o comprándolas a antiguos poseedores que las tenían ociosas o improductivas, fundando pueblos y establecimientos agrícolas, construyendo caminos y fondas, en fin, tomando nuevos rumbos hacia el norte y hacia el sur de la cordillera, y sobre todo sembrando la semilla de su esfuerzo con proles numerosas y cultivos que garantizaran no solo la supervivencia sino el porvenir de sus familias.

Desde esa época ya lejana, de los primeros colonizadores antioqueños y del viaje que hizo don Manuel Pombo, siguiendo las huellas de estos, los caminos y las trochas que se fueron abriendo empezaron a ser transitadas permanentemente por recuas de mulas y de bueyes cargados con los productos agrícolas, procedentes de los nueve poblados del “eje colonizador” en el Norte del Tolima y de sus campos aledaños, con destino a las poblaciones de Honda, Mariquita, Guayabal, Ambalema, Lérida, Venadillo, etc. Así pues, los millares de bultos de papa, arveja, trigo, maíz, fríjol, cebolla, repollos, y toda clase de frutas y verduras de tierras altas y medias, que ayer se transportaron en las mencionadas recuas de animales de carga, hoy siguen inundando los mercados de esas poblaciones, ahora rápidamente transportados en toda clase de camiones, con el mismo destino, incluyendo otras ciudades importantes que se benefician de dicha producción agrícola, tales como Ibagué, Bogotá, Cali y varias localidades intermedias. Además de estos productos vegetales en su estado natural, hay otros derivados o que requieren de la transformación manufacturera, como la panela, el arequipe, los quesos y cuajadas, que también hacen el mismo recorrido en forma permanente, fortaleciendo la economía de la zona colonizada por los pioneros antioqueños en nuestro departamento del Tolima. En cuanto al café, que nos llegó de Cundinamarca, gracias a la actividad del general Isidro Parra, y que pasó del Líbano al “eje cafetero”, hacia 1870, trasmontando la cordillera por el nevado del Ruiz, al igual que los pioneros, es fácil detectar su importancia, si tenemos en cuenta que el Tolima es uno de los primeros productores de café en Colombia, y que buena parte procede de los ya legendarios cafetales del Líbano.

Eso fue, y eso representa actualmente, en apretada síntesis, el gigantesco movimiento colonizador de los antioqueños, que se fue extendiendo como una mancha de aceite sobre la geografía nacional, hasta llegar a constituir una red socioeconómica y cultural, con perfiles muy definidos y profundas raíces, que la identifican como un conglomerado vigoroso y pujante, siempre alerta a continuar los caminos del progreso y la prosperidad.

En enero de 1866 por Ordenanza de la Asamblea Legislativa del Estado Soberano del Tolima, reunida en Natagaima, se erige legalmente en aldea al Líbano. Tan pronto como sale esta ordenanza, Isidro Parra y los pobladores se dirigen al Congreso de la República y obtienen la expedición de la Ley 2 de ese año por la cual la nación cede a los pobladores de la aldea una extensión de diez y seis mil hectáreas. La distribución se reglamenta el 11 de abril de 1866 por el presidente de los Estados Unidos de Colombia, doctor José María Rojas Garrido y ante su incumplimiento, el nuevo presidente don Santiago Pérez y su secretario de hacienda y fomento Aquileo Parra, expiden el decreto número 184 de mayo 15 de 1874 por medio del cual se reglamenta de nuevo la adjudicación de lotes y solares, en la aldea del Líbano, levantando un plano topográfico de él, el que se dividirá en 499 lotes de 31 hectáreas, 9,200 metros cuadrados y otro de 50 hectáreas para el área de la población.

 

El café

Son los fundadores de L íbano los que inician el cultivo del café. Y es en el norte del Tolima donde se produjo la apropiación de tierras montañosas por parte de los campesinos de la colonización antioqueña, produciéndose el cultivo en pequeñas propiedades. Justamente esta característica, hace que el cultivo del café se desarrollara de una manera bastante diferente a la del tabaco, en donde la preeminencia de terrateniente rentista y tradicional llevaría a la quiebra.

En los años veinte y treinta, El Líbano era un centro cafetero lo suficientemente próspero como para atraer la inversión directa de extranjeros, particularmente alemanes y norteamericanos que vincularon sus capitales a la producción, beneficio y comercialización del café. Además de ser hacendados y comerciantes, los extranjeros poseían numerosas trilladoras: en 1935, de las 42 trilladoras que había en el Tolima, 9 estaba en manos de extranjeros y de las siete del Líbano, 2 eran controladas por alemanes.

El mayor símbolo de su prosperidad fue la avanzada tecnología importadora con que se realizaba el proceso del café hasta dejarlo apto para su colocación en el mercado mundial. Y aunque hasta el segundo quinquenio de la década del treinta el municipio permaneció geográficamente aislado del resto del país, la carretera que lo comunicó con Armero y otros centros comerciales y manufactureros dieron un nuevo aire. Sin embargo, la ausencia de esta vía carreteable, permitió el impulso de las comunicaciones telegráficas y telefónicas.

El Líbano no era sólo un importante centro cafetero sino que tenía, entonces, una industria manufacturera complementaria de la economía exportadora. Ya para 1921 se anunciaba la fabricación, en la fundición Líbano, de la Trilladora Ferreira que “con dos caballos de fuerza da un despacho de 250 libras de café trillado por hora”.

Es en la década del veinte cuando se presenta el movimiento político social denominado por el historiador Gonzalo Sánchez como “los bolcheviques del Líbano”, en donde se iniciaron las primeras grandes huelgas de la historia del país.

El movimiento, de tipo insurreccional tenía conexiones en todo el país pero tuvo su desarrollo en el Líbano. Sus promotores fueron Pedro Narváez, zapatero, Bernardo Villalobos, carpintero, Waldino González y Jesús Talero, sastres, Eduardo Reyes y Gerardo Arango, carniceros y Faustino Arango, comerciante.

El asalto al Líbano fue realizado el 29 de julio de 1929. Sin embargo, las autoridades retomaron el control y en La Pradera derrotaron a los revolucionarios con la consecuente represión y persecución de los implicados. La administración de Olaya Herrera concedió amnistía a los prisioneros políticos protagonistas de la rebelión.

 

La década de los treinta

Al iniciarse la d écada el Líbano entra en un proceso de desindustrialización debido a la competencia de los vigorosos centros urbanos del país. La apertura de la carretera sólo beneficio a los comerciantes del café, pues el aislamiento como factor de desarrollo local no funcionó más.

Pasada la cosecha, El Líbano no contaba, sin embargo, como otras regiones del país, con una alternativa halagüeña para la masa rural de cosecheros. Estos estuvieron allí más fuertemente atados al ciclo corriente de producción cafetera: trashumancia en periodos de cosecha, altos salarios y luego subempleo a bajos jornales.

Con la caída del café en los mercados internacionales y la de la bolsa de Nueva York, las condiciones económicas del Líbano también cayeron, pero al final de la década se muestra un vuelco total en las condiciones económicas de las explotaciones cafeteras tolimenses.

En 1938, la población total del Líbano era de 36.470 personas, de ellas el 79% pertenecía a la zona rural y el 21% a la urbana con más de veinte mil personas dentro de la población económicamente activa.

Entre los años de 1941 a 1948 se advierte un claro avance de los medianos y grandes cafetales que son más de 511 en 1941, pasando a 796 en 1942.

 

La violencia

El Líbano aparece como el epicentro de la violencia en el Norte del Tolima. Dados los antecedentes políticos del municipio, luego de la muerte de Gaitán se instaló una junta provisional por parte de los sublevados. El órden se restableció diez días más tarde; las fuerzas armadas gubernamentales quedaron bajo la dirección del mayor general Gustavo Sierra Ochoa. En la Junta Revolucionaria estaban Leonidas Escobar, Alejandro Agudelo, Luís Eduardo Gómez, destacados participantes del movimiento del 29, Evelio González, Tista Echeverry, Antonio Reyes Umaña, Guillermo Lucena y Polo Oviedo. El jefe militar Alejandro Agudelo, capitán de compañía, llegó a tener 700 hombres armados en sus filas.

El nivel de los conflictos paralizó en muchas ocasiones la economía del municipio. Los enfrentamientos se intensificaron durante los años de 1952 y 1953 con alto número de muertos y desplazados; situación que sólo cambiaría con el gobierno de Rojas Pinilla.

A mediados de 1955 en una fiesta en Delicias, Lérida, se presentó William A. Aranguren (Desquite) dando origen a una masacre. Después apareció el grupo de Sangrenegra con actitudes de bandolerismo y Pedro Brincos, en una etapa de bandolerismo que siguió hasta cuando desaparecen por la acción gubernamental en la década de los sesenta.

Los efectos inmediatos de la violencia han sido descritos en el estudio de Roberto Pineda en donde se destaca el deterioro económico, el desplazamiento, el hacinamiento de las gentes sin techo, las ventas forzadas de inmuebles, el robo de ganados y la quema de casas.

Fue tal el impacto que entre 1951 y 1959, según el censo, la población sólo aumentó en 20 personas.

Para 1964 la violencia en el Tolima había llegado a su fin dejando un saldo de 36 mil muertos y 54 mil propiedades agrícolas perdidas, además de una tercera parte de la población desplazada.

 

La reactivación y el progreso

La carretera que conduc ía al Líbano a finales del decenio de 1970 ya era pavimentada y mejorada en sus sistemas de drenaje. Los derrumbes habían sido controlados y los fabulosos precios del café fino libanense impulsaron a los dueños de tierra a plantar semillas en todas partes. Las faldas de las montañas quedaron libres de árboles improductivos que fueron reemplazados por cultivos de café caturra. Incluso las propiedades de los más pobres libanenses tenían un aspecto próspero.

En 1970, el Líbano ocupaba el segundo lugar en el departamento dentro de los productores de grano. Con mucho, la estructura más impresionante de la población fue el nuevo hospital regional. Más allá aún había otras señales de que el Líbano estaba recuperando su vitalidad de los años anteriores a la violencia. En el centro de la plaza, bajo majestuosos y viejos árboles, como lo cita Antonio José Villegas, la cripta blanca y cuadrada del fundador del Líbano, don Isidro Parra, todavía le recuerda sus orígenes a la gente del pueblo. Parra murió seguro de que el Líbano algún día encabezaría al Tolima en cultura, industria y virtudes cívicas. Su visión inspiró a todos aquellos que lo siguieron y los ayudó a sostenerse durante los largos años en que la lucha fratricida amenazó con destruir todo lo que allí se habría creado.

Al tiempo, la cultura de este pueblo fundado, casi de leyenda, a lomo de mula con piano y una imprenta, lo convierten en el centro del departamento. Numerosos escritores y periodistas llevan las historias del Líbano por todo el planeta en uno de los pocos casos del mundo en el que tiene mayor número de artistas por kilómetro cuadrado.

 

1 PEREZ DE TORRES, Simón. “Discursos de mi viaje dando gracias a Dios por las muchas merecedes que me ha hecho a mi”. En: Historiadores Primitivos de las Indias Occidentales. Tomo III Madrid MDCCXLIX.

2 DUQUE GOMEZ, Luis. Historia Extensa de Colombia. Vol I, Tomo 2. Ediciones Lerner. 1967

3 SIMON PEDRO, Fray. Noticias historiales. Biblioteca Banco Popular, 1981

4 PARDO CARLOS ORLANDO, Manual de Historia del Tolima. Angel Martínez, Los inconquistables Pánches. Pijao Editores. 2007.

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